La tercera puerta (35 page)

Read La tercera puerta Online

Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

Notó algo más, algo que estaba fijado a uno de los remaches. Era un trozo de gruesa tela con los bordes deshilachados, como si se hubiera desgarrado violentamente.

La verdad cayó sobre él como una losa. No era la estación. Era el Portal. En algún momento, quizá cuando había chocado con la rama, se había desorientado en la negrura, girado sobre sí mismo y bajado al fondo. Hasta la tumba.

No… No. No podía ser verdad. Tenía que tratarse de una alucinación. Era el pánico y la falta de oxígeno. No haría caso, ascendería un poco y respiraría aire, aire puro.

Se agarró al extremo de metal y se impulsó hacia arriba hasta que lo tuvo a la altura del pecho. Sus movimientos eran lentos, como los de una mosca atrapada en miel, y no veía nada, pero daba igual. Estaba en la superficie. Tenía que estarlo. Abrió la boca…

Y se le llenó de una mezcla de lodo, cieno y elementos en suspensión de una pestilente descomposición tan antigua como la más antigua de las tumbas. Entonces, a pesar de tan repugnante profanación, Kowinsky, en su último acto como mortal, aspiró.

55

D
E la cárcel de cieno salieron a un mundo en llamas. Logan, sujetando a Tina junto a él y dando grandes bocanadas, seguía a nado el perímetro de la estación. Cuatro sectores —el Rojo, el Marrón, el Blanco y al parecer el Amarillo— ardían. Enormes lenguas de fuego surgían de debajo de las carpas de lona y devoraban las mosquiteras que cubrían las pasarelas de pontones como si estuvieran hechas de hilos de seda. Los laboratorios y la enfermería parecían arder con especial violencia. De la cúpula hinchable que cubría ese sector brotaba un extraño resplandor, un infernal fuego anaranjado la iluminaba por dentro. En ese preciso momento una gran bola de fuego surgió del interior, calcinó la lona y se alzó en una nube de ardiente humo que envolvió el mástil y la cofa. Al menos había media docena de embarcaciones —uno de los grandes hidrodeslizadores ente ellas— navegando alrededor de la estación y lanzando grandes chorros de agua contra las llamas. Pero el fuego era demasiado intenso y el suministro de agua demasiado escaso: el Sudd era en exceso viscoso para lanzarlo a través de las bombas de presión. Logan notó el calor del resplandor en la cara, secándole el cieno que le cubría el rostro, y apartó la vista.

Empezaba a distinguir otras figuras que medio nadaban medio se arrastraban por la superficie de la marisma en dirección a la estación. Estaban cubiertas por tanto cieno como él mismo, por lo que le resultó imposible identificarlas, pero le pareció que uno era Stone y otro Ethan Rush. Por lo visto se dirigían al sector Verde, donde estaban el departamento de Mantenimiento y el amarradero de los botes; el infierno del fuego aún no había alcanzado esa ala. Logan los siguió sin dejar de ayudar a la agotada Tina. Una moto de agua que daba vueltas alrededor del incendio los vio y se acercó. El piloto ayudó a subir al asiento trasero a Tina y después a Logan. Luego dio media vuelta, se dirigió hacia el sector Verde y amarró bajo la lona protectora del embarcadero. Logan le dio las gracias y ayudó a Tina a saltar al muelle. Solo iban vestidos con la ropa interior, pero con la cantidad de barro que los cubría de pies a cabeza habría dado lo mismo si hubieran llevado un traje espacial.

La zona de los muelles era un caos. El barullo ocasionado por las sirenas de alarma, los motores y las órdenes dadas a gritos resultaba insoportable. El aire estaba cargado de un humo espeso y acre. Desde otros sectores llegaban técnicos, ayudantes de laboratorio, operarios e incluso cocineros, sucios de hollín y cargados con todo tipo de documentos y objetos valiosos que habían conseguido salvar de las llamas. Logan vio al menos una docena de contenedores de pruebas apilados de cualquier manera contra una pared. Incluso el sarcófago que había albergado la momia de Narmer —«la momia de Niethotep», se recordó— estaba en un rincón. El resto del personal se dedicaba a cargar el otro gran hidrodeslizador amarrado al muelle. Plowright, el capitán, se encontraba junto a la pasarela y gritaba órdenes.

Entretanto, unos cuantos hombres y mujeres equipados con trajes de emergencia salieron a toda prisa del embarcadero y se internaron en las profundidades de la estación en busca de gente que se hubiera quedado rezagada. Un individuo con una bata de laboratorio y cargado con un contenedor tropezó con un rollo de cuerda y cayó de bruces. El contenedor se le escapó de las manos y derramó su contenido en el suelo. Un montón de piedras preciosas, anillos, estatuillas y objetos de oro de todo tipo envueltos en bolsas y debidamente etiquetados rodaron por el muelle. Porter Stone apareció entonces como surgido de la nada, se arrodilló y empezó a recogerlos y a devolverlos al contenedor con movimientos torpes. Seguía completamente cubierto de cieno; el sudor —o tal vez eran lágrimas— que se deslizaba por sus mejillas abría blancos surcos en su rostro embarrado.

Logan miró alrededor y localizó a Valentino hablando animadamente con un grupo de guardias de seguridad. Se dirigió hacia ellos. Con el rabillo del ojo vio que Ethan Rush hacía lo mismo. Rush, Stone, Valentino… Al menos otras tres personas habían logrado escapar de la tumba.

—¿Cuántas bajas ha habido? —preguntaron a la vez Logan y Rush cuando llegaron junto a Valentino.

El responsable de inmersiones los miró. El barro le goteaba de su carnoso rostro.

—No sabemos todavía la cifra exacta —contestó—. Puede que quince o veinte atrapados en las llamas.

Alguien tendió a Logan una bata de laboratorio. Este se la puso y la abrochó.

—Las explosiones se produjeron muy deprisa —estaba diciendo uno de los hombres de Valentino—. El metano se acumuló en los resquicios, bajo las alas y después prendió.

—¿Qué le ha ocurrido exactamente al sistema de metano? —quiso saber Logan.

—Está dañado —repuso el hombre.

—¿No hay forma de cerrar las válvulas de emergencia? —preguntó Rush.

Valentino meneó la cabeza.

—No se puede llegar hasta ahí. El único camino hasta los cierres pasa por los sectores Blanco o Rojo, y son dos infiernos. Imposible. Además, las llamas se están acercando al conversor central y al tanque de almacenamiento. Disponemos de cuatro minutos, cinco como mucho. Después de eso más vale que estemos lejos de aquí.

—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó Logan, que temía conocer la respuesta.

—No estamos seguros —dijo uno de los hombres de Valentino—, pero creemos que fue la señora Rush.

—¿Jennifer? —exclamó Ethan, pálido bajo la capa de cieno.

—Se presentó en el Centro de Inmersiones cuando ustedes estaban abajo, en la tumba. Llevaba dos bidones de nitroglicerina. Arrojó uno al Umbilical, pero todavía tiene el otro.

—¿Quiere decir que sigue ahí? —preguntó Logan—. ¿En la Boca?

—Mantiene a todo el mundo a raya con ese maldito bidón de nitroglicerina —dijo el hombre.

—Ya es suficiente —declaró Valentino—. Voy a dar órdenes a mi equipo para que se retire. Tenemos que evacuar la estación inmediatamente. Menuda loca… —Se volvió hacia Rush y añadió—:
Scusi
!

Pero Rush ya no estaba allí, había echado a correr por la pasarela en dirección al sector Amarillo.

—¡Ethan! —gritó Logan, pero el médico se abría paso entre el personal que entraba en el embarcadero y no miró atrás.

En ese momento, como si admitiera su derrota en la lucha contra el incendio, el segundo hidrodeslizador entró haciendo sonar la bocina. Grupos de operarios cargados con tantas reliquias y antigüedades como podían se reunieron en el muelle. Algunas embarcaciones menores habían comenzado a evacuar la estación y se dirigían, sobrecargadas de gente y material, hacia el norte, sin esperar a que los grandes hidrodeslizadores les abrieran el camino a través del Sudd. Logan se volvió y vio que Tina estaba a su lado. También ella se había puesto una bata de laboratorio.

—Volveré enseguida —le dijo él, pero antes de que pudiera alejarse notó que ella se aferraba a su brazo.

—¡No! —gritó con los ojos desorbitados.

Logan la cogió por los hombros. El shock del calvario que acababa de vivir había hecho mella en ella.

—Sube a uno de esos hidrodeslizadores —le ordenó—. Volveré enseguida.

Dicho lo cual, Logan dio media vuelta, le quitó la radio a uno de los hombres de Valentino y se alejó corriendo por la pasarela en la misma dirección que Rush.

56

P
ASÓ corriendo ante los despachos, los cubículos y los almacenes del sector Verde. La mayoría del personal había sido evacuado, y el laberinto de pasillos estaba prácticamente desierto. Tardó apenas dos minutos en cruzar el ala hasta la barrera del otro lado. Pasó bajo las cintas de plástico y atravesó el puente de pontones cubierto hasta el sector Amarillo. Allí el aire estaba más cargado de humo y el calor iba en aumento. En un abrir y cerrar de ojos cruzó la barrera del otro lado y llegó al Centro de Inmersiones.

Se detuvo en seco nada más entrar. La enorme sala parecía haber sido asolada por un huracán. Los estantes de los instrumentos estaban volcados. Había fragmentos de equipos electrónicos por todas partes. Los cables y conductos que serpenteaban por el suelo de cemento estaban quemados y ennegrecidos. Algunos de ellos se habían partido y echaban chispas. Los paneles de monitorización no funcionaban. La Boca, en el centro, se había convertido en una ruina humeante de la que sobresalían hierros retorcidos. Los restos calcinados de lo que había sido el Umbilical eran el testimonio de la explosión que había condenado al fracaso la última expedición a la cámara número tres.

Y allí, ante la Boca, se hallaba Jennifer Rush. Tenía la bata de hospital medio desgarrada, y el pelo, siempre tan bien peinado, totalmente revuelto. En una mano sujetaba un pequeño bidón de color rojo. Logan supuso que estaba lleno de nitroglicerina.

Ethan se hallaba a menos de dos metros de ella, con los brazos extendidos en actitud suplicante.

—Jennifer —decía—, por favor, soy Ethan.

Ella lo miró con ojos enrojecidos y sin brillo.

Logan se acercó, pero Rush le hizo un gesto para que se detuviera.

—Jennifer, no pasa nada. Deja ese bidón y ven conmigo.

Ella parpadeó.

—Infiel —dijo.

Logan sitió que un escalofrío lo recorría de la cabeza a los pies. Había reconocido la voz. Era la misma, seca y distante, que había oído en las dos sesiones que había presenciado. La sensación de hallarse ante la presencia maligna que había percibido por primera vez con ocasión del accidente del generador, y que después había percibido repetidas veces, se hizo mucho más intensa. El corazón empezó a latirle con fuerza.

—Cariño —seguía diciendo Rush—, ven conmigo, por favor. Todo irá bien.

Dio un paso hacia ella, pero se detuvo cuando vio que su mujer levantaba el bidón.

—¡Aquellos que han osado cruzar la tercera puerta se consumirán en un fuego inextinguible —clamó con aquella voz terrible—, y mi tumba será sellada de nuevo por los tiempos de los tiempos!

Retrocedió hacia la Boca con el brazo extendido, como si fuera a dejar caer el bidón en sus profundidades.

La radio que Logan llevaba en la mano chisporroteó. Este la cogió y retrocedió hasta la puerta.

—Aquí Logan —dijo.

—¡Logan! —bramó la voz chillona de Valentino—. ¡Vuelva aquí! ¡Vuelva inmediatamente! He dado orden a todos los equipos de rescate para que se retiren. El fuego ha llegado al conversor central. ¡El tanque de almacenamiento principal está a punto de estallar!

Logan bajó la radio.

—Ethan —dijo en el tono más tranquilo que pudo—, tenemos que marcharnos.

—¡No! —gritó Rush sin darse la vuelta—. No pienso abandonar a Jen. No voy a permitir que muera… por segunda vez.

—¡Logan! —sonó con urgencia la voz de Valentino—. ¡Ese tanque no aguantará ni un minuto más! ¡Están saliendo los últimos botes y…!

Logan desconectó la radio y se volvió hacia Jennifer.

—Alteza —dijo—, ven con nosotros.

Ella se volvió con los ojos enrojecidos y lo miró como si lo viera por primera vez.

—Puedes abandonar este lugar cuando gustes —siguió diciendo Logan—. Eres libre. Has vencido.

Jennifer se tambaleó momentáneamente, como presa de una gran fatiga, y en su rostro apareció una nueva expresión de duda e incertidumbre. Parpadeó y miró a Logan.

—Él tiene razón, Jen —dijo Rush—. Vamos. Aléjate del pozo —añadió acercándose a ella con los brazos extendidos.

De repente, Jennifer se volvió hacia su marido. Sus ojos se nublaron de nuevo y una extraña sonrisa apareció en sus labios.

—¡El pozo! —gritó con voz resonante—. ¡El dios negro de la más profunda sima lo atrapará y esparcirá sus miembros por los confines del mundo!

Entonces, con un sonido que tanto podría haber sido un grito de victoria como de desesperación —o tal vez una combinación de ambos—, arrojó el bidón de nitroglicerina contra el suelo de cemento, entre ella y su marido.

Logan se apartó rápidamente, pero la violencia de la explosión lo derribó y notó que una sustancia viscosa y húmeda le salpicaba la espalda.

—Oh, no —murmuró.

Se puso en pie y, sin mirar atrás, salió corriendo del Centro de Inmersiones y regresó lo más rápidamente que pudo a través del puente y de los ruinosos pasillos del sector Verde. El humo era tan denso que apenas le permitía ver.

Si minutos antes el embarcadero había estado abarrotado, en esos momentos se hallaba desierto. Todas las embarcaciones se habían marchado. Un revoltijo de papiros, estatuillas, escarabajos y figuritas de oro, bolsas para muestras, monedas, joyas, cajas rotas y demás desechos, muchos de ellos de un valor incalculable, llenaba los muelles y las pasarelas.

Entonces oyó un bocinazo por encima del creciente fragor de las llamas. Una pequeña gabarra, la última en abandonar la estación, acababa de soltar amarras. A lo lejos, Logan distinguió una larga fila de embarcaciones, algunas grandes, como los dos hidrodeslizadores, otras pequeñas, que se alejaban de la estación tan rápidamente como el Sudd se lo permitía.

La gabarra hizo sonar su bocina de nuevo, giró y se acercó al extremo más alejado del muelle. Obedeciendo un impulso, Logan se agachó, recogió un puñado del tesoro esparcido por el suelo y se lo guardó en el bolsillo de la bata. A continuación echó a correr hacia el final del muelle y desde allí saltó a bordo de la gabarra. La pequeña embarcación giró de nuevo y reanudó su rumbo en pos del resto de las embarcaciones que se alejaban.

Other books

Always A Bride by Henderson, Darlene
A Man in Uniform by Kate Taylor
Murder at Marble House by Alyssa Maxwell
The Cinderella Pact by Sarah Strohmeyer
The Hotter You Burn by Gena Showalter
Three Cheers for...Who? by Nancy Krulik
Bounty by Harper Alexander
Tenderness by Dorothy Garlock