Guy Debord
La sociedad del espectáculo
ePUB v1.1
lázaro8.1.12
Título original:
La société du spectacle
Autor:
Guy Ernest Debord
Año de publicación: 1967
Traducción:
José Luis Pardo
ISBN: 84-819-1239-5
En todas partes se plantea la misma terrible pregunta, que desde hace dos siglos avergüenza al mundo entero: ¿Cómo hacer trabajar a los pobres allí donde se ha desvanecido toda ilusión y ha desaparecido toda fuerza? El espectáculo es el mal sueño de la sociedad moderna encadenada, que no expresa en última instancia más que su deseo de dormir. El espectáculo vela ese sueño. La mercancía es la ilusión efectivamente real, y el espectáculo es su manifestación general. Cuando la masa de mercancías se aproxima a lo aberrante, lo aberrante en cuanto tal se convierte en una mercancía específica. Emanciparse de las bases materiales de la verdad tergiversada: he ahí en lo que consiste la autoemancipación de nuestra época. La verdad de esta sociedad no es otra cosa que la negación de esta sociedad. Este libro ha de leerse tomando en consideración que se escribió deliberadamente contra la sociedad espectacular. Sin exageración alguna.
Guy Ernest Debord
(1931-1994), ha sido el principal agente de un movimiento de agitación cultural conocido como situacionismo, que planteó algunas de las propuestas más radicales, tanto en el terreno de la política como en el de la cultura, de las que se han sostenido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Voluntariamente alejado del mercado de las modas intelectuales, su obra, a pesar de haber tenido una divulgación escasa o irregular, no ha dejado de ejercer una importante —aunque a veces secreta o silenciada— influencia en los debates de nuestro tiempo. Su vocación de clandestinidad y su intransigencia frente a los totalitarismos le llevaron a elaborar una teoría crítica que hoy, en pleno imperio de lo política y culturalmente correcto, ha vuelto a cobrar una merecida e intempestiva actualidad.
José Luis Pardo
es colaborador en diversas publicaciones periódicas y ha traducido al castellano obras de filosofía contemporánea (Serres, Deleuze, Levinas, Jameson). Es autor, entre otros ensayos, de
Transversales. Texto sobre los textos
(Ed. Anagrama, Barcelona, 1977),
La metafísica. Preguntas sin respuesta y problemas sin solución
(Ed. Montesinos, Barcelona, 1989),
La banalidad
(Ed. Anagrama, Barcelona, 1989),
Deleuze. Violentar el pensamiento
(Ed. Cincel, Madrid, 1990),
Sobre los espacios. Pintar, escribir, pensar
(Ed. del Serbal, Barcelona, 1991),
Las formas de la exterioridad
(Ed. Pre-Textos, Valencia, 1992) y
La intimidad
(Ed. Pre-Textos, Valencia, 1996).
La separación consumada
"Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es 'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado."
F
EUERBACH
,
prefacio a la segunda edición de
La esencia del Cristianismo.
Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de
espectáculos
. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación.
Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida se fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser restablecida. La realidad considerada
parcialmente
se despliega en su propia unidad general en tanto que seudo-mundo
aparte
, objeto de mera contemplación. La especialización de las imágenes del mundo se encuentra, consumada, en el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo. El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no-viviente.
El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como
instrumento de unificación
. En tanto que parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia. Precisamente porque este sector está
separado
es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de la separación generalizada.
El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.
El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual, el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es más bien una
Weltanschauung
que ha llegado a ser efectiva, a traducirse materialmente. Es una visión del mundo que se ha objetivado.
El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el
modelo
presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la elección
ya hecha
en la producción y su consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente. El espectáculo es también la
presencia permanente
de esta justificación, como ocupación de la parte principal del tiempo vivido fuera de la producción moderna.
La separación misma forma parte de la unidad del mundo, de la praxis social global que se ha escindido en realidad y en imagen. La práctica social, a la que se enfrenta el espectáculo autónomo, es también la totalidad real que contiene el espectáculo. Pero la escisión en esta totalidad la mutila hasta el punto de hacer aparecer el espectáculo como su objeto. El lenguaje espectacular está constituido por
signos
de la producción reinante, que son al mismo tiempo la finalidad última de esta producción.
No se puede oponer abstractamente el espectáculo y la actividad social efectiva. Este desdoblamiento se desdobla a su vez. El espectáculo que invierte lo real se produce efectivamente. Al mismo tiempo la realidad vivida es materialmente invadida por la contemplación del espectáculo, y reproduce en sí misma el orden espectacular concediéndole una adhesión positiva. La realidad objetiva está presente en ambos lados. Cada noción así fijada no tiene otro fondo que su paso a lo opuesto: la realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente.
En el mundo
realmente invertido
lo verdadero es un momento de lo falso.
El concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias de esta apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez reconocida en su verdad general. Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la
afirmación
de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia. Pero la crítica que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la
negación
visible de la vida; como una negación de la vida que
se ha hecho visible
.
Para describir el espectáculo, su formación, sus funciones, y las fuerzas que tienden a disolverlo, hay que distinguir artificialmente elementos inseparables. Al
analizar
el espectáculo hablamos en cierta medida el mismo lenguaje de lo espectacular, puesto que nos movemos en el terreno metodológico de esta sociedad que se manifiesta en el espectáculo. Pero el espectáculo no es nada más que el
sentido
de la práctica total de una formación socio-económica, su
empleo del tiempo
. Es el momento histórico que nos contiene.
El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más que "lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece". La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho por su forma de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia.
El carácter fundamentalmente tautológico del espectáculo se deriva del simple hecho de que sus medios son a la vez sus fines. Es el sol que no se pone nunca sobre el imperio de la pasividad moderna. Recubre toda la superficie del mundo y se baña indefinidamente en su propia gloria.
La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, sino fundamentalmente
espectaculista
. En el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo.
Como adorno indispensable de los objetos hoy producidos, como exponente general de la racionalidad del sistema, y como sector económico avanzado que da forma directamente a una multitud creciente de imágenes-objetos, el espectáculo es la
principal producción
de la sociedad actual.
El espectáculo somete a los hombres vivos en la medida que la economía les ha sometido totalmente. No es más que la economía desarrollándose por sí misma. Es el reflejo fiel de la producción de las cosas y la objetivación infiel de los productores.
La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social había implicado en la definición de toda realización humana una evidente degradación del
ser
en el
tener
. La fase presente de la ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un deslizamiento generalizado del
tener
al
parecer
, donde todo "tener" efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. Al mismo tiempo toda realidad individual se ha transformado en social, dependiente directamente del poder social, conformada por él. Solo se permite aparecer a aquello que
no existe
.
Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico. El espectáculo, como tendencia a
hacer ver
por diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directamente aprehensible, encuentra normalmente en la vista el sentido humano privilegiado que fue en otras épocas el tacto; el sentido más abstracto, y el más mistificable, corresponde a la abstracción generalizada de la sociedad actual. Pero el espectáculo no se identifica con el simple mirar, ni siquiera combinado con el escuchar. Es lo que escapa a la actividad de los hombres, a la reconsideración y la corrección de sus obras. Es lo opuesto al diálogo. Allí donde hay
representación
independiente, el espectáculo se reconstituye.