Aquellos Mediadores estaban casi en el límite, pero aguantarían. Se preservaría la especie. Así había de ser.
—
Doy mil coronas por tus pensamientos —dijo Sally. Sus ojos relampaguearon de felicidad... y alivio.
Rod se apartó de la ventana y la miró sonriendo. La habitación era grande, y los demás estaban reunidos cerca del bar, salvo Hardy que, sentado junto a los pajeños, escuchaba su parloteo como si pudiese entender algo. En realidad, Rod y Sally estaban solos.
—Eres muy generosa —dijo él.
—Puedo permitírmelo. Te pagaré inmediatamente después de la boda...
—Con los ingresos de Crucis Court. Aún no es mía, no tengas tantas ganas de eliminar a papá. Puede que tengamos que vivir aún muchos años de su generosidad.
—¿En qué pensabas? Parecías muy serio.
—¿Cómo voy a votar a favor de esto si el senador no está de acuerdo? Ella asintió sobriamente.
—Eso pensabas...
—Podría perderte por eso, ¿no es así?
—No sé, Rod. Supongo que dependería de
por qué
rechazases la oferta de los pajeños. Y qué aceptaras en su lugar. Pero no vas a rechazarla, ¿verdad? ¿Por qué no te parece bien lo que proponen?
Rod miró el vaso que tenía en la mano. Era una especie de bebida no alcohólica que había comprado Kelley; la reunión era demasiado importante para beber whisky.
—Por nada, quizás. Es el quizás, Sally. Mira. —Señaló las calles de Nueva Escocia.
Había poca gente a aquella hora. Los que iban al teatro y a cenar. La gente iba a ver el Palacio después del oscurecer. Pasaban marinos con sus chicas. Soldados con faldas escocesas y pieles de oso se mantenían firmes ante la garita de centinela que había junto a la entrada.
—Si nos equivocamos, sus hijos están condenados.
—Si nos equivocamos, la Marina sería derrotada —dijo lentamente Sally—. Rod, y si los pajeños salen y en veinte años se establecen en una docena de planetas. Si construyen naves. Si amenazan al Imperio. La Marina puede aún controlarlos... tú no tendrás que hacerlo, pero podría hacerse.
—¿Estás segura de ello? Yo no lo estoy. No estoy seguro de que podamos derrotarles ahora. Exterminarles, sí, pero ¿derrotarles? ¿Y dentro de veinte años? ¿Te imaginas la carnicería? Y Nueva Escocia sería el lugar más afectado. Está en su camino. ¿A qué otros mundos iban a ir?
—¿Y qué alternativas tenemos? —preguntó ella—. Yo... Rod, me inquieto también por nuestros hijos. Pero ¿qué podemos hacer? ¡No podemos hacer la guerra a los pajeños porque
puedan
llegar a ser una amenaza algún día!
—No, claro que no. Aquí está la cena. Y siento haber estropeado tu buen humor.
Todos reían antes de que terminara la cena. Los pajeños hicieron una exhibición: imitaciones de los personajes más famosos de la trivisión de Nueva Escocia. Al cabo de unos minutos todos los comensales reían.
—¿Cómo lo consiguieron? —preguntó David Hardy entre ataques de risa.
—Hemos estudiado su humor —contestó Charlie—. Hemos exagerado levemente ciertas características. Pensamos que si nuestra teoría era correcta, y al parecer lo era, el efecto acumulativo resultaría divertido.
—Podrían hacerse ricos —dijo Horvath— como animadores y artistas, aparte de lo demás que pudiésemos intercambiar.
—Eso, al menos, tendrá pocas repercusiones en nuestra economía. Sin embargo, les pediremos ayuda para una comunicación reglamentada de nuestra tecnología.
Horvath asintió con gravedad.
—Me alegro de que se hagan cargo del problema. Si lo soltáramos todo de golpe, se produciría un caos en el mercado...
—Créame, doctor, no tenemos ningún deseo de causarles problemas. ¡Si ustedes nos consideran una oportunidad, piense cómo lo veremos nosotros! ¡Poder salir del sistema pajeño después de tantos siglos! ¡Salir de la botella! Nuestra gratitud no tiene límites.
—¿Qué antigüedad tiene su civilización? —preguntó David Hardy.
—Tenemos fragmentos y restos que indican varios cientos de miles de años de antigüedad, doctor Hardy. Los asteroides estaban ya colocados entonces. Otros quizás sean más viejos, pero no podemos interpretarlos. Nuestra historia real comienza hace unos diez mil años.
—¿Y han tenido ustedes colapsos de la civilización desde entonces? —preguntó Hardy.
—Desde luego. ¿Cómo podría ser de otro modo, atrapados como estábamos en aquel sistema?
—¿Conservan ustedes testimonios de la guerra asteroidal? —preguntó Renner.
Jock frunció el ceño. Su cara no se adaptaba a aquel gesto, pero el gesto que hizo indicaba menosprecio.
—Sólo leyendas. Tenemos... Son muy parecidas a las canciones de ustedes, o a los poemas épicos. Instrumentos lingüísticos para facilitar la memorización. No creo que sean traducibles, pero... —la pajeña se detuvo un instante. Fue como si quedase congelada en la posición que tenía al decidir pensar. Luego:
Hace frío y no hay nada que comer,
los demonios arrasan la tierra.
Nuestras hermanas mueren, hierven las aguas,
pues los demonios hacen caer el cielo.
La alienígena se detuvo ceñuda.
—No es muy bueno, pero qué le vamos a hacer.
—Es bastante bueno —dijo Hardy—. Nosotros tenemos también poesía de ese tipo. Leyendas de civilizaciones perdidas, desastres de nuestra prehistoria. Podemos remontar la mayoría de ellas hasta una explosión volcánica que tuvo lugar hace unos cuatro mil quinientos años. En realidad, parece ser que fue entonces cuando los hombres concibieron la idea de que Dios podía intervenir en sus asuntos. Directamente, en vez de crear ciclos y períodos y cosas así..
—Una teoría interesante... Pero ¿no va en contra de sus creencias religiosas?
—No. ¿Por qué habría de ir? ¿No puede Dios disponer un acontecimiento natural para producir efectos deseables, pudiendo como puede alterar las leyes de la naturaleza? En realidad, ¿qué es más milagroso, una marea cuando es necesaria o un acontecimiento sobrenatural y único? Pero no creo que tengan ustedes tiempo para discutir de teología conmigo. Parece que el senador Fowler ha acabado su cena. Así que, si me perdonan, me iré unos minutos, y creo que pronto empezaremos de nuevo...
Ben Fowler llevó a Rod y a Sally a una pequeña oficina que había detrás de la sala de conferencias.
—¿Bien? —preguntó.
—Ya sabes mi opinión —dijo Sally.
—Sí. ¿Rod?
—Tenemos que hacer
algo,
senador. La presión se nos va de la mano.
—Sí —dijo Ben—. Maldita sea, necesito un trago. ¿Rod?
—Gracias, yo paso.
—Bueno, si no puedo pensar bien después de un buen trago de whisky el Imperio está perdido. —Buscó por el escritorio hasta que encontró una botella, la olió y se sirvió un buen trago en una taza de café usada—. Hay algo que me desconcierta. ¿Por qué no presiona más la Asociación de Comerciantes Imperiales? Yo esperaba que la mayor presión viniera de ellos, y están muy tranquilos. Debemos dar gracias a Dios. —Bebió media taza y suspiró.
—¿Qué tiene de malo que aceptemos? —preguntó Sally—. Podemos cambiar de idea si descubrimos algo nuevo...
—En absoluto, gatita —dijo Ben—. En cuanto haya algo concreto los tipos listos pensarán cómo hacer un puñado de billetes a costa de ellos, y en cuanto tengan dinero invertido... Creí que sabías algo más de política elemental. ¿Qué os enseñan hoy en la Universidad? Rod, aún estoy esperando que digas algo.
Rod se rascó la curvada nariz.
—Ben, no podemos aguantar mucho tiempo. Los pajeños deben saberlo... Quizás lleguen incluso a retirar su oferta cuando vean la gran presión que tenemos encima. Lo que yo digo es que debemos aceptar.
—Ya veo. Quieres hacer feliz a tu esposa sea como sea...
—¡No lo hace por mí! —protestó Sally—. Deja de pincharle.
—Sí. —El senador se rascó la calva un momento y luego vació la taza y la posó—. Tengo que comprobar unas cosas. Probablemente salga todo bien. Si es así... supongo que pactaremos con ellos. Vamos.
Jock hizo un gesto de arrebato y de excitación.
—
¡Están dispuestos a aceptar! ¡Estamos salvados!
Ivan miró fríamente al Mediador.
—
Contrólate. Aún hay mucho que hacer.
—
Lo sé. Pero estamos salvados. ¿No es así, Charlie?
Charlie estudió a los humanos. Las caras, las posturas...
—Sí. Pero el senador aún no está convencido, y Blaine tiene miedo, y...
Jock, mira a Renner.
—¡Eres tan frío! ¿Es que no podéis alegraros conmigo? ¡Estamos salvados!
—Mira a Renner.
—Sí... Conozco esa expresión. La utiliza cuando juega al poker, cuando tiene una jugada sorpresa. No es buen agüero. ¡Pero él no tiene poder, Charlie! ¡Es un vagabundo sin sentido de la responsabilidad!
—Quizás. Pero tengo miedo. Sentiré miedo hasta que muera.
El senador Fowler se sentó y miró a los que estaban sentados a la mesa. La mirada fue bastante para parar la charla y llamar la atención de todos.
—Creo que sabemos lo que perseguimos todos —dijo—. Ahora tenemos que hablar del precio. Dejemos establecidos los principios. Primero y ante todo: aceptan ustedes no armar sus colonias y dejarnos inspeccionarlas para asegurarnos de que no están armadas.
—Sí —dijo con firmeza Jock; gorjeó para el Amo—. El Embajador está de acuerdo. Siempre que el Imperio quiera, por un precio, proteger nuestras colonias de sus enemigos.
—Lo haremos, desde luego. Segundo: aceptan limitar el comercio a las empresas que tengan una licencia del Imperio.
—Sí.
—Bueno, éstos son los puntos principales —proclamó Fowler—. Estamos en condiciones de abordar los detalles. ¿Qué estudiamos primero?
—¿Puedo preguntar qué clase de colonias instalarán? —preguntó Renner.
—Claro, cómo no.
—Gracias. ¿Enviarán allá representantes de todas sus clases?
—Sí... —Jock vacilaba—. Todos los que sean útiles según las condiciones, señor Renner. No llevaremos a los Agricultores a una roca sin terraformar mientras los Ingenieros no hayan construido una cúpula.
—Sí. Bueno, por eso lo preguntaba. —Accionó su computadora de bolsillo y las pantallas se iluminaron; mostraban una Nueva Caledonia extrañamente deformada, un relampagueo brillante, luego oscuridad—. Vaya. Me equivoqué. Eso es cuando la sonda disparó contra la nave del capitán Blaine.
—¿Cómo? —exclamó Jock; gorjeó con los otros—. Nos preguntábamos cuál había sido la suerte de la sonda. Francamente, creíamos que la habían destruido ustedes, y por eso no queríamos preguntar...
—Casi aciertan —dijo Renner; aparecieron en la pantalla más imágenes; la vela de luz se ondulaba—. Esto es un momento antes de que disparara contra nosotros.
—Pero la sonda no pudo disparar contra ustedes —protestó Jock.
—Claro que sí. Supongo que creyeron que nuestra nave era un meteorito —explicó Rod—. De todos modos...
Cruzaron la pantalla formas negras. La vela se onduló y flameó y las formas desaparecieron. Renner dio marcha atrás a la cinta hasta que las siluetas quedaron recortadas contra la luz. Entonces paró la filmación.
—Hemos de advertirles —dijo Jock— que nosotros sabemos muy poco sobre la sonda. No es nuestra especialidad, y no tuvimos posibilidad de estudiar los archivos antes de dejar Paja Uno.
El senador Fowler frunció el ceño.
—¿Adonde quiere ir a parar, señor Renner?
—Verá, señor, me parecían curiosas estas imágenes —Renner cogió un indicador luminoso que había en la mesa—. Se trata de diversas clases de pajeños, ¿no les parece?
Jock pareció vacilar.
—Lo parece.
—Lo son, sin duda. Ése es un Marrón, ¿no? Y un Médico.
—Sí. —El indicador se movió—. Un Corredor —dijo Jock—. Y un Amo...
—Hay un Relojero. —Rod casi escupió; no podía ocultar su repugnancia—. El siguiente parece un Agricultor. Es difícil distinguirlo del Marrón, pero,.. —Su voz adquirió un tono inquietante—. Renner, a ése no le reconozco.
Hubo silencio. El indicador planeó sobre una sombra informe, más larga y delgada que un Marrón, con lo que parecían garras en las rodillas, en los talones y en los codos.
—Les vimos antes una vez —dijo Renner; su voz era ahora casi automática. Como la de un hombre que cruza un cementerio por ganar una apuesta. O como el que avanza y sube una colina en territorio enemigo. Sin emociones, resuelto, rígidamente controlado. No parecía Renner.
La pantalla se dividió y apareció otra imagen: la escultura de la máquina del tiempo del museo de Ciudad Castillo. Lo que parecía una escultura de «arte pobre» de piezas electrónicas aparecía rodeada de cosas con armas.
La primera vez que vio a Ivan, Rod sintió un fuerte y embarazoso impulso de dar unas palmadas en el pelo sedoso del Embajador. Su impulso ahora fue también muy fuerte: el impulso de adoptar la posición de kárate. Las cosas esculpidas mostraban sobrados detalles. Llevaban dagas por todas partes, parecían duros como el acero y se mantenían como tensos muelles, y cualquiera de ellos habría dejado a un instructor de combate de la infantería de marina como si le hubiese pasado por encima una segadora. ¿Y qué era aquello que tenían bajo el gran brazo izquierdo, como un cuchillo de hoja ancha medio oculto?
—Ah —dijo Jock—, un Demonio. Supongo que debían de ser muñecos que representaban a nuestras especies. Como las estatuillas, para que el Mediador pudiese hablarles más fácilmente de nosotros.
—¿Todos esos? —la voz de Rod reflejaba el más puro asombro—. ¿Todo un cargamento de muñecos de tamaño natural?
—No sabemos cuál era su tamaño, ¿no? —dijo Jock.
—Muy bien. Supongamos que eran muñecos —dijo Renner; continuó sin detenerse—. Eran modelos de clases pajeñas existentes. Salvo éste. ¿Por qué incluirían a éste en el grupo? ¿Por qué incluir a un Demonio con los demás?
No hubo respuesta.
—Gracias, Kevin —dijo Rod lentamente; no se atrevió a mirar a Sally—. Jock, ¿es o no es otra clase pajeña?
—Hay más, capitán —dijo Renner—. Mire con detenimiento al Agricultor. Ahora que sabe usted lo que ha de buscar.
La imagen no era muy clara, era poco más que una silueta de bordes difuminados; pero el volumen era inconfundible de perfil.
—Está embarazada —exclamó Sally—. ¡Por qué no lo pensaríamos! ¿Una estatuilla embarazada? Pero... Jock. ¿Qué significa esto?