MOLLIE.—Me alegra que le guste.
MAYOR METCALF.—No hay de qué. Diría que se trata de la cripta de un antiguo monasterio. Probablemente por eso este lugar se llama «Monkswell».
TROTTER.—No estamos haciendo investigaciones históricas, mayor Metcalf. Estamos investigando un asesinato. Mistress Ralston nos ha dicho que oyó cómo se cerraba una puerta.
(Da unos pasos.)
Esa puerta de la que usted habla hace un ruidito al cerrarse. Podría ser, ¿sabe usted?, que después de matar a mistress Boyle, el asesino oyera a mistress Ralston
(Da unos pasos más.)
salir de la cocina y se metiera en el armario cerrando la puerta tras de si.
MAYOR METCALF.—Podrían ser tantas cosas…
(Mollie se levanta, se acerca a la butaca pequeña y se sienta. Hay una pausa.)
CHRISTOPHER.—
(Levantándose.)
Habría huellas dactilares dentro del armario.
MAYOR METCALF.—Seguro que las mías están allí. Pero la mayoría de los criminales tienen la precaución de usar guantes, ¿no es así?
TROTTER.—Es lo normal. Pero todos los criminales se equivocan antes o después.
PARAVICINI.—¿Es eso totalmente cierto, sargento?
GILES.—
(Dando unos pasos hacia Trotter.)
Oiga, ¿no cree que estamos perdiendo el tiempo? Hay una persona que…
TROTTER.—Por favor, míster Ralston. Esta investigación la llevo yo.
GILES.—Sí, muy bien, pero…
(Giles abandona la sala.)
TROTTER.—
(Llamándolo con voz autoritaria.)
¡Míster Ralston!
(Giles vuelve a entrar de mala gana y se queda junto a la puerta.)
Gracias.
(Colocándose detrás de la mesa grande.)
Tenemos que establecer la oportunidad además del móvil, ¿saben? Y ahora permítanme que les diga esto: todos ustedes tuvieron oportunidad de hacerlo.
(Se oyen varios murmullos de protesta.)
(Levantando una mano.)
Hay dos escaleras: cualquiera pudo subir por una y bajar por la otra. Cualquiera pudo bajar al sótano por la puerta que hay cerca de la cocina y subir por el tramo de escalones que pasa por la puerta y va a parar al pie de la escalera de allí.
(Señala hacia la derecha.)
El detalle principal es que cada uno de ustedes estaba a solas en el momento de cometerse el asesinato.
GILES.—¡Habla usted como si fuéramos todos sospechosos! ¡Es absurdo!
TROTTER.—En un caso de asesinato todo el mundo es sospechoso.
GILES.—Pero si sabe usted de sobra quién mató a esa mujer de Culver Street… Usted dice que fue el mayor de los tres niños de Longridge Farm: un joven desequilibrado que tendrá ahora veintitrés años. ¡Maldita sea! Aquí hay una sola persona que responde a esta descripción.
(Señala a Christopher y da unos pasos hacia él.)
CHRISTOPER.—¡No es verdad, no es verdad! Están todos contra mí. Todo el mundo está siempre contra mí. Me van a cargar el asesinato encima. Es una persecución
(Da unos pasos hacia el mayor Metcalf.)
, eso es lo que es… una persecución.
(Giles lo sigue pero se detiene en el extremo izquierdo de la mesa grande.)
MAYOR METCALF.—
(Levantándose; amablemente.)
¡Calma, muchacho, calma!
(Da unas palmaditas en la espalda de Christopher, luego saca la pipa.)
MOLLIE.—
(Levantándose y acercándose a Christopher.)
No te apures, Chris. Nadie está en contra tuya.
(Dirigiéndose a Trotter.)
Dígale que no tema nada.
TROTTER.—
(Mirando a Giles, imperturbable.)
No le echaremos la culpa si es inocente. Nunca lo hacemos.
MOLLIE.—
(Dirigiéndose a Trotter.)
Dígale que no va a detenerlo.
TROTTER.—
(Acercándose a Mollie; imperturbable.)
No voy a detener a nadie. Para hacerlo necesito pruebas. No tengo pruebas… todavía.
(Christopher se acerca a la chimenea.)
GILES.—Me temo que estás loca, Mollie.
(Acercándose a Trotter.)
¡Y usted también! Hay sólo una persona que responde a la descripción y, aunque fuera solamente como medida de seguridad, debería detenerla. Es lo menos que podemos pedir los demás.
MOLLIE.—Espera, Giles, espera. Sargento Trotter… ¿puedo… puedo hablar con usted un minuto?
TROTTER.—No faltaría más, mistress Ralston. ¿Quieren los demás pasar al comedor, por favor?
(Los demás se levantan y se dirigen a la puerta de la derecha: primero miss Casewell, luego míster Paravicini, protestando, seguido por Christopher y el mayor Metcalf, que se detiene para encender la pipa. El mayor Metcalf se da cuenta de que todos lo miran fijamente. Salen todos.)
GILES.—Yo me quedo.
MOLLIE.—No, Giles, tú también, por favor.
GILES.—
(Furioso.)
¡Yo me quedo! No sé qué diablos te pasa, Mollie.
MOLLIE.—¡Por favor!
(Giles sale por donde han salido los demás deja la puerta abierta. Mollie la cierra. Trotter se acerca a la salida de la derecha.)
TROTTER.—Y bien, mistress Ralston
(Da unos pasos hacia la butaca grande.)
, ¿qué es lo que quiere decirme?
MOLLIE.—
(Acercándose a Trotter.)
Sargento Trotter, usted piensa que este
(Da unos pasos en torno al sofá.)
… que este asesino loco debe de ser el mayor de los niños de Longridge Farm… pero no lo sabe con certeza, ¿no es así?
TROTTER.—En realidad no sabemos nada. Lo único que hemos averiguado hasta el momento es que la mujer que junto con su marido maltrató e hizo pasar hambre a aquellos pequeños ha sido asesinada y que la mujer magistrado que puso a dichos niños bajo la tutela de aquella pareja ha sido asesinada también.
(Da unos pasos hacia la derecha del sofá.)
El cable del teléfono que me comunicaría con comisaría ha sido cortado…
MOLLIE.—Ni eso sabe con certeza. Puede que haya sido la nieve.
TROTTER.—No, mistress Ralston, el cable lo han cortado a propósito. Lo cortaron a poca distancia de la puerta principal. Lo he visto con mis propios ojos.
MOLLIE.—
(Estremeciéndose.)
Entiendo.
TROTTER.—Siéntese, mistress Ralston.
MOLLIE.—
(Sentándose en el sofá.)
Pero así y todo, usted no sabe…
TROTTER.—
(Dando unos pasos alrededor del sofá.)
Me guío por las probabilidades. Todo señala hacia lo mismo: inestabilidad mental, infantilismo, deserción del ejército y el informe del psiquiatra.
MOLLIE.—Sí, ya sé, y, por tanto, todo parece señalar a Christopher. Tiene que haber otras posibilidades.
TROTTER.—
(Volviéndose hacia ella.)
¿Por ejemplo?
MOLLIE.—
(Titubeando.)
Pues… ¿es que los pequeños no tenían ningún pariente?
TROTTER.—La madre era una borracha. Murió poco después de que le quitasen los pequeños.
MOLLIE.—¿Y qué hay del padre?
TROTTER.—Era un sargento del ejército y estaba destinado en el extranjero. Probablemente ya lo habrán licenciado, si es que vive todavía.
MOLLIE.—¿No sabe dónde está ahora?
TROTTER.—No tenemos información. Localizarlo nos llevará tiempo; pero puedo asegurarle, mistress Ralston, que la policía tiene en cuenta todas las posibilidades.
MOLLIE.—Pero no sabe usted dónde está en este mismo instante y si el hijo es un desequilibrado mental, puede que el padre también lo fuera.
TROTTER.—No deja de ser una posibilidad.
MOLLIE.—Si regresó a casa después de haber sido prisionero de los japoneses y sufrir terriblemente, por ejemplo… si regresó a casa y se encontró con que su mujer había muerto y sus hijos habían pasado por un trance terrible, que había costado la vida a uno de ellos, pudo perder la razón y buscar… ¡venganza!
TROTTER.—Eso no es más que una conjetura.
MOLLIE.—¿Pero es posible?
TROTTER.—Oh, sí, mistress Ralston: es muy posible.
MOLLIE.—De modo que el asesino puede ser un hombre de mediana edad, o incluso un anciano.
(Hace una pausa.)
Cuando dije que la policía había llamado, el mayor Metcalf se puso muy nervioso. Le vi la cara.
TROTTER.—
(Reflexionando.)
¿El mayor Metcalf?
(Se aproxima a la butaca grande y se sienta.)
MOLLIE.—Mediana edad, soldado… Parece muy simpático y perfectamente normal… pero podría ser que no se le notase, ¿verdad?
TROTTER.—A menudo no se nota en absoluto.
MOLLIE.—
(Levantándose y acercándose a Trotter.)
Así que Christopher no es el único sospechoso. El mayor Metcalf también lo es.
TROTTER.—¿Alguna sugerencia más?
MOLLIE.—Pues, a míster Paravicini se le cayó el atizador cuando dije que la policía había llamado.
TROTTER.—¿Míster Paravicini?
(Parece reflexionar.)
MOLLIE.—Ya sé que parece muy viejo y es extranjero y lo que usted quiera, pero quizás no sea tan viejo como parece. Se mueve como si fuera un hombre mucho más joven y no cabe ninguna duda de que lleva el rostro maquillado. Miss Casewell también se dio cuenta. Tal vez vaya… ya sé que parece muy melodramático… pero tal vez vaya disfrazado.
TROTTER.—Está usted muy ansiosa por que no sea el joven míster Wren, ¿no es verdad?
MOLLIE.—
(Acercándose al fuego.)
¡Parece tan… tan desamparado!
(Volviéndose a Trotter.)
Y tan feliz.
TROTTER.—Permítame que le diga una cosa, mistress Ralston. He tenido presentes todas, absolutamente todas las posibilidades desde el principio. El muchacho que se llamaba Georgie, el padre… y alguien más. Había una hermana también. No lo olvide.
MOLLIE.—Oh… ¿la hermana?
TROTTER.—
(Levantándose y acercándose a Mollie.)
A Maureen Lyon pudo matarla una mujer. Una mujer.
(Dando unos pasos.)
Llevaba la cara tapada con la bufanda, el sombrero echado sobre los ojos y hablaba en susurros. La voz es lo que delata al sexo.
(Se acerca a la mesita de detrás del sofá.)
Sí, pudo haber sido una mujer.
MOLLIE.—¿Miss Casewell?
TROTTER.—
(Dirigiéndose a la escalera.)
Parece demasiado mayor para eso.
(Sube los peldaños, abre la puerta de la biblioteca, se asoma. Luego cierra la puerta.)
Sí, mistress Ralston, como usted dice, hay muchas posibilidades.
(Baja la escalera.)
Está usted misma, por ejemplo.
MOLLIE.—¿Yo?
TROTTER.—Tiene más o menos la edad precisa.
(Mollie está a punto de protestar.)
(Conteniéndola.)
No, no. Cualquier cosa que me diga sobre usted misma no puedo comprobarla en estos momentos, recuérdelo. Y también está su marido.
MOLLIE.—¿Giles? ¡Qué ridiculez!
TROTTER.—
(Caminando lentamente hacia Mollie.)
Él y Christopher Wren vienen a tener la misma edad. Mire, su marido parece mayor de lo que es, y Christopher Wren parece más joven. Es muy difícil adivinar su verdadera edad. ¿Qué sabe usted de su marido, mistress Ralston?
MOLLIE.—¿Qué sé de Giles? Oh, no diga sandeces.
TROTTER.—¿Cuánto tiempo llevan casados?
MOLLIE.—Un año justo.
TROTTER.—¿Y dónde lo conoció?
MOLLIE.—Fue en un baile, en Londres, yendo en grupo.
TROTTER.—¿Le presentó a su familia?
MOLLIE.—No la tiene. Todos sus familiares han muerto ya.
TROTTER.—
(Significativamente.)
¿Todos han muerto?
MOLLIE.—Sí, pero… Oh, lo dice como si fuese un delito. Su padre era abogado y su madre murió cuando él era muy pequeño.
TROTTER.—Lo que me está diciendo no es más que lo que él le contó.
MOLLIE.—Sí, pero…
(Le vuelve la espalda.)
TROTTER.—No lo sabe usted de propia fuente.
MOLLIE.—
(Volviéndose rápidamente.)
No hay derecho que…
TROTTER.—Se sorprendería usted, mistress Ralston, si supiera con cuántos casos como el suyo nos encontramos. Especialmente desde el final de la guerra. Hogares deshechos, familias muertas… Se presenta un tipo y dice que ha servido en las fuerzas aéreas o que acaba de terminar la instrucción militar. Sus padres murieron durante la guerra y no tiene parientes. La familia no cuenta hoy en día. La gente joven resuelve sus propios asuntos… se conocen y se casan. Eran los padres y los parientes los que hacían las indagaciones antes de dar su consentimiento para la boda. Todo esto ya se ha acabado. Las chicas se casan con el hombre al que quieren y sanseacabó. A veces tardan uno o dos años en averiguar que él es un empleado de banca al que busca la policía, o un desertor del ejército o cualquier otra cosa igualmente indeseable. ¿Cuánto hacía que conocía a Giles Ralston cuando se casó con él?
MOLLIE.—Tres semanas justas. Pero…
TROTTER.—¿Y no sabe nada sobre él?
MOLLIE.—Eso no es verdad. Lo sé todo sobre él. Sé perfectamente qué clase de persona es. ¡Es Giles!
(Se vuelve hacia el fuego.)
Y es absolutamente absurdo insinuar que es algún horrible maníaco homicida. ¡Pero si ni siquiera estaba en Londres ayer cuando se cometió el asesinato!
TROTTER.—¿Dónde estaba? ¿Aquí?
MOLLIE.—Fue a una subasta en busca de tela metálica para el gallinero.
TROTTER.—¿La trajo a casa?
(Se acerca al escritorio.)
MOLLIE.—No, no tenían de la clase que él quería.
TROTTER.—Esto está sólo a treinta millas de Londres, ¿no es verdad? Ah, veo que tienen la guía de ferrocarriles.
(Coge la guía y la lee.)
Sólo una hora en tren… un poco más en coche.
MOLLIE.—
(Dando una patada de indignación en el suelo.)
¡Le digo que Giles no estuvo en Londres!
TROTTER.—Aguarde un instante, mistress Ralston.
(Sale al vestíbulo y regresa con un abrigo oscuro. Se aproxima a Mollie.)
¿Es este abrigo el de su marido?
(Mollie mira el abrigo.)
MOLLIE.—
(Con suspicacia.)
Sí. Trotter saca del bolsillo un periódico de la tarde doblado.
TROTTER.—El
Evening News
de ayer. Lo vendían en la calle alrededor de las tres y media de ayer tarde.
MOLLIE.—¡No lo creo!
TROTTER.—¿No?
(Se dirige a la salida con el abrigo.)
¿No lo cree?
(Trotter sale por la salida de la derecha llevándose el abrigo. Mollie se sienta en un sillón y se queda mirando fijamente el periódico. Se abre lentamente la puerta de la derecha. Christopher se asoma por la abertura, ve que Mollie está sola y entra.)