PARAVICINI.—Y ahora no puede hacerlo. ¡Vaya por Dios! Alguien se ha cuidado de impedírselo. Aunque tal vez haya otra explicación, ¿no le parece?
TROTTER.—Sí, ¿cuál?
PARAVICINI.—Puede que alguien quiera marcharse.
GILES.—
(Acercándose a Mollie y dirigiéndose a ella.)
¿Por qué dijiste «Christopher» hace unos instantes?
MOLLIE.—Por nada.
PARAVICINI.—
(Riendo entre dientes.)
Así que nuestro joven arquitecto ha volado, ¿verdad? Muy interesante, mucho.
TROTTER.—¿Es eso cierto, mistress Ralston?
(Se acerca a la mesa grande.)
(Christopher entra en la sala y se acerca al sofá.)
MOLLIE.—
(Dando un par de pasos.)
¡Ah, gracias a Dios! Después de todo, no te has ido.
TROTTER.—
(Cruzando la sala hasta Christopher.)
¿Ha cogido usted mis esquíes, míster Wren?
CHRISTOPHER.—
(Sorprendido.)
¿Sus esquíes, sargento? Pues no, ¿para qué iba a cogerlos?
TROTTER.—Me pareció que mistress Ralston pensaba que…
(Mira a Mollie.)
MOLLIE.—Míster Wren es muy aficionado a esquiar. Se me ocurrió que tal vez los habría cogido sólo para… hacer un poco de ejercicio.
GILES.—¿Ejercicio?
(Se acerca a la mesa grande.)
TROTTER.—Bueno, ahora escúchenme todos. Este asunto es serio. Alguien me ha quitado el único medio de comunicación con el mundo exterior. Quiero que se reúnan todos aquí… ahora mismo.
PARAVICINI.—Creo que miss Casewell está en el piso de arriba.
MOLLIE.—Iré a buscarla.
(Mollie sube la escalera. Trotter se acerca a la salida de la izquierda.)
PARAVICINI.—
(Dando unos pasos.)
Dejé al mayor Metcalf en el comedor.
(Abre la puerta y se asoma.)
¡Mayor Metcalf! Ya no está aquí.
GILES.—Miraré si doy con él.
(Giles sale de la estancia. Mollie y miss Casewell entran en la sala. Mollie se coloca a la derecha de la mesa grande y miss Casewell a la izquierda. El mayor Metcalf sale de la biblioteca.)
MAYOR METCALF.—¿Me buscaban?
TROTTER.—Se trata de mis esquíes.
MAYOR METCALF.—¿Esquíes?
(Se acerca al sofá.)
PARAVICINI.—
(Acercándose a la puerta de la derecha y llamando.)
¡Míster Ralston!
(Aparece Giles y se queda en el umbral. Paravicini va a sentarse en el pequeño sillón de la derecha.)
TROTTER.—¿Alguno de ustedes dos ha cogido unos esquíes que estaban en el armario que hay cerca de la puerta de la cocina?
MISS CASEWELL.—¡Santo cielo, no! ¿Por qué iba a cogerlos?
MAYOR METCALF.—Yo ni los toqué.
TROTTER.—Pues, a pesar de todo, ya no están allí.
(Dirigiéndose a miss Casewell.)
¿Por dónde subió a su cuarto?
MISS CASEWELL.—Por la escalera de atrás.
TROTTER.—Entonces pasó por delante del armario.
MISS CASEWELL.—Si usted lo dice… No tengo idea de dónde están sus esquíes.
TROTTER.—
(Dirigiéndose al mayor Metcalf.)
Pues usted ha entrado en ese armario hoy.
MAYOR METCALF.—En efecto.
TROTTER.—A la hora en que mistress Boyle fue asesinada.
MAYOR METCALF.—Cuando mistress Boyle fue asesinada yo estaba en el sótano.
TROTTER.—¿Estaban los esquíes en el armario cuando usted pasó por ahí?
MAYOR METCALF.—No tengo la menor idea.
TROTTER.—¿No los vio allí?
MAYOR METCALF.—No lo recuerdo.
TROTTER.—¡Pero usted tiene que acordarse de si estaban allí!
MAYOR METCALF.—De nada le servirá gritarme, jovencito. No pensaba en los condenados esquíes. Lo que me interesaba era el sótano.
(Se acerca al sofá y se sienta.)
La arquitectura de este lugar es muy interesante. Abrí la otra puerta y bajé. Así que no puedo decirle si los esquíes estaban allí o no.
TROTTER.—
(Dando unos pasos hacia el sofá.)
Se dará cuenta de que tuvo usted una magnífica oportunidad de cogerlos, ¿no es así?
MAYOR METCALF.—Sí, sí, es cierto. De haber querido cogerlos, claro.
TROTTER.—Mi pregunta es la siguiente: ¿dónde están ahora?
MAYOR METCALF.—No creo que nos cueste encontrarlos si los buscamos entre todos. No será como buscar una aguja en un pajar. Unos esquíes abultan mucho. ¿Y si nos ponemos a buscarlos?
(Se levanta y se acerca a la puerta.)
TROTTER.—No tan de prisa, mayor Metcalf. Puede que sea precisamente eso lo que se pretende que hagamos.
MAYOR METCALF.—¿Cómo? No lo entiendo.
TROTTER.—Me encuentro en una situación que me obliga a ponerme en el lugar de un maníaco astuto. Tengo que preguntarme qué es lo que él quiere que hagamos y qué es lo que él tiene intención de hacer a continuación. Debo tratar de adelantarme a él. Porque, si no lo hago, va a haber otra muerte.
MISS CASEWELL.—¿Sigue creyéndolo así?
TROTTER.—Sí, miss Casewell. Así lo creo. Tres ratones ciegos: dos ya han sido eliminados. Queda aún el tercero.
(Da unos pasos de espaldas al público.)
Ahora hay aquí seis personas escuchándome. ¡Uno de ustedes es el asesino!
(Hay una pausa. Todos se muestran afectados y se miran unos a otros.)
Uno de ustedes es un asesino.
(Se acerca a la chimenea.)
Todavía no sé cuál, pero lo sabré. Y otro de ustedes es la próxima víctima del asesino. A esa persona me dirijo ahora.
(Se acerca a Mollie.)
Mistress Boyle me ocultó algo… ahora mistress Boyle está muerta.
(Da unos pasos.)
Usted… quienquiera que sea… me está ocultando algo. Pues… no lo haga. Porque corre usted peligro. Nadie que ya haya matado dos veces vacilará en hacerlo una tercera vez.
(Da unos pasos hacia el mayor Metcalf.)
Y tal como están las cosas, no sé quién de ustedes necesita protección.
(Hay una pausa.)
(Dirigiéndose al Centro del escenario y dando la espalda al publico.)
Venga ya, cualquiera de los presentes que tenga algo que reprocharse, por insignificante que sea, en relación con aquel viejo asunto: será mejor que me lo diga.
(Hay una pausa.)
Muy bien… no quiere decírmelo. Atraparé al asesino. De eso no me cabe duda. Pero puede que sea ya demasiado tarde para uno de ustedes.
(Se acerca a la mesa grande.)
Y les diré algo más: el asesino está disfrutando con esto. Sí, se está divirtiendo de lo lindo…
(Hay una pausa.)
(Va a colocarse detrás de la mesa grande. Aparta la cortina de la derecha, mira al exterior y luego se sienta.)
Muy bien: ya pueden irse.
(El mayor Metcalf entra en el comedor. Christopher sube al piso de arriba. Miss Casewell se acerca a la chimenea y se apoya en la repisa. Giles da unos pasos hacia el centro y Mollie le sigue. Giles se para y se vuelve hacia la derecha. Mollie le vuelve la espalda y se coloca detrás de la butaca grande. Paravicini se levanta y se aproxima a Mollie.)
PARAVICINI.—Por cierto, mi querida señora, ¿ha probado alguna vez hígado de pollo servido sobre una tostada bien untada de foie gras, con un trocito de tocino al que se le ha puesto un poquitín de mostaza fresca? Iré con usted a la cocina y veremos qué podemos hacer entre los dos. Será una ocupación encantadora.
(Paravicini coge a Mollie por el brazo derecho y empieza a andar hacia la salida de la derecha.)
GILES.—
(Cogiendo a Mollie por el brazo izquierdo.)
Ya ayudaré yo a mi mujer, Paravicini.
(Mollie rechaza el brazo de Giles.)
PARAVICINI.—Su marido teme por usted. Muy natural en estas circunstancias. No le hace gracia que esté usted a solas conmigo.
(Mollie rechaza el brazo de Paravicini.)
Lo que teme son mis tendencias sádicas… no las poco honorables.
(La mira con expresión lujuriosa.)
¡Ay, siempre el obstáculo del marido!
(Besa los dedos de Mollie.)
A rivederla
…
MOLLIE.—Estoy segura de que Giles no cree que…
PARAVICINI.—Es muy prudente. No quiere correr riesgos.
(Se acerca a la butaca grande.)
¿Puedo demostrarle a él o a usted o a nuestro tenaz sargento que no soy un maníaco homicida? Es tan difícil probar un negativo… ¿Y si en vez de ello en realidad soy…
(Tararea unos compases de «Tres ratones ciegos».)
MOLLIE.—Calle.
(Se coloca detrás de la butaca grande.)
PARAVICINI.—¿No le parece una cancioncilla alegre? Les cortó la cola con el trinchante… tris, tris, tris… delicioso. Justo lo que encantaría a un niño. Los niños son crueles.
(Se inclina hacia delante.)
Algunos nunca dejan de ser niños.
(Mollie suelta una exclamación de temor.)
GILES.—
(Acercándose a la mesa grande.)
¡Deje ya de asustar a mi esposa!
MOLLIE.—Soy una tonta. Pero, verá usted… yo encontré a mistress Boyle. Tenía la cara amoratada. No puedo olvidarlo.
PARAVICINI.—Lo sé. Es difícil olvidar, ¿verdad? No es usted de las que olvidan.
MOLLIE.—
(Incoherentemente.)
Tengo que irme… la comida… la cena… a preparar las espinacas… y las patatas se están estropeando… por favor, Giles.
(Giles y Mollie abandonan la sala. Paravicini se apoya en el dintel y los sigue con la mirada, sonriendo. Miss Casewell se queda junto a la chimenea, ensimismada.)
TROTTER.—
(Levantándose y aproximándose a Paravicini.)
¿Qué le ha dicho a la señora que tanto la ha turbado, señor?
PARAVICINI.—¿Yo, sargento? Oh, sólo ha sido una bromita inocente. Siempre me han gustado las bromitas.
TROTTER.—Hay bromas divertidas y otras que no lo son.
PARAVICINI.—
(Dando unos pasos.)
¿Qué quiere usted decir, sargento?
TROTTER.—Me he estado preguntando acerca de usted, señor.
PARAVICINI.—¿De veras?
TROTTER.—Me extraña que su coche se haya atascado en la nieve
(Hace una pausa y corre la cortina.)
tan oportunamente.
PARAVICINI.—Querrá decir inoportunamente, ¿no es así, sargento?
TROTTER.—
(Acercándose a Paravicini.)
Eso depende de cómo se mire. Por cierto, ¿adónde iba usted cuando sufrió este… accidente?
PARAVICINI.—Oh… iba a visitar a una amiga.
TROTTER.—¿En estos contornos?
PARAVICINI.—No muy lejos de aquí.
TROTTER.—¿El nombre y la dirección de esta amiga?
PARAVICINI.—Caramba, sargento Trotter, ¿eso importa ahora? Quiero decir que no tiene nada que ver con lo que ha pasado aquí, ¿verdad?
(Se sienta en el sofá.)
TROTTER.—Nos gusta reunir toda la información posible. ¿Cómo ha dicho que se llama su amiga?
PARAVICINI.—No lo he dicho.
(Saca un cigarro de la cigarrera que lleva en el bolsillo.)
TROTTER.—No, no lo ha dicho. Y, al parecer, no piensa decirlo.
(Se sienta en el brazo derecho del sofá.)
Eso es interesante.
PARAVICINI.—Podría ser por tantos… motivos. Por discreción, por ejemplo. ¡Los maridos son tan celosos…!
(Perfora el cigarro.)
TROTTER.—Es usted algo mayor para tener aventuras amorosas, ¿no le parece?
PARAVICINI.—Mi querido sargento, puede que no sea tan viejo como parezco.
TROTTER.—Eso justamente es lo que he estado pensando, señor.
PARAVICINI.—¿Qué?
(Enciende el cigarro.)
TROTTER.—Que puede que no sea usted tan viejo como… trata de parecer. Mucha gente intenta quitarse años de encima. Cuando alguien trata de parecer más viejo de lo que es en realidad… bueno, uno se pregunta por qué.
PARAVICINI.—Así que, además de hacer preguntas a tanta gente, se las hace usted a si mismo también, ¿eh? ¿No le parece que eso es exagerar?
TROTTER.—Tal vez obtenga una respuesta de mí mismo, ya que de usted no obtengo muchas.
PARAVICINI.—Bien, bien, pruebe otra vez. Es decir, si tiene más preguntas que hacerme.
TROTTER.—Una o dos. ¿De dónde venía usted anoche?
PARAVICINI.—Esta es sencilla: de Londres.
TROTTER.—¿Cuál es su dirección en Londres?
PARAVICINI.—Siempre me hospedo en el Hotel Ritz.
TROTTER.—Debe de ser un lugar muy agradable, seguro. ¿Cuál es su dirección permanente?
PARAVICINI.—No me gusta lo permanente.
TROTTER.—¿Cuál es su oficio o profesión?
PARAVICINI.—Juego a la Bolsa.
TROTTER.—¿Es usted corredor de Bolsa?
PARAVICINI.—No, no, no me ha entendido bien.
TROTTER.—Se está usted divirtiendo, ¿verdad? Se siente muy seguro de sí mismo. Pues no debería estarlo tanto. Piense que se halla envuelto en un caso de asesinato. No lo olvide. Un asesinato no es ningún juego divertido.
PARAVICINI.—¿Ni siquiera este asesinato?
(Suelta una risita y mira a Trotter.)
¡Vaya por Dios! Es usted muy serio, sargento Trotter. Siempre he pensado que los policías no tienen sentido del humor.
(Se levanta y da unos pasos.)
¿La inquisición ha terminado… de momento?
TROTTER.—De momento, sí.
PARAVICINI.—Muchas gracias. Iré a ver si sus esquíes están en la salita. Podría ser que alguien los hubiera escondido en el piano de cola.
(Paravicini abandona la sala. Frunciendo el entrecejo, Trotter lo sigue con la mirada, se acerca a la puerta y la abre. Miss Casewell cruza silenciosamente hacia la escalera de la izquierda. Trotter cierra la puerta.)
TROTTER.—
(Sin volver la cabeza.)
Un momento, por favor.
MISS CASEWELL.—
(Deteniéndose al pie de la escalera.)
¿Es a mí?
TROTTER.—Sí.
(Se acerca a la butaca grande.)
¿Quiere hacerme el favor de sentarse aquí un momento?
(Prepara la butaca para ella.)
(Miss Casewell lo mira cautamente y se acerca al sofá.)
MISS CASEWELL.—Bien, ¿qué es lo que quiere?
TROTTER.—Quizás habrá oído algunas de las preguntas que le he hecho a míster Paravicini, ¿no?
MISS CASEWELL.—Sí, las he oído.
TROTTER.—
(Acercándose al sofá.)
Quisiera que me diese usted cierta información.
MISS CASEWELL.—
(Aproximándose a la butaca y sentándose.)
¿Qué desea saber?
TROTTER.—Su nombre completo, por favor.
MISS CASEWELL.—Leslie Margaret
(Hace una pausa.)
Katherine Casewell.
TROTTER.—
(Con un tono levemente distinto.)
Katherine…