La paja en el ojo de Dios (33 page)

Read La paja en el ojo de Dios Online

Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—Es sólo una estructura temporal y la necesitamos —Horvath hizo una pausa—. No es más que una hipótesis, ¿comprende?, pero, capitán, creemos que para ellos todas las estructuras son meramente temporales. En el despegue debían de tener lechos de alta gravedad, pero ahora han desaparecido. Llegaron sin combustible para el regreso. Es casi seguro que rediseñaron su sistema de soporte vital para la caída libre en las tres horas que siguieron a su llegaba.

—Y también esto pasará —añadió Hardy—. Pero la idea no les molesta. Parece gustarles.

—Su psicología difiere mucho de la humana en este aspecto —dijo Horvath—. Quizás un pajeño nunca intente diseñar algo permanente. No debe de haber en su mundo ninguna Esfinge, ninguna Pirámide, ningún monumento a Washington, ninguna tumba de Lenin.

—Doctor, no me gusta la idea de unir las dos naves.

—Pero, capitán, necesitamos algo así. Hombres y pajeños están constantemente cruzando el espacio de una nave a otra, y tienen que utilizar el taxi siempre. Además los pajeños han empezado ya a trabajar...

—Supongo que no hará falta que les diga que si unen las dos naves, usted y todos los que están a bordo del transbordador pasarán a ser rehenes de los pajeños.

—Yo estoy seguro de que podemos confiar en los alienígenas, capitán —dijo ásperamente Horvath—. Hacemos grandes progresos con ellos.

—Además —añadió el capellán Hardy— somos ya rehenes. No hay modo, ni lo ha habido nunca, de evitar esa situación. La
MacArthur
y la
Lenin
son nuestra protección. Si es que necesitamos protección. Si dos naves de combate no les asustan... en fin, ya conocíamos la situación cuando subimos al transbordador.

Blaine rechinó los dientes. Aunque pudiese prescindir del transbordador, no podía prescindir del personal que lo ocupaba. Sinclair, Sally Fowler, el doctor Horvath, el capellán... la gente más valiosa de la
MacArthur
estaba viviendo a bordo del transbordador. Pero el capellán tenía razón sin duda. Todos estaban expuestos a morir a manos de los alienígenas en cualquier momento, y a la
MacArthur
sólo le quedaba la compensación de la venganza.

—Dígales que adelante —dijo Rod. El puente no aumentaría en nada el peligro.

Los trabajos se iniciaron en cuanto Rod dio permiso. Un tubo de fino metal, flexiblemente articulado, brotaba del casco de la nave pajeña, culebreando hacia ellos como un ser vivo. A su alrededor se arracimaban pajeños con trajes de frágil apariencia. Vistos desde la escotilla principal del transbordador, casi podrían haber sido hombres... casi.

Sally empezaba a ver borroso. La iluminación era extraña... apagada luz pajeña y sombras negro espacio y esporádicos reflejos de luz artificial, todo ello reflejado desde la brillante y curvada superficie metálica. Toda la imagen resultaba asimétrica y extraña y le producía dolor de cabeza.

—Sigo preguntándome de dónde extraerán el metal —dijo Whitbread; estaba sentado junto a ella, como hacía siempre cuando ambos descansaban entre trabajo y trabajo—. No había espacio libre a bordo de la nave la primera vez que la visité y sigue sin haberlo ahora. Deben de estar despiezando su nave.

—Eso podría ser una explicación —dijo Horvath.

Se habían reunido alrededor de la escotilla principal después de cenar, con tazas de té y de café en las manos. Los pajeños se habían convertido en auténticos entusiastas del té y del chocolate. Pero no podían soportar el café. Humanos y pajeños se alternaban en un círculo frente a la ventana, sentados en el banco de caída libre que tenía forma de herradura. Los Fyunch(click) habían aprendido el truco humano de alinearse todos en la misma dirección.

—Fíjese lo deprisa que trabajan —dijo Sally—. Es como si el puente creciera ante nuestros ojos. —Sus ojos comenzaron a desenfocarse otra vez. Era como si alguno de los pajeños estuviese trabajando mucho más atrás que los otros—. El que tiene las franjas de color naranja debe de ser un Marrón. Parece el que lo dirige todo, ¿no cree?

—Además es quien hace la mayor parte del trabajo —dijo Sinclair.

—Es curioso —dijo Hardy—. Si sabe bastante para dar órdenes, debería ser capaz de hacer el trabajo mejor que nadie ¿no creen? —se frotó los ojos—. O no razono bien, o alguno de esos pajeños es más pequeño que los demás...

—Eso parece —dijo Sally.

Whitbread miraba fijamente a los constructores del puente. Muchos de los pajeños parecían trabajar muy por
detrás
de la nave alienígena... hasta que tres de ellos pasaron por delante del casco.

—¿Ha probado alguien a observar esto por el telescopio? —dijo cautelosamente—. Lafferty, enfóquelo, por favor.

En la pantalla del telescopio se veía todo asombrosamente claro. Algunos de los trabajadores pajeños eran tan pequeños como para poder meterse por cualquier rendija. Y tenían cuatro brazos.

—¿Usan ustedes a menudo esas criaturas como obreros? —preguntó Sally a su Fyunch(click).

—Sí. Nos parecen muy útiles. ¿No hay criaturas como ésas en sus naves? —El alienígena parecía sorprendido; de todos los pajeños, el de Sally daba la impresión de ser el que más a menudo se sorprendía de las cosas de los humanos—. ¿Cree usted que se preocupará Rod?

—Pero ¿qué son? —preguntó Sally. Ignoró la pregunta que le había hecho el pajeño.

—Son... obreros —comentó el pajeño—. Animales... útiles. ¿Les sorprende lo pequeños que son? ¿Son mayores los de ustedes, entonces?

—Oh, sí —contestó Sally con aire ausente; observaba a los otros—. Creo que me gustaría ir a ver esos... animales... más de cerca. ¿Quiere acompañarme alguien?

Pero Whitbread estaba ya enfundándose el traje, y lo mismo hacían los otros.

—Fyunch(click) —dijo la alienígena.

—¡Dios mío! —exclamó Blaine—. ¿Te han elegido ahora para contestar a las llamadas?

La alienígena habló lentamente, pronunciando con sumo cuidado. Su gramática no era perfecta, pero su capacidad para captar los giros y las inflexiones resultaba sorprendente.

—¿Por qué no? Hablo bastante bien. Soy capaz de recordar un mensaje. Puedo utilizar la grabadora. Tengo muy poco que hacer cuando no aparece usted.

—Eso no puedo evitarlo.

—Lo sé —dijo, y con un tono de satisfacción añadió—: Todos se han sorprendido al verme.

—Demonios, a mí desde luego me ha sorprendido. ¿Quién anda por ahí?

—El piloto Lafferty. Los demás humanos están fuera. Han ido a ver el... túnel. Cuando esté acabado, no tendrán que ir con ellos los soldados cuando quieran visitar la otra nave. ¿Quiere que transmita algún mensaje?

—No, gracias, volveré a llamar.

—Sally estará pronto de vuelta —dijo la pajeña de Blaine—. ¿Cómo está usted? ¿Cómo va la nave?

—Bastante bien.

—Es usted siempre muy cauto cuando habla de la nave. ¿Estoy inmiscuyéndome acaso en cosas secretas de la Marina? No es la nave lo que a mí me preocupa. Rod. Yo soy su Fyunch(click) personal. Significa mucho más que simplemente
guía.

La pajeña hizo un extraño gesto. Rod le había visto hacerlo antes, cuando estaba inquieta o enojada.

—¿Qué significa exactamente Fyunch(click)?

—Yo estoy asignada a usted. Usted es un proyecto, una obra de arte. Y yo tengo que aprender todo lo que pueda saberse de usted. Tengo que hacerme especialista en usted. Mi Señor Roderick Blaine, y usted debe convertirse para mí en un tema de estudio. No es su nave gigantesca, tosca y mal diseñada lo que me interesa, sino su actitud frente a esa nave y a los humanos que hay a bordo, el control que tiene sobre ellos, el interés que tiene en su bienestar, etc.

¿Cómo manejaría Kutuzov aquello? ¿Rompería el contacto? Demonios...

—A nadie le gusta que le observen. Todo el mundo se siente incómodo cuando le estudian así.

—Suponíamos que se lo tomaría de ese modo. Pero, Rod, usted está aquí para estudiarnos, ¿no? Por lo tanto tenemos derecho a estudiarle nosotros a usted.

—Lo tienen. —La voz de Rod reflejaba aspereza, a pesar de las intenciones del propio Rod—. Pero si alguien le parece molesto cuando usted habla con él, la razón probablemente sea ésa.

—Por Dios —dijo la pajeña—. Ustedes son los primeros seres inteligentes que encontramos que no se relacionan genéticamente con nosotros. ¿Cómo pueden esperar sentirse cómodos en nuestra compañía?

La pajeña se rascó la zona central lisa de la cara con el índice derecho superior, luego dejó caer la mano como embarazada. Era el mismo gesto que había hecho un momento antes.

Brotaron ruidos en la pantalla.

—Cuelgue un momento —dijo la pajeña—. Bien... son Sally y Whitbread. —Su voz se elevó—. ¿Sally? El capitán está en pantalla.

Se deslizó fuera de la silla. Sally Fowler pasó a ocuparla. Su sonrisa parecía forzada cuando dijo:

—Hola, capitán. ¿Que hay de nuevo?

—Todo sigue como siempre. ¿Cómo van las cosas por ahí?

—Rod, parece usted aturdido. Es una experiencia extraña, ¿verdad? No se preocupe, la pajeña no puede oírnos ahora.

—Bueno. Creo que me incomoda un poco el que un alienígena lea mis pensamientos de ese modo. Supongo que son capaces realmente de leer los pensamientos.

—Dicen que no. Y a veces sus conjeturas son erróneas. —Se pasó una mano por el pelo, que tenía revuelto, quizás a causa del casco del traje de presión—. Se equivocan completamente. Al principio el Fyunch(click) del teniente Sinclair no le hablaba. Creían que era un Marrón; un idiota, una especie de carpintero, comprende. ¿Cómo va con las miniaturas?

Éste era un tema que ambos habían aprendido a eludir. Rod se preguntó por qué lo sacaría a colación.

—Los perdidos aún siguen perdidos. No hay el menor rastro de ellos. Podrían incluso haber muerto en alguna parte de la nave. Conservamos aún a la miniatura que quedó. Creo que sería mejor que le echase un vistazo, Sally, la próxima vez. Quizás esté enferma.

—Iré mañana —dijo Sally—. Rod, ¿ha observado usted al grupo de trabajo alienígena?

—No demasiado. La cámara neumática parece ya casi terminada.

—Sí... Rod, han utilizado miniaturas especializadas para hacer parte del trabajo.

Rod miraba estúpidamente. Sally movió los ojos inquieta.

——
Miniaturas especializadas. Con trajes de presión. No sabíamos que estuviesen a bordo. Supongo que deben de ser muy tímidas y esconderse cuando hay humanos a bordo. Pero después de todo no son más que animales. Lo preguntamos.

—Animales. —Oh, Dios mío. ¿Qué diría Kutuzov?—. Sally, esto es importante. ¿Puede usted venir esta noche e informarme? Usted o cualquiera que sepa algo de esto.

—De acuerdo. El teniente Sinclair está mirándoles ahora. Rod, es realmente fantástico la destreza de estos animalitos. Y pueden introducirse en lugares en los que sería necesario utilizar herramientas suplementarias e instrumentos especiales.

—Me lo imagino. Sally, dígame la verdad, ¿hay alguna posibilidad de que las miniaturas sean seres inteligentes?

—No. Están simplemente especializadas.

—Sólo especializadas. —Si hubiese alguna viva a bordo de la
MacArthur
habría explorado la nave de proa a popa—. Sally, ¿hay alguna posibilidad de que uno de los alienígenas pueda oírme ahora?

—No. Estoy utilizando el audífono, y no les hemos permitido trabajar con nuestro equipo.

—No puede estar segura del todo, sin embargo. Ahora escúcheme cuidadosamente, luego quiero hablar en privado con todos los demás tripulantes del transbordador; uno a uno. ¿Ha dicho alguien algo, lo que sea, de que hay miniaturas perdidas a bordo de la
MacArthur?


No. Nos dijo usted que no lo dijésemos, ¿recuerda? ¿Qué pasa, Rod? Qué pasa.

—Por amor de Dios, no digan nada sobre las miniaturas perdidas. Se lo diré a los otros cuando hable con ellos. Y quiero verles a todos, salvo la tripulación regular del transbordador, esta noche. Es hora de que intercambiemos nuestros datos sobre los pajeños, porque tendré que informar al almirante mañana por la mañana. —Parecía casi pálido—. Supongo que puedo esperar hasta entonces.

—Bueno, desde luego que puede —dijo ella.

Sonrió graciosamente, pero se sentía inquieta. Nunca había visto a Rod tan preocupado y esto le preocupaba a ella.

—Estaremos ahí en una hora —dijo—. Ahora le dejo con el señor Whitbread, y, por favor, Rod, deje de preocuparse.

24 • Marrones

La sala de guardia de la
MacArthur
estaba llena de gente. Los asientos de la mesa principal los ocupaban oficiales y científicos y había otros por la periferia. En un mamparo la gente de comunicaciones había instalado una gran pantalla, pero los camareros obstruían las tareas de los técnicos llevando el café a los reunidos. Todos charlaban despreocupadamente, salvo Sally. Sally recordaba la expresión preocupada de Rod Blaine y no podía integrarse en aquella feliz reunión.

Los oficiales se pusieron de pie cuando entró Rod. Algunos civiles se levantaron también; otros fingieron no ver al capitán; y unos cuantos le miraron y luego desviaron la vista, explotando su condición de civiles. Rod, al ocupar su puesto en la cabecera de la mesa, murmuró «Calma», y luego se sentó lentamente. A Sally le pareció aún más preocupado que antes.

—Kelley.

—¡Señor!

—¿Es segura esta habitación?

—En la medida en que podemos saberlo, lo es, señor. He revisado todas las instalaciones.

—¿Qué es esto? —exigió Horvath—. ¿Contra quién está usted protegiéndose?

—Es necesario tomar medidas de precaución, doctor. —Rod miró al Ministro de Ciencias con una expresión que indicaba al tiempo súplica y mandato—. Debo decirles que todo lo que se discuta aquí se clasificará como sumo secreto. ¿Han leído ustedes las normas imperiales sobre revelación de datos secretos?

Hubo un murmullo de asentimiento. La atmósfera alegre y despreocupada se desvaneció de pronto.

—¿Alguna discrepancia? Permitan que la grabadora muestre que no hubo ninguna. Doctor Horvath, tengo entendido que hace tres horas descubrió usted que las miniaturas son animales muy especializados capaces de realizar trabajos técnicos bajo control. ¿Es correcto eso?

—Sí. Desde luego. ¡Fue una gran sorpresa, se lo aseguro! Las implicaciones son enormes. Si podemos aprender a dirigirlos, serían un suplemento fabuloso de nuestra capacidad.

Rod asintió con aire ausente.

—¿Hay alguna posibilidad de que pudiéramos haber sabido esto antes? —preguntó—. ¿Lo sabía alguien? ¿Nadie?

Other books

Caught on Camera with the CEO by Natalie Anderson
Conquerors' Legacy by Timothy Zahn
It's Always Been You by Victoria Dahl
La muñeca sangrienta by Gaston Leroux
The Bootlegger Blues by Drew Hayden Taylor
Ocean's Surrender by Denise Townsend
Dangerous to Know & Love by Jane Harvey-Berrick
Street Without a Name by Kassabova, Kapka
Dick Francis's Refusal by Felix Francis