CHRISTOPHER.—¡Mollie!
(Mollie se levanta sobresaltada y esconde el periódico debajo de uno de los cojines de la butaca grande.)
MOLLIE.—¡Me has asustado!
(Da unos pasos alejándose de la butaca.)
CHRISTOPHER.—¿Dónde está él?
(Acercándose a Mollie.)
¿Adónde ha ido?
MOLLIE.—¿Quién?
CHRISTOPHER.—El sargento.
MOLLIE.—Oh, ha salido por allí.
CHRISTOPHER.—Ojalá pudiera marcharme de aquí. De alguna manera… da igual. ¿No hay ninguna parte donde pueda esconderme aquí en la casa?
MOLLIE.—¿Esconderte?
CHRISTOPHER.—Sí… de él.
MOLLIE.—¿Por qué?
CHRISTOPHER.—Pero, querida, ¿no ves que se han puesto todos en contra mía? Dirán que he cometido estos asesinatos… Especialmente tu marido.
(Se acerca al sofá.)
MOLLIE.—No te preocupes por él.
(Da un paso hacia Christopher.)
Escucha, Christopher, no puedes seguir así… huyendo toda tu vida.
CHRISTOPHER.—¿Por qué dices eso?
MOLLIE.—Pues porque es verdad, ¿no?
CHRISTOPHER.—
(Con desánimo.)
Sí, es muy cierto.
(Se sienta en el sofá.)
MOLLIE.—
(Sentándose en el otro extremo del sofá y hablando afectuosamente.)
Alguna vez tendrás que hacerte hombre, Chris.
CHRISTOPHER.—Ojalá fuese aún un niño.
MOLLIE.—Christopher Wren no es tu verdadero nombre, ¿verdad?
CHRISTOPHER.—En efecto.
MOLLIE.—Y tampoco es cierto que estás estudiando para arquitecto…
CHRISTOPHER.—Tampoco.
MOLLIE.—¿Por qué…?
CHRISTOPHER.—¿Por qué me hago llamar Christopher Wren? Sólo porque me hizo gracia. Y además en la escuela se reían de mí y me llamaban el pequeño Christopher Robin. Robin… Wren… asociación de ideas
[1]
. La escuela fue un infierno.
MOLLIE.—¿Cómo te llamas en realidad?
CHRISTOPHER.—No hace falta hablar de eso. Deserté cuando hacia el servicio militar. Lo pasaba tan mal que no pude aguantar más.
(De repente Mollie es presa de inquietud. Christopher lo advierte. Mollie se levanta y da unos pasos hacia la derecha.)
(Levantándose y dando unos pasos hacia la izquierda.)
Sí, soy como el asesino desconocido.
(Mollie se acerca a la mesa grande y se vuelve de espaldas a él.)
Ya te dije que la descripción correspondía con mis señas. Verás: mi madre… mi madre…
(Da unos pasos.)
MOLLIE.—Sí, tu madre, ¿qué?
CHRISTOPHER.—Todo iría bien si ella no hubiese muerto. Ella habría cuidado de mí…
MOLLIE.—No puedes pasarte toda la vida con alguien que te cuide como a un niño. Tienes que aprender a soportar las cosas que te ocurren… tienes que seguir adelante como si nada.
CHRISTOPHER.—No se puede.
MOLLIE.—Sí se puede.
CHRISTOPHER.—¿Quieres decir que tú has podido?
(Se acerca a Mollie.)
MOLLIE.—
(Mirándolo cara a cara.)
Sí.
CHRISTOPHER.—¿Qué te pasó? ¿Algo muy malo?
MOLLIE.—Algo que nunca he olvidado.
CHRISTOPHER.—¿Tenía que ver con Giles?
MOLLIE.—No, fue mucho antes de conocer a Giles.
CHRISTOPHER.—Debías de ser muy joven. Casi una niña.
MOLLIE.—Quizás fue por eso que resultó tan… espantoso. Fue horrible… horrible… Trato de borrarlo de mi mente, de no pensar más en ello.
CHRISTOPHER.—Así que… tú también huyes. ¿Huyes de las cosas… en vez de plantarles cara?
MOLLIE.—Sí… en cierto modo, también huyo.
(Hay un silencio.)
Teniendo en cuenta que nunca te había visto hasta ayer, parece que nos conocemos bastante bien.
CHRISTOPHER.—Sí. Es extraño, ¿no crees?
MOLLIE.—No lo sé. Supongo que hay una especie de… simpatía entre nosotros.
CHRISTOPHER.—En todo caso, crees que debería afrontar las cosas, ¿no es así?
MOLLIE.—Pues, francamente, ¿qué otra cosa puedes hacer?
CHRISTOPHER.—Podría birlarle los esquíes al sargento. Sé esquiar bastante bien.
MOLLIE.—Sería una tremenda estupidez. Sería casi como admitir que eres culpable.
CHRISTOPHER.—El sargento Trotter cree que lo soy.
MOLLIE.—No, no es verdad. Al menos… yo no sé qué cree él.
(Se acerca a la butaca, saca el periódico vespertino de debajo del cojín y lo mira fijamente. De pronto, con pasión.)
¡Lo odio, lo odio, lo odio!
CHRISTOPHER.—
(Sobresaltado.)
¿A quién?
MOLLIE.—Al sargento Trotter. Te mete ideas raras en la cabeza. Ideas que no son ciertas, que no pueden serlo de ninguna manera.
CHRISTOPHER.—¿A qué viene todo esto?
MOLLIE.—¡No lo creo… no quiero creerlo!
CHRISTOPHER.—¿Qué es lo que no quieres creer?
(Se acerca lentamente a Mollie, apoya las manos sobre sus hombros y la obliga a volverse de cara a él.)
¡Vamos! ¡Dilo ya!
MOLLIE.—
(Mostrándole el periódico.)
¿Ves eso?
CHRISTOPHER.—Sí. ¿Qué es?
MOLLIE.—El periódico vespertino de ayer… un periódico de Londres. Y estaba en el bolsillo de Giles. Pero Giles no fue a Londres ayer.
CHRISTOPHER.—Bueno, si estuvo todo el día aquí…
MOLLIE.—Es que no estuvo. Se marchó en coche en busca de tela metálica para el gallinero, pero no pudo encontrarla.
CHRISTOPHER.—Bueno, eso no importa.
(Dando unos pasos.)
Probablemente subiría hasta Londres.
MOLLIE.—Entonces ¿por qué no me lo dijo? ¿Por qué dijo que había estado todo el día recorriendo la región en coche?
CHRISTOPHER.—Tal vez la noticia del asesinato…
MOLLIE.—Él no sabia nada del asesinato. ¿O sí sabía? ¿Lo sabía?
(Se acerca al fuego.)
CHRISTOPHER.—¡Santo Cielo, Mollie! No irás a pensar que… El sargento no pensará que…
(Durante el siguiente parlamento Mollie cruza lentamente el escenario hacia la izquierda del sofá. Christopher, sin decir nada, deja caer el periódico sobre el sofá.)
MOLLIE.—No sé qué piensa el sargento. Y es capaz de hacerte pensar cosas sobre la gente. Empiezas a hacerte preguntas y a dudar. Te imaginas que alguien al que amas y conoces bien puede ser… un desconocido.
(Susurrando.)
Eso es lo que sucede en una pesadilla. Estás en alguna parte en medio de tus amigos y de pronto les miras las caras y ya no son tus amigos… son otras personas que fingen serlo. Quizás no se pueda confiar en nadie… quizás todo el mundo sea un desconocido.
(Se cubre el rostro con las manos.)
(Christopher se acerca al extremo izquierdo del sofá, se arrodilla encima y coge las manos de Mollie apartándoselas del rostro. Giles sale del comedor, pero se detiene al verlos. Mollie retrocede y Christopher se sienta en el sofá.)
GILES.—
(Desde la puerta.)
Me parece que he interrumpido algo.
MOLLIE.—No, estábamos… hablando, solamente hablando. He de ir a la cocina… a vigilar el pastel, las patatas y preparar las espinacas.
(Da unos pasos.)
CHRISTOPHER.—
(Levantándose.)
Te echaré una mano.
GILES.—
(Acercándose a la chimenea.)
Nada de eso.
MOLLIE.—Giles…
GILES.—Los
tête-à-tête
no son muy saludables en estos momentos. No se acerque a la cocina y deje en paz a mi mujer.
CHRISTOPHER.—¡Pero si yo sólo…!
GILES.—
(Furioso.)
¡Deje en paz a mi mujer, Wren! No será ella la próxima víctima.
CHRISTOPHER.—¿De modo que eso es lo que piensa de mí?
GILES.—Ya lo ha oído, ¿no es así? Hay un asesino suelto en esta casa… y me parece que es usted.
CHRISTOPHER.—No soy el único que lo parezco.
GILES.—No sé quién más será.
CHRISTOPHER.—¡Qué ciego está usted! ¿O sólo lo finge?
GILES.—Lo que me preocupa es la seguridad de mi mujer.
CHRISTOPHER.—A mí también. No voy a dejarle solo aquí con ella.
(Se acerca a Mollie.)
GILES.—
(Acercándose también a Mollie.)
¿Qué diablos…?
MOLLIE.—Por favor vete, Chris.
CHRISTOPHER.—No me voy.
MOLLIE.—Por favor vete, Christopher. Por favor, hablo en serio…
CHRISTOPHER.—
(Dando unos pasos.)
No estaré lejos.
(Christopher abandona la sala a regañadientes. Mollie se acerca a la silla del escritorio y Giles la sigue.)
GILES.—¿Se puede saber qué pasa? Debes de haberte vuelto loca, Mollie. Te hubieses encerrado en la cocina con un maníaco homicida.
MOLLIE.—No lo es.
GILES.—Basta mirarlo para ver que está chiflado.
MOLLIE.—No lo está. Sólo se siente desgraciado. No es peligroso, Giles. Lo sabría si lo fuese. Y, de todos modos, sé cuidar de mí misma.
GILES.—¡Eso mismo dijo mistress Boyle!
MOLLIE.—¡Oh, Giles, no…!
(Da unos pasos.)
GILES.—
(Acercándose a ella.)
Escúchame, ¿qué hay entre tú y ese desgraciado?
MOLLIE.—¿Qué quieres decir con eso de «entre nosotros»? Me da lástima… eso es todo.
GILES.—Puede que le hayas conocido antes. Quizás le dijiste que viniese y los dos fingiríais veros por primera vez. Lo habéis tramado entre los dos, ¿no es así?
MOLLIE.—¿Has perdido el juicio, Giles? ¿Cómo te atreves a insinuar algo así?
GILES.—
(Acercándose a la mesa grande.)
¿No te parece extraño que haya venido a hospedarse en un lugar tan apartado como este?
MOLLIE.—No lo es más que el que lo hayan hecho miss Casewell, el mayor Metcalf y mistress Boyle.
GILES.—Una vez leí en el periódico que estos locos homicidas atraían a las mujeres. Al parecer es verdad.
(Da unos pasos.)
¿Dónde lo viste por primera vez? ¿Cuánto hace que dura el asunto?
MOLLIE.—Te estás comportando como un chiquillo.
(Da unos pasos.)
Nunca había visto a Christopher Wren hasta que llegó aquí ayer.
GILES.—Eso es lo que tú dices. Puede que hayas estado viéndote a escondidas con él en Londres.
MOLLIE.—Sabes de sobra que hace semanas que no he ido a Londres.
GILES.—
(Con un tono peculiar.)
Llevas semanas sin ir a Londres, ¿no es así?
MOLLIE.—¿Qué diablos quieres decir? Es la verdad.
GILES.—¿De veras? Entonces, ¿qué es esto?
(Se saca el guante de Mollie del bolsillo y extrae el billete de autobús.)
(Mollie se sobresalta.)
Este es uno de los guantes que llevabas ayer. Se te cayó al suelo. Lo recogí hoy después de comer, mientras hablaba con el sargento Trotter. Ya ves lo que hay dentro: ¡un billete de autobús de Londres!
MOLLIE.—
(Con expresión culpable.)
¡Oh, eso…!
GILES.—
(Volviéndose.)
Así que, al parecer, ayer no fuiste solamente al pueblo, sino que también estuviste en Londres.
MOLLIE.—Está bien, fui a…
GILES.—Aprovechando que yo iba en coche de un lado para otro.
MOLLIE.—
(Con énfasis.)
¡Mientras tú ibas de un lado para otro en coche…!
GILES.—¡Venga! ¡Reconócelo! Estuviste en Londres.
MOLLIE.—Está bien.
(Da unos pasos.)
Estuve en Londres. ¡Y tú también!
GILES.—¿Qué?
MOLLIE.—Tú también estuviste. Volviste con un periódico de la tarde.
(Coge el periódico que hay sobre el sofá.)
GILES.—¿De dónde lo has sacado?
MOLLIE.—Estaba en el bolsillo de tu abrigo.
GILES.—Cualquiera pudo ponerlo allí.
MOLLIE.—¿Ah, sí? No: tú estuviste en Londres.
GILES.—Está bien. Sí, estuve en Londres. Pero no fui a reunirme con una mujer.
MOLLIE.—
(Horrorizada, hablando en susurros.)
¿No? ¿Estás seguro de que no?
GILES.—¿Eh? ¿Qué quieres decir?
(Se acerca a ella.)
(Mollie retrocede.)
MOLLIE.—Vete. No te me acerques.
GILES.—
(Siguiéndola.)
¿Qué sucede?
MOLLIE.—No me toques.
GILES.—¿Fuiste ayer a Londres para verte con Christopher Wren?
MOLLIE.—No seas estúpido. Claro que no.
GILES.—Entonces, ¿a qué fuiste?
(Mollie cambia de actitud. Sonríe con expresión soñadora.)
MOLLIE.—No… no te lo diré. Quizás… ahora… se me ha olvidado por qué fui…
(Se dirige a la salida de la derecha.)
GILES.—
(Acercándose a Mollie.)
¿Qué te ocurre, Mollie? De pronto has cambiado. Tengo la sensación de que ya no te conozco.
MOLLIE.—Quizás nunca me conociste. ¿Cuánto tiempo llevamos casados? ¿Un año? Pero en realidad no sabes nada de mí. No sabes qué hacia, pensaba o sentía antes de conocerme.
GILES.—Mollie, estás loca…
MOLLIE.—¡Muy bien, estoy loca! ¿Por qué no iba a estarlo? ¡A lo mejor resulta divertido estar loca!
GILES.—
(Enojado.)
¿Qué diablos estás…?
(Míster Paravicini entra en la sala y se interpone entre los dos.)
PARAVICINI.—Vamos, vamos. Espero que ninguno de los dos esté diciendo más de lo que en realidad quiere decir. Sucede tan a menudo en las riñas entre enamorados…
GILES.—¡Riñas entre enamorados! Eso está bien.
(Se acerca a la mesa grande.)
PARAVICINI.—
(Aproximándose al sillón de la derecha.)
Sí, sí. Sé cómo se sienten. Yo pasé lo mismo cuando era joven.
Jeunesse
…
jeunesse
… como dice el poeta. Me imagino que no llevan mucho tiempo casados, ¿verdad?
GILES.—
(Acercándose a la chimenea.)
No es asunto suyo, míster Paravicini…
PARAVICINI.—
(Dando unos pasos.)
No, no lo es en absoluto. Sólo vengo a decirle que el sargento no encuentra sus esquíes y me temo que está muy enfadado.
MOLLIE.—
(Dando unos pasos.)
¡Christopher!
GILES.—¿Qué dices?
PARAVICINI.—
(Colocándose ante Giles.)
Quiere saber si por casualidad los ha guardado usted en otro sitio, míster Ralston.
GILES.—No, claro que no.
(El sargento Trotter entra en la sala con la cara enrojecida y expresión de enojo.)
TROTTER.—Míster Ralston… mistress Ralston, ¿han sacado mis esquíes del armario donde los guardamos?
GILES.—Desde luego que no.
TROTTER.—Alguien los ha cogido.
PARAVICINI.—
(Acercándose a Trotter.)
¿Cómo se le ocurrió buscarlos?
TROTTER.—La nieve aún no se ha fundido. Necesito ayuda, refuerzos. Pensaba ir esquiando hasta la comisaría de Market Hampton para dar cuenta de la situación.