—¡Ya se fueron, señora!
Era mi muchacha.
• Mercedes Olivera de Vázquez, antropóloga.
Corrimos detrás de un edificio y alguien destapó un pequeño tobogán en forma de hongo que daba a un cuarto de lámina. Ya había gente cuando caímos dentro de ese cuartito y después llegaron muchos más… Tenía respiraderos entre el nivel del piso y la tapadera y una abertura como una rejita. Al lado del tobogán por donde resbalamos había una escalera. Quedé muy cerca de ella. Me acuerdo de una ametralladora que disparaba sin descanso. Todos guardábamos así como mucho silencio. No teníamos fuerza para hablar. Pensé en los muchachos que estaban en el tercer piso y me los imaginé a todos muertos. Recordé caras que me habían sonreído, saludos, gente que me había hablado. Por unos minutos cesó el fuego y oímos correr, oímos pisadas de dos o tres muchachos; seguramente se escondieron en el desnivel de la escalera que está cerca del hongo. Una voz les dijo: «Vengan, yo los saco». Todos los ruidos se oían allí adentro. El cuarto estaba en una oscuridad impresionante. Sentí que la voz que llamaba a esos muchachos los iba a traicionar, los iba a matar. Y sí, en seguida la voz cambió de tono:
—¡Sal cabrón, es tu oportunidad!
—No, no salgo —dijo el muchacho——, no salgo, me va a entregar.
Seguramente el de la voz se fue porque oí que corrían y ya no supe más. Te voy a decir una cosa muy curiosa. En esos momentos aprendí a distinguir pasos de muchachos, de mujeres, de niños. Los vas registrando y después, cuando oyes caminar a la gente, te acuerdas de esos momentos y distingues: «Son pasos de mujer, son pasos de hombre, son pasos de niño». ¡Qué chistoso, el hombre camina más rápido que la mujer, pero la mujer lo hace con más energía y a los muchachos se les oye casi volar cuando corren! Cesaron momentáneamente los disparos y oímos muy cerca los pasos rápidos de una mujer. Empezó a golpear la puerta de un departamento y a gritar un nombre y le respondió una niña aterrorizada:
—No, no puedo abrir, no está mi mamá…
—Yo soy tu mamá. Ábreme.
—No, tú no eres mi mamá. Mi mamá no está y no puedo abrir…
Alguien dijo en el cuarto oscuro, como queriendo trasmitirle su pensamiento: «Ábrele, niñita». Y la señora respondió:
—Si no me abres, te voy a golpear… Ábreme estúpida.
En ese momento se reanudó el fuego y algo estalló en el techo del cuarto. Un muchacho tocó el techo y dijo: «Esto quema. Hay que salirse porque vamos a quedar como pollos rostizados». Y se entabló una discusión sobre si salíamos o no. Me acuerdo con ternura de que había una señora que estaba allí con sus tres hijos y dos hijas. Ellos le pedían que saliera con las hijas. Ella les respondió que no, que no los dejaría nunca a ellos. Un niño como de un año se puso a llorar. Nos dolió mucho el llanto de ese niño. Todos queríamos sacarlo de allí y ponerlo fuera de peligro. Hubo ideas ingenuas como la de salir y entregarlo a un soldado o que una mujer saliera con él, porque el niño iba con su papá y el papá sollozaba y decía:
—Pónganlo fuera de peligro. A mí no me importa lo que me pase.
Por fin el más sensato de todos nosotros dijo que era una estupidez salir en ese momento, pues cualquier bala podía alcanzamos. Cuando oí al niño, me entró la onda del miedo. De pronto sientes que todo tu cuerpo es hipersensible y que la piel se te estira, se te apergamina y no sabes cómo, no sabes por qué, la boca te sabe a pólvora, la lengua de pronto también te sabe a pólvora, de pronto te crispas y de pronto te ablandas. Luego sientes lo que puede ser la nada, el vacío, el dejar de existir… creo que el miedo es eso. De pronto te entra frío, sientes la velocidad del aire encerrado en un cuarto subterráneo, y piensas en tus amigos en la Plaza, en el mitin y no sabes si reconciliarte con Dios para pedirle que estén vivos, que no les pase nada por favor; y como en una película como en cámara lenta, aunque hagas fuerzas para no pensar, para no debilitarte, se te repiten las caras de ellos, su pelo, escenas de fraternidad, sus chistes, su… no se…
• María Alicia Martínez Medrano, directora de guarderías.
Tengo un amigo periodista del
Nouvel Observateu
r, Jean Francis Held, él sí estaba en el tercer piso, en la tribuna, y vio a tipos muy muy jóvenes con guantes blancos que disparaban así nomás sobre la multitud y en el interior del edificio Chihuahua y se dijo: «¡Pero realmente a estos estudiantes les patina!». Held estuvo en Vietnam, en Israel; se quedó estupefacto: «Nunca he visto disparar así sobre una multitud». Los muchachos que él creía estudiantes lo hicieron guarecerse en un departamento enteramente ocupado por la policía. Los muchachos de guante blanco entraban continuamente a ese departamento y oyó decir a uno de ellos: «Hace veinticuatro horas que recibimos la orden de venir aquí con algo blanco en la mano, sin papeles y con nuestra pistola».
Desde un recodo de la iglesia de Santiago Tlatelolco vi que en un momento dado llegaron los tanques y tomaron la Plaza de las Tres Culturas bloqueando todas las entradas. Para entonces la llovizna se convirtió en un chubasco. Llovía a cántaros, eran las siete de la noche y cuando apareció el agua pensé: «ya no vamos a oír la balacera»; pero continuaba la balacera en medio del ruido de la lluvia… Ya tenía tres cuartos de hora mojándome y se me ocurrían detalles totalmente ridículos. Me decía a mí misma: ¡Achis, mañana voy a tener el pelo demasiado chino por la lluvia y no podré peinarme! También me fijé en que se me había perdido la hebilla de mi zapato y pensé: ¿En dónde? ¿En qué momento se me habrá caído? Hasta me puse a mirar a lo lejos; a tratar de ver si la encontraba. Por esto te digo que me ocupaba de cosas ridículas y al mismo tiempo lo miraba todo. Recuerdo también el hecho de que los aviones cruzaban por el cielo, aviones estilo Panamerican, de esos que van a Nueva York, sabes, y me decía: Dios mío, los pasajeros no se dan cuenta de lo que sucede aquí abajo. Nadie en el mundo podría hacerles creer que aquí están masacrando gente. Al mismo tiempo me decía: ¡Ah, qué contenta estaría yo de ir en ese avión! Por mi cabeza pasaban todos estos pensamientos que te demuestran hasta qué punto es fuerte la vida…
• Claude Kiejman, corresponsal de
Le Monde
, autora del libro: Mexico,
le pain et les jeux
.
¿Quién cobrará esta deuda de sangre? ¿Quién vengará a nuestros muertos?
• Mercedes Olivera de Vázquez, antropóloga.
Del edificio 16 de Septiembre era de donde más se disparaba. Los estudiantes efectuaron poco después un mitin en prolongación de San Juan de Letrán esquina con la calle de Sol pidiendo al público que los apoyara.
• Raúl Torres Duque, Mario Munguía, Ángel Madrid, Luis Mayen, José R. Molina, Silviano Martínez C. y Mario Cedeño R. «Sangriento Tiroteo en la Plaza de las Tres Culturas. Decenas de Franco Tiradores se enfrentaron a las Tropas. Perecieron 23 personas; 52 Lesionados y más Vehículos Quemados»,
Ovacione
s, 3 de octubre de 1968.
Antes, a las 20.45 horas, atrás del edificio de Relaciones Exteriores, el ejército tenía detenidos como a 400 muchachos, quienes eran obligados a permanecer en cuclillas. Otros 100 estaban en los transportes militares.
Tras la iglesia de Santiago había también varios centenares de detenidos. Frente al ala derecha del edificio de Relaciones, una zanja cuadrada donde se encuentran las ruinas aztecas, estaba totalmente atestada de detenidos, entre ellos un periodista de una agencia extranjera.
Del edificio de Relaciones Exteriores a las 20.20 horas sacaron a todos los empleados que se encontraban dentro del inmueble presas de pánico. El Ejército los protegió en su salida actuando como en maniobras de guerra.
El fuego de la ametralladora apostada en el edificio del ISSSTE y de francotiradores instalados en otros edificios contiguos era contestado por los soldados con ametralladoras FA, M-1 y 30 M2.
• «sangriento Tiroteo en la Plaza de las Tres Culturas»,
Ovaciones
, 3 de octubre de 1968.
Ya no oigo el tracatraca de la ametralladora… Ya no oigo los gritos; de hecho ya no oigo nada más que un ruido de cadenas que se arrastran en mi cabeza… ¡A lo mejor al de la ametralladora ya se lo llevó la chingada!… ¡A todos nos va a llevar la chingada! ¡Al mundo entero se lo va a llevar la chingada! Y a mí ya no me importa, porque yo después de esto, ya no creo en nada…
• Gerardo García Galindo, de la
ESIME
del
IPN
.
Varias metralletas nos apuntaban. Antes de salir con las manos en la nuca, me despedí de un compañero del
CNH
y le deseé suerte. Fuimos saliendo uno a uno. En el quicio de la puerta se quedaron dos hombres armados con metralletas y otros dos se metieron al departamento. Empezamos a amontonarnos en el descanso de las escaleras. Nos advirtieron que no habláramos, que no bajáramos las manos por ningún motivo. Al salir, los hombres armados nos revisaban y nos cacheaban, empujándonos después hacia la pared.
Yo tenía las ropas empapadas y mucho miedo. Estaba temblando; lleno de vergüenza traté de no temblar, sin lograrlo. Un compañero atrás de mí me tocó el hombro con su codo y me dijo: «No tiembles mano, no se lo merecen». Inmediatamente me controlé y dejé de temblar.
Uno a uno, con los brazos en la nuca, nos fueron trasladando a un departamento del tercer piso.
—Aquí, Batallón Olimpia, baja con un prisionero.
• Eduardo Valle Espinoza,
Búho
, del
CNH
.
A mí me detuvieron en el tercer piso, donde estaba la tribuna del mitin. Cuando terminó el tiroteo, ya de noche, nos fueron llevando uno por uno al piso inferior. No había luz en todo el edificio y estaba inundado. Yo no sabía por qué, pero por lo que otros compañeros han platicado, los calentadores de agua fueron perforados. Ya sabes que las paredes de los departamentos del Chihuahua son de plástico. La primera orden al entrar al departamento fue: «¡Quítense los zapatos, hijos de la chingada!», y nos hicieron arrojarlos en lo que debía ser una cocina, no sé con qué fin. Toda la cocina o lo que fuera, estaba llena de zapatos de hombres y mujeres. A otros compañeros los detuvieron en un departamento superior donde habían buscado refugio y fueron llevados a ese piso, el segundo, hasta mucho más tarde, cuando ya nos habían sacado a nosotros. Ellos relatan lo mismo; se encontraban con el departamento oscuro, los muebles arrinconados y una cocina llena de zapatos. Cuando nos sacaron de allí, nos llevaron a la planta baja. Al llegar yo, ya había gran cantidad de muchachos amontonados: todos descalzos y con los pantalones bajados, la mayoría sin camisa y muchos sólo con trusa. Pensar que lo hacían para impedir que escapáramos es ridículo. Tal vez sólo para humillarnos. Cuando me leyeron los veinte delitos de que estoy acusado le hice notar al secretario del juzgado que faltaba un delito en mi lista: faltas a la moral en la vía pública por andar en cueros. El chiste no le hizo gracia.
• Luis González de Alba, del
CNH
.
Mientras ocurría el tiroteo, todos los integrantes del Consejo Nacional de Huelga fueron detenidos, entre los varios centenares que fueron llevados al Campo Militar número 1.
Algunos de los miembros del Consejo de Huelga fueron desnudados.
• «Se Luchó a Balazos en Ciudad Tlatelolco, Hay un Número aún no Precisado de Muertos y Veintenas de Heridos»,
Excélsior
, jueves 3 de octubre de 1968.
De un departamento en el tercer piso, en cuanto se vieron las luces de bengala en el cielo, automáticamente salió una nube de agentes de guante blanco que cayeron encima de todos los que estaban en la tribuna y los tiraron al suelo. Arrastrándolos, los metieron a un departamento. Nadie que no fuera de la propia policía podía defenderse.
• Arturo Fernández González, de la
ESIQIE
, del
IPN
.
Algunos muchachos tenían una pistola calibre 22, pero qué se puede hacer con una pistolita del 22 ante la M-1 reglamentaria… De haber tenido una pistola, yo la disparo, era tal mi sensación de rabia y de impotencia ante la matanza… Supongamos que en una unidad habitacional en la que: viven miles de personas, como en Tlatelolco, se encuentran cuarenta armas, entre aficionados a la cacería y deportistas, etcétera; pues realmente el arsenal es muy pequeño. Aunque hubiera veinte rifles de calibre 22, ¿qué es esto ante el armamento del ejército y de la policía?
• Dionisio Santana, habitante de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco.
Cualquier estudiante que llevara una pistola, de maje la conserva. Entre más pronto la tirara, mejor.
• Hesiquio de la Peña, de la
ESIME
del
IPN
.
Ante la puerta central del edificio Chihuahua, desnudos y con las manos sobre las paredes, ciudadanos identificados por el ejército como oradores del mitin que esta tarde disolvieron violentamente eran vigilados por los militares.
En la escalinata del Chihuahua, a los lados del cadáver de su madre, dos niños no mayores de seis años sollozaban. Se hablaba de una niña de cuatro años con una bala en el pecho. Reporteros de varias agencias noticiosas contaron veinte cadáveres de civiles. El ejército seguía, a las 21.50, controlando Ciudad Tlatelolco.
• Salvador Pérez Castillo, estudiante de la
ESIME
, del
IPN
.
Allí se veían ametralladoras, pistolas 45, calibre 38 y unas de 9 milímetros.
• Miguel Ángel Martínez Agis, reportero, «Edificio Chihuahua, 18 hrs.»,
Excélsior
, 3 de octubre de 1968.
Vimos al ejército en plena acción; utilizaban toda clase de armamentos, las ametralladoras pesadas empotradas en una veintena de yips, disparaban hacia todos los sectores controlados por los francotiradores.
• Jorge Avilés R., redactor, «Durante Varias Horas Terroristas y Soldados Sostuvieron Rudo Combate»,
El Universal
, 3 de octubre de 1963.
Muchos soldados debieron lesionarse entre sí, pues al cerrar el círculo los proyectiles salieron en todas direcciones.
• Félix Fuentes, reportero, «Todo empezó a las 18.30 horas»,
La Prensa
, 3 de octubre de 1968.
Por momentos la confusión era tan grande, que las fuerzas del orden parecían ametrallarse unas a otras…
• Philippe Nourry, «Desencadenado en circunstancias misteriosas el sangriento tiroteo se prolongó toda la noche»,
Le Figaro
, París, 4 de octubre de 1968.