—Bueno, no podemos permitir que exhiban imágenes pornográficas en esta nave... ¡y menos con el capellán a bordo! Por no mencionar a la señorita.
La señorita en cuestión había estado también mirando el Canal Dos, y cuando las imágenes desaparecieron posó la cuchara y abandonó el comedor. Al salir se puso prácticamente a correr, sin hacer caso de las miradas de los que pasaban. Cuando llegó al salón jadeaba... allí seguían aún las miniaturas
en flagrante delito.
Se colocó al lado de la jaula y estuvo observándolas casi un minuto. Luego dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
—La última vez que comprobaron, eran las dos hembras. Nadie dijo nada.
—¡Cambian de sexo! —exclamó—. Apuesto a que es la preñez lo que lo desencadena. Doctor Horvath, ¿qué piensa usted?
—Parece bastante probable —dijo Horvarth lentamente—. En realidad... estoy casi seguro de que el de arriba es la madre del pequeño. —Parecía esforzarse por no tartamudear. Se había ruborizado mucho.
—Oh, Dios mío —dijo Sally.
Acababa de ocurrírsele en aquel momento qué impresión estaría produciendo allí. Salió rápidamente de la sala en el momento en que desaparecía la imagen del intercomunicador. Llegó sin aliento. Las culturas Trans-Saco de Carbón habían desarrollado casi universalmente una profunda gazmoñería en sus costumbres...
Y ella, una dama imperial, corriendo a ver a dos alienígenas haciendo el amor, como si dijésemos.
Sintió deseos de gritar, de explicar. ¡Es importante! Este cambio de sexo debe de ser común a todos los pajeños. Debe de afectar sin duda a todo su estilo de vida, a su personalidad, su historia. Indica que los jóvenes pajeños se hacen casi independientes con gran rapidez... ¿Estaría ya destetada la cría, o debía la «madre», macho ahora, segregar leche incluso después del cambio de sexo? Esto afecta sin duda a todas las actividades de los pajeños, a
todas.
Es básico. Por eso me apresuré a...
Pero en vez de eso, se fue. Bruscamente.
En contra de lo habitual, la sala artillera estaba tranquila. Con tres jóvenes tenientes embutidos entre seis guardiamarinas, solía ser un caos. Potter suspiró feliz al ver que todos dormían salvo Whitbread. Pese a sus burlas, Whitbread era uno de los amigos que Potter tenía a bordo de la
MacArthur.
—¿Cómo está la astronomía? —preguntó suavemente Whitbread; el guardiamarina estaba tendido en su hamaca—. Páseme una botella de cerveza, Gavin, ¿quiere?
Potter cogió también otra para él.
—Abajo parece una casa de locos, Jonathon. Pensé que las cosas mejorarían cuando encontrasen Paja Uno, pero no es así.
—Bueno, trazar el mapa de un planeta es para la Marina algo rutinario —dijo Whitbread.
—Puede que sea rutinario para la Marina, pero éste es mi primer viaje en un crucero espacial. He tenido que hacer yo la mayor parte del trabajo, mientras ellos discuten nuevas teorías que no soy capaz de entender. Supongo que usted lo considerará un buen entrenamiento...
—Lo es.
—Gracias. —Potter bebió un trago de cerveza.
—Y tampoco es que sea más divertido. ¿Qué ha conseguido usted hasta ahora?
—Muy poco. Hay una luna, como sabe, así que calcular la masa fue fácil. La gravedad superficial es de unos ochocientos setenta centímetros por segundo al cuadrado.
—Cero ochenta y siete como media. Exactamente lo que acelera la sonda pajeña. Era de esperar, no es ninguna sorpresa.
—Pero sí hay sorpresas en la atmósfera —dijo Potter con insistencia—. Y hemos localizado ya los centros de civilización. Neutrinos, columnas de aire sobre la plantas de fusión, electromagnetismo... están por todas partes, en todos los continentes e incluso en el mar. El planeta está
atestado.
Potter decía esto sobrecogido. Estaba acostumbrado a la amplitud de espacio de Nueva Escocia.
—Tenemos también un mapa —continuó—. Estaban terminando un mapa total del planeta cuando me fui. ¿Le gustaría verlo?
—Desde luego.
Whitbread desató la red de su hamaca. Bajaron las dos cubiertas hasta la zona de los científicos. La mayoría de los civiles trabajaban en las zonas de gravedad relativamente alta próximas a la superficie exterior de la
MacArthur,
pero dormían más cerca del núcleo central de la nave.
El globo, de unos ciento veinte centímetros, estaba instalado en un pequeño vestíbulo que utilizaba la sección astronómica. Durante los combates el comportamiento lo ocupaban los grupos de control de daños y lo utilizaban para piezas de reparaciones de emergencia. Ahora estaba vacío. Un repiqueteo anunció la última guardia.
Había ya un mapa completo del planeta en el que sólo faltaba el polo sur, y el globo indicaba la inclinación axial del astro. Los telescopios amplificadores de luz de la
MacArthur
habían proporcionado una imagen muy semejante a la de cualquier planeta tipo Tierra: profundos y variados azules difuminados por escarcha blanca, desiertos rojos y las blancas cimas de las montañas. Las películas se habían tomado en varios períodos y diversas longitudes de onda para que las nubes no oscureciesen demasiado la superficie. Los centros industriales, marcados con una señal dorada, salpicaban el planeta.
Whitbread estudió el mapa cuidadosamente mientras Potter servía café del termo del doctor Buckman. Buckman, por alguna razón, tenía siempre el mejor café de la nave... al menos el mejor al que tenían acceso los guardiamarinas.
—Señor Potter, no sé por qué, pero tengo la impresión de que se parece a Marte.
—No sé por qué será, señor Whitbread. ¿Qué es un Marte?
—El cuarto planeta del Sol. ¿Nunca ha estado usted en Nueva Anápolis?
—Recuerde que yo soy del sector Trans-Saco de Carbón.
—Bueno, ya irá usted allí. Aunque supongo que eliminan parte del entrenamiento en el caso de los reclutas coloniales. Es una lástima. Puede que el capitán consiga arreglárselo. Lo más curioso es la última misión de entrenamiento, cuando te hacen calcular el mínimo de combustible para hacer un aterrizaje de emergencia en Marte, y luego
hacerlo
con tanques sellados. Hay que utilizar la atmósfera como freno, y como hay muy poca, tiene uno casi que rozar el suelo para conseguir algo.
—Eso parece bastante divertido, señor Whitbread. Lo lamento, pero tengo una cita con el dentista ese día.
Whitbread continuó contemplando el globo mientras bebían el café.
—Me inquieta la idea, Gavin. De veras. Preguntémosle a alguien.
—El teniente Cargill aún está fuera, en la Colmena.
Como primer teniente, Cargill era quien estaba oficialmente al cargo del entrenamiento de los guardiamarinas. Era también paciente con los jóvenes, mientras que otros muchos oficiales no lo eran.
—Puede que esté levantado alguien aún —sugirió Whitbread.
Avanzaron hacia el puente, y vieron a Renner con jabón en la barbilla. No le oyeron maldecir porque tenía que compartir ahora su camarote con otros nueve oficiales.
Whitbread explicó su problema.
—Y me parece como si fuese Marte, señor Renner. Pero no sé por qué.
—Yo tampoco —dijo Renner—. Nunca he estado cerca del Sol.
No había motivo alguno para que las naves mercantes pasasen de la órbita de Neptuno, aunque, como hogar original de la Humanidad, el Sol quedaba emplazado en una posición central como punto de comunicación con otros sistemas más prósperos.
—Nunca oí nada bueno sobre Marte. ¿Por qué es importante?
—No lo sé. Probablemente no lo sea.
—Pero usted parece pensar que lo es. Whitbread no contestó.
—Hay algo extraño en Paja Uno, sin embargo. Parece cualquier otro planeta del Imperio, salvo... ¿O será sólo porque sé que está lleno de monstruos alienígenas? Bueno, tengo que tomar un vaso de vino con el capitán dentro de cinco minutos. Permítame que coja mi capote y continúe hacia allí. Se lo preguntaremos.
Renner entró rápidamente en su cabina antes de que Whitbread y Potter pudiesen protestar. Potter miró a su compañero acusadoramente. ¿En qué clase de lío le había metido ahora?
Renner les condujo escaleras abajo a la torre de alta gravedad donde estaba la cabina de control del capitán. Un aburrido soldado que se sentaba a la mesa que había junto a la puerta. Whitbread le reconoció... era del dominio público que el alambique de vacío del sargento Maloney, localizado en algún punto situado delante de la sala de torpedos de estribor, hacía el mejor whisky irlandés de la Flota. A Maloney le interesaba sobre todo la calidad, no la cantidad.
—Bien, que pasen los guardiamarinas —dijo Blaine—. No hay apenas nada que hacer hasta que regrese el transbordador. Entren, caballeros. ¿Vino, café o algo más fuerte?
Whitbread y Potter pidieron jerez, aunque Potter hubiese preferido whisky. Lo bebía desde los once años. Se sentaron en pequeñas sillas plegables que se ajustaban en trinquetes esparcidos alrededor de la cubierta de la cabina de Blaine. Las escotillas de observación estaban abiertas y el Campo de la nave desconectado, de modo que la masa de la
MacArthur
colgaba sobre ellos. Blaine advirtió las miradas nerviosas de los guardiamarinas y sonrió. A todos les pasaba igual al principio.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Blaine. Whitbread se lo explicó.
—Comprendo, señor Potter. ¿Podría emplazar el globo en mi intercomunicador? Gracias. —Rod estudió la imagen en la pantalla—. Bueno, es un mundo de aspecto normal. Sin embargo, los colores parecen un poco apagados. Las nubes parecen... sucias, diría yo. No es raro. Hay todo tipo de crudos en la atmósfera. Debería usted saber eso, señor Whitbread.
—Sí, señor —Whitbread arrugó la nariz—. Materia sucia.
—Exactamente. Pero es el helio lo que preocupa al señor Buckman. Me pregunto si lo habrá calculado ya. Hace ya varios días... Maldita sea, Whitbread, se parece mucho a Marte. Pero ¿por qué?
Whitbread se encogió de hombros. Ahora lamentaba haber planteado la cuestión.
—Es difícil distinguir los contornos. Siempre lo es.
Con aire ausente Rod llevó su café y su whisky irlandés junto a la pantalla del intercomunicador. Oficialmente no sabía de dónde procedía aquel whisky. Kelley y sus infantes de marina velaban siempre, sin embargo, porque el capitán tuviese cantidad suficiente. A Cziller le gustaba el
slivovitz, y
esto había puesto a prueba el ingenio de Maloney.
Blaine trazó el perfil de un pequeño mar.
—Es difícil diferenciar la tierra del mar, pero las nubes parecen siempre formaciones permanentes... —trazó el perfil de nuevo—. Ese mar es casi un círculo.
—Sí. Y ése también. —Renner marcó un fino anillo de islas mucho mayores que el mar que Blaine había estudiado—. Y esto... sólo puede verse una parte del arco. —Aquello estaba en tierra, un arco de colinas bajas.
—Son todo círculos —proclamó Blaine—. Lo mismo que en Marte. Ésa es la cuestión. Marte ha estado girando a través del cinturón asteroidal del Sol cuatro millones de años. Pero no hay tantos asteroides en este sistema, y además están todos en los puntos troyanos.
—Señor, ¿no son la mayoría de los círculos un poco más pequeños, en realidad? —preguntó Potter.
—Lo son, señor Potter. Lo son.
—¿Y qué puede significar eso? —preguntó Whitbread en voz alta, aunque había querido en realidad hablar sólo para sí.
—Otro misterio para Buckman —dijo Blaine—. Le encantará. Ahora, utilicemos el tiempo más constructivamente. Me alegro de que hayan traído consigo a este joven, señor Renner. ¿Saben jugar ustedes dos al
bridge?
Sabían, pero Whitbread tuvo una racha de mala suerte. Perdió casi la paga de un día.
El juego terminó con el regreso del transbordador. Cargill fue inmediatamente a la cabina del capitán para hablarle de la expedición. Traía información, estaban descargando un par de mecanismos pajeños incomprensibles en aquel momento en la cubierta hangar, y una plancha rota y retorcida de material metálico dorado que llevaba él mismo en las manos, protegidas con gruesos guantes. Blaine dio las gracias a Renner y a los guardiamarinas por la partida y éstos entendieron la velada indirecta, aunque a Whitbread le hubiese gustado quedarse.
—Yo me voy a mi litera —dijo Potter—. A menos que...
—¿Sí? —instó Whitbread.
—¿No sería un magnífico espectáculo si el señor Crawford fuese ahora a ver su cabina? —dijo Potter maliciosamente. Jonathon Whitbread esbozó una suave sonrisa.
—Lo sería, realmente, señor Potter. Desde luego que sí. ¡Démonos prisa!
Merecía la pena. Los guardiamarinas no estaban solos en las salas de órdenes, fuera de la cubierta hangar, cuando un soldado de comunicaciones, por orden de Whitbread, conectó con el camarote.
Crawford no les desilusionó. Habría cometido xenocidio, el primer crimen de este género en la historia humana, si sus amigos no le hubiesen contenido. Tanto se enfureció que se enteró de ello el capitán, y como resultado Crawford fue directamente de ronda a la guardia siguiente.
Buckman cogió a Potter y se lo llevó al laboratorio de astronomía, seguro de que el joven guardiamarina era el organizador de aquel caos. Le sorprendió agradablemente el trabajo realizado. Le agradó también el café que estaba esperándole. Aquel termo estaba
siempre
lleno, y Buckman había llegado a acostumbrarse. Sabía que era obra de Horace Bury.
A la media hora de llegar el transbordador, Bury supo de la plancha de metal dorado. Aquello era algo extraño... y, potencialmente, muy valioso. También podían serlo las máquinas pajeñas de aspecto antiguo... ¡Si pudiese tener acceso a la computadora del transbordador! Pero las habitaciones de Nabil no incluían esto.
Después tendrían que tomar café y charlar con Buckman, pero eso podía esperar, desde luego. Y al día siguiente llegaría la nave pajeña. No había duda, iba a ser una expedición muy importante... ¡y la Marina creía estar castigándole por apartarle de sus negocios! Desde luego, no aumentarían los negocios sin la supervisión de Bury, pero el daño no sería muy grave tampoco; y, además, con lo que podría aprender allí, quizás Autonética Imperial se convirtiese en la empresa más poderosa de la Asociación de Comerciantes Imperiales. Si la Marina pensaba que la Asociación les causaba problemas ahora, ya verían lo que iba a ser cuando Horace Bury la controlase... Sonrió levemente para sí. Nabil, al ver sonreír a su amo, se encogió nervioso, intentando pasar desapercibido.