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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

La Silla del Águila (25 page)

Estos imbéciles que se quedan creen que el éxito asegura la felicidad. No saben lo que les espera. Me fueron aislando, desacreditando. Sólo la bondad del Presidente me mantuvo en mi puesto de consejero. Fui el tábano. Dije todo lo que debía decirse, por desagradable que fuese.

—Nada me puede convencer de que la sabiduría está en la estadística, Andino.

—Cuando lo veo, el asco inunda mi alma, general Arruza.

—Se puede dormir en la misma cama y soñar sueños distintos, licenciado Herrera.

—Corónese de laureles, señor ex-presidente León, para que no lo parta un rayo.

—Tu cobardía es como un mal olor que vas dejando detrás de ti, Tácito.

Y tú me dices, María del Rosario:

—Séneca, no bebas veneno para calmar tu sed. No vale la pena.

¿No vale la pena, mi querida amiga? ¿Crees que muero porque me decepciona el mundo? ¿Crees que siendo un idealista sin convicciones sólo me queda el recurso de la muerte? ¿Crees que traiciono la sabiduría estoica de mantener en vilo todas las pasiones del alma, libertad, naturaleza? Dime entonces, ¿no es la muerte una de las pasiones del alma? Y siendo fin inevitable, ¿por qué no apresurarla voluntariamente a fin de no padecerla fatalmente?

No. He puesto a prueba mis convicciones y sé que el pago a la inteligencia es el desencanto. Nada se corresponde con nuestra razón. He vivido demasiado tiempo cerca del Sol y como sólo soy una estatua de nieve, me derrito cuando se apaga el Astro. Vieras, desde que murió mi entrañable amigo Lorenzo Terán, las cosas que siento. Soy como un gato: no entiendo mi reflejo en el espejo. Trato de recordar mi nombre y me cuesta. No debía recordarlo, lo he perdido para siempre, lo sé. Siento que nada vale la pena, nada me satisface. Soy víctima de la acedia. ¿Es esta la prueba de la grandeza moral? ¿Se aburre un perro? Sólo el imbécil no duda. Sólo el idiota no sufre.

Al morir el Presidente, me vi en el espejo de mi alma y vi una imagen oscilante, temblorosa. Era la fluctuación de mis propias emociones. Era el vaivén de mi espíritu entre la vida y la muerte. Era el retrato fiel de mi alternativo deseo de ambas.

Era el inmenso vacío de mi amor, un hueco entre la vida y la muerte. Mi amor por ti, María del Rosario. Mi deseo de poseerte, nunca expresado, callado, prisionero de mi sueño. Y jamás adivinado por ti, estoy seguro.

Era, en fin, la certeza cabal de que nada tenía existencia real sino mi propia interioridad. La fortaleza intocable de mi yo. Mi libertad para disponer si ese yo seguía en el mundo o lo abandonaba.

¿Qué significa frente a esta certidumbre todo lo incierto de la vida pública? Significaba —significa, María del Rosario— que no hay racionalidad que logre imponerse en México. Significa que, una y otra vez, seguiremos matando a la gallina de los huevos de oro —después de robarnos los huevos—. Significa que desde 1800 Humboldt dijo la verdad:

—México es un mendigo sentado sobre una montaña de oro.

Significa que en una historia policiaca sólo sabremos al final quién era el criminal. En México, en cambio, se conoce de antemano al criminal. La víctima es siempre el país. Ah, amiga mía. No le hagas caso a los salvadores demagógicos, nuestros Mahatma Propagandi. Pero cuídate de nuestros represores bufos, nuestros
Robespierrot
.

Oye al escuadrón de los desesperados.

Oye los rumores de esta Ciudad de México en la que se sabe todo lo que no se dice. Escríbelo. Nadie te creerá.

Cállate. Todos lo sabrán.

Sí, muy amiga más que apreciada. Si fuese político, los traicionaría a todos. Menos mal que sólo soy un intelectual y sé que los políticos me traicionarán a mí.

Sí, mi bella e ilustrada señora, nada tiene valor salvo nuestra intimidad, nuestro ser más callado. No lo repitas. No te entenderán.

Me voy diciéndome que nos parecemos a nuestros sueños. Nada es más semejante a nuestra realidad que nuestra utopía. No tenemos otra, ¿ve usted, señora? Sólo un suicida se atreve a decir esto. No son mis últimas palabras. No pido que las inscriban sobre mi tumba.

AQUÍ YACE XAVIER ZARAGOZA

LLAMADO "EL SÉNECA". 1982-2020

EN MÉXICO, TODO PENSAMIENTO ES UN

CONTRABANDO

A ti, en secreto, te comunico que no hay misterio después de la muerte. El muerto no sabe que estamos vivos. Antes de nacer y después de morir, vivimos, al fin, nuestros propios, intocables mundos. Mi sentencia de despedida, María del Rosario, es mucho más sencilla.

—Me voy antes de que el cielo deje de verse para siempre en México D. F

Y me reprocho a mí mismo irme con rabia, irme sin serenidad...

Me voy con rabia porque me dejé seducir por la política. Descubrí que el arte de la política es la forma más baja de todas las artes.

Me voy con rabia porque no pude convencer al Presidente de que el jefe del Estado no puede pesar solo más que todos y más que el tiempo.

Me voy con rabia porque no supe detener la locura política de cada sexenio, que es la de apropiarse de toda la historia de México y reinventarla cada seis años. ¡Qué locura!

Me voy con rabia porque soy culpable de que el Presidente me hiciera caso cuando le di un buen consejo. La culpa es mía, no suya.

Me voy con rabia porque mi razón y mi lógica no vencieron a la propaganda, que es la comida de los fanáticos.

Me voy con rabia porque no aprendí nunca a cultivar magueyes.

Me voy con rabia porque empecé indignando y terminé irritando.

Me voy con rabia porque prediqué la moral desde la cumbre de una montaña de arena.

Me voy con rabia porque nunca fui capaz de decirte Te amo.

Me voy con rabia porque sólo envidio a los muertos.

51

Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón

Querido, me cuesta mucho confiar en alguien que no seas tú. No sé cuáles puedan ser las consecuencias de la información que le proporcionaste a María del Rosario, que antes era mi corresponsal obvia... Pero hoy ya no sé. Demasiados hilos se cruzan. Demasiadas tramas se entretejen. ¿Debería quedarme callado? Sería lo más seguro, pero temo mucho que el secreto se vaya conmigo a la tumba. A ese grado te tengo confianza. Desde que te vi por primera vez en la azotea de tu casa y te llevé a trabajar conmigo, ha ido creciendo mi cariño hacia ti. Por fin he encontrado un alma compañera, un hombre con lecturas idénticas y modos de pensar semejantes a los míos. Te siento muy cerca y así quiero conservarte.

De modo que el secreto mío también es tuyo, pero tú y yo somos la misma cosa.

Te advierto que saber lo que sé es un peligro, para mí y para quien me escucha. Destruye la cinta una vez que la oigas. Te la lleva tu propio padre don Cástulo, de manera que todos estemos protegidos por la discreción.

Regresé al puerto a hablar con El Anciano del Portal porque él me lo pidió. Allí estaba como siempre, vestido de traje cruzado, con corbata de moño y el perico en el hombro, las fichas de dominó sobre la mesa y el mozo sirviendo café espumante con artes acrobáticas.

—Siéntese, Valdivia.

En seguida se dio cuenta, a causa de mis gestos —los ojos de asombro mal disimulado, la cabeza girando de derecha a izquierda, las manos abiertas en súplica—, de que yo deseaba una reunión privada, no en pleno zócalo de Veracruz.

—Siéntese, Valdivia. Cuando las cosas se hacen abiertamente, no provocan sospecha. Es el secreto lo que despierta el olfato de los lobos. Aquí en los portales ni usted ni yo llamamos la atención. Mire: los buitres han vuelto a volar sobre el Castillo de Ulúa. Eso es más llamativo que un cordial cafecito entre usted y yo...

No dije nada. No pregunté. Sabía que El Anciano iba a hablar. En su mirada se podía adivinar que todo lo que iba a ocurrir ya había pasado. Me di cuenta de esta verdad y sentí frío en la espalda. El Viejo era un brujo, es cierto, y sabía, Jesús Ricardo, de los sutiles pero determinantes cambios de tiempo y espacio en nuestras vidas. Era la lección profunda de existencia tan longeva. Espacio y tiempo. Cómo leerlos, padecerlos y ubicarnos en uno y en otro. Y nos plazca o no, el espacio pertenece al orden de lo que coexiste, y el tiempo, al de lo que sucede. Lo que los une es que ambos, tiempo y espacio, afectan lo que ya es pero también lo posible, lo que puede suceder. En sí mismos, son nociones imaginarias. Se necesita la concreción del aquí y el ahora para que Tiempo y Espacio tengan contenido.

¿No lo escribió hace muchos años Susan Sontag? El tiempo existe para que las cosas me pasen a mí. El espacio existe para que no me pasen todas al mismo tiempo.

En la vida política, estrictamente, ¿podemos afirmar que la casualidad, la sucesión y la recurrencia pertenecen al mundo de la vida diaria, en tanto que la intensidad, simultaneidad y correspondencia del tiempo personal, interno, el tuyo y el mío, querido, son propiedades del alma?

Bueno, tú sabes la alegría que es para mí tener un compañero en la misma onda. ¿Con quién más puedo hablar de estas cosas sino contigo? ¿Con quién más puedo hacerme entender cuando digo que el tiempo que estamos viviendo no es sólo imaginación e idea, sino una manera productiva de representar la vida, y que la política es una de las maneras de darle existencia al tiempo?

Quiero creer que El Anciano leyó mi pensamiento. No en sentido literal, sino gracias a una intuición que es otro nombre, en él, de la malicia y aun de la perversidad... Un ruco bien chido, pues.

En todo caso, esto es lo que me dijo:

—Mi único pesar es que conozco todas las historias, pero jamás conoceré toda la historia.

—Yo tampoco —me atreví a interrumpir.

—Nadie, es cierto —afirmó con la cabeza entrecana, muy cepillada.

No quise añadir nada. Él llevaba la batuta.

—Así como se miden las cucharadas de azúcar en el café —continuó— uno debe saber qué cosas cuenta, cuándo las cuenta y a quién se las cuenta...

—¿Y llevarse un secreto a la tumba?

No sé por qué esto le causó tanta gracia y me mostró los dientes. Por una sola vez, vi hambre en esos caninos.

—Con pesar a veces, por discreción otras, por orgullo la mayor parte del tiempo —dijo—, ¿cuántos secretos no revelamos nunca y sólo muertos nos reprochamos: Si hubiera dicho esto a tiempo, todo habría sido distinto? Y de repente, ¿hasta mejor?

Yo no iba a apresurar las palabras de El Anciano. Yo me había propuesto guardar una distancia formal, respetuosa, que lo intrigase a él más que su propio secreto a mí. Porque de un secreto se trataba, Jesús Ricardo. Si sumas todas mis visitas al portal de Veracruz, puedes pensar que vine porque María del Rosario me lo pidió como parte de mi educación política, pero yo entendí poco a poco que en realidad el Viejo se guardaba un secreto y esperaba el momento para sacarlo a la luz. Sería coincidencia, capricho o azar, al principio. Pero al final de cuentas sería fatalidad, sería necesidad.

Ahora yo era el secretario de Gobernación en el momento en que el Presidente había muerto y el Congreso se disponía a nombrar Presidente Sustituto para cumplir lo que quedaba del mandato de Lorenzo Terán y convocar a elecciones. Mi educación política, origen —¡qué remoto me parece hoy!— de estos viajes a Veracruz, era hoy mi decisión política. ¿Quién sería el Sustituto? ¿Y quiénes, los candidatos en el 2024?

Ya sabía que con El Anciano del Portal, las sentencias precedían, como un hors d'oeuvre, a los platos fuertes.

—Sabe usted, Valdivia, yo ya me cansé de guardar secretos que la mayoría de los ciudadanos han olvidado y que a nadie le interesan. ¿Que el hermano de un Presidente mandó matar al amante de su mujer y luego murió envenenado? ¡Misterio! ¿Que una salvaje bataclana dejó tuerto de un guitarrazo a un ex-presidente celoso? ¡Misterio! ¿Que un ex-presidente fue arruinado por una docena de mujeres confabuladas que un día lo dejaron abandonado bajo el sol en una playa solitaria hasta que el viejo se achicharró? Misterio. Anécdotas de la comedia política nacional... Dígame si hoy esto le interesa a nadie.

Levantó con el dedo índice al perico mudo y le acarició el plumaje multicolor.

—En cambio, hay secretos que, si se saben, pueden cambiar el rumbo de la historia.

Cerró la boca. El perico regresó a su sitio sobre el hombro de El Anciano. No mostré curiosidad alguna.

—En política —prosiguió— no hay que dejar que la locomotora guíe al conductor. María del Rosario lo mandó aquí para que se fogueara. Eso dijo la muy zorra. En realidad, lo mandó a averiguar mi secreto. Usted no averiguó nada. Regresó cada vez sólo con un montón de consejos. Un saco de papas.

Hizo algo insólito. Soltó el bastón, que cayó al piso con estrépito. Ahora sí, me dije, todos van a voltear a mirarnos. No. Nadie se inmutó. El pacto de discreción entre El Anciano y los parroquianos del portal era indestructible. Lo insólito fue que me tomara el puño con una fuerza de atleta, cerrándomelo dolorosamente. Quise; extrañamente, imaginarlo desnudo, qué clase de musculatura tendría, a su edad la carne se arruina, todo se afloja, pero el Viejo me daba una mano de fierro con un vigor que imaginé nacido de la cabeza y de los testículos.

—Esta vez no, Valdivia. Esta vez no.

¿Qué quería decir? El loro seguía misteriosamente callado, como si El Anciano lo hubiera rellenado de nembutales o el loro entendiese cuándo debía jugar al bufón para distraer y cuándo comportarse con eso que los franceses —¡némesis de El Anciano!— llaman
sagesse
, una sabiduría que tiene tanto de conocimiento como de experiencia, de contención y de cortesía.

—Sabe usted, lo sucio y lo sagrado comparten una cosa. No nos atrevemos a tocarlos —dijo mirando al perico, no a mí.

Las ojeras se le ensombrecieron aún más.

—¿Recuerda usted a Tomás Moctezuma Moro?

Casi me sentí ofendido por la pregunta. Moro fue el candidato triunfador en las elecciones del año 12, pero cayó asesinado antes de asumir el poder. Se celebraron nuevas elecciones en medio de la conmoción nacional y en 2013 tomó posesión el incoloro Presidente de la Coalición de Emergencia, un mandatario gris, olvidado, de ocasión, marcado por la ineficiencia, la transitoriedad y la fragilidad acomodaticia. El Congreso gobernó en ese periodo y gobernó mal. Unidos para elevar a un Don Nadie a la Presidencia, en seguida volvieron a la guerrilla de la gorila. El Congreso dictó la política a su leal saber y entender, y el Ejecutivo —¡por Dios!, ¿cómo se llamaba?— obedecía con las manos cruzadas.

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