—No.
—Pero tenemos a varios miembros de la tripulación que son de allí. En la
Lenin
hay más, claro. Hay un porcentaje muy alto de katerinenses en la Marina, capitán. ¿Sabe usted por qué?
—Sólo vagamente.
—Fueron introducidos por los elementos rusos de la antigua flota del Condominio —dijo Cargill—. Cuando la flota del Condominio salió del sistema solar, los rusos establecieron a sus mujeres e hijos en Ekaterina. En las Guerras de Formación sufrieron muchos ataques. Luego comenzaron las Guerras Separatistas, cuando Sauron atacó St. Ekaterina sin previo aviso. St. Ekaterina permaneció leal, pero...
—Como Nueva Escocia —dijo Rod. Cargill asintió con entusiasmo.
—Exactamente, señor. Fanáticos leales al Imperio. Con buenas razones, dada su historia. La única paz que han visto ha sido la impuesta por un Imperio fuerte.
Rod asintió y luego volvió a sus pantallas. Había un medio de hacer feliz al almirante.
—Staley —dijo—. Que el artillero Kelley ordene a todos los infantes de Marina que busquen a los pajeños escapados. Que disparen sobre ellos si es necesario. Si es posible sólo para inmovilizarlos, pero que disparen. Y suelten a esos hurones en la zona de cocinar.
Cuando la nave pajeña hizo su aproximación final, todos los detalles de su estructura quedaron ocultos por el relumbrante propulsor. La
MacArthur
enfocó sus pantallas sobre ella y, a cien kilómetros de distancia, también la
Lenin
se puso a observar.
—Todos a sus puestos de combate, señor Staley —ordenó suavemente Blaine.
Staley hizo girar completamente, en el sentido de las agujas del reloj, la gran palanca roja que ahora marcaba Condición Dos. Sonaron las alarmas, y luego un toque de trompeta grabado entonó «¡A las armas!», y sus rápidas notas resonaron por los pasillos de acero.
—ATENCIÓN. ESCUCHEN. TODOS A SUS PUESTOS DE COMBATE. TODOS A SUS PUESTOS DE COMBATE. SITUACIÓN ROJO UNO.
Oficiales y tripulación se apresuraron a ocupar sus puestos: artilleros, torpederos, infantes de marina. Cocineros, personal de limpieza y almaceneros se convirtieron inmediatamente en supervisores de los posibles daños. Cirujanos y personal médico montaron estaciones sanitarias de emergencia en diversos puntos de la nave. Todo rápida y silenciosamente. Rod se sentía orgulloso. Cziller le había entregado una nave muy bien organizada, y aún seguía estándolo.
—SALA DE COMUNICACIÓN INFORMA SITUACIÓN ROJO UNO —anunció el transmisor del puente.
El tercer piloto comunicó la orden que le transmitió otro miembro de la tripulación, y todos se apresuraron a obedecer; pero no daba ninguna orden propia. Transmitía palabras que podían lanzar a la
MacArthur
a través del espacio, hacerla disparar su cañón láser, lanzar sus torpedos, atacar o retirarse, e informaba de resultados que Blaine probablemente ya conocería gracias a sus pantallas e instrumentos. No tomaba ninguna iniciativa ni nunca lo haría, pero a través de él se mandaba la nave. Era un robot, sin mente y todopoderoso.
—PUESTOS ARTILLEROS INFORMAN SITUACIÓN ROJO UNO.
—OFICIAL AL MANDO DE LOS INFANTES DE MARINA INFORMA SITUACIÓN ROJO UNO.
—Staley, que los soldados que no tengan que ocupar puestos de vigilancia prosigan la búsqueda de esos alienígenas perdidos —ordenó Blaine.
—Está bien, señor.
—CONTROL DE DAÑOS INFORMA SITUACIÓN ROJO UNO.
La nave pajeña desaceleró hacia la
MacArthur;
la llama de fusión del propulsor era una llamarada en las pantallas de la nave de combate. Rod miraba nervioso.
—Sandy, ¿qué datos podemos obtener de ese impulsor?
—No desprende demasiado calor, capitán —informó Sinclair por el intercomunicador—. El Campo puede aguantar perfectamente durante veinte minutos o más. Y el calor no se centra, capitán; no habrá puntos calientes.
Blaine asintió. Había llegado a la misma conclusión, pero era prudente comprobar cuándo podía hacerse. Observó que la luz crecía constantemente.
—Parece bastante pacífica —dijo Rod a Renner—. A pesar de que quizás sea una nave de guerra.
—Estoy seguro de que lo es, capitán. —Renner parecía muy tranquilo; aunque los pajeños atacasen, él sería más espectador que participante—. Al menos no han dirigido contra nosotros la llama de su impulsor. Es una cortesía.
—Diablos con la cortesía. Esas llamas se extienden. Algunas caen sobre nuestro Campo Langston, y ellos pueden observar los efectos que producen.
—No había pensado en eso.
—INFANTES DE MARINA INFORMAN DE LA PRESENCIA DE CIVILES EN LOS PASILLOS, CUBIERTA B, MAMPARO VEINTE.
—¡Maldita sea! —gritó Blaine—. Eso es astronomía. ¡Que despejen esos pasillos!
—Debe de ser Buckman —dijo Renner riendo—. Tendrán problemas para sacarle de allí...
—Desde luego. Señor Staley, diga a los soldados que metan a Buckman en su camarote aunque tengan que llevarle a rastras.
Whitbread sonrió. La
MacArthur
estaba en caída libre, sin giro. ¿Cómo podrían los soldados llevar a rastras al astrofísico?
—SALAS DE TORPEDOS INFORMAN SITUACIÓN ROJO UNO. TORPEDOS ARMADOS Y DISPUESTOS.
—Uno de los jefes de cocina cree haber visto a uno de los pajeños huidos —dijo Staley—. Los soldados van hacia allá.
La nave alienígena se acercó más; su propulsor era un resplandor de un blanco firme. Todo se desarrolla perfectamente, pensó Blaine. La desaceleración se mantenía. Evidentemente ellos confiaban
en todo...
sus propulsores, sus computadoras, sus sensores...
—SALA DE MOTORES INFORMA SITUACIÓN ROJO UNO. CAMPO A MÁXIMA POTENCIA.
—Los soldados han llevado al doctor Buckman a su camarote —dijo Staley—. Tiene usted al doctor Horvath en el intercomunicador. Quiere quejarse.
—Escúchele usted, Staley. Pero no mucho tiempo.
—SECCIÓN ARTILLERA INFORMA. TODAS LAS BATERÍAS APUNTANDO A LA NAVE ALIENÍGENA.
La
MacArthur
estaba en situación de alerta total. La tripulación esperaba en su puesto. Todo el equipo no esencial localizado cerca del casco de la nave había sido enviado abajo.
La torre en que estaba la cabina de control de Blaine sobresalía como una protuberancia del casco del crucero. Por razones de gravedad de giro estaba convenientemente situada lejos del eje de la nave, pero en caso de combate era lo primero que sobresalía. La cabina de Blaine era ahora una cáscara hueca, y su mesa y el engranaje más importante se había elevado, automáticamente, desde hacía mucho hacia una de las zonas de recreo de gravedad nula.
Todos los compartimentos del núcleo central de la nave estaban atestados, mientras que las cubiertas exteriores estaban vacías, despejadas para permitir a los grupos de control de daños trabajar libremente.
La nave pajeña se aproximaba muy deprisa. Aún no era más que una luz deslumbradora, cuyo propulsor de fusión desprendía un abanico luminoso sobre el Campo Langston de la
MacArthur.
—SECCIÓN ARTILLERA INFORMA. NAVE ALIENÍGENA DESACELERANDO A CERO OCHO SIETE CERO GRAVEDADES.
—Ninguna sorpresa —dijo Renner con voz apagada.
La luz se amplió hasta llenar la pantalla... y luego se hizo más difusa. Al instante siguiente la nave alienígena se deslizaba al costado del crucero de combate, y la llama de su impulsor se había apagado.
Era como si la nave hubiese entrado en un muelle invisible prefijado seis días atrás. La nave había quedado en posición de descanso respecto a la
MacArthur.
Rod vio sombras moverse dentro de los anillos hinchados de su extremo frontal.
Renner lanzó un bufido, y dijo muy alterado:
—¡Demonios!
—Señor Renner, contrólese.
—Disculpe, señor. Es la hazaña más asombrosa de pilotaje espacial que he visto. Si alguien me lo contase, le llamaría mentiroso. ¿Quiénes se creen que son? —Renner estaba realmente furioso—. Cualquier aprendiz de astrogador que intentase una locura como ésta sería degradado, si es que sobrevivía.
Blaine asintió. El piloto pajeño no había calculado ningún margen de error. Y...
—Estaba equivocado. No puede ser una nave de guerra.
Mírela.
—
Sí. Es frágil como una mariposa. Podría aplastarla con la mano. Rod caviló un momento y luego dio órdenes.
—Pida voluntarios. Establezca un primer contacto con esa nave, utilizando sólo un taxi sin armas. Y... mantenga Situación Rojo Uno.
Hubo muchos voluntarios.
Uno de ellos fue el guardiamarina Whitbread. Y Whitbread ya había hecho lo mismo antes.
Ahora esperaba en el taxi. Observaba cómo las puertas del hangar se desplegaban a través de su placa facial plástica polarizada.
Había hecho aquello antes. La minera pajeña no le había matado. El negror se agitó. Súbitas estrellas aparecieron a través de un vacío del Campo Langston.
—Es bastante grande —dijo la voz de Cargill en su oído derecho—. Puede usted salir ya, señor Whitbread. Deprisa.
Whitbread accionó los racimos impulsores. El taxi se elevó, pasó flotando a través de la abertura y llegó a un espacio estrellado en el que se divisaba a lo lejos el resplandor del Ojo de Murcheson. Tras él se cerró el Campo Langston. Whitbread quedaba aislado allí fuera.
La
MacArthur
era una zona claramente delimitada de negror sobrenatural. Whitbread la rodeó tranquilamente. Brilló la Paja sobre el borde negro; luego apareció la nave alienígena.
Whitbread avanzaba lento. La nave iba creciendo poco a poco. Su núcleo central era delgado como una lanza. En sus costados aparecían indicaciones funcionales: las cubiertas de las escotillas, las antenas. Cerca del punto central destacaba un cuadrado negro y único: posiblemente la superficie de un radiador.
Dentro de los anchos anillos translúcidos que rodeaban el extremo frontal Whitbread veía moverse formas. Se perfilaban con claridad suficiente para despertar su horror; sombras vagamente humanas pero retorcidas hasta la irrealidad.
Cuatro toroides, y sombras dentro de todos ellos. Whitbread informó:
—Están utilizando todos sus tanques de combustible como espacio vital. No podrán volver a casa sin nuestra ayuda.
—¿Está usted seguro? —preguntó el capitán.
—Lo estoy, señor. Quizás haya un tanque interior, pero no puede ser muy grande.
Ya casi había llegado a la nave alienígena. Paró suavemente en el costado de los tanques de combustible habitados. Abrió la puerta de su cámara neumática.
Inmediatamente se abrió una puerta junto al extremo frontal del núcleo metálico central de la nave alienígena. Un pajeño apareció en la abertura oval; llevaba un sobre transparente. El alienígena esperaba.
—Solicito permiso para abandonar el... —dijo Whitbread.
—Concedido. Informe siempre que lo juzgue oportuno. Por lo demás, utilice su propio criterio. Los soldados están preparados, Whitbread, así que no pida ayuda a menos que realmente la necesite. Llegarán muy rápido. Buena suerte.
Cuando la voz de Cargill se esfumó, volvió la del capitán.
—No corra ningún riesgo grave, Whitbread. Recuerde que queremos que vuelva a informar.
—De acuerdo, capitán.
El pajeño se apartó grácilmente al aproximarse Whitbread a la cámara neumática. Quedó cómicamente en el vacío, con su gran mano izquierda sujeta a un anillo que sobresalía del casco.
—Hay materiales que sobresalen por todas partes —dijo Whitbread por su micrófono—. Esta nave
no pudieron
lanzarla desde el interior de una atmósfera.
Se detuvo en la abertura oval y saludó al alienígena que sonreía cortésmente. Sólo a medias fue sardónica su protocolaria pregunta:
—¿Me permite subir a bordo?
El alienígena se dobló por la cintura... ¿o era un cabeceo exagerado? La articulación de la espalda quedaba por debajo de los hombros. Señaló hacia la nave con los dos brazos derechos.
La cámara neumática era del tamaño adecuado para el pajeño. Whitbread vio tres botones empotrados en una red de flámulas de plata. Circuitos. El pajeño advirtió su admiración, luego se adelantó pulsando primero uno, luego otro.
La cámara se cerró tras ellos.
La Mediadora permanecía en el vacío, esperando a que la escotilla realizase su ciclo, asombrada de la extraña estructura del intruso, su simetría, la extraña articulación de sus huesos. Desde luego aquel ser no estaba relacionado con las formas de vida conocidas. Y su nave había aparecido en lo que para la Mediadora era el punto de Eddie el Loco.
La Mediadora estaba aún más asombrada de su fracaso al intentar accionar el circuito de la escotilla sin ayuda.
Aquel ser venía sin duda como Mediador. Tenía que ser una criatura inteligente. ¿O enviarían primero a un animal? No, no harían eso. Sería un terrible insulto a cualquier cultura.
La escotilla se abrió. La Mediadora penetró y activó el ciclo. El intruso esperaba en el pasillo, tapándolo como un corcho una botella. La Mediadora se quitó lentamente su cobertura depresión, quedando desnuda. Siendo alienígena, aquella criatura podría fácilmente suponerla un Guerrero. Debía convencerla de que estaba desarmada.
La condujo hacia las secciones hinchadas, más espaciosas. Aquella criatura grande y torpe se movía con dificultad. No se adaptaba bien a la caída libre. Se detenía para atisbar por los paneles-ventanas de las secciones de la nave, y examinaba mecanismos que los Marrones habían instalado en el pasillo. ¿Por qué haría eso un ser inteligente?
A la Mediadora le habría gustado remolcar a la criatura, pero ésta quizás pudiese interpretarlo como un ataque. Y eso debía evitarlo a toda costa.
De momento la trataría como a un Amo.
Había una cámara de aceleración: veintiséis retorcidas literas dispuestas en tres columnas, todas similares en apariencia a la litera transformada de Crawford; sin embargo no eran idénticas. El pajeño seguía avanzando delante de él, grácil como un delfín. Su piel era una compleja estructura de curvadas fajas marrones y blancas, salpicadas de cuatro matas de tupido pelo blanco en el pubis y en los sobacos. A Whitbread le parecía una criatura hermosa. Ahora se había detenido para esperar por él... con impaciencia, pensó Whitbread.
Intentó no pensar hasta qué punto estaba atrapado. El pasillo, a oscuras, resultaba claustrofóbicamente estrecho. Miró una hilera de tanques conectados por bombas, posiblemente un sistema de refrigeración del combustible de hidrógeno. Se comunicaría con aquel tanque negro exterior.