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Authors: Javier Sierra

La ruta prohibida (23 page)

¿Demasiada imaginación?.

Cerdeña, isla olvidada

Lo que argumentan los escépticos ante tales sueños es que de ser cierta esa suposición, deberían quedar más restos de esa cultura «X» en otras importantes islas del Mediterráneo.

Y quedan.

Además de Malta, otra isla cercana está preñada de misterios ancestrales: Cerdeña. Los historiadores han fechado los primeros asentamientos humanos en el lugar en más de medio millón de años, y hoy admiten que hacia el 10000 a. J.C. aparecieron las primeras manufacturas importantes de piedra de la isla.

Tanto me hablaron de sus maravillas arqueológicas «por descubrir», que terminé visitando el museo de Cagliari tras las huellas de esa presunta protocivilización. Para mi sorpresa, en sus vitrinas di con algo que no esperaba: entre el 3500 y el 2700 a. J.C., Cerdeña estuvo dominada por una cultura local poderosa llamada Ozieri. Fue un pueblo culto, que decoró con acierto y delicadeza sus cerámicas, y cuyos restos aún desprenden un extraño tufillo oriental a través de las vitrinas herméticas que los protegen.

A estos Ozieri se les ha atribuido la construcción del monumento más misterioso de toda la isla: se trata de una pirámide escalonada, de unos nueve metros de altura, con lados de 37 y 30 metros respectivamente y dividida en tres grandes escalones o gradas, llamada Monte d'Accoddi. En ninguna guía sarda es descrita como una pirámide, pero eso es, definitivamente, de lo que se trata.

—Anótelo bien —me dijo la atenta secretaria del museo al ver mi cuaderno de viaje—: debe viajar al norte de la isla, cerca de Sassari. Si lo que busca es un buen misterio, ahí tiene uno gigantesco.

Después me entregó unas fotocopias en las que se decía que aquello era lo más parecido «a lo que en el ámbito mesopotámico se define como zigurat»,
[105]
y me hizo prometerle que echarla un vistazo.

Ciertamente lo haría.

El pozo astronómico

Pero Monte d’Accoddi no era el único vestigio «sumerio» que iba a encontrarme en Cerdeña. De hecho, con el mapa de esa prometedora pirámide en el salpicadero de mi vehículo de alquiler, tropecé con otro lugar de difícil clasificación. Hoy es conocido como Pozo de Santa Cristina y se encuentra en el centro geográfico de la isla. Aunque se trata de un yacimiento claramente precristiano, toma su nombre de una popular ermita situada en las inmediaciones, y no son pocos los que creen que tiene un aire… extranjero.

El pozo, una estructura cilíndrica tallada en piedra basáltica pulida con esmero, no se asemeja a ninguna construcción vecina. Aunque está rodeada de
nuraghis
, una especie de toscas torres megalíticas levantadas entre los años 1700 y el 900 a. J.C., su diseño no tiene nada en común con ellas.

Santa Cristina parece una «máquina» de piedra. Un objeto de precisión.

Accedí a su interior descendiendo la escalera de 25 peldaños que arranca tras una extraña puerta trapezoidal tallada en el suelo. Al verla me pareció estar frente al decorado de una película de ciencia ficción. Aquella rampa descendía poco más de 3 metros bajo tierra y desembocaba en una especie de chimenea cónica armoniosa que ascendía hasta un pequeño orificio por el que se colaba la luz del día. Todo el recinto emana todavía una poderosa atmósfera sacra.

¿Estaba ante el «eco» de un remoto contacto entre una olvidada expedición sumeria y los habitantes de la isla, como sugieren algunos historiadores locales?.

Pronto descubriría que la peculiaridad más destacada del Pozo de Santa Cristina fue su función astronómica. Estudiado durante años por el profesor Enrico Atzeni, de la Universidad de Cagliari, esa estructura fue fechada en torno al primer milenio antes de Cristo. Hoy se cree que sirvió para cultos que unían la veneración de las aguas y el culto a la Luna. Y es que, en efecto, si se observa la «chimenea» del pozo desde abajo, éste termina en una especie de óculo que deja ver la Luna llena entre los meses de diciembre y enero. Se trata, pues, de un monumento levantado por cuidadosos astrónomos.

A semejante conclusión han llegado también los profesores Carlo Maxia y Eduardo Proverbio, de la Facultad de Antropología y el Instituto de Astronomía de la Universidad de Cagliari, respectivamente. Según ellos el misterio de la apertura superior del pozo está resuelto:

… Para un observador situado en el lado norte del fondo del pozo, la distancia cenital máxima de su campo de visión será de 11,5º, exactamente igual a la distancia cenital mínima de la Luna en la latitud del Pozo de Santa Cristina (+40º), En esas circunstancias, en su época de máxima declinación, la Luna se refleja por un breve periodo en el fondo del pozo, durante el solsticio invernal.
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Existen una treintena de pozos sagrados más distribuidos por todo el territorio sardo, y aunque algunos tengan también una clara función astronómica, lo cierto es que ninguno presenta el acabado del de Santa Cristina. Cualquiera que haya visitado construcciones sagradas incas, al otro lado del planeta, en Perú, verá en los muros mediterráneos un inexplicable parentesco.

Es sólo una intuición pero ¿por qué no pensar que los constructores de este pozo y los promotores de las culturas del altiplano peruano bebieron de fuentes similares?. ¿Por qué no aceptar, siquiera como hipótesis de trabajo, la existencia de una cultura madre en el Mediterráneo, de la que perdimos todo rastro al desencadenarse el Final de la última Edad del Hielo?.

Tal vez las respuestas me aguardaban en la pirámide de Monte d'Accodi. Hacia allí apreté mis pasos.

CAPITULO 31

La odisea sumeria jamás contada

Desde hace décadas, Giovanni Semerano no quiere ni oír hablar del indoeuropeo, la supuesta lengua madre de la que, según los expertos, derivan buena parte de los idiomas que hoy se hablan en el planeta. Este lingüista de noventa y cinco años, que fue profesor de la Universidad de Nápoles y es autor de un monumental y respetado
Dizionario etimológico,
tiene una sorprendente teoría: nuestras lenguas nacieron en Sumeria, en tierras del moderno Irak. El indoeuropeo, asegura, es un invento de los expertos; jamás existió. La verdadera «fuente» del idioma estuvo en Sumer. Aquel pueblo decía
erebu
para referirse al Occidente, y de ahí derivó la palabra
Europa. Asu
equivalía al lugar donde nace el Sol, y dio nombre a Asia, Hasta Arabia, según Semerano, tiene un origen mesopotámico: procede de la palabra
arbu,
desierto. Ésa fue pues, según él, la verdadera lengua de Adán y de Eva.

Había oído hablar de las ideas de este filólogo años atrás. Curiosamente, su búsqueda de la lengua primordial le había llevado hasta el lugar donde los antiguos creyeron que estuvo el jardín del Edén. Y la «coincidencia» me resultó algo más que simpática, Pero confieso que no empecé a tomármelo en serio hasta que supe que esos sumerios —tal vez un minúsculo grupo de ellos, unos náufragos o unos colonos muy adelantados—, llegaron a construir uno de sus zigurats o torres escalonadas… ¡en el corazón del Mediterráneo!.

El zigurat perdido

Aproveché mi visita a la isla de Cerdeña para comprobar con mis propios ojos que allí, en la isla de veraneo preferida de los italianos, se escondía un edificio sumerio.

¿Por qué nadie hablaba de ello?.

¿Tan grave era admitir que aquel pueblo dominó rutas de navegación hace cuatro o cinco mil años?.

La abrupta carretera 131 «Carlo Felice» me llevó desde el Pozo de Santa Cristina hasta un páramo situado a 800 metros de la principal autopista sarda, en el que se alzaba el extraño promontorio del que tanto había oído hablar. Me encontraba a sólo 11 kilómetros de Sassari, la segunda ciudad de la isla, y a unas dos horas en coche de Cagliari, la capital.

Cuando puse el pie en la llanura, ésta estaba vacía y ninguna señal impedía el paso de los curiosos. Fue al situarme en el lado sur de la única colina de los alrededores cuando comprendí a qué me estaba enfrentando: aquella atalaya, de unos 9 metros de alto y con una superficie de 40 X 30 metros, era una pirámide perfecta. Nadie en la isla la llamaba así —por alguna razón todavía prefieren definirla como «altar» o «lugar ceremonial», pero bastaba mirarla para saber que se trataba de una especie de mastaba escalonada, de tres niveles. Además, por su grado de erosión, diríase que de manufactura muy antigua.

—Los expertos no se ponen de acuerdo respecto a su antigüedad. La llaman Monte d'Accoddi, y tampoco se sabe muy bien lo que significa ese nombre —me explicará a mi regreso Stefano Salvatici, presidente de la asociación cultural Nonsoloterra de Cagliari—. Se manejan cronologías que van del cuarto al segundo milenio antes de Cristo. Y sí: fue una pirámide. Probablemente, un templo astronómico de primer orden.

Cuando me puse manos a la obra para averiguar más de aquel lugar, enseguida me llamó la atención lo pronto que los primeros arqueólogos establecieron conexiones entre el yacimiento de Monte d'Accoddi y los zigurats mesopotámicos.

Y lo rápido que se olvidaron sus ideas. Ercole Contu, uno de los padres de la arqueología sarda, excavó la zona entre 1952 y 1958, y desenterró del corazón de aquella plataforma unos seis mil objetos que fechó entre el 4000 y el 3200 a. J.C. Es decir, mucho más antiguos que las primeras pirámides egipcias y contemporáneos al recinto megalítico de Stonehenge. «A lo que más se parece», escribió, «es al zigurat de Anu, en la antigua Uruk. Incluso la época de construcción podría corresponderse más o menos».
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¿Llegaron entonces los sumerios a Cerdeña?. ¿Era ésa la prueba física que el profesor Semerano estaba esperando para demostrar sus teorías lingüísticas?.

En 1984 un nuevo descubrimiento apuntaló aún más tan extraña idea: bajo el túmulo que corona la cima del supuesto zigurat, a unos 5,5 metros del suelo, se halló una cámara alargada, casi un pasillo, de 30 metros cuadrados, pintada de rojo, tal y como se decoraban los templetes que remataban las pirámides mesopotámicas. Fue el profesor Emilio Spedicato, del Departamento de Matemáticas de la Universidad de Bérgamo y un apasionado de la historia antigua, quien me puso tras la pista de la «teoría de los náufragos» que explicaba aquello.

—Tal vez hace cuatro mil años, una embarcación sumeria o acadia, de la época del rey Sargón el Grande, pudo haber encallado en el norte de la isla y haberse visto obligada a establecerse allí por alguna oscura razón. Eso explicaría por qué el sardo, la lengua local, tiene aún tantas palabras de origen sumerio.

Spedicato conocía, por supuesto, las tesis del profesor Semerano, y como él, estimaba que los «fósiles lingüísticos» incrustados en topónimos, nombres propios y frases antiguas de la zona podarían darnos la clave de lo ocurrido. Nadie sabe a ciencia cierta, por ejemplo, por qué el zigurat de Cerdeña se llama Monte d'Accoddi. Aunque la palabra recuerda a Akkad, el reino de Sargón, otros creen que
accoddi
remite a la palabra sarda
recogida
e incluso a la expresión local «hacer el amor». Aunque otro profesor, Virgilio Tetti, ha sugerido que ese topónimo procede del término «Monte de Code», donde
Code
significa «piedra».

Curiosamente, en la época de dominio español de la isla (siglo XVII), a aquel recinto lo llamaban «el montón de piedras».
[108]

Los reyes navegantes

—Busque usted en las leyendas del rey Sargón, y descubrirá por qué algunos creen que fue en su época cuando los sumerios pudieron llegar a nuestras costas —me susurra el profesor Spedicato, antes de dar por terminada nuestra conversación—. Y pregúntese si todo lo que ha visto en el Monte d'Accoddi coincide con lo que averigüe de él.

Aquellas palabras sonaron a desafío, un reto que acepté durante algún tiempo. Gracias a los escritos del arqueólogo Ercole Contu supe que Monte d'Accoddi era sólo uno de los 287 emplazamientos arqueológicos de la zona. Y como el zigurar era, sin duda, el más antiguo de todos ellos, era lógico pensar que su presencia había «sacralizado» el norte de la isla hasta el punto de convertirlo en un santuario que estuvo activo durante más de dos mil años.

Raffaele Sardela, autor de un libro académico sobre las lenguas primitivas de Cerdeña, sugiere que tras la desaparición de los constructores de Monte d'Accodi otro pueblo, los nuraghi, tomó el control del viejo zigurat y lo amplió. «La religión nurágica —escribió— logró seguramente sobrevivir al dominio cartaginés y romano basándose en la magia, los horóscopos y los augurios a los que los extranjeros invasores eran tan aficionados».
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Lo cierto es que Monte d'Accoddi debió de ejercer una atracción casi magnética sobre los distintos colonizadores de la isla. Probablemente, vieron en aquella colina lo mismo que Sargón el Grande en sus zigurats: un punto de unión entre el cielo y la Tierra, un lugar donde los hombres podían comunicarse con los dioses. Sargón levantó varios de ellos, todos mayores que el olvidado «altar» de Cerdeña. Pero también sabemos que un territorio tan remoto para sus dominios como ése no le hubiera resultado indiferente. En textos de su tiempo (2370-2285 a. J.C.), a Sargón se le otorgaba el control de dos «tierras de] otro lado del mar superior», que era como los sumerios se referían al Mediterráneo. Una era Kaptar («tierra cretense») y la otra Anaku («tierra del estaño»). Y se da la circunstancia de que Cerdeña tenia Yacimientos de ese apreciado metal. ¿Fue Anaku el nombre sumerio de la isla?.

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