Porter se detuvo bruscamente y se pasó los dedos por su pelo blanco.
—Como saben, he hecho esto muchas otras veces…, y los resultados hablan por sí solos. Lo hago de nuevo aquí y ahora. No he escatimado en gastos de investigación ni en equipos ni en talento. Todos los que están aquí son los mejores en sus respectivas especialidades. Yo he cumplido con mi parte. Ahora, con el descubrimiento de este esqueleto, que casi sin duda pertenece a un miembro de la guardia personal del faraón Narmer, nos encontramos de nuevo a las puertas del éxito. Estoy convencido de que el hallazgo de la tumba es cuestión de días, de escasos días, y entonces conoceremos algunos de esos secretos que el pasado intenta tan tenazmente ocultarnos.
Contempló a los reunidos en silencio.
—Como he dicho, he cumplido mi parte. Ahora, especialmente ahora que estamos tan cerca, es el momento de que ustedes cumplan la suya. Disponemos de un tiempo limitado, así que confío en que cada uno de ustedes dará lo máximo de sí mismo. Sea cual sea su trabajo aquí, tanto si dirigen un equipo de buceo como si friegan platos en la cocina, cada uno de ustedes es parte integral y fundamental de esta maquinaria. Cada uno de ustedes es vital para que alcancemos el éxito. Quiero que lo recuerden durante los días venideros.
Stone se aclaró la garganta de nuevo.
—En algún lugar bajo nuestros pies nos esperan los inimaginables tesoros que Narmer reunió en su tumba para que lo acompañaran al más allá. El descubrimiento y el estudio de esos tesoros no solo los hará famosos a todos…, también los hará ricos. Y no únicamente en términos monetarios. Nuestros conocimientos sobre los antiguos reyes de Egipto se multiplicarán por mil, y esa es la clase de riqueza de la que, como detectives de la historia que somos, nunca tenemos bastante.
Siguió otra salva de aplausos. Stone dejó que sonara durante quince segundos, treinta…, hasta que por fin levantó las manos.
—No los entretendré más —dijo—. Todos tienen trabajo que hacer. Como les he dicho, durante los próximos días esperaré de ustedes lo mejor. ¿Alguna pregunta?
—Yo tengo una —se oyó decir Logan en medio del silencio.
Cuando ciento cincuenta cabezas se giraron para mirarlo se preguntó qué lo había impulsado a hablar. Se trataba de algo que llevaba rato rumiando internamente, pero no había tenido intención de exponerlo en voz alta.
Por lo visto Porter Stone no esperaba que hubiera preguntas, pues ya se había dado la vuelta para hablar con March, pero al oír la voz se volvió y buscó con la mirada entre el público.
—¿Doctor Logan? —dijo cuando lo hubo localizado.
Logan asintió.
—¿Qué le preocupa? —preguntó Stone.
—Es algo que acaba de decir. Ha dicho que Narmer reunió sus tesoros y los llevó a su tumba para que lo acompañaran al otro mundo. Lo que me pregunto es si no sería posible que, al construir su tumba secreta en un lugar tan aislado, lo que pretendiera no fuera simplemente amasar sus tesoros, sino también ocultarlos y protegerlos.
Stone frunció el entrecejo.
—Desde luego. Todos los reyes han intentado siempre proteger sus posesiones terrenales del pillaje y el robo.
—No me refería a esa clase de protección.
Siguió un breve silencio.
—Es una conjetura interesante —dijo por fin Stone. Luego alzó la voz y se dirigió a todos los presentes—: Gracias por su tiempo. Pueden volver a sus quehaceres.
Cuando la gente empezó a dispersarse hacia la salida, Stone devolvió su atención a Logan.
—Usted no —dijo—. Creo que deberíamos hablar.
E
L despacho de Stone se hallaba al final de uno de los pasillos del sector Blanco. Era un espacio pequeño pero muy funcional. No había ningún escritorio impresionante ni portadas de revistas enmarcadas con su foto. Solo había una mesa redonda rodeada por media docena de sillas, varios ordenadores portátiles y una radio de onda corta. Una única estantería albergaba varios libros de egiptología y de historia de la dinastía de Narmer. Ni reliquias arqueológicas ni objetos ornamentales de ningún tipo. Lo único que había en la pared era una hoja del mes en curso, arrancada de un calendario y clavada detrás de la mesa de reuniones como para subrayar el poco tiempo del que disponían.
Stone señaló la mesa.
—Siéntese. ¿Le apetece un café, un té, agua mineral?
—No, gracias —repuso Logan, sentándose.
Stone ocupó la silla de enfrente. Durante un momento observó a Logan con sus ojos azul claro, que tanto resaltaban contra la tostada piel de su rostro.
—Me pregunto si podría aclararme lo que ha dicho en el taller.
—He estado estudiando la maldición de Narmer, comparándola con otras maldiciones del Antiguo Egipto, y eso me ha hecho pensar.
Stone asintió.
—Continúe.
—Muchos faraones poseían valiosos tesoros, seguramente mucho más valiosos que el de Narmer, que al fin y al cabo es un rey muy antiguo. Sin embargo, ninguno de ellos se tomó ni de lejos tantas molestias para ocultarse y ocultar sus posesiones. Cierto que construyeron pirámides en Guiza y tumbas en el Valle de los Reyes, pero ninguno de ellos se hizo enterrar más allá de las fronteras de Egipto, en un país potencialmente hostil, a cientos de kilómetros de su sede de poder, y tampoco construyeron tumbas falsas para despistar a los saqueadores. Además, la maldición de Narmer, por terrible que sea, tiene una particularidad: no menciona oro ni riquezas. Todo ello me lleva a preguntarme: ¿y si la preocupación principal de Narmer no era tener con él sus objetos de valor?
Stone lo había escuchado sin mover un músculo.
—¿Está sugiriendo que Narmer no podía arriesgarse a que profanaran su tumba? ¿Que a pesar de haber unificado Egipto la unión todavía era débil y que, por lo tanto, no podía permitir que su tumba fuera saqueada y su dinastía amenazada?
—En parte, pero no es eso lo principal. Las increíbles molestias que se tomó para mantener su tumba en secreto me parecen propias de alguien que estaba protegiendo algo, escondiendo algo que para él era tan valioso como la vida, o como la vida en el más allá. Algo cuya ausencia, de hecho, podía poner en peligro la vida en el más allá.
Durante unos segundos Stone se limitó a mirarlo. Después su rostro se relajó en una sonrisa y se echó a reír. Observándolo, Logan tuvo la sensación de que acababa de examinarlo y había superado la prueba.
—Maldita sea, Jeremy…, ¿puedo llamarte Jeremy?, es la segunda vez que me sorprendes. Me gusta cómo funciona tu cerebro. A veces creo que mis especialistas son tan buenos en lo que hacen, en sus pequeñas esferas de conocimiento, que se olvidan de que hay otras maneras de ver las cosas. —Se inclinó hacia delante—. Y resulta que creo que estás totalmente en lo cierto.
Se levantó, fue hasta la puerta, la abrió, asomó la cabeza y pidió un café a su secretaria. Luego regresó a la mesa y sacó algo del bolsillo de su traje.
—¿La punta de flecha? —preguntó Logan.
—Más bien no —repuso Stone mostrándole el objeto. Era el ostracón que le había enseñado en el Museo Egipcio de El Cairo—. ¿Te acuerdas de esto? ¿El ostracón que perteneció a Flinders Petrie?
—Desde luego.
Stone lo dejó encima de la mesa.
—¿Y recuerdas que contenía cuatro jeroglíficos?
—Recuerdo que se mostró reticente a darme detalles sobre su significado.
Llamaron a la puerta, y la secretaria entró con el café de Stone. Este bebió un sorbo y volvió a centrarse en Logan.
—Bien, pues ahora te los daré. Has pasado a formar parte del círculo de los elegidos. —Miró a su interlocutor y en sus ojos apareció una chispa de humor que Logan creía haber visto antes—. Ya sabes que, según la mayoría de los egiptólogos, Narmer fue quien unificó el Alto y el Bajo Egipto.
—Sí —repuso Logan.
—Y también sabes que llevaba la doble corona, que representaba la corona roja y la corona blanca, emblemas del Bajo y el Alto Egipto…, símbolo sagrado de la unificación.
Logan asintió.
Stone dejó que su mirada se paseara lentamente por el despacho.
—Hay una cosa muy curiosa, Jeremy. ¿Sabías que no se ha encontrado la corona de ningún faraón, ninguna? Ni siquiera en la tumba de Tutankhamón, que se descubrió intacta y que contenía todo lo necesario para el viaje al más allá, había una corona.
Stone esperó a que sus palabras calaran y después prosiguió:
—Hay varias teorías que intentan explicarlo. Una dice que la corona poseía propiedades mágicas que impedían que pasara a la otra vida. Otra, más popular entre los eruditos, desde luego, dice que en realidad solo hubo una corona que fue pasando de un rey a otro y que por ello era el único objeto que los faraones no podían llevarse al otro mundo. En cualquier caso, el hecho es que nadie sabe a ciencia cierta por qué nunca se ha encontrado ninguna.
Stone cogió el ostracón y lo hizo girar en la mano.
—Lo que Petrie vio en esta pieza fueron cuatro jeroglíficos que databan de un período muy antiguo. —Extendió un dedo y fue señalándolos—. El primero es una representación de la corona roja del Bajo Egipto. El segundo es la corona blanca del Alto Egipto. El tercero es el jeroglífico de una cripta o lugar de reposo. Y el último es un serej que contiene el nombre de Narmer.
En el silencio que siguió, Stone dejó el ostracón en la mesa, con las inscripciones hacia abajo, y puso la taza encima.
Logan no prestó atención. Su cerebro trabajaba a toda velocidad.
—¿Pretende decirme que…?
—Sí —asintió Stone—. Este ostracón es la llave del mayor, y digo el mayor, secreto arqueológico de la historia. Por eso Petrie abandonó todas las comodidades de la noche a la mañana y emprendió una larga, azarosa y finalmente fallida expedición. Lo que nos dice esta pieza es que el rey Narmer fue enterrado con las dos coronas originales de Egipto, la roja y la blanca.
L
A sala de descanso del personal de alto rango, al final de un pasillo que salía del Oasis, en el sector Azul de la estación, era un espacio donde los principales responsables de la expedición podían reunirse y conversar con tranquilidad. El hecho de que el personal de menor nivel tuviera prohibida la entrada significaba que podía hablarse libremente incluso de los aspectos más reservados sin temor a desvelar ningún secreto.
Jeremy Logan entró en la sala con evidente curiosidad. No había podido visitarla hasta ese momento, pero su nuevo estatus de hombre de confianza de Stone significaba que todas las puertas —o casi todas— estaban abiertas para él. Era una sala mejor amueblada que los otros espacios que había visto, incluido el despacho de Stone. Las paredes estaban revestidas de madera oscura, y había sofás y sillones de cuero color burdeos distribuidos alrededor de gruesas alfombras turcas. Las lámparas de latón conferían a la sala el ambiente de los clubes eduardianos solo para hombres.
Logan dejó su bolsa en un sillón desocupado y paseó la vista alrededor. En una mesa del fondo vio un servicio de café y de té, sándwiches de pepino y magdalenas. Una librería ocupaba una de las paredes, mientras que las restantes estaban decoradas con cuadros de paisajes y escenas de caza. Se acercó a la librería y examinó los títulos. Contenía numerosas novelas de intriga actuales, novelas inglesas del siglo XIX, biografías, libros de historia y de filosofía. De hecho había un poco de todo salvo textos de egiptología o sobre Egipto. Daba la impresión de que aquella sala había sido concebida como una vía de escape del proyecto que tenían entre manos. Pensó en las partidas de bridge que había visto y recordó que Rush le había comentado que Stone opinaba que la gente necesitaba distraerse de sus tareas.
Había tres personas sentadas alrededor de una mesa, hablando en voz baja. Vio que eran Fenwick March, Tina Romero y una mujer de cabello color canela que le daba la espalda. Tina le sonrió y March se limitó a asentir con la cabeza, como si quisiera dar a entender que la presencia de Logan allí no era precisamente de su agrado.
Logan cogió una revista de una de las mesas y se sentó —no deseaba inmiscuirse en conversaciones ajenas—, pero Tina le hizo un gesto para que se acercara.
—Siéntate con nosotros, Jeremy —le dijo—. A lo mejor aprendes algo.
Logan cogió su bolsa y fue a reunirse con el grupo. Al acercarse vio el rostro de la otra mujer. Se trataba de Jennifer Rush, y al contemplarla de cerca le temblaron las piernas. Llevaba el cabello recogido en la nuca, exactamente con el mismo estilo de moño que solía hacerse su mujer, pero aparte de eso debía reconocer que Jennifer Rush era mucho más guapa: tenía un rostro ovalado, de pómulos marcados, barbilla afilada y ojos ambarinos. Era una combinación exótica, y Logan pensó que parecía una antigua princesa egipcia.
Jennifer Rush le dedicó una rápida sonrisa.
—Usted debe de ser el doctor Logan…
—El enigmatólogo —dijo March—. Sin duda ustedes dos tendrán mucho en común. —Se volvió hacia Tina Romero—. En cualquier caso, creo que usted y Stone se equivocan. No vamos a encontrar la corona de Egipto en esa tumba.
—¿Qué le hace estar tan seguro? —preguntó Tina.
—El hecho de que nunca se haya encontrado ninguna corona en ninguna tumba. —Se inclinó hacia delante—. A ver, ¿qué clase de objetos suelen encontrarse en las tumbas de los faraones? Ofrendas de alimentos y bebida. Estatuas. Ushabtis. Joyas. Piezas de juegos. Vasos canopos. Ofrendas funerarias. Inscripciones del
Libro de los Muertos
. Incluso barcas…, santo cielo. ¿Y qué tienen en común todos esos objetos? Solo una cosa: son una ayuda para el faraón en su viaje al más allá y le aportan provisiones para el otro mundo. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Las coronas son este mundo.
—Lo siento, pero no estoy de acuerdo —replicó Tina—. El faraón seguirá siendo faraón en el otro mundo tanto como lo ha sido en este, de modo que necesitará los símbolos de su poder.
—Si así fuera, ¿por qué no se han descubierto coronas en las tumbas que no habían sido saqueadas?
—Sea tan escéptico como quiera —dijo Tina alzando ligeramente la voz—, pero hay un hecho irrefutable: Narmer se tomó muchísimas molestias, más que nadie, para mantener en secreto la ubicación de su tumba. Otros faraones de la Primera Dinastía se contentaron con las tumbas de Abidos hechas con ladrillos de adobe, pero Narmer no. Su tumba ni siquiera era un cenotafio, como las tumbas reales de Saqqara, tumbas simbólicas, ¡era una tumba falsa! Piense en su afán, en los peligros a los que se enfrentó, en las vidas que sacrificó para mantener en secreto su lugar de descanso eterno y dígame, Fenwick, viejo amigo: si la doble corona no está enterrada en esa tumba, entonces ¿qué hay sepultado bajo el Sudd?