Read La Silla del Águila Online

Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

La Silla del Águila (22 page)

—Mi único pesar es que conozco todas las historias, pero jamás conoceré toda la historia.

Miró de vuelta hacia San Juan de Ulúa.

—Yo te mandaré llamar, muchacho, llegado el momento.

En sus ojeras no estaban las palmeras borrachas de sol.

—Mientras tanto, te ofrezco el título de una novela por escribir.

Esperé a que me lo dijera.

—El Hombre de la Máscara de Nopal

45

General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab

Señor general, si alguien respeta el orden jerárquico, ese soy yo, su fiel servidor Cícero Arruza. Perdone que le insista. Esta vez le mando una cinta con mi fiel asistente "El Máuser" y mi voz grabada para que oiga vivamente mi franqueza y mi angustia. Ora es cuando, mi general. Algo está pasando y es la oportunidad de acción para que pase lo que queremos usted y yo. Lo único que no se puede permitir es un vacío de poder, pero a esa barranca vamos derechito. Pregúntese, ¿desde cuándo no se ve en público al Presidente? Yo se lo digo, yo llevo la cuenta. Desde principios de enero, cuando leyó su informe y nos provocó el mandarriazo de los gringos. ¡Tres meses sin verle la careta al llamado jefe de la Nación! Si eso no es el vacío de poder tan mentado, ¿qué clase de hoyo será? Hoyos, hoyos, todo en la vida es puro hoyo, salir del hoyo, caer en el hoyo, cagar por el hoyo, meterla o dejar que nos la metan por el hoyo... Voy a serle sincero, mi general. O actuamos ya o nos la meten a usted y a mí. Lo noto indeciso. Lo noto hasta distanciado de su fiel subordinado Cícero Arruza. ¿Qué pasa, tan tarde me descubre usted tal como soy, mi general? Perdone la franqueza. Estoy diciendo este mensaje y estoy de vuelta de donde salí, que es una cantina, señor general, ya que a los militares nos choteán diciendo que sólo ganamos nuestras batallas en las camas y en las cantinas. ¿Recuerda a ese tabasqueño González Pedrero que nos hizo la vida de cuadritos a todos con eso que llamaban el dardo de la verdad? ¿No dijo González Pedrero que hubo un millón de muertos en la Revolución Mexicana, pero no murieron en las batallas sino en las cantinas, tiroteándose entre sí? Es para decirle que usted sabe quién soy yo, de dónde vengo y de qué soy capaz. Se lo recuerdo porque quiero que esté seguro de una cosa: las violencias me las puede cargar a mi cuenta. Los muertitos son de mi peculio... Yo no me guardo nada, señor general, sepa con quién trata y nunca se engañará como el marido de la canción... "¿De quién es esa pistola, de quién es ese reloj, de quién es ese caballo que en el corral relinchó?"... Perdone mi voz. Cuando bebo, me entran unas ganas locas de cantar... Sepa quién es su aliado... Ya le dije una vez que añoro la violencia de a de veras, no esos encarguitos de disolver asambleas soltando ratones y vaciando chis desde los balcones. Déjeme presentarle mis credenciales, para su seguridad. Como comandante de zona en diversos estados de la Unión, mi general, yo he acabado con los revoltosos y descontentos de un solo golpe genial. A los jefes de la oposición en Nayarit los liquidé poniéndoles benzedrinas en las cubas cuando celebraban una dizque victoria electoral. Ya no tienen nada que celebrar. El candidato de la oposición en Guadalajara desapareció tranquilamente en una excavación del Metro. Excavación chiles, mi general. Tumbita, diría yo... A los estudiantes revoltosos de la Universidad, hará diez años, los liquidé encerrándolos en un laboratorio lleno de conejos infectados. Y con el hambre no se juega, mi general... A los rebeldes de Chiapas los mandé fusilar en una lavandería de Tuxtla Gutiérrez, para que se notara más la sangre entre las sábanas... Cuando Yucatán se quiso separar otra vez de la Federación, con gran apoyo popular y oficial, hice desaparecer a la burocracia entera (no me pregunte dónde terminaron) y luego invité a la población a visitar las oficinas vacías del gobierno. No había un alma.

—Ocupen las mesas —les ordené—. Siéntense a trabajar, ¿no ven que los de antes ya no van a regresar?

Cuando el enésimo levantamiento zapatista, esta vez en Guerrero, ordené a la tropa pintar cruces en cada dos de tres casas en Chilpancingo, con un letrero que decía "Aquí murieron todos por oponerse al general Cícero Arruza y al gobierno".

¿Ya sabía usted todo esto, mi general? Puede que sí, puede que no. No importa. Ahora que el alcohol me vuelve sincero, quiero que quede constancia de con quién trata usted, sepa que yo no lo engaño, conmigo puede contar para los trabajos de lavandería como ése que le rememoro de Tuxtla Gutiérrez, usted siga con los guantes blancos, que yo no permitiré que nadie se los ensucie... (Largo silencio, seguido de grito de mariachi.) Jayjayjay, aquí está Cícero Arruza, un generalizo capaz de ofrecer un cerote de mierda como caramelo a sus enemigos. ¿Enemigos a mí? Ah, qué la chingada... (Eso bórralo, Máuser, el general Bombón es muy decente y se nos puede ofender por apretado... aprende a distinguir, pinche Máuser, entre los pelados como tú y yo y los fifis como mi general Bombón.)

—Perdone a sus enemigos —me dijo una vez el señor obispo de Huamantla.

—No puedo —le dije muy seriecito—. No queda uno solo. Los maté a todos.

¿Ha visto usted mi colección de fotos de fusilados, mi general? Hay una que tengo encima de mi cama. Es bien famosa. Es la foto de un cabecilla rebelde a punto de ser tronado. Tiene el sombrero tejano puesto. Tiene un cigarrillo en la boca. Adelante una pierna. Ha enganchado los pulgares en el cinturón. Y sonríe de oreja a oreja. Espera con tremenda sonrisota a la muerte pelona. ¡Así quiero morir yo, mi general, ahora que estoy entrado en copas se lo digo como mi hermano del alma y compañeros de armas, así quiere morir Cícero Arruza, muerto de la risa frente un pelotón de traidores y jijos de la chingada...! (Otra larga pausa en la grabación.) Ay, mi general, mire nomás qué enana está mi suerte, ¿cuándo la veré crecer? De usted depende. Usted da la orden y yo la ejercito. Mire qué fácil. Se le cargan los crímenes a la policía y el ejército queda a salvo de toda culpa. Le juro que yo sé cumplir órdenes hasta el límite de mi deber. No por nada dicen que tengo cara de pocos amigos. Es que no tengo amigos. Ni siquiera usted, mi general. Lo obedezco. Es mi superior. Pero no es mi amigo. No le conviene. Se lo aseguro. Ser amigo mío es algo así como un atentado a la salud. En cambio, con lo que puede contar es con mi lealtad y mi conocimiento del terreno que piso. Cuento con el apoyo de los que cuentan. Los gobernadores y caciques que ejercen el poder real en ausencia de la autoridad de nuestro democrático Presidente que confía en que la sociedad se gobierne solita. Cómo no. Primero se derrite el infierno. Los mexicanos sólo entienden la mano dura. Cabezas en Sonora. Quintero en Tamaulipas. Delegado en Baja California. Maldonado en San Luis. Todos están hartos del güevón gobierno democrático y listos a unirse a nosotros... No digo nada del tabasqueño, porque con ese nunca se sabe cómo va a responder. Un día da seguridades de apoyo, al siguiente traiciona la palabra empeñada. Para que vea que no le escondo ninguna verdad, mi general. Y en cuanto a los otros candidatos que se perfilan para la sucesión, verá cómo se les aparece el coco cuando vean que las fuerzas vivas con los militares al frente se les adelantan a tomar el poder en nombre de la seguridad de la nación. Al ex-presidente César León ya le tengo preparado un funeral público. No, no lo voy a matar, los crímenes no se anuncian, se cometen. Al intrigante César León le voy a organizar una procesión fúnebre que pase frente a sus ventanas al mediodía. A ver si entiende la alusión, pues. A Bernal Herrera lo dejamos actuar. Es como el doble del Presidente Terán y nadie quiere un segundo acto en esta carpa. A Tácito de la Canal no va a haber más remedio que desaparecerlo, mi general. Ese pinche pelón tiene demasiados secretos perjudiciales para todo el mundo. El muchachito ese llegado a Gobernación, Valdivia, está muy ciruelo, apenas le salieron pelos en los sobacos. Yo me encargo de manejarlo por su propio bien. Salucita, joven. Y en cuanto a la argüendera señora María del Rosario Galván, le tengo preparada una sorpresa. ¿Que dizque es muy cogelona la vieja? Pues entonces va a gozar que veinte de mis muchachos le invadan la casa, destruyan todo y se la tiren uno tras otro, de a trenecito. ¿Quién me falta, mi general? Ah, sí, el secretario de Hacienda. Pues viera usted que ese es nuestro cándidato para provisional —pero provisional de veras, porque no dura dos días en la Silla del Águila sin entregarle el poder a las fuerzas armadas—, o sea la junta, señor general, presidida por usted mismo con mi patriótico apoyo para poner orden en el país, darle seguridad a la gente, restaurar la pena de muerte, cortarle las manos a los rateros, el pene a los violadores, las patas a los asaltantes y los ojos a los secuestradores, porque ese es el tema número uno, la inseguridad, el crimen, y ese es el motivo de patriotismo público que nos mueve a usted y a mí, la seguridad pública, no la ambición personal, por eso vamos a obtener el respaldo unánime de la nación. Se acabó la impunidad. No más asaltos. No más secuestros. No más asesinatos —salvo los que usted y yo juzguemos indispensables—. Orden, orden, orden. Mi deseo... es que... la muerte natural... deje de existir... (Voz desfalleciente y lengua trabada.) Mi general, en estos momentos la Prudencia se llama Pendeja. Uyuyuyuy, yo soy puro mexicano porque para mí todas las noches son 15 de Septiembre. (Sonoro eructo.) Y no tenga una mala impresión de mí nomás porque soy francote. Y contésteme ya. Hay que moverse ahora mismo. Hemos andado juntos un largo camino, mi general. Contésteme. Usted nomás me oye, pero no me dice nada. Yo tomo su silencio como alianza y acuerdo. Chitón, en esta boca no entran moscas... entra puro tequila, compadre... Perdón, mi general. No me haga pensar que tiene usted una mala impresión de nuestro proyecto. No me haga sentirme como el nopal, que nomás lo visitan cuando tiene tunas... Y sabe una cosa, ¿ha matado alguna vez? Después de la primera muerte, las que siguen son fáciles... Jyuyuyuy...

46

Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón

Amor, esta va sin firma pero tú sabes de quién viene y a quién va... Bonito verbo, venir. Se conjuga de todas las maneras imaginables... Salgo esta tarde del puerto y te espero en el Hotel Mocambo. No te asombres. Es una especie de Marienbad-sobre-el-Golfo. Un hotel con cien años de soledad en el que sólo viven los fantasmas de su apogeo, que fue allá por los 1940. Imagínate. Hace ocho décadas. Tiene la ventaja de que es un laberinto blanco,
délabré
. Entras y sales sin destino. Llegar a tu recámara es una aventura deliciosa, si tú me estás esperando allí. He tomado cuartos separados y no soporto la espera que me separa aún de tu cuerpo canela, que es como una estatua viva del trópico, tan llena de selvas y flores, de negruras y soles, de escondites y sabanas...

No necesito repetirte que amo con igual intensidad a las mujeres, porque en ellas veo y deseo lo que yo no soy. Pero te amo también a ti, sin contradicción con mi naturaleza heterosexual, porque en ti me veo a mí mismo. En la mujer veo lo otro y también me apasiona. En ti me veo a mí mismo y mi pasión está iluminada por la melancolía. Sí, somos hombres, somos jóvenes, pero yo dejaré de ser joven antes que tú y comprendo que al amarte dejo en ti mi juventud antes de perderla. Eres el depósito de mi mocedad, amor. Te amo como dice San Juan de la Cruz que debe amarse, repitiendo sin pudor ni medida la palabra hermosura.

"Hagamos de manera que, por este ejercicio de amor ya dicho, lleguemos hasta vernos en tu hermosura, que siendo semejantes en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su hermosura, siendo la una y la del otro tu hermosura sola, absorto yo en tu hermosura, y así, te veré yo a ti en tu hermosura, y tú a mí en tu hermosura, y así aparezca yo tú en tu hermosura, y parezcas tú yo en tu hermosura, y mi hermosura sea tu hermosura, y tu hermosura mi hermosura; y así seré yo tú en tu hermosura, y serás tú yo en tu hermosura, porque tu misma hermosura será mi hermosura; y así nos veremos el uno al otro en tu hermosura...

No eres el espejo de Narciso. Eres la piscina en la que nadamos los dos desnudos. Eres mi cauterio. Eres mi fina herida. Sólo he amado a un hombre en mi vida, y eres Tú.

Posdata: No te aventures en el mar de Mocambo. Hay muchos tiburones en la costa y las redes colocadas a unos metros de la playa a veces tienen hoyos. ¡Te pueden dar un susto! Recuerda que lo bueno del tiburón es que no puede dejar de moverse. Si se detiene, se va al fondo del mar y allí muere. ¿Sueña el tiburón en movimiento? Qué lindo enigma, amor. Tú nada más no camines por la playa. No es de arena. Es de lodo. Espérame con los pies limpios. Y arrójale la carta a los tiburones. Si se la comen, aprenderán algo. Aprenderán a amar. ¿Sabes que sólo cogen una vez en sus tristes vidas?

47

Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán

Con cuánto dolor, señor Presidente, reviso el calendario de nuestra relación y me doy cuenta de que he sido el tábano que le criticó su inmovilismo. Un rey sentado en un trono sin moverse, creyendo que así aseguraba la paz del reino. Si movía la cabeza a la izquierda, predecía guerra y muerte. Si la movía a la derecha, pronosticaba libertad y bienestar, anhelados aunque utópicos.

Y ahora, encamado, como lo acabo de ver, como me permitió usted verlo, consumido, mi amigo, ahora sólo mi amigo, querido amigo, hombre bueno y honesto, Presidente animado por el amor al pueblo, ahora que lo veo agonizando entiendo mejor que nunca que un Presidente no hace ni se hace. Es un producto de la ilusión nacional —o de la alucinación colectiva—. Alguna vez le dije,

—Menos gloria, señor, y más libertad.

¡Qué terrible, qué cruel es la política, porque al desaparecer usted no pasarán muchos días sin que pierda su gloria y nosotros nuestra libertad! Señor Presidente, deja usted irresuelta su propia sucesión. ¿Qué se puede hacer para que el nuevo Presidente sea un hombre semejante a usted, un político decente como Bernal Herrera, y no un pillo como De la Canal?

¡Qué huecas, qué melancólicas, mi querido Presidente y amigo, me suenan hoy mis primeras recomendaciones!:

—Aproveche el periodo de gracia al asumir la Presidencia. Las lunas de miel son muy cortas. Los bonos democráticos se devalúan de la noche a la mañana.

—El primer requisito para ejercer el poder, señor Presidente, consiste en ignorar la inmensidad del puesto.

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