La plaza (20 page)

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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

—Minaaa…

y la casa me devuelve, deformados como si los repitieran bocas llenas de llanto, los ecos del nombre: y llego así al quinto piso, y abro y cierro, cierro y abro, las incontables habitaciones (ocho, quizá diez, ya no lo recuerdo) que lo componen; y me asomo al salón que fue, sucesivamente, de ensayo, de pintura y de danza, y no está Mina; de ninguno de sus ángulos en sombra sale, como cuando era pequeñita y se escondía, la disculpa de su voz…

—Mina, ¿dónde estás? Quiero hablar contigo…

Y sólo queda una puerta, la última, la que cierra el corredor y a ella voy y frente a ella me detengo y por primera vez veo que esa puerta está totalmente pintada de negro igual que lo está el muro que la circunda, y me pregunto quién autorizó que se embadurnara la pared, quién trazó el cartel que advierte:

PROHIBIDO El PASO

MUERAN LAS MOMIAS

y la puerta cede, se abre, me permite penetrar en la oscuridad de una noche artificial, y por instinto busco, al lado izquierdo de la jamba, el apagador, y lo hago funcionar, pero ninguna luz cae del techo. Lo que me rechaza es menos la penumbra (a la que mis ojos terminarán por habituarse) que la mezcla de olores que percibo estancada en el aire; y me dirijo hacia donde supongo que está la ventana y encuentro un velo muy espeso, de franela tal vez o de algún material semejante, pero no puedo apartarlo, descorrerlo, pues está fijo con clavos y tachuelas, lo sabré después, al muro.

Buscando a tientas no sé qué, encuentro en el suelo, o encima de algo que está muy cerca de él, una lámpara. Hago girar la mariposa y frente a mis ojos se enciende un foco; un foco ámbar cuya claridad insuficiente basta, sin embargo, para descubrir lo que ocupa este indescriptible lugar en el que hay una caja de madera llena de libros, dos colchones que parecen ser uno solo cubiertos por una piel de becerro; un puff de cuero de diseño marroquí y cojines, cojines desperdigados por todas partes;

pero lo que perturba es el olor; no el olor a tabaco rancio, sino ese otro, a paja quemada, que podría ser confundido con el incienso;

y hay también, junto al cajón que imita un buró, un tocadiscos y en él, uno, pequeño, y me parece de lo más absurdo que lo haga, pero lo he puesto a funcionar mientras sigo mirando, descubriendo, sorprendiéndome de lo que miro y descubro, esta habitación totalmente negra, en cuyas paredes, escritas con la punta de algún objeto metálico que penetró hasta la blancura del yeso, se leen cosas increíbles, se ven dibujos como los que sobran en los mingitorios de los cines o de los bares; y repito

asumamos la actitud de vírgenes

así

nos quieren ellos.

Forniquemos mentalmente,

suave, muy suave,

con la piel de algún fantasma

sonriamos

femeninas

inocentes,

y abajo de esto hay, escritos con gordos caracteres, unos

FUCK FOR PEACE

GOD SAVE THE PILL

FUCK IS BEAUTIFUL

que me dejan tan pasmado como leer en seguida (y la letra es la inconfundible de Mina) lo que puede ser la respuesta a lo que está más arriba:

ya no sonriamos

ya no más falsas vírgenes

ni mártires que esperan en la cama

el salivazo ocasional del macho

y sigo mirando que en los muros se multiplican, como si fueran los de cualquier calle de la ciudad, las injurias contra el gobierno, y que se repiten los slogans que el Movimiento Estudiantil pinta en autobuses y tranvías, en fachadas de edificios y en bardas de lotes baldíos;

y una sorpresa lleva a la otra, y escucho, ahora con atención, la música que el tocadiscos emite, y me doy cuenta de que más que tina canción en el sentid0 convencional del término, lo que el micrófono recogió es un catálogo de ruidos, de expresiones sonoras; los ruidos, las sonoras expresiones de un hombre y una mujer comprometidos en tumultuoso coito; y las únicas palabras inteligible, lo único que puede ser traducido del francés es un ocasional, suspirado

YO TE AMO - JE T´AIME

al que la otra voz, la del contrario, le responde

YO TAMPOCO - MOI NON PLUS

en el instante en que el frenesí de ambos coincide pero no termina, pues se prolonga, se repite, vuelve a ser, no cesa nunca; he ido doblando las piernas, aplastándome como un fuelle, desparramándome, sobre el gemelo colchón que es la cama de Mina, ese colchón tan amplio que podría recibir, junto al de ella, otro cuerpo, o varios otros cuerpos —que quizá los ha recibido alguna de esas noches en que la soledad la separa de su padre…;

y como en el instante que precede al vértigo, a la caída, o a su equivalente: la embriaguez total, mi cuerpo se endurece, y descubro, con el sollozo de la culminación involuntaria, que dentro de mí aún hay margaritas.

(Nada de lo que hallé después me produjo ira: ni los toscos cigarrones que no eran de tabaco, ni la caja de píldoras anticonceptivas, ni la mala foto en la que Mina exhibe sus desnudos senos. ¿Qué reprocharle a quien pertenece ya a la muerte?).

Todo quedó como estaba esa mañana. Nadie, excepto yo, ha pisado desde entonces el silencio de esta cueva; nadie, excepto yo, ha compartido la negrura de esta soledad. Pongo a funcionar el toca discos El estímulo se produce. Los posters asumen su significado: lo asumen para mí. Estoy tendido sobre los colchones, sobre esta blanda anchura en la que Mina, tal vez… Me levanto rápidamente, con la respiración desordenada. Apago el aparato. Apago mi memoria. Apago el deseo,

y a medida que de la soledad de Mina desciendo, por escaleras que a mi solapada borrachera se le antojan peligrosísimas, a la soledad que estoy compartiendo desde ayer con el prisionero, trato de recordar un texto que leí entre los papeles de mi hija: una página manuscrita que colgaba, detenida por un alfiler, de la pared; pero lo he olvidado… lo que quiere decir que era insignificante.

Apenas dejo la botella y la copa junto al transmisor, funciona el teléfono.

—Diga.

Como las veces anteriores, nadie. El ruido de una máquina de escribir. El de una jaula llena de canarios. ¿Corresponderán a una grabación que la policía usa para confundirme? Me pregunto qué haría en caso de que los agentes, habiendo descubierto dónde se encuentra el secuestrado, invadieran este lugar, y me respondo (y oírmelo decir no me sorprende) que le metería en el cuerpo ocho de las nueve balas que guarda el cargador de la Parabellum y que destinaría la novena a mi paladar.

En su fase inicial, el proyecto de la venganza tuvo, en cierta forma, un cómplice: aquel viejo policía privado, Sebastián, que fue amigo de mi suegro desde los años 20. A él le confié que deseaba como homenaje a la memoria de Mina, acercarme a los deudos de algunos de los que la habían acompañado a la muerte. Sebastián recibió a orden:

—Búsquelos, con la discreción que no necesito rogarle. Deseo ayudarlos, pero sin que sepan de quien reciben la ayuda. ¿Me entiende?

Al cabo de un par de meses, Sebastián me sometió un legajo (este que ahora tengo sobre las rodillas y que hojeo mientras aguardo a que sean las diez de la noche) con las fichas, los curricula vitae, de treinta seleccionadas personas que vestían luto por Tlatelolco. En esa forma, Sebastián terminaba la que habría de ser su última misión: epílogo de una carrera que inició al servicio de la policía; que prosiguió después, con éxito, al de las empresas petroleras y/o al de compañías como la nuestra que le encargaban el esclarecimiento de robos, fraudes o abusos de confianza, o la confirmación de antecedentes de quienes solicitaban empleo. Dos días después, una trombosis atacaría sus coronarias y Sebastián moriría sin haber recibido el pago por su trabajo. Malvadamente me alegró que no viviera ya el único que sabía de mis planes. No fue fácil seleccionar a los que formarían el grupo. Me tomó meses espiar, aproximarme, hablar, abordar a los que el detective incluyó en la lista. Los seis que al fin aprobé componían un equipo que compartía, entonces sí muy viva, el ansia del rencor. A cada uno le hice creer que sería, conmigo, el único vengador de la sangre ilimitada que en el revoque de los muros dejó aquella noche la constancia de su desesperación.

Exceso de anuncios, alguna falla técnica, lentitud de los censores para autorizar lo que va a decirse, el programa empieza a ser transmitido (con el gentil financiamiento de un grupo de patrocinares que incluye un banco, una fábrica de cerveza y una de cigarrillos) once minutos después de la hora anunciada. Para que el prisionero escuche lo va a decirse sobre él, producto comercial que se ofrece al ávido consumo del público, conecto un cable del aparato de TV a una de las bocinas que hay en la celda. Si apestara menos iría a ella, encendería las luces y me dedicaría a registrar en película los gestos, los ademanes, las reacciones que el Hombre habrá de hacer, de tener, a medida que hablen de su persona.

Con cierta solemnidad en la voz, el locutor hace saber que, como ya es de dominio público, en México se ha iniciado el secuestro de personajes; en este caso, con el de uno de los hombres más notorios de la política reciente.

—Táctica de presión a las autoridades que ha dado ya resultados excelentes para los terroristas en algunas partes: Brasil y el Uruguay, aunque ha fracasado en otras: Guatemala, por ejemplo…

El sobrio locutor, Monstruo Sagrado de la Televisión Mexicana lo llaman, emplea unos minutos para referir cómo, al atardecer del jueves, un motociclista de Tránsito encontró abandonado el automóvil sport de marca italiana que tripulaba el ahora desaparecido ex funcionario.

—En el auto, a la manera clásica, los secuestradores dejaron un mensaje; éste, del que muestro una fotografía, que por sí mismo se explica… En cuanto no quedó duda de que los extremistas, sin lugar a dudas: extremistas de izquierda, habían capturado a su víctima, todos los cuerpos de seguridad del Gobierno fueron puestos a trabajar… Aunque se lograron arrestos importantes no se obtuvo, necesario es decirlo, ninguna pista que pudiera conducir a los tupamaros locales… Como lo habían prometido, un vocero de éstos se puso en contacto con los mass-media y nosotros tuvimos la oportunidad de hablar por teléfono con el misterioso individuo que ofreció proporcionarnos el material informativo que han visto y que seguirán viendo… Con las reservas del caso, nos trasladamos a la estación del Metro donde iba a tener lugar nuestro encuentro; pero el hombre no apareció aunque es de suponer que andaría cerca. Procedimos a buscar el paquete que, según nos dijo, dejaría en alguna parte…

(Aparecen ahora las escenas que vi filmar. Al fin del breve video-tape, el locutor remite al auditorio a los avisos comerciales. La acción se reanuda, en vivo, minuto y medio después).

—En opinión de la policía, el secuestro es obra de profesionales. No es excesivo suponer que lo organizaron y consumaron individuos perfectamente entrenados que contaban con vehículos especiales para huir y cómplices que se encargarían de cubrirles la retirada… Lo singular del caso es que nadie, lo que se llama nadie, presenció el acontecimiento… Se imponen, amigos, las reflexiones. No puede admitirse que los secuestradores busquen dinero y que, para obtenerlo de una manera relativamente fácil, hayan raptado a quien es ahora su rehén… En el mensaje que nos enviaron dicen que —se ajusta los anteojos; va leyendo, y las palabras, mis palabras, son ilustradas con retratos del prisionero, con vistas de la Plaza de Tlatelolco, pero no de la plaza
aquella noche
(las culatas del Ejército impidieron trabajar a los fotógrafos) sino como volvió a estar, hermosa, limpia, tranquila— «aunque sabemos que él no es el único responsable… lo hemos secuestrado… para pedirle… hmmmm… explicaciones sobre los sucesos que ocurrieron entre el 26 de julio Y el 2 de octubre de 1968. . .“ O sea, el los secuestradores se abrogan facultades que compete ejercer a la justicia, representada, como todos sabemos, por agencias gubernamentales como la Procuraduría General de la República o la del Distrito… Pero lo verdaderamente serio, lo que nos hace sospechar la existencia de fuerzas dispuestas a desquiciar la vida institucional del país para hacer vivir en el terror a los ciudadanos, es que estos señores (se acomoda nuevamente los anteojos) manifiestan: “No somos un grupo político, no estamos al servicio de nadie». Citando el refrán popular: «Explicación no pedida, acusación manifiesta», podríamos decir que al negar que pertenezcan a un grupo político, o que estén al servicio de alguien, están confesándolo… están proclamándolo. ¿Y qué grupos políticos de presión, qué ideologías exóticas, antirrevolucionarias, ajenas al sentir de los mexicanos, se beneficiarían con un acto criminal como el que han cometido en la persona de este ciudadano ilustre?… Dentro de un instante, luego de los mensajes de nuestros patrocinadores, volveré.

Dos minutos más tarde, aunque ya no en el estudio, el locutor ofrece su rostro a la cámara:

—Nos encontramos ahora en casa del hombre cuyo secuestro ha sacudido al país… Nos acompañan algunos miembros de su familia… —Nos los muestran: la esposa, el anciano abuelo en la silla de ruedas, varios yernos, dos de sus hijas, innumerables nietos—… De una familia que lleva horas y horas viviendo en la angustia de la incertidumbre; una familia, como la de ustedes, como la mía, a la que unos secuestradores sin piedad están causándole un profundo dolor…

Con muy amable tono de voz procede a efectuar las consabidas entrevistas. La esposa tartamudea. Me parece innecesario que se haya puesto los diamantes en los dedos, en las orejas, alrededor del cuello:

—Devuélvanme a mi marido. Está enfermo. Necesita de los cuidados de su casa, y que lo vea su doctor todos los días…

(—Qué doctor ni qué un carajo. Ahora, chínguese…


Es que voy a morirme…

Pero el soldado siguió aplastándome el pecho con su bota)
.

Una de las hijas, la que viste hábito de religiosa carmelita, susurra:

—Papá no le ha hecho daño a nadie. Dios Nuestro Señor es testigo. No veo por qué lo tratan así.

(Una mujer descalza

cubierta la cabeza con un rebozo negro

espera que le entreguen a su muerto.

22 años. Politécnico:

un hoyo rojo en el costado

hecho por la M-1 reglamentaria)
.

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