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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

La noche de Tlatelolco (27 page)

Por otra parte el jefe de la policía metropolitana negó que, como informó el Secretario de la Defensa, hubiera pedido la intervención militar en Ciudad Tlatelolco. En conferencia de prensa esta madrugada el general Luis Cueto Ramírez dijo textualmente: «La policía informó a la Defensa Nacional en cuanto tuvo conocimiento de que se escuchaban disparos en los edificios aledaños a la Secretaría de Relaciones Exteriores y de la Vocacional 7 en donde tiene servicios permanentes. Explicó no tener conocimiento de la injerencia de agentes extranjeros en el conflicto estudiantil que aquí se desarrolla desde julio pasado. La mayoría de las armas confiscadas por la policía, son de fabricación europea y corresponden a modelos de los usados en el bloque socialista. Cueto negó saber que políticos mexicanos promuevan en forma alguna esta situación y afirmó no tener conocimiento de que ciudadanos estadunidenses hayan sido aprehendidos. En cambio están prisioneros un guatemalteco, un alemán y otro que por el momento no recuerdo». (
El Universal
,
El Nacional
, 3 de octubre de 1968).

Los cuerpos de las víctimas que quedaron en la Plaza de las Tres Culturas no pudieron ser fotografiados debido a que los elementos del ejército lo impidieron («Hubo muchos muertos y lesionados anoche»,
La Prensa
, 3 de octubre de 1968). El día 6 de octubre en un manifiesto «Al Pueblo de México» publicado en
El Día
, el
CNH
declaró: «El saldo de la masacre de Tlatelolco aún no acaba. Hasta el momento han muerto cerca de 100 personas de las cuales sólo se sabe de las recogidas en el momento; los heridos cuentan por miles…». El mismo 6 de octubre el
CNH
, al anunciar que no realizaría nuevas manifestaciones o mítines, declaró que las fuerzas represivas «causaron la muerte con su acción a 150 civiles y 40 militares». En Posdata, Octavio Paz cita el número que el diario inglés
The Guardian
, tras una «investigación cuidadosa», considera como la más probable: 325 muertos.

Lo cierto es que en México no se ha logrado precisar hasta ahora el número de muertos. El 3 de octubre la cifra declarada en los titulares y reportajes de los periódicos oscila entre 20 y 28. El número de heridos es mucho mayor y el de detenidos es de dos mil. A las cero horas aproximadamente dejaron de escucharse disparos en el área de Tlatelolco. Por otra parte, los edificios eran desalojados por la tropa y cerca de mil detenidos fueron conducidos al Campo Militar número 1. Cerca de mil detenidos fueron llevados a la cárcel de Santa Marta Acatitla, en esta ciudad. La zona de Tlatelolco siguió rodeada por efectivos del ejército. Muchas familias abandonaron sus departamentos con todas sus pertenencias después de ser sometidas a un riguroso examen y registro por parte de los soldados. Grupos de soldados de once hombres entraron a los edificios del conjunto urbano a registrar las viviendas. Al parecer, tenían instrucciones de catear casa por casa.

Hasta ahora el número de presos que continúan en la cárcel de Lecumberri por los acontecimientos de 1968 es de 165.

Posiblemente no sepamos nunca cuál fue el mecanismo interno que desencadenó la masacre de Tlatelolco. ¿El miedo? ¿La inseguridad? ¿La cólera? ¿El terror a perder la fachada? ¿El despecho ante el joven que se empeña en no guardar las apariencias delante de las visitas?… Posiblemente nos interroguemos siempre junto con Abel Quezada. ¿Por qué? La noche triste de Tlatelolco —a pesar de todas sus voces y testimonios— sigue siendo incomprensible. ¿Por qué? Tlatelolco es incoherente, contradictorio. Pero la muerte no lo es. Ninguna crónica nos da una visión de conjunto. Todos —testigos y participantes— tuvieron que resguardarse de los balazos, muchos cayeron heridos. Nos lo dice el periodista José Luis Mejías («Mitin trágico»,
Diario de la Tarde
, México, 5 de octubre de 1968): «Los individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a disparar a boca de jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes y granaderos… Simultáneamente, un helicóptero dio al ejército la orden de avanzar por medio de una luz de bengala… A los primeros disparos cayó el general Hernández Toledo, comandante de los paracaidistas, y de ahí en adelante, con la embravecida tropa disparando sus armas largas y cazando a los francotiradores en el interior de los edificios, ya a nadie le fue posible obtener una visión de conjunto de los sangrientos sucesos…». Pero la tragedia de Tlatelolco dañó a México mucho más profundamente de lo que lo lamenta El Heraldo, al señalar los graves perjuicios al país en su crónica («Sangriento encuentro en Tlatelolco», 3 de octubre de 1968). «Pocos minutos después de que se iniciaron los combates en la zona de Nonoalco, los corresponsales extranjeros y los periodistas que vinieron aquí para cubrir los Juegos Olímpicos comenzaron a enviar notas a todo el mundo para informar sobre los sucesos. Sus informaciones —algunas de ellas abultadas— contuvieron comentarios que ponen en grave riesgo el prestigio de México».

Todavía fresca la herida, todavía bajo la impresión del mazazo en la cabeza, los mexicanos se interrogan atónitos. La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros.

E. P.

Recorrimos un piso tras otro y en la sección central del Chihuahua, no recuerdo en qué piso, sentí algo chicloso bajo mis pies. Volteo y veo sangre, mucha sangre y le digo a mi marido: «¡Mira Carlos, cuánta sangre, aquí hubo una matanza!». Entonces uno de los cabos me dice: «¡Ay, señora, se nota que usted no conoce la sangre, porque por una poquita que ve, hace usted tanto escándalo!». Pero había mucha, mucha sangre, a tal grado que yo sentía en las manos lo viscoso de la sangre. También había sangre en las paredes; creo que los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero respira sangre. Más de uno se desangró allí porque era mucha sangre para una sola persona.

• Margarita Nolasco, antropóloga.

El 2 de octubre murió de un balazo en la Plaza de las Tres Culturas el profesor Leonardo Pérez González, maestro de Vocacional, miembro de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro-Libertades Democráticas.

• Abelardo Hurtado, profesor de la Escuela Nacional de Biología del
IPN
.

El día de ayer, 2 de octubre, fui comisionado, poniendo bajo mi mando a dos secciones de caballería compuestas de sesenta y cinco hombres, cada una pertenecientes al 18 y 19 Regimiento de Caballería, para trasladarme a la Unidad Tlatelolco, yendo todos vestidos de paisanos e identificados como militares por medio de un guante blanco, y proteger las dos puertas de acceso al edificio denominado Chihuahua de dicha Unidad, confundiéndose con los ahí presentes que se habían reunido sin saber para qué motivo. Posteriormente al lanzamiento de una luz de bengala, como señal previamente convenida, deberíamos de apostarnos en ambas puertas e impedir que entrara o saliera persona alguna.

• Ernesto Morales Soto, Capitán Primero de Caballería del 19 Regimiento, comisionado en el Batallón Olimpia, al mando del Coronel Ernesto Gómez Tagle, Acta no. 54832/68 ante el Ministerio Público.

Son cuerpos, señor…

• Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de
El Día
.

Yacían los cadáveres en el piso de concreto esperando a que se los llevaran. Conté muchos desde la ventana, cerca de sesenta y ocho. Los iban amontonando bajo la lluvia… Yo recordaba que Carlitos, mi hijo, llevaba una chamarra de pana verde y en cada cadáver creía reconocerla… Nunca olvidaré a un infeliz chamaquito como de dieciséis años que llega arrastrándose por la esquina del edificio, saca su pálida cara y alza las dos manos con la V de la victoria. Estaba totalmente ido; no sé lo que creería, tal vez pensó que quienes disparaban eran también estudiantes. Entonces los del guante blanco le gritaron: «Lárgate de aquí, muchachito pendejo, lárgate, ¿qué no estás viendo? Lárgate». El muchacho se levantó y confiado se acercó a ellos. Le dispararon a los pies pero el chamaco siguió avanzando. Seguramente no entendía lo que pasaba y le dieron en una pierna, en el muslo. Todo lo que recuerdo es que en vez de brotar a chorros, la sangre empezó a salir mansamente. Meche y yo nos pusimos a gritarles como locas a los tipos: «¡No lo maten!… ¡No lo maten!… ¡No lo maten!». Cuando volteamos hacia el pasillo ya no estaba el chamaco. No sé si corrió a pesar de la herida, no sé si se cayó, no sé qué fue de él.

• Margarita Nolasco, antropóloga.

El helicóptero disparaba y empecé a oír tiros en el cielo. Tiraban a lo bestia. Por eso se incendió el edificio Chihuahua, por los tiros que provenían del helicóptero.

• Estrella Sámano, estudiante.

La Plaza de las Tres Culturas es una explanada situada en alto; se sube a ella por varias escalinatas y, por un costado, está cortada a pico para dejar al descubierto las ruinas prehispánicas recientemente restauradas. Sobre las ruinas fue construida en el siglo XVI una pequeña iglesia: Santiago de Tlatelolco…

• Luis González de Alba, del
CNH
.

Desde la tribuna donde estábamos se veían las gorras azules de los ferrocarrileros.

• Graciela Román Olvera, estudiante de la Facultad de Medicina de la
UNAM
.

Yo estaba repartiendo propaganda y juntando dinero para el
CNH
cuando las tres luces verdes salieron por detrás de la iglesia. Una señora que buscaba suelto en su bolsa para darme se arrinconó. Le dije: «No se espante, es una provocación, no se espante». Varias personas pasaron corriendo y también les grité: «No corran, son salvas, son salvas, no corran». De pronto pasó un compañero y le llamé la atención: «¿A dónde vas? Hay que calmar a la gente para que no corra» y que se devuelve como un autómata y que se va hacia el centro de la Plaza y me di cuenta que ya no regresó y dije: «Híjole, éste ya no regresó».

• José Ramiro Muñoz, estudiante de la
ESIME
del
IPN
, tercer año de la carrera de Ingeniería Mecánica.

Cuando me di cuenta de que el helicóptero bajaba peligrosamente sobre la Plaza de las Tres Culturas y ametrallaba a la gente —se veían rayas grises en el cielo— me quedé tan asombrada que dije: «No, esto no es verdad, es una película, esto sólo Io he visto en el cine. ¡No son balas de verdad!». Seguí caminando, como ida, como loca hasta que la gente me detuvo.

• Elvira B. de Concheiro, madre de familia.

Desde entonces no puedo ver un helicóptero sin que me tiemblen las manos. Muchos meses después de haber visto —y eso, desde mi coche— al helicóptero disparar sobre la multitud, no pude escribir a mano de tanto que me temblaba…

• Marta Zamora Vértiz, secretaria.

Dos helicópteros que mantenían vigilancia desde el aire sobre el desarrollo del mitin estudiantil descendieron y sus tripulantes dispararon contra los tiradores que se encontraban en las azoteas de los edificios.

Se sabe que el copiloto de una de esas naves resultó con un balazo en el brazo, cuando un francotirador le hizo varios disparos desde el edificio Chihuahua. La nave se alejó rumbo al Aeropuerto Internacional rápidamente.

• «Hubo muchos muertos y lesionados, anoche»,
La Prensa
, 3 de octubre de 1968.

Podría reconocer al hombre que iba disparando desde el helicóptero de lo cerca que pasó.

• Ema Bermejillo de Castellanos, madre de familia.

Cuando comenzó el tiroteo la gente se abalanzó por las escaleras de la Plaza que están situadas precisamente enfrente del edificio Chihuahua gritando: «El Consejo, el Consejo». Se dirigían a las escaleras del edificio con el único propósito de defender a los compañeros dirigentes. Allí, los grupos de agentes secretos apostados en las columnas del edificio comenzaron a disparar contra la multitud, rechazándola a balazos.

• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
.

Yo no entendía por qué la gente regresaba hacia donde estaban disparando los tipos de guante blanco. Meche y yo —parapetadas detrás del pilar— veíamos cómo la masa de gente venía gritando, ululando hacia nosotros, les disparaban y se iban corriendo, y de pronto regresaban, se caían, se iban, venían de nuevo y volvían a caer. Era imposible eso, ¿por qué? Era una masa de gente que corría para acá y caía y se iba para allá y volvía a correr hacia nosotros y volvía a caer. Pensé que la lógica más elemental era que se fueran hacia donde no había balazos; sin embargo regresaban. Ahora sé que les estaban disparando también de aquel lado.

• Margarita Nolasco, antropóloga.

Las unidades del ejército se desplegaron en torno a la multitud como pinzas y en pocos minutos todas las salidas estuvieron cerradas. Desde el tercer piso del edificio Chihuahua, lugar donde se había instalado la tribuna, no podíamos ver estas maniobras y el pánico nos parecía inexplicable: los dos helicópteros que sobrevolaban la Plaza casi desde el inicio del mitin habían tomado una actitud hostil y provocadora volando a muy baja altura y en círculos cada vez más cerrados, luego habían lanzado las bengalas, una verde y otra roja; al caer la segunda se inició el pánico y los miembros del Consejo tratamos de detenerlo: ninguno de nosotros veía que el ejército avanzaba bajo la tribuna. La multitud frenó de golpe al encontrarse frente a las bayonetas y retrocedió de inmediato: parecía una ola avanzando hacia el extremo opuesto de la Plaza; pero también allí estaba el ejército; desde arriba vimos cómo la ola humana empujaba hacia otro costado. Fue lo último: el tercer piso ya estaba tomado por el Batallón Olimpia. Aún sin entender por qué corría y de golpe retrocedía aquella multitud incontrolable, los últimos que quedábamos junto al micrófono, al volver el rostro, encontramos los cañones de las ametralladoras. El barandal fue ocupado por el Batallón Olimpia y a nosotros, con las manos en alto y de cara a la pared, se nos prohibió estrictamente voltear hacia la Plaza; al menor movimiento recibíamos un culatazo en la cabeza o en las costillas. Cerrada la trampa se inició el asesinato colectivo.

• Gilberto Guevara Niebla, del
CNH
.

ACTA NÚM. 54832/68

DECLARA UN LESIONADO.—EN LA CIUDAD DE MÉXICO, DISTRITO FEDERAL, siendo las 21.30 veintiuna treinta del día Tres de Octubre de 1968, mil novecientos sesenta y ocho, el personal que actúa se trasladó y constituyó legalmente al Hospital Central Militar, Sala de Emergencia, Cama 28, veintiocho en donde se tuvo a la vista al que en su estado normal dijo llamarse ERNESTO MORALES SOTO, protestando y advertido en los términos de ley, por sus generales manifestó llamarse como queda escrito, ser de 35 treinta y cinco años de edad, Viudo, católico, con Instrucción, Capitán Primero de Caballería del Ejército Mexicano, originario de Xicotepec de Juárez, Estado de Puebla y con domicilio en esta Ciudad en el Campo Militar Número UNO y sobre los hechos que se investigan, DECLARÓ: —Que el de la voz presta sus servicios como Capitán Primero de Caballería, del 19 Regimiento, destacamentado en la Ciudad de Múzquiz, Estado de Coahuila, comisionado actualmente en esta Ciudad en el Batallón Olimpia al mando del Coronel ERNESTO GÓMEZ TAGLE, con funciones específicas de preservar el orden público durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos, que el día de ayer fue comisionado, poniendo bajo su mando dos secciones de Caballería, compuesto de 65 sesenta y cinco hombres, pertenecientes al 18 y al 19 Regimiento de Caballería, para que se trasladaran a la Unidad Tlatelolco, yendo todos vestidos de paisanos e identificados como militares por medio de un guante blanco y protegieran las dos puertas de acceso al edificio denominado Chihuahua de dicha Unidad, confundiéndose con los ahí presentes, que se habían reunido sin saber para qué motivo, que posteriormente al lanzamiento de una luz de bengala, como señal previamente convenida debería de apostarse en ambas puertas e impedir que entrara o saliera persona alguna, que después de lanzada la señal mencionada, empezaron a oírse gran cantidad de disparos que provenían de la parte alta del edificio mencionado así como de los ventanales y dirigidos hacia las personas que se encontraban reunidas, las que trataban de protegerse junto a los muros del edificio y algunas de ellas intentaban introducirse, que en cumplimiento a las órdenes recibidas, la gente al mando del declarante disparó al aire para dispersar a la gente, hechos que ocurrieron aproximadamente a las 16.40 diez y seis horas con cuarenta minutos, que uno de los disparos que provenían de la parte alta del edificio, lesionó al dicente en el brazo derecho, por lo que uno de sus elementos dio aviso a su Superior, el cual ordenó que fuese trasladado el dicente al Hospital en que actualmente se encuentra, ya que perdió el conocimiento, no dándose cuenta qué haya ocurrido posteriormente, que debido a que el dicente desconoce el nombre de las calles no le es posible precisar por qué calles se encuentren las entradas al edificio Chihuahua e ignora quién haya disparado y cuántas personas hayan resultado lesionadas, que de momento es todo lo que tiene que decir y previa lectura de lo actuado lo ratifica y estampa la huella digital de su pulgar izquierdo para constancia, por encontrarse imposibilitado para firmar.—FE DE LESIONES.—El personal que actúa e instituido nuevamente en la cama 28 de la Sala de Emergencia del Hospital Central Militar en donde se tuvo a la vista al que dijo llamarse ERNESTO MORALES SOTO, al que se DA fe: que presenta las siguientes lesiones; Herida por proyectil de arma de fuego en cara anterior de codo derecho de un centímetro de diámetro, irregular, orificio de salida con las mismas características de dos centímetros por dentro del borde externo y sobre cara posterior del codo, lo que produce probable fractura.—Lesiones que por su naturaleza no ponen en peligro la vida y tardan en sanar más de quince días.—Previstas y sancionadas en la parte SEGUNDA del artículo 289 del Código Penal Vigente.— No Hospital. Mismas lesiones que se corroboran y describen en el certificado expedido por el C. Médico ALFREDO NEME DAVID cuyo original se tiene a la vista y se anexa a las presentes actuaciones… DAMOS FE… CÚMPLASE… SE CIERRA Y AUTORIZA LO ACTUADO… DAMOS FE…

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