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Authors: Donna Woolfolk Cross

Tags: #Histórico, Romántico

La Papisa (64 page)

La papisa Juana es uno de los personajes más fascinantes y extraordinarios de la historia occidental y uno de los más desconocidos. Son pocos los que han oído hablar de Juana, la papisa, y éstos en su mayoría la creen inventada.

Pero durante cientos de años, hasta mediados del siglo XVII, el reinado de Juana fue universalmente conocido y aceptado como verdad. En aquel siglo, la Iglesia católica, bajo ataques cada vez más duros por parte de la creciente corriente protestante, empezó a reunir esfuerzos para borrar las comprometedoras huellas históricas de Juana. En el Vaticano se destruyeron cientos de manuscritos y libros que hacían alusión a ella. La virtual desaparición de Juana de la conciencia moderna atestigua la eficacia de aquellas medidas.

Hoy, la Iglesia católica presenta dos argumentos principales contra el papado de Juana: la ausencia de cualquier referencia al respecto en documentos contemporáneos y la falta de un período de tiempo suficiente entre el reinado de su predecesor, León IV, y el comienzo del reinado de su sucesor, Benedicto III.

Pero estos argumentos no son concluyentes. No puede sorprender que Juana no aparezca en registros contemporáneos, dado el tiempo y la energía que la Iglesia, según su propia admisión, ha dedicado a expurgar sus menciones. El hecho de que viviera en el siglo IX, el más oscuro de la edad oscura, hizo más fácil la tarea de borrar su reinado. El siglo IX fue una época de analfabetismo generalizado y se caracteriza por su extraordinaria escasez de documentos escritos. Hoy la investigación del período se basa en documentos fragmentados, incompletos, contradictorios y poco seguros. No hay registros de corte, de tierras, o relatos de la vida diaria. Salvo por una historia cuestionable, el
Liber pontificalis
(que los estudiosos han calificado como «documento de propaganda»), no hay registro continuo de los papas del siglo IX: quiénes fueron, cuándo reinaron, qué hicieron. Por ejemplo, fuera del
Liber pontificalis
apenas si puede hallarse alguna mención del sucesor de Juana, el papa Benedicto III, aun cuando él no fue blanco de una campaña de obliteración.

Existe una vieja copia del
Liber pontificalis
que contiene un relato del papado de Juana. Ese artículo es evidentemente una interpolación posterior, torpemente agregada al cuerpo principal del texto. No obstante, esto no lo hace necesariamente falso; un escribiente posterior, convencido por el testimonio de cronistas menos sospechosos políticamente, puede haberse sentido moralmente obligado a corregir el registro oficial. Blondel, el historiador protestante que examinó el texto en 1647, concluyó que el artículo sobre Juana fue escrito en el siglo XIV. Basó su opinión en variaciones de estilo y letra, elementos de prueba que, en el mejor de los casos, son subjetivos. Subsisten preguntas importantes sobre este documento. ¿Cuándo fue escrito el pasaje en cuestión? ¿Y por quién? Un segundo examen del texto usando métodos modernos de datación, cosa que no ha sido intentada aún, podría dar algunas respuestas interesantes.

La ausencia de Juana de los registros eclesiásticos contemporáneos es lo que podría esperarse. El clero romano de la época, abrumado por el gran engaño en que había caído, pudo hacer todo lo que estuviera a su alcance por eliminar todo informe escrito del incómodo episodio. En realidad, habrían sentido que era su deber hacerlo. Hincmar, contemporáneo de Juana, suprimía frecuentemente información perjudicial para la Iglesia en sus cartas y crónicas. Ni siquiera el gran teólogo Alcuino estaba por encima de estos escamoteos de la verdad; en una de sus cartas admite haber destruido un relato sobre el adulterio y la simonía del papa León III.

De modo que, como testigos, los contemporáneos de Juana son muy sospechosos. Esto es especialmente cierto entre los prelados romanos, que tenían fuertes motivos personales para suprimir la verdad. En las raras ocasiones en que un papado fue declarado nulo, como acaso sucedió con el de Juana una vez que se descubrió su identidad femenina, todos los nombramientos hechos por el papa depuesto se volvían inmediatamente no válidos. Todos los cardenales, obispos, diáconos y sacerdotes ordenados por ese papa eran despojados de sus títulos y cargos. No puede sorprender, entonces, que los registros llevados o copiados por estos mismos hombres no hagan mención de Juana.

Bastan los ejemplos recientes de Nicaragua y El Salvador para ver cómo un esfuerzo estatal decidido y bien coordinado puede hacer «desaparecer» testimonios incómodos. Sólo con la distancia del tiempo, la verdad, mantenida viva por la indestructible memoria del pueblo, empieza a emerger lentamente. Y, de hecho, no falta documentación sobre el papado de Juana en siglos posteriores. Frederick Spanheim, el erudito historiador alemán que realizó un amplio estudio sobre el asunto, cita no menos de «quinientos» manuscritos antiguos que mencionan el papado de Juana, incluyendo a autores tan reconocidos como Petrarca y Boccaccio.

Hoy la postura oficial de la Iglesia es que Juana fue una invención de los reformistas protestantes, que intentaban denunciar la corrupción papal. Pero la historia de Juana empezó a mencionarse siglos antes de que naciera Martín Lutero y la mayoría de estas menciones son de autores católicos, a menudo situados muy alto en la jerarquía eclesiástica. La historia de Juana fue aceptada incluso en historias oficiales dedicadas a los papas. Su estatua estuvo situada, sin discusión, junto a las de los otros papas, en la catedral de Siena hasta 1601, cuando por orden del papa Clemente VIII se «metamorfoseó» súbitamente en un busto del papa Zacarías. En 1276, después de ordenar una minuciosa búsqueda en los archivos papales, el papa Juan XX cambió su título por Juan XXI, en reconocimiento oficial del reinado de Juana como papa Juan VIII. La historia de Juana fue incluida en el libro oficial que sirvió de guía de Roma para los peregrinos durante más de trescientos años.

Otra sorprendente prueba histórica la da el bien documentado proceso de Jan Hus (1413). Hus fue condenado por predicar la herejía de que el papa es falible. En su defensa, Hus citó muchos ejemplos de papas que habían pecado y cometido crímenes contra la Iglesia. A cada uno de esos cargos los jueces, todos hombres de iglesia, respondieron con detalle negando las acusaciones de Hus y calificándolas de blasfemas. Sólo una de las afirmaciones de Hus pasó sin respuesta: «Muchas veces los papas han caído en pecado y error, por ejemplo cuando fue elegida Juana, que era una mujer». Ninguno de los veintiocho cardenales, cuatro patriarcas, treinta arzobispos, doscientos seis obispos y cuatrocientos cuarenta teólogos acusaron a Hus de mentira o blasfemia por haber dicho esto.

En cuanto al segundo argumento de la Iglesia contra la existencia de la papisa Juana, que no hubo suficiente tiempo entre los papados de León IV y Benedicto III para que reinara, también es cuestionable. El
Liber pontificalis
es claramente incorrecto en materia de fechas de ascensos y muertes papales; muchas de las fechas citadas se sabe que fueron completamente inventadas. Dada la fuerte motivación de un cronista contemporáneo para ocultar el papado de Juana, no podría sorprender que la fecha de la muerte de León se avanzara del 853 al 855, de modo que cubriera los dos años del reinado de Juana, para hacer parecer que el papa Benedicto III había sucedido inmediatamente a León
[1]
.

La historia da muchos otros ejemplos de falsificaciones de documentos igualmente deliberadas. Los partidarios de los Borbones dataron el reinado de Luis XVIII desde el día de la muerte de su hermano y simplemente omitieron el reinado de Napoleón. Pero no pudieron eliminar a Napoleón de los documentos históricos porque su gobierno quedó registrado en innumerables crónicas, diarios, cartas y otros documentos. En el siglo IX, en cambio, el trabajo de borrar a Juana del registro histórico fue mucho más fácil.

También hay pruebas circunstanciales difíciles de explicar si no hubiera habido nunca una papisa. Un ejemplo es el llamado Examen de la Silla, parte de la ceremonia de coronación papal en la Edad Media, durante casi seiscientos años. Cada papa recién elegido se sentaba en la
sella stercoraria
(«silla estercórea»), que estaba agujereada por el centro como una taza de váter actual, y donde se examinaban sus genitales para dar prueba de su masculinidad. Después, el examinador (normalmente un diácono) informaba solemnemente al pueblo reunido:
Mas nobis nominus est
, «Nuestro nominado es hombre». Sólo después se le entregaban las llaves de San Pedro. Esta ceremonia continuó hasta el siglo XVI. Incluso Alejandro Borgia fue obligado a someterse a la prueba, pese a que en las fechas de la elección su esposa le había dado ya cuatro hijos, que él reconocía con orgullo.

La Iglesia católica no niega la existencia de la silla agujereada, ya que existe en Roma hasta el día de hoy. Ni nadie niega el hecho de que fuera usada durante siglos en la ceremonia de coronación papal. Pero muchos argumentan que la silla se usaba sólo por su aspecto elegante e impresionante; el hecho de que tuviera un agujero, dicen, es casual. El nombre de
sella stercoraria
se cree que deriva de las palabras que se dirigían al papa cuando estaba sentado en ella:
Suscitans de pulvere egenem, et de stercore erigens pauperem ut sedeas cum principibus…
, «[Dios] eleva al necesitado del polvo y al pobre del estiércol para sentarlo con los príncipes…».

Este argumento parece dudoso. La silla, evidentemente, había servido alguna vez como retrete o posiblemente como sillón obstétrico. ¿Es concebible que un objeto con asociaciones tan crudas fuera a usarse como trono papal sin alguna buena razón? Y si el Examen de la Silla es una ficción, ¿cómo explicar las innumerables bromas y canciones que corrieron entre el populacho romano durante siglos? Es cierto que eran tiempos de ignorancia y superstición, pero la Roma medieval era una comunidad muy interconectada: el pueblo vivía a pocos metros del palacio papal; en casi todas las familias había padres, hermanos, hijos y primos que pertenecían al clero y asistían a las coronaciones papales, por lo que debían de saber la verdad sobre la
sella stercoraria
. Incluso existe un testigo ocular que relató el Examen de la Silla. En 1404, el galés Adam de Usk viajó a Roma y permaneció allí dos años durante los que llevó un diario de sus observaciones. Su descripción detallada de la coronación del papa Inocencio VII incluye el Examen de la Silla.

Otra interesante prueba circunstancial es la «calle evitada». El
Patriarchium
, residencia del papa y catedral episcopal (ahora San Juan de Letrán), está en el extremo opuesto de la basílica de San Pedro; las procesiones papales en consecuencia solían cruzar la ciudad. Un rápido vistazo a cualquier mapa de Roma pondrá de manifiesto que la Vía Sacra (actualmente Vía San Giovanni) es el camino más corto y directo entre estos dos puntos; de hecho se utilizó por eso durante siglos (de aquí su nombre). Es la calle en la que se dice que Juana dio a luz a su hijo muerto. Poco después, las procesiones papales empezaron a evitar deliberadamente la Vía Sacra, «en aborrecimiento de aquel hecho».

La Iglesia afirma que la desviación se hizo simplemente porque la calle era demasiado estrecha para que las procesiones pasaran por ella hasta el siglo XVI, cuando fue ensanchada por el papa Sixto V. Pero esta explicación no es satisfactoria. En 1486 Juan Burcard, obispo de Orta y maestro de ceremonias de cinco papas sucesivos (cargo que le dio un conocimiento íntimo de la corte papal), describe en su diario lo que sucedió cuando una procesión papal rompió la costumbre y recorrió la Vía Sacra:

Tanto al ir como al volver [el papa] pasó por el camino próximo al Coliseo y por esa calle recta donde… Juan Ánglico dio a luz a un niño… Por esta razón… los papas, en sus salidas, nunca pasan por esa calle; el papa fue criticado por el arzobispo de Florencia, el obispo de Massano y Hugo de Vencii, el subdiácono apostólico…

Cien años «antes» la calle había sido ensanchada, por lo que esta procesión podría haber ido por la Vía Sacra sin dificultades. El relato de Burcard también aclara que el reinado de Juana era admitido en su época por los más altos funcionarios de la corte papal.

Dada la oscuridad y confusión de la época, es imposible determinar con certeza si Juana existió o no. Es posible que nunca llegue a saberse la verdad de lo que sucedió en el año 855. Por eso he preferido escribir una novela a un estudio histórico. Aunque basada en los hechos de la vida de Juana tal como se han conservado, el libro es de todos modos una obra de ficción. Poco se sabe sobre la primera parte de la vida de Juana, salvo que nació en Ingelheim, de padre inglés, y que fue monje en el monasterio de Fulda. Necesariamente tuve que completar las piezas que faltaban de su historia.

No obstante, los hechos principales de la vida adulta de Juana tal como aparecen en este libro son históricos. Los sarracenos saquearon San Pedro en 847 y fueron derrotados en el mar en 849; hubo un incendio en el Borgo en 848 y una riada del Tíber en 854. La
inctintio
se hizo popular como método de comunión en Franconia durante el siglo IX. Anastasio fue realmente excomulgado por el papa León IV; tras su restitución como bibliotecario papal por el papa Nicolás, se le reconoce como autor de las vidas contemporáneas del
Liber pontificalis
. Las muertes de Teodoro y León en el palacio papal realmente tuvieron lugar, lo mismo que el proceso que enfrentó al jefe militar Daniel contra el
superista
papal. La glotonería y gota del papa Sergio están registradas históricamente, lo mismo que su reconstrucción del Orfanato. Anastasio, Arsenio, Gottschalk, Rabano Mauro, Lotario, Benedicto y los papas Gregorio, Sergio y León son figuras históricas reales. Los detalles de la ambientación han sido meticulosamente investigados: la información sobre ropa, comida y tratamiento médico se ajusta a la verdad.

Hice algunas modificaciones en beneficio de la narración. Necesitaba una incursión vikinga en Dorstadt en el año 828, aunque en realidad tuvo lugar en 834. De modo similar, hice que el emperador Lotario bajara dos veces a Roma para enfrentarse con el papa, aunque en realidad la primera vez fue en su lugar su hijo Luis, rey de Italia. Los cadáveres de los santos Marcelino y Pedro fueron robados de sus tumbas en 827, no en 855; Juan, el antipapa, el predecesor de Sergio, no fue asesinado después de su derrocamiento, sino sólo encarcelado y luego desterrado. Anastasio murió en el año 878, no en 897. Estas inexactitudes deliberadas son, confío, excepcionales; en general he procurado ceñirme a la realidad histórica.

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