La paja en el ojo de Dios (24 page)

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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Desde el exterior no se veía señal alguna de daño o reparación. Parte del casco calorífico colgaba por debajo del morro del transbordador como una gran pala, dejando al descubierto las ventanas de la sala de control y la parte frontal del arma principal del vehículo: un cañón láser.

En caso de combate el primer deber del transbordador era realizar observaciones y enviar informes. A veces procuraba situarse como un torpedo sobre una nave de combate enemiga blindada. Contra las naves pajeñas, que carecían de Campo, aquel cañón era más que suficiente.

Cargill inspeccionó las armas del vehículo con más detenimiento de lo habitual. Temía ya a los pajeños. En esto era casi único; pero no lo sería eternamente.

La segunda nave alienígena era mayor que la primera, pero los cálculos de su masa dependían en gran medida de factores variables: la aceleración (conocida), el consumo de combustible (que se deducía de la temperatura del impulsor), temperatura de funcionamiento (que se deducía del espectro de radiación, cuya cúspide se encontraba en la región de los rayos X suaves) y eficiencia (pura especulación). La masa, considerada en su conjunto, parecía demasiado pequeña: aproximadamente del tamaño de una nave humana de tres tripulantes.

—Pero ellos no son hombres —indicó Renner—. Cuatro pajeños pesan tanto como dos hombres, pero no necesitan tanto espacio. No sabemos el equipo que llevan, el armamento ni la protección. Las paredes delgadas no parecen asustarles, y eso les permite construir cabinas mayores...

—Está bien —le interrumpió Rod—. Si no sabe, dígalo.

—No sé.

—Gracias —dijo pacientemente Rod—. ¿Hay algo de lo que
esté
seguro?

—Aunque parezca extraño, sí, señor. La aceleración. Ha sido constante en tres cifras significativas desde que localizamos la nave. Pero resulta extraño. Normalmente uno acciona el impulsor para mantenerlo al máximo, y corrige los pequeños errores sobre la marcha... y si dejas el impulsor solo, aún sigue habiendo diferencias. Para mantener la aceleración constante como ellos hay que estar controlándola constantemente.

Rod se rascó la nariz.

—Es una señal. Están diciéndonos exactamente adonde van.

—Sí, señor. Y vienen hacia aquí. Están diciéndonos que les esperemos —Renner esbozó una sonrisa extraña y feroz—. Bueno, sabemos algo más, capitán. El contorno transversal de la nave ha disminuido desde que la localizamos. Probablemente hayan abandonado algunos tanques de combustible.

—¿Cómo ha descubierto eso? ¿No tiene que estar el objetivo en tránsito sobre el sol?

—Normalmente sí. Pero aquí bloquea el Saco de Carbón. Hay suficiente luz saliendo del Saco de Carbón para permitirnos un buen cálculo del área transversal de la nave. ¿Se ha dado cuenta, capitán, de los colores del Saco de Carbón?

—No. —Blaine se rascó de nuevo la nariz—. El que se desprendan de tanques de combustible no parece muy propio de una nave de guerra, ¿verdad? Pero no es ninguna garantía. Lo único que nos dicen es que tienen prisa.

Staley y Buckman ocupaban los asientos traseros de la cabina de control triangular del transbordador. Mientras el vehículo se alejaba a una gravedad, Staley observaba cómo el Campo de la
MacArthur
se cerraba tras ellos. Frente al negro del Saco de Carbón el crucero de batalla parecía hacerse invisible. No había nada que mirar más que el cielo.

La mitad de aquel cielo era Saco de Carbón, sin estrellas salvo un cálido punto rosado a varios grados del borde. Era como si el universo terminase allí. Como un muro, pensó Horst.

—Mira eso —dijo Buckman, y Horst dio un salto—. Hay gente en Nueva Escocia que le llama la Cara de Dios. ¡Idiotas supersticiosos!

—Exactamente —dijo Horst. Las supersticiones eran absurdas.

—¡Desde aquí no parece en absoluto un hombre, y es diez veces más impresionante! Me gustaría que el marido de mi hermana pudiese verlo. Pertenece a la Iglesia de Él.

Horst asintió en la semioscuridad.

Desde cualquiera de los mundos humanos conocidos, el Saco de Carbón era un agujero negro en el cielo. Lo lógico hubiera sido esperar que fuese negro también allí. Pero ahora que sus ojos se ajustaban a la situación, Horst veía rastros de brillo rojo dentro del Saco de Carbón. La materia nebular parecía una serie de capas de visillos de gasa, como sangre extendida sobre el agua. Cuanto más grande parecía, más profundo podía verse en él. Ondas y torbellinos y corrientes parecían poseer una profundidad de años luz en el gas y el polvo sostenidos en el vacío.

—¡Os imagináis, tener que tocarme de cuñado un eliano! Intenté educar un poco a ese idiota —dijo Buckman enérgicamente—, pero no me escucha.

—Creo que nunca he visto un cielo más hermoso. ¿Toda esa luz viene del Ojo de Murcheson, doctor Buckman?

—No parece posible, ¿verdad? Hemos intentado localizar otras fuentes, fluorescencia, estrellas UV rodeadas de polvo... si hubiese masa allí dentro las habríamos localizado con los indicadores de masas. Eso no es tan probable, Staley. El Ojo no está tan lejos del Saco de Carbón.

—Un par de años luz.

—Bueno, ¿y qué? La luz viaja más deprisa que eso, si tiene vía libre. —Los dientes de Buckman brillaron a la desmayada luz multicolor del tablero de control—. Murcheson perdió una magnífica oportunidad al no estudiar el Saco de Carbón cuando pudo hacerlo. Por supuesto estaba en el peor lado del Ojo, y probablemente no se aventurase mucho más allá del punto de ruptura... ¡Y ha sido una suerte para nosotros, Staley! ¡Nunca imaginé una oportunidad como ésta! ¡Una espesa masa interestelar, y una supergigante roja exactamente en el borde como iluminación! Mire, mire el punto adonde señalo, Staley, hacia donde fluyen las corrientes. ¿Ve que hay como un remolino? Si su capitán me permitiese utilizar una vez la computadora de la nave, podría demostrar que ese remolino es una protoestrella en proceso de condensación. O que no lo es.

Buckman tenía un rango temporal superior al de Staley, pero era un civil. El cualquier caso, no debía hablar de aquel modo del capitán.

—Nosotros utilizamos la computadora para otras cosas, doctor Buckman.

—Desgraciadamente —dijo Buckman.

Su mirada pareció perderse de nuevo; su alma se perdía en aquel velo enorme de oscuridad rojiza.

—Pero quizás no la necesitemos —dijo—. Los pajeños deben de haber estado observando el Saco de Carbón durante toda su historia; centenares de años, millares quizás. Especialmente si han creado una seudociencia del estilo de la astrología. Si pudiéramos hablar con ellos...

—Nos preguntamos —dijo Staley— por qué tiene usted tanto interés en venir con nosotros.

—¿Cómo? ¿Se refiere a ir a ver esa roca? Staley, a mí no me importa para qué la utilizaba la pajeña. Lo que quiero saber es por qué los puntos troyanos están tan sobrecargados.

—¿Y cree que encontrará la clave aquí?

—Quizás en la composición de la roca. Hay posibilidades de que así sea.

—Podré ayudarle allí —dijo lentamente Staley—. Sauron, mi planeta natal, tiene un cinturón de asteroides e industrias mineras. Algo aprendí sobre eso de mis tíos. En otros tiempos pensé que yo también podría ser un buen minero. —Se detuvo bruscamente, esperando que Buckman trajese a colación un tema desagradable.

—Me pregunto —dijo Buckman— qué esperará encontrar aquí el capitán...

—Me lo dijo. Sabemos sólo una cosa sobre esa roca —dijo Staley—. La pajeña estaba interesada en ella. Cuando sepamos por qué, sabremos algo sobre los pajeños.

—No demasiado —gruñó Buckman.

Staley se tranquilizó. O bien Buckman no sabía por qué Sauron era un planeta deshonrado, o... ¿Tacto? ¿Buckman? Difícilmente.

El bebé pajeño nació cinco horas después de que el transbordador abandonase la
MacArthur
camino del asteroide. El nacimiento fue muy parecido al de los perros, considerando la relación distante entre la madre y los perros. Y sólo nació uno, del tamaño aproximado de una rata.

Acudió mucha gente aquel día, tripulación, oficiales y científicos. Hasta el capellán encontró una excusa para bajar.

—Mire, el brazo inferior izquierdo es mucho más pequeño —dijo Sally—. Teníamos razón, Jonathon. Los pequeños proceden de los pajeños grandes.

Alguien pensó que había que llevar a la pajeña grande a ver al recién nacido. No pareció interesarse lo más mínimo por el nuevo pajeño en miniatura; pero emitió sonidos dirigidos a las otras. Una de ellas sacó el reloj de Horace Bury de debajo de un cojín y se lo entregó a la grande.

Rod observaba las actividades que se desarrollaban alrededor del pajeño recién nacido cuando podía. Parecía muy activo para ser un recién nacido, de sólo unas horas de existencia, pues mordisqueaba coles y parecía capaz de caminar, aunque normalmente le ayudase a hacerlo la madre.

Entretanto, la nave pajeña seguía acercándose; y si había algún cambio en su aceleración era demasiado pequeño para que la
MacArthur
lo detectara.

—Llegarán aquí en setenta horas —dijo Rod a Cargill a través del transmisor láser—. Quiero que esté de vuelta en sesenta. No deje a Buckman empezar nada que no pueda acabar en ese límite. Si entran en contacto con alienígenas, díganmelo rápido... y no intenten hablar con ellos a menos que no puedan evitarlo.

—De acuerdo, capitán.

—No son órdenes mías, Jack. Son de Kutuzov. A él no le hace muy feliz esta excursión. Limítense a inspeccionar la roca y volver.

La roca quedaba a treinta millones de kilómetros de distancia de la
MacArthur,
veinticinco horas de viaje de ida y otras veinticinco de viaje de vuelta a una gravedad. Con cuatro gravedades el tiempo se reduciría a la mitad. No era bastante, pensaba Staley, para que mereciese la pena soportar cuatro gravedades.

—Pero podríamos ir a una gravedad y media —sugirió Cargill—. No sólo sería más rápido el viaje sino que nos cansaríamos más deprisa. No podríamos movernos mucho por allí. El transbordador no parecía tan atestado.

—Una idea inteligente —dijo con entusiasmo Cargill—. Una brillante sugerencia, señor Staley.

—¿Lo haremos entonces?

—No, no lo haremos.

—Pero... ¿por qué no, señor?

—Porque a mí no me gusta soportar esa gravedad. Porque se consume más combustible, y si consumimos demasiado combustible la
MacArthur
puede tener que entrar en la gigante gaseosa para el viaje de regreso. No hay que desperdiciar jamás combustible, señor Staley. Puede necesitarse más tarde. Y además, es una idea estúpida.

—Sí, señor.

—Las ideas estúpidas son para los casos de emergencia. Uno las utiliza cuando no puede hacer otra cosa. Si funcionan quedan consagradas. Pasan a figurar en el Libro. Si no hay que seguir el Libro, que es básicamente una colección de ideas estúpidas que funcionaron... —Cargill sonrió ante la expresión de desconcierto de Staley—. Permítame que le hable de una que
yo
conozco por el Libro...

Para un guardiamarina siempre era el momento de recibir una lección. Staley ocuparía puestos más elevados que aquél, si tenía capacidad y si sobrevivía.

Cargill terminó su relato y miró la hora.

—Duerma algo, Staley. Ocupará usted el control más tarde, a la vuelta.

Desde lejos el asteroide parecía oscuro, áspero y poroso. Efectuaba una rotación completa en treinta y una horas; extrañamente lento, según Buckman. No había ninguna señal de actividad: ni movimiento ni radiación ni flujo anómalo de neutrinos. Horst Staley buscó variaciones de temperatura, pero no descubrió ninguna.

—Creo que esto lo confirma —informó—. El lugar está vacío. Cualquier forma de vida desarrollada de Paja Uno necesitaría calor, ¿no es cierto?

—Así es.

El vehículo avanzó hacia la superficie del asteroide. Las irregularidades que habían hecho que la roca pareciese porosa desde lejos se convirtieron en bolsas y luego en grandes agujeros de tamaño variable. Evidentemente, meteoritos. Pero ¿tantos?

—Ya les dije que los puntos troyanos estaban sobrecargados —explicó Buckman muy contento—. Probablemente el asteroide pase a través de la espesura del racimo troyano regularmente... Pero déme un primer plano de ese gran agujero de allí, Cargill.

La pantalla quedó casi ocupada por un pozo negro. Alrededor de él se veían pozos más pequeños.

—No se ve ningún indicio de cráter —dijo Cargill.

—Se ha dado cuenta, ¿verdad? Ese maldito asteroide está hueco. Por esto tiene tan poca densidad. En fin, no está habitado ahora, pero debió de estarlo. Incluso se tomaron la molestia de proporcionarle una rotación cómoda. —Buckman se volvió—. Cargill, investigaremos detenidamente ese asteroide.

—Sí, pero no usted. Examinará la roca un equipo de la Marina.

—¡Eso entra dentro de mi competencia, demonios!

—Yo he de velar por su seguridad, doctor. Lafferty, dé la vuelta por el otro lado de la roca.

La parte trasera del asteroide era un enorme cráter en forma de copa.

—Tiene muchos cráteres pequeños... y son realmente cráteres. No son agujeros —dijo Cargill—. Doctor, ¿qué le parece eso?

—No lo entiendo. No puede ser una formación natural...

—¡Fue excavado! —exclamó Staley.

—Aunque parezca extraño, es precisamente lo que estaba pensando yo —dijo Cargill—. El asteroide fue desplazado utilizando instrumentos termonucleares, haciendo explotar las bombas progresivamente en el mismo cráter para canalizar el impulso. Eso ya se ha hecho antes. Déme un registro de radiaciones, guardiamarina.

—Desde luego, señor. —Salió y volvió al cabo de un minuto—. Nada, señor. Está frío.

—¿De veras? —Cargill fue a comprobar la lectura personalmente. Cuando acabó contempló todos los instrumentos y frunció el ceño—. Frío como el corazón de un pirata. Si utilizaron bombas, hicieron un trabajo magnífico. No me sorprendería que así fuese.

El transbordador siguió bordeando la montaña voladora.

—Eso podría ser una cámara neumática. Eso de allá. —Staley señaló una capa de piedra elevada a la que rodeaba una especie de diana de arquero de un naranja desvaído.

—Sin duda, pero no creo que consiguiéramos abrirla. Es mejor que entremos por uno de los agujeros meteoríticos. De todos modos... miraremos más detenidamente. Lafferty, descendamos.

En sus informes le llamaron el Asteroide Colmena. La roca estaba llena de cámaras interiores sin suelo ligadas por canales demasiado pequeños para los hombres. Todos llenos de secas y asimétricas momias. Fuesen cuales fuesen los milagros realizados por los constructores, la gravedad artificial no era uno de ellos. Los corredores iban en todas direcciones; las cámaras más grandes y las salas de almacenaje estaban llenas de huecos de almacenamiento, salientes donde sujetarse y puntos de anclaje para tender cables.

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