La Silla del Águila (16 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

Es como el cuento de un zorro que conoce todas las trampas que le han puesto los cazadores, pero desconoce la trampa que el zorro se puso, para engañar a los cazadores, a sí mismo.

María del Rosario, una de las ventajas de burocracias como la nuestra es que los archivistas no cambian porque nadie piensa en ellos. Son peones olvidados o, en el evento, sacrificables en el gran tablero. Y los veloces alfiles del juego saben que los peones desconocen su propio valor. No saben lo que archivan. María del Rosario: el humilde archivista don Cástulo Magón acaba de decidir la sucesión presidencial en México.

—¿De dónde salieron estos documentos, don Cástulo?

—Me los entregó personalmente don Tácito de la Canal.

—¿Le pidió secreto?

—No, qué va. Él cuenta con mi discreción absoluta. Sólo una vez me dijo:

—Destruye esos papeles. No tienen importancia. Nos vamos a ahogar en papeles sin importancia.

Don Cástulo se pasó la mano por el puente de cabellera prestada para disimular su calvicie. Yo estuve a punto de decir:

—Pudo destruirlos él mismo.

Recordé de nuevo a Nixon. Hay que conservar todo testimonio, incluso el del crimen, aunque sólo sea por dos motivos. La importancia histórica que un político le atribuye a todas sus acciones. Y el desafío a la ley porque nos consideramos impunes. Y acaso, también, por un misterioso temor a ser descubierto como el funcionario que destruyó documentos. El culpable sería el pobre Cástulo.

Pero cuando don Cástulo me entregó el fajo incriminatorio, tuve una sorpresa. Los documentos estaban rubricados "De la Canal", de puño y letra de Tácito. Y entonces me pregunté, querida amiga,

—¿De cuándo acá un criminal rubrica los papeles que lo condenan en un fraude colosal?

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María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

Su información, querido amigo, no tiene precio. Dan ganas de salir al balcón de Palacio, tocar la campana de la Independencia y proclamar la verdad. Pero en política los tiempos cuentan. Es más, hacer política es saber medir los tiempos. Se dice fácil. Es mucho más difícil conciliar la inteligencia con la pasión a fin de cumplir con los deberes.

El deber que nos hemos impuesto es impedir que Tácito de la Canal llegue a la Presidencia. Por fin, gracias a usted, tenemos las cartas en la mano. Olvidémonos de insultar a Tácito. Los insultos se olvidan. Los odios se arman. La irritación cunde. La frustración es inaceptable y provoca sin quererlo el desorden que a su vez provoca las acciones irracionales y protege las aventuras políticas más peligrosas y contraproducentes. En otras palabras, procedamos con método. Nuestro pobre país ha sufrido de un desorden endémico. Ha sufrido hambre y desmoralización casi constantes. México: muchas heridas y poco tiempo para curarlas.

Cito a nuestro amigo Bernal Herrera:

—Todos estos males se evitan si creamos un país de leyes y las practicamos.

Este es el punto. Tácito de la Canal ha violado la ley flagrantemente. Lo has conocido. Has trabajado con él. Sabes que es un hombre cruel y mezquino. Quizás aún no sepas que la gente más cruel es la más insegura. Son crueles porque tienen miedo de no ser. La crueldad les da cédula de identidad. Es el camino más fácil. Querer, darle la mano al prójimo, ponerle atención a sus necesidades, eso sí que requiere, querido amigo, tiempo y pasión. Pocos lo tienen. Confieso que en ocasiones a mí me falta y hasta me regaño a mí misma:

—Paciencia, mujer. Tranquila.

Pero no te fíes del azar para destruir a Tácito. El azar se encarga de sí mismo y lo que tú y yo y Bernal Herrera debemos hacer es dominar al azar con la voluntad y a la voluntad gobernarla con acciones bien calculadas. Recuerda que las pasiones son formas arbitrarias de la conducta. Deja que sea Tácito quien se fíe del azar y actúe arbitrariamente. El buen político lo convierte todo en ventaja. Suma el accidente de tu encuentro con el archivista como se llame, la existencia de los documentos que no fueron destruidos, la asombrosa (lo admito y reflexiono sobre el particular) rúbrica de Tácito, tu presencia en la oficina de Tácito, nuestra amistad, mi estrecha relación con Bernal Herrera y el calendario político que se nos viene encima sin pedir permiso.

Súmalo todo, Nicolás Valdivia, y mide tus tiempos. Eres dueño de un secreto que has compartido conmigo, afirmando aún más la confianza que yo te tengo y de la cual, a veces, tú pareces dudar o, por lo menos, no corresponderme. No importa. El secreto, sabes, es uno de los peores enemigos políticos. Mira a México, mira a Colombia, mira a Europa o los USA. Asesinatos, negocios turbios, narcotráfico, información confidencial. Todo une a los enemigos. Ahora tenemos la fortuna de que un secreto una a tres amigos. Tú no te imaginas, Nicolás, la de veces que, siendo aún jovencita, confié en la discreción de amigos a los que consideraba seguros, sólo para despertar de mi ingenuo sueño a la realidad de la traición y la indiscreción. Tú me devuelves confianza y amistad.

Bernal, tú y yo, unidos por un secreto.

Y frente a nosotros, allí tienes a los demás, como en el reparto de una obra de teatro. El que engaña y disimula sus pasiones: Tácito de la Canal. El que siempre es inferior a su alarde: Andino Almazán. El que cumple profesionalmente su trabajo: Patricio Palafox. El que sólo quiere hacerse rico: Felipe Aguirre. El que fanfarronea sus vicios y no oculta sus ambiciones: Cícero Arruza. El inescrutable soldado profesional que quizá juega a varias bandas: Mondragón von Bertrab. Y el más peligroso de todos, el que colecciona víctimas como otros estampillas: el ex-presidente César León.

Y tú y yo y Bernal Herrera.

Y un Presidente que sólo quiere pasar a la historia.

Ayudémosle.

Ah, sí, cómo no, el medio es chico, es mezquino. Pero como no tenemos otra realidad, el medio es poderoso. Y para moverse en él —para volver a mi punto de partida— el secreto es importante. A veces, la información que das y recibes le es más útil a tu enemigo que a tu amigo. Entonces te das cuenta de que nunca debió salir del secreto. A veces, te lo digo, pecas de candoroso. El corazón se te enternece cuando tratas a los humildes, a la secretarita humillada, a la recepcionista estafada, al archivista sin esperanzas... Recuerda que no nacimos para vivir con los pobres ni como los pobres. A los pobres hay que respetarlos... de lejos.

Te lo recomiendo seriamente. Nunca seas sincero con un pobre. Recibirás en pago el desprecio igualitario y eso un político no se lo puede permitir. No dejes que, en recompensa de tu buen corazón, te den trato de igual a igual. No eres igual a los inferiores. No lo eres. Calcula. Manipula. Si no actúas con talento, si revelas o dilapidas nuestro pacto, nos pierdes y te pierdes. Allí termina tu carrera. Y me frustras a mí.

Recuerda lo que te prometí. Espera. Calcula.

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María del Rosario Galván a Bernal Herrera

Mi amor, mi protegido Nicolás Valdivia nos ha servido bien. El lobo ha caído en la trampa y aún no se entera. Tácito es nuestro. Pero se nos puede escapar si nos precipitamos. Observa el cuadro político que se ha venido creando. El perverso César León intenta convencer al presidente del Congreso, Onésimo Canabal, de que el país está a tiempo para cambiar la Constitución y reformar la sucesión en caso de muerte o incapacidad del Presidente. Su propósito es que en vez del Interino si el Presidente deja el cargo en sus dos primeros años (etapa ya rebasada por el Presidente Terán) o en lugar del Sustituto si la falta ocurre durante los cuatro años finales del sexenio (es el caso del actual Presidente), sujetos ambos al azar de una votación en las cámaras, automáticamente sea el Presidente del Congreso (en este caso, Onésimo Canabal) quien pase a ejercer la función del Ejecutivo.

¿Qué quiere el ex-presidente César León? Él mismo no tiene puesto de elección popular (sus enemigos dicen que nunca lo tuvo). Detesta a Tácito de la Canal. A ti te teme y te odia. Pero Onésimo es un asno que puede dejarse manipular en situación transitoria. ¿Tránsito hacia qué? Yo creo que César León sabe algo que ni tú ni yo conocemos. Es dueño de un misterio. Es un político nato, de eso no te quepa duda. Lo malo es que es como cera blanda. Toma todas las formas, se adapta a todas las novedades y a todas las necesidades. Date cuenta, Bernal, de que este es un duelo de secretos. Tú y yo (y necesariamente Valdivia) tenemos un secreto del cual depende la derrota de Tácito y tu propio éxito. Pero si los revelamos antes de tiempo, Tácito organizará con anticipación su defensa. Es capaz de mandarte matar. ¿Y qué ganas, Bernal, qué pierdes si hablas o no hablas? Cuestión de tiempos. Ganas si hablas a tiempo. Pierdes si hablas a destiempo. Creo tener la solución. En un par de días te lo comunico.

PS. Es una indiscreción del asilo enviarte cuentas e información a ti. En este asunto sólo debo aparecer, si es necesario, yo. Sobre ti no debe recaer ninguna sospecha.

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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Le agradezco su carta, señora. Y me pregunto si no ha llegado la hora de mi recompensa. Mi amor por usted es manifiesto. Usted me ha pedido ser digno, no de su amor, sino de su misterio. ¿Conduce una cosa a la otra? A veces, usted me obliga a preguntarme si en amor la separación une más que la presencia. Me consuelo pensando que el amor tiene tantas formas y ofrece tantos desafíos como cada uno de los demás sentimientos verificables del mundo. Señora: Yo lo acepto todo de usted menos la indiferencia. Pero acto seguido, me pregunto si merezco ya mi premio: Tutearla.

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María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

¿Quieres recompensa, mi impaciente galán? Pues aquí está mi regalo. Bernal Herrera ha quedado muy impresionado con tus hazañas. Cree, por lo demás, que es no sólo inútil sino peligroso que continúes trabajando en la oficina de Tácito de la Canal. Habló con el señor Presidente. Has sido nombrado subsecretario de Gobernación, segundo de a bordo de Bernal Herrera.

Te repito. Espera. Calcula. Y agradece.

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Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón

Quiero decirte que las horas que le robo a la oficina para platicar contigo son las mejores de mi día. Por fortuna, de tres a seis la administración pública mexicana se paraliza. No hay funcionario que se respete que no esté comiendo en un restorán de lujo. En un privado, de ser posible. Siempre con el celular a la mano para contestar llamadas con ceño fruncido y graves asentimientos. ¡Qué manera de afirmar con la cabeza sin romperse la nuca! Claro que ahora, sin telecomunicaciones, esto no es posible. Entonces, no falta el achichincle que se aparece a avisar:

—Señor licenciado, tiene usted un mensaje importante en la puerta.

Claro que no hay mensajes. A lo sumo, el distinguido licenciado cambia unas palabras con uno de nuestros eternos vendedores de billetes de lotería ("como la sota moza, Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagro, como la lotería: apréndete de memoria a López Velarde, Jesús Ricardo, no tenemos los mexicanos guía más "impecable y diamantino") apostados a las puertas de los comederos de moda.

Digo que no hay mensajes hoy, ni los hubo ayer. Las llamadas vía celular eran un teatro bien elaborado para darse ínfulas de poder. Te digo por delante todo esto porque, como tú, no guardo ilusiones sobre nuestra clase política.
Plus fa change, oui
... Como tú, estoy harto de que hasta los barrenderos me llamen "señor licenciado". Estoy hasta la coronilla de los "señores licenciados" mexicanos. Me da risa que a Penélope, la secretaria de mi oficina, los que llegan a ella la llaman, por falso respeto y aturdida desproporción, "señora licenciada". Quisiera, como tú, que todos se convirtieran en cervantinos "licenciados Vidriera", no para traspasarlos con la mirada sino para hacer lo que temía el ilustre abogadillo que se creía de vidrio: romperlos en mil pedacitos.

Entonces, conociéndote, conociendo tus ideales, compartiendo muchos de ellos, ¿por qué te invito a colaborar conmigo en la oficina presidencial, en el mero corazón de la alcachofa?

No te lo digo otra vez de viva voz, porque cuando te invité hace unas semanas me agrediste salvajemente, te me echaste encima, me rodeaste el torso con tus brazos, me di cuenta de tu brutal fuerza juvenil, de tu penetrante sudor de macho y te tuve miedo, Jesús Ricardo. No sé si saberlo te halaga o te alarma. No importa. Olí tu sudor juvenil. Me cegó tu melena de rebelde adolescente. Y te dije:

—¿Cuánto crees que dura la juventud? ¿Sabes que un viejo de melena larga da risa y pena ajena? ¿No has visto a esos jipis ancianos arrastrando su pobre rebeldía por los barrios de clase media a donde fueron a naufragar, buscando un inexistente San Francisco de los años sesenta, enredados en collares de cuentas coloridas y empujando sus alpargatas viejas hasta el supermercado?

La Biblia debió añadir al Eclesiastés que no sólo hay tiempo de nacer y tiempo de morir, sino tiempo de ser rebelde y tiempo de ser conservador... ¿Has leído Mi último suspiro de Luis Buñuel? Te lo recomiendo. Allí ese grandísimo artista del cine —uno de la docena mayor— hace fe, como tú, de su anarquismo, pero lo adopta como una maravillosa idea, inasimilable a la práctica. ¡Volar el Louvre! ¡Espléndida idea! Estúpida práctica.

Tú sigues creyendo que la idea y la práctica rebeldes son inseparables. Que las ideas son estériles si no las llevamos a la realidad. Seamos realistas, pidamos lo imposible, decían los rebeldes de mayo 68 en París antes de convertirse en empresarios, profesionistas y ministros de Estado...

Me das miedo, Jesús Ricardo. No hay anarquista consecuente que no termine en fatal terrorista. Es inevitable. Te propongo que repases todas las teorías que has ventilado conmigo durante nuestras tardes "socráticas" en tu azotea con vista a la más fea de las ciudades, la ciudad de arena, la brumosa capital de México, el basurero más grande del mundo, el desolado panorama gris: aire gris, cemento gris, gente gris... El reino del pepenador. La capital del subdesarrollo.

Tu ideal es noble. Tu héroe es Bakunin, al fin y al cabo un aristócrata ruso que esperaba, cada vez que entraba a su casa, encontrarse con algo insólito... Desde tu azotea, rodeado de palomas, crees firmemente que la sociedad perfecta será la que no tenga gobierno, ni leyes, ni castigos.

—¿Qué tendrá entonces? —te pregunto, de verdad con atención, con simpatía.

—Administradores, obligaciones y correcciones —me respondes hábilmente.

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