La Silla del Águila (18 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

Dicen que estás demasiado aislado y que no ver a nadie te permite imaginar en los demás todas las virtudes —y todos los defectos—. El resultado político neto, tú lo sabes, es que los subalternos, interpretando cada cual a su manera la impasibilidad del Presidente, se pelean entre sí. Mientras tú disfrutas, musitándola, de lo que llamas

—Mi necesaria soledad para pensar claro y actuar derecho, tus colaboradores se pelean entre sí. Figúrate qué gran oportunidad cuando se acerca la sucesión presidencial. Los pleitos y rivalidades de tus colaboradores, fomentados por la supuesta pasividad del Presidente, te permiten actuar, en última instancia, como árbitro.

No te engañes, Lorenzo. Señor Presidente: el país percibe tu pasividad como un defecto. Has perdido autoridad, seamos francos. Pero ahora, si te lo propones, puedes ganar, en cambio, el poder. Gana la implacable batalla por la sucesión presidencial. Lo que muchos consideran tu defecto, puede ser ahora tu virtud: toma el castillo sin despertar a los perros.

Perdona, pero no le hagas caso a Séneca, que te recomienda pasearte entre la gente, como un califa de Bagdad, disfrazado de pordiosero. Recuerda que si abres las ventanas de Palacio, van a entrar un sol muy brillante y un viento muy fuerte. El pueblo se va a deslumbrar, pero el gobierno se va a acatarrar. Ten listas tus aspirinas y tu desenfriol.

Y las purgas, no para ti, sino para tus colaboradores desleales. Si aún no lo sabes, pronto lo sabrás.

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Tácito de la Canal a María del Rosario Galván

Muy breve nota, señora mía. Cuanto se dice, escribe, tramita o murmura en este país pasa por mi despacho. Soy yo quien, cual coladera, sabe qué dejo pasar y qué impido llegar a la mesa del señor Presidente. Me he enterado de lo que saben usted, su amante viejo Bernal y su joven amante Valdivia. Demasiados secretos, demasiados amores, discreciones dificultosas. Precávase. No voy a dejar pasar una infamia como la que me preparan gracias a la estulticia de un anciano archivista de Los Pinos. Abajo las máscaras, señora. O como diría usted, educada con los franchutes,
C'est la guerrea
. Recuerde usted su lado flaco. No es sólo mujer política. Es madre. ¿Quiere que se sepa? O peor tantito, ¿quiere que el niño sufra? Piénselo. Yo siempre estoy dispuesto a pactar.

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María del Rosario Galván a Tácito de la Canal

Tienes razón, Tácito, abajo las máscaras y arriba el telón. Tú y Bernal son contendientes políticos y pueden hablar claro. Yo no voy a perder la serenidad como tú lo haces, pero sí voy a aprovechar, casi por indispensable catarsis, para decirte unas cuantas verdades...

Has creído que para ascender todo se vale, pero no has calculado el precio del combate cuando ya nada se vale porque nos hemos quedado sin cartuchos y tu cartucho era el señor Presidente.

Has contado con que tu servilismo sea un pasaje gratis a la Silla del Águila. El país entero te ha observado tratando al Presidente como si fuera un intocable Mikado japonés. ¿Cuál crees que es la imagen con que se te puede presentar, mi impresentable amigo, al electorado? ¿Quién no sabe que le acomodas la silla al Presidente cuando éste se sienta a comer y luego te quedas a lamer el plato de las sobras presidenciales? ¿Quién no te ha visto de pie detrás del Presidente con la actitud de guardar la persona del Emperador, que nadie lo toque y que nadie lo escuche? "Dejen que al Presidente le crezcan el pelo y las uñas. Yo se las cortaré en secreto, sin que se dé cuenta, mientras duerme, y las guardaré en un cofrecito..."

Sí, Tácito, como todo lo que guardas en tus cajones. Como objetos robados. Tácito, te especializaste en revelar el pasado desagradable de las personas. Sé perfectamente que yo fui víctima de tus calumnias y ahora me amenazas con volver a hacerlo. Pero ahora es tu propio pasado el que se te va a aparecer de noche a quitarte el sueño. Has desenterrado todos los secretos menos uno, el tuyo. Ahora tu culpable misterio se te va a desenterrar y te lo juro, Tácito, te va a aterrar y con suerte, te va a desterrar.

Por mí no va a quedar. Te lo digo con todas sus letras. En este momento, lo que intentas hacer contra mí y contra Bernal, rebotará contra ti. La verdad de tu conducta la tengo yo y la daré a conocer si me tocas un pelo de la cabeza. Y aunque me cortaras la cabeza, mis pruebas contra ti saldrían a la luz, con un cargo más: el de asesino.

Sabes, hay gente pequeña y malvada que sabe demasiado.

Pero también hay gente buena y grande que sabe lo suficiente para callar tu insoportable y tipluda voz de cura recién ordenado. ¿Sabes a quién te pareces por la voz y el físico? A Franco, mi Tácito, al generalísimo Francisco Franco. Pero esta no es España ni estamos en 1936. Has caído en la ilusión premeditada con que Lorenzo Terán ha manejado a su Gabinete. A todos les ha hecho creer: Tú eres el Bueno. Tú eres mi sucesor natural.

¿Te has metido alguna vez en la cabeza del Presidente? ¿Te has imaginado lo que él imagina?

Pobre Tácito. Leíste todos los mensajes de los secretarios de Estado al Presidente y le insinuaste que cada uno era prueba de deslealtad —hasta que el propio Presidente se preguntó si todos sus colaboradores eran desleales menos Tácito de la Canal.

Pobre Tácito. Nunca te diste cuenta de que mientras más adulabas al Presidente, más desprecio público te ganabas —y menos confiaba en ti el Presidente, conocedor de que en este país te mata a coces el caballo al que haces Emperador.

Pobre Tácito. En el fondo, no te quiero mal. Simplemente, no te quiero. O más bien dicho, sólo quiero verte humillado. Rico, exiliado, pero humillado.

Te voy a hacer daño, Tácito, te lo juro, y no sentiré culpa alguna porque te desprecio. Aunque, la verdad, una no debe prodigar el desprecio. Hay demasiados necesitados. ¡Abur!

Posdata: La próxima vez, aprende a robar mejor...

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ex-presidente César León a presidente del Congreso Onésimo Canabal

Vuelvo a la carga, mi distinguido aunque indistinguible amigo, recordándote la época en que, figurativamente, vivías en los retretes de la política con una toallita en el brazo y la mano extendida esperando propina. ¿Quién te sacó de allí y te llevó a acomodador de sillas en las asambleas del Partido, luego, a ser "El Hombre del Micrófono" en los mítines, el que pedía orden, atención...

—Tengo el honor de presentar al señor licenciado César León, candidato a la Presidencia...

Y de allí al Comité Directivo del Partido, al dorado exilio de embajador en Luxemburgo, donde tantos y tan urgentes intereses tenemos (y no creas que me burlo, porque de las cuentas de banco en Luxemburgo no se ríe nadie, ¿o no?), y tú cumpliste como buen gnomo guardián del tesoro que eres. Y ahora, diputado por tercera vez y presidente del Congreso de la Unión. Vaya, don Onésimo, cómo hemos avanzado desde los excusados. Hay que ser agradecidos, ¿verdad?. Y tú, como buen campechano, haces honor a tu patria chica, campechanía te sobra, eres simpático, mi Onésimo, a todos les caes bien, seguro, pero también te sobraría la mala vecindad de tu mortal enemigo de Tabasco, Humberto Vidales, el llamado "Mano Prieta". Más bien deberían llamarlo "La Cabeza de la Hidra", córtale una y nacen cien. En este caso, sus "cien cabezas" son en realidad lo que él orgullosamente llama "mis nueve hijos malvados". Es decir, la Dinastía del Mal. Para eso, Tabasco se pinta solo y "Mano Prieta" tiene planeada sus venganzas y ambiciones de aquí al año 3000.

Cargas, Onésimo, con el apellido de otro hombre fuerte de Tabasco, el implacable gobernador anticlerical Tomás Garrido Canabal, de quien otro de nuestra larga lista de caciques, Gonzalo N. Santos, escribió:

—Tiene los huevos como un toro.

Que se necesitaban para correr a todos los curas de Tabasco, cerrar todas las iglesias y hasta prohibir cruces en los cementerios. Tan comecuras era don Tomás que incluso prohibió a los tabasqueños decir "Adiós" y les ordenó decir "Nos vemos" o "Hasta luego".

Yo te guardo el secreto, Onésimo, por eso te pasaste de Tabasco a Campeche, para escapar a "Mano Prieta" y sus Nueve Malvados Escuincles, para tener base propia de poder (porque con el cacicazgo de "Mano Prieta" en Tabasco nadie puede). Para hacerle la vida de cuadritos a tu rival Vidales y no cargar con el fantasma de Garrido Canabal.

Sí, mi querido Onésimo, te escapaste hasta donde pudiste de las fatalidades del entorno. Lo malo es que nadie se puede esconder de su propio destino porque lo trae en el alma, no en la geografía. Y tu destino, Onésimo, es servirle a quien te protegió y te protege del odio vengativo del cacique tabasqueño "Mano Prieta" Vidales. Quien te protegió y puede volver a protegerte: tu amigo César León.

Vamos a ver si te conozco o te conozco o qué. Eres políticamente neutro. Prefieres la obediencia al debate. Prefieres someterte a la autoridad real que a las bases partidistas. Y tienes una enorme virtud, Onésimo. Eres político prehistórico y para ti, la vida pública se ha vuelto una sucesión de fantasmas que alguna vez tuvieron importancia pero que hoy son apenas sombras en la platónica cueva de Cacahuamilpa de tu memoria. Son todos los ex, ¿verdad?, y tú crees que se han vaporizado, sólo tú permaneces porque nadie te observa miras el paso de los aspirantes convertidos en espectros. A ver, ¿quién era Martínez Manatou, quién Corona del Rosal, quién García Paniagua, quién Flores Muñoz, Sánchez Tapia o Rojo Gómez? Fantasmas, mi querido Onésimo, espectros de la brumosa política mexicana. Luz un día, oscuridad al siguiente —y para siempre, faroles apagados.

Ahora mírame bien a los ojos. Me niego a ser fantasma. He pagado mi deuda con el pasado, si así quieres verlo. Exiliado, golpeado, befado, calumniado, pero no vencido.

No pongas cara de susto. Tu fantasma está de vuelta y te va a cobrar tus deudas. Te observo, Onésimo, te sientes perfectamente seguro porque sigues actuando el mismo papel y repitiendo las mismas líneas, sin darte cuenta de que el escenario ha cambiado y el autor de la obra también. Estamos en un teatro nuevo y yo quiero ser otra vez la estrella. Tú, mi dilecto amigo, serás quien devuelva mi nombre a la marquesina nacional.

¿Reelección? Palabra maldita de nuestro teatro político. Pero ya no tanto, desde que se reformó el 59 Constitucional y se volvió al espíritu del Constituyente de 1917: la reelección de senadores y diputados que te ha permitido, mi Solón de Solones, permanecer diez años en la Cámara. Pues bien, ahora nos toca entrarle a la grande: admitir la reelección del Presidente. Reformar el pinche artículo 83 y abrirme el camino a mi regreso.

¿Que reformar la Constitución toma tiempo? Lo sé de sobra. Por eso hay que empezar ahoritita mismo, casi tres años antes de la siguiente elección. Consulta con discreción a las fuerzas vivas, caciques, gobernadores, legislaturas locales, empresarios, líderes obreros y campesinos, intelectuales. Así como se acabó por modernizar el estatus de los legisladores, así debemos modernizar la sucesión presidencial. Que viva la reelección.

No creas que paso el tiempo haciendo crucigramas. Ya he hablado con tu némesis Vidales el "Mano Prieta" (aunque no con sus Nueve Hijos Malvados) y él ve con simpatía mi noción. Él ve lejos, porque es jefe de una dinastía. Pero, debo admitirlo, Vidales
is his own man
. No le gusta deber favores y temo —¡vaya!— que quiera y sepa utilizarme a mí más que yo a él.

Tú, en cambio, eres mi plastilina querida. Tú puedes y debes hacer lo que yo quiera, porque me lo debes todo a mí. Tienes una virtud política que te permite perdurar, Onésimo. Eres feo pero no distinguido. Eres feicito del montón, gordo, prieto, chaparro. Ni a cacarizo llegas. Puedes confundirte con un chofer de camión o con lo que eras cuando te conocí: mozo de orinales. Pero por ser invisible no eres peligroso, y no por ser peligroso sabes apaciguar y manejar a grupos de hombres inseguros. ¿Y hay hombres más inseguros que nuestros vociferantes legisladores?

Ay, Onésimo. Vamos operando juntos. Recuerda que puedes fingir que sirves al actual Presidente estableciendo normas que me resulten útiles a mí. Y a ti, por supuesto. El problema de la sucesión presidencial no es quién, sino cómo. Tú asegúrale al mandatario saliente, Lorenzo Terán, que vas a proteger su propiedad, sus privilegios y su familia. Con esto basta. La seguridad es oro. Más bien dicho, no tiene precio. Todos nos hacemos esa ilusión. Que se la hagan también el Actual y sus allegados.

¿Te das cuenta del banquete de venganzas dentro de tres años? ¿Quién es invulnerable? ¿El sinvergüenza Tácito, con un clóset lleno de cadáveres? ¿El impecable Andino, con una mujer que lo cornamenta el día entero con cuanta bragueta se le acerca? ¿La intocable María del Rosario, helada como un témpano, pero que como buen iceberg tiene las tres cuartas partes sumergidas y muestra sólo un cachito de su verdad y ninguno de sus secretos? ¿El probo y enérgico Bernal, cuyos amores con la antes mencionada son sólo la cortina de otro secreto mayor que no tardará en revelarse? ¿Mi anciano antecesor el del Portal de Veracruz, guardián de otro secreto que se guarda como la doble blanca del dominó, o sea el comodín misterioso de todo este juego? ¿El imberbe Nicolás Valdivia, encaramado por obra y gracia de María del Rosario a la Subsecretaría de Gobernación y, en consecuencia, abocado a ser el secretario del Ramo apenas renuncie Terán para ser candidato?

No hay uno solo, Onésimo, ni uno, te lo digo yo, que no sea sacrificable. Pero te doy tres reglas para tu buena conducta.

Primero, mata a tu enemigo político y llóralo durante un mes.

Segundo, si vas a ser verdugo, asegúrate de ser invisible.

Y tercero, tenle miedo al fantasma del enemigo político que has matado.

O sea, mi cuasi-analfabeta Onésimo, lee una obrita llamada Macbeth y espera siempre el día en que el bosque de tus crímenes camine hasta el castillo de tus poderes.

Y no descartes nunca la pura suerte, el cabroncísimo azar. Ya ves, el día en que me estallaron tres huelgas al mismo tiempo y tuve que reprimirlas con saldo de trece muertos, nadie se dio cuenta porque ese día se murió Axayácatl Pérez, el llamado "Sultán del Chacha-cha", popularísimo músico de la época, y todo mundo se fue a velarlo al salón de baile del Gran León y luego al entierro del ídolo y nadie se acordó de los muertos anónimos. Que eran los de mi peculio, pues.

Te escribo, Onésimo, sin recovecos ni suspicacias. Sé que eres el alma misma de la discreción, simplemente porque nadie cree en tus revelaciones y puedes, cómodamente, esconderte en el silencio. Síguelo haciendo y tenme al tanto.

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