La tierra de las cuevas pintadas (124 page)

—Ya sé que me amas, Jondalar —contestó Ayla—. Todo el mundo en esta Reunión de Verano lo sabe. Yo no estaría aquí si no me amaras. A pesar de lo que ha dicho Danug, si alguna vez tienes la necesidad, o incluso si simplemente te apetece, puedes aparearte con quien quieras, Jondalar. Ya ni siquiera odio a Marona. No la culpo por desearte. ¿Quién no te desearía? El amor no se crea sólo por compartir el don del placer. Así se crean bebés, pero no amor. Con amor los placeres son mayores, pero si amas a alguien, ¿qué más da si esa persona se aparea con otra de vez en cuando? El apareamiento dura poco, pero ¿cómo puede ser eso más importante que toda una vida de amor? Incluso en el clan, la única función del apareamiento era aliviar las necesidades de un hombre. No esperarás que rompa nuestro vínculo sólo porque te apareaste con otra, ¿no?

Danug se rio.

—Si esa fuera una razón, todo el mundo tendría que romper su vínculo. La gente espera con ilusión las festividades para honrar a la Madre a fin de compartir los placeres con otra persona de vez en cuando. He oído decir que Talut todavía puede aparearse hasta con seis mujeres seguidas en las festividades. Mi madre siempre ha dicho que eso le permitía ver si algún otro hombre era capaz de igualarlo. Y no lo ha conseguido nadie.

—Talut me supera —señaló Jondalar—. Antes, quizá, pero ahora ya no tengo el mismo aguante. Y para serte sincero, tampoco lo deseo.

—Puede que eso sólo sean cuentos —dijo Danug—. La verdad es yo no lo he visto con ninguna mujer salvo con mi madre. Pasa mucho tiempo con otros jefes, y en las reuniones ella está casi siempre visitando a parientes y amigos. En mi opinión, la gente es muy aficionada a andarse con cuentos.

Se produjo una pausa en la conversación y los tres se miraron. De pronto Danug prosiguió:

—No rompería el vínculo del emparejamiento por una cosa así, pero, a decir verdad, preferiría que la mujer con la que me empareje no comparta los placeres con nadie más que conmigo.

—¿Y qué hay de las festividades para honrar a la Gran Madre Tierra? —preguntó Jondalar.

—Sé que todos deberíamos honrar a la Madre en las festividades y demás, pero ¿cómo sabría que los niños que mi compañera trae al hogar son míos si comparte los placeres con otro? —preguntó Danug.

Ayla los miró a los dos y recordó las palabras de la Primera.

—Si hasta ahora un hombre siempre ha querido a los niños que una mujer llevaba a su hogar, ¿por qué el hecho de saber quién los inició habría de cambiar las cosas?

—Tal vez no debiera cambiarlas, pero igualmente preferiría que fuesen míos —respondió Danug.

—Si das inicio a un niño, ¿lo convierte eso en hijo tuyo? ¿Serías su dueño, como si se tratase de un bien personal? —preguntó Ayla—. ¿No querrías a un niño que no fuera de tu propiedad, Danug?

—Cuando digo mío, no me refiero a que sea de mi propiedad, sino mío en el sentido de que el niño hubiese venido de mí —intentó explicar Danug—. Probablemente acabaría sintiendo afecto por cualquier niño de mi hogar, ya fuera un niño que no viniera de mí o incluso que no viniera de mi compañera. Quise a Rydag como a un hermano, más que a un hermano, y él no era de Talut ni de Nezzie, pero si algún día tengo a un niño en mi hogar, me gustaría saber si lo he iniciado yo. Una mujer no tiene que preocuparse por esas cosas. Siempre lo sabe.

—Entiendo a Danug, Ayla. A mí me hace feliz saber que Jonayla vino de mí. Y todo el mundo lo sabe porque tú nunca has elegido a otro hombre, cosa que la gente también sabe. Nosotros siempre honramos a la Madre en las festividades, pero nos elegimos el uno al otro.

—Me pregunto si estarías tan dispuesto a tener tus propios hijos si tuvieras que soportar el dolor junto con tu compañera —dijo Ayla—. Algunas mujeres se librarían gustosamente de tener hijos si pudieran. No muchas, pero sí algunas.

Los dos hombres se miraron, pero ninguno se volvió hacia Ayla, sintiéndose un poco abochornados al expresar ideas personales que parecían contradecir las costumbres y creencias de su gente.

—Por cierto, ¿os habéis enterado de que Marona va a emparejarse otra vez? —preguntó Danug, cambiando de tema.

—¿Ah, sí? —dijo Jondalar—. No, no lo sabía. ¿Cuándo?

—Dentro de unos días, en la segunda ceremonia matrimonial, cuando se emparejen Folara y Aldanor —respondió Proleva, que entraba justo en ese momento. La seguía Joharran.

—Eso me dijo Aldanor —añadió Danug.

Intercambiaron saludos, las mujeres se abrazaron y el jefe de la Novena Caverna se agachó y rozó la mejilla de Ayla con la suya. Acercaron taburetes a la cama.

—¿Con quién se empareja? —preguntó Ayla cuando ya todos se habían acomodado, tomando otra vez el hilo de la reciente revelación.

—Con un amigo de Laramar que vivía con él y con todo aquel grupo en el alojamiento alejado, el que ya no usan —respondió Proleva—. Es zelandonii, pero no de por aquí, según tengo entendido.

—Es de un grupo de cavernas a orillas del Gran Río, al oeste de aquí. He oído que vino a nuestra Reunión de Verano a traer un mensaje para alguien y decidió quedarse. No sé si ya conocía de antes a Laramar y los otros, pero hizo buenas migas con ellos —comentó Joharran.

—Creo que ya sé quién es —dijo Jondalar.

—Vive en el campamento de la Quinta Caverna desde que el grupo abandonó el alojamiento alejado, y Marona también se ha instalado allí. Se conocieron en el campamento —explicó Proleva.

—Creía que Marona no quería volver a emparejarse, y él parece bastante joven. Me pregunto por qué lo habrá elegido —dijo Jondalar.

—A lo mejor no le quedó más remedio —conjeturó Proleva.

—Pero todo el mundo dice que es tan guapa que podría tener a quien quisiera —dijo Ayla.

—Para una noche, sí, pero no como compañera —respondió Danug—. Yo escucho lo que se dice por ahí: sus antiguos compañeros no hablan muy bien de ella.

—Y nunca ha tenido hijos —añadió Proleva—. Hay quien dice que no puede. Quizá algunos hombres la deseen menos por eso, pero por lo visto a su pretendiente no le importa. Marona piensa irse con él a su caverna.

—Creo que lo conocí una noche cuando volvía del campamento lanzadonii con Echozar —dijo Ayla—. No puedo decir que me entusiasmara. ¿Por qué se marchó del alojamiento alejado?

—Todos se fueron cuando alguien se apropió de los objetos personales de algunos de ellos —contestó Joharran.

—He oído algo de eso, pero en su momento no le presté mucha atención —comentó Jondalar.

—¿Alguien se apropió de algo? —preguntó Ayla con interés.

—Alguien se llevó objetos personales de casi todos los que se alojaban allí —respondió Joharran.

—¿Y cómo se le ocurriría a alguien hacer una cosa así? —preguntó Ayla.

—No lo sé, pero Laramar se llevó un disgusto cuando descubrió que había desaparecido un traje nuevo de invierno que acababa de trocar, además de su bolsa y casi todo el barma. A otro le quitaron unos mitones nuevos, y a un tercero un buen cuchillo, y se llevaron casi toda la comida —explicó Joharran.

—¿Alguien sabe quién lo ha hecho? —quiso saber Jondalar.

—Han desaparecido dos personas: Brukeval y Madroman —respondió Joharran—. Brukeval se marchó sin nada, al menos que sepamos. Según los demás hombres que vivían en el alojamiento alejado, sus pertenencias seguían allí después de irse, pero más tarde desaparecieron casi todas, y también las de Madroman.

—Oí a la Zelandoni decir a alguien que Madroman no ha devuelto los objetos sagrados que recibió como acólito —comentó Proleva.

—¡Yo vi a Madroman cuando se marchaba! —exclamó Ayla, acordándose de pronto.

—¿Cuándo? —preguntó Joharran.

—Fue el día que la Novena Caverna compartió un banquete con los lanzadonii. Yo era la única en el campamento, y acababa de salir de la morada. Él me miró con tanto odio que incluso me asusté, pero me pareció que tenía mucha prisa. Recuerdo que noté algo raro en él. Hasta que me di cuenta de que apenas lo había visto antes sin su túnica de acólito, y ese día iba vestido con un traje normal, pero me extrañó que la ropa estuviera adornada con los símbolos de la Novena Caverna, no de la Quinta.

—Ahora ya sabemos qué ha sido del traje nuevo de Laramar —dijo Joharran—. Ya me preguntaba yo si no habría sido él.

—¿Crees que se lo llevó Madroman? —preguntó Ayla.

—Sí, y todo lo demás que desapareció.

—Creo que tienes razón, Joharran —coincidió Jondalar.

—Supongo que no se atrevía a enfrentarse a la gente después de la vergüenza de ser rechazado por la zelandonia, al menos a la gente que lo conocía —señaló Danug.

—¿Adónde habrá ido? —se preguntó Proleva.

—Probablemente intentará buscar a otros con quienes vivir —respondió Joharran—. Por eso se llevó las cosas, porque sabe que ya llega el invierno y no tiene un lugar donde vivir.

—¿Cómo conseguirá que lo acepte un grupo desconocido? No tiene oficio, y nunca ha sido un gran cazador. He oído que ya no cazaba desde que se unió a la zelandonia, ni siquiera acompañaba a las partidas —dijo Jondalar.

—Eso lo puede hacer cualquiera, y lo hace casi cualquiera. A los niños les encanta salir y sacudir la maleza, y hacer mucho ruido para levantar los conejos y otros animales y luego perseguirlos en dirección a los cazadores o hacia una red —comentó Proleva.

—Madroman sí tiene un oficio. Por eso no devolvió los objetos sagrados que recibió de la zelandonia —señaló Joharran—. Eso hará. Será un zelandoni.

—¡Pero no es un zelandoni! —exclamó Ayla—. Mintió acerca de su llamada.

—Pero eso no lo sabrá ningún grupo de gente desconocida —adujo Danug.

—Ha estado tantos años con los zelandonia que ha aprendido a comportarse como si lo fuera. Volverá a mentir —vaticinó Proleva.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Ayla, horrorizada sólo de pensarlo.

—Deberías decir a la Zelandoni que lo viste marcharse, Ayla —recomendó Proleva.

—Y los demás jefes también deben saberlo —añadió Joharran—. Tal vez podamos mencionarlo antes de tu reunión de mañana, Jondalar. Al menos así la gente tendrá otro tema del que hablar, aparte de tu situación.

Ayla abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Tan pronto? —preguntó—. Proleva, yo pienso ir.

Se hallaban fuera, en la explanada al pie de las laderas que formaban el gran anfiteatro natural. Laramar estaba allí sentado, y si bien aún se le veía la cara un poco hinchada, parecía bastante recuperado de la paliza propinada por el hombre que tenía de pie ante él, salvo por las cicatrices y la nariz maltrecha, lesiones de las que nunca se repondría. Jondalar procuró no estremecerse cuando, a la brillante luz del sol vespertina, vio la cara dañada de aquel hombre. No lo habrían reconocido ni personas allegadas a él si no hubiesen sabido quién era. Al principio temieron que perdiera un ojo, y Jondalar se alegraba de que al final no hubiera sido así.

En teoría era una reunión de la Novena y la Quinta Caverna, con los zelandonia como mediadores, pero, dado que cualquier parte interesada podía asistir, casi todos los presentes en la Reunión de Verano sintieron curiosidad y se declararon «interesados». Si bien la Novena Caverna hubiera preferido aplazar el careo hasta después de ese encuentro estival de los zelandonii, la Quinta Caverna había insistido en celebrarlo ya. Como se había pedido a la Quinta que aceptara a Laramar, sus miembros querían saber qué clase de compensación podían esperar tanto ellos como Laramar por parte de Jondalar y la Novena Caverna.

Jondalar y Laramar se habían visto por primera vez después del incidente un rato antes de la reunión pública, en el alojamiento de la zelandonia, en presencia de Joharran, Kemordan —el jefe de la Quinta Caverna—, los zelandonia de ambas cavernas y varios otros jefes y zelandonia. Sabían que Marthona no se encontraba bien, y le dijeron que no necesitaba asistir a la reunión, sobre todo porque la madre de Laramar ya no vivía, pero ella no quiso ni oír hablar. Jondalar era su hijo y ella no pensaba faltar. No participaron en la primera reunión las compañeras de los dos porque ambas planteaban complicaciones: Ayla porque había desempeñado un papel crucial en el incidente; y la compañera de Laramar, porque no deseaba trasladarse a la Quinta Caverna con él, siendo este otro asunto pendiente de resolver.

Jondalar se apresuró a decir lo mucho que lo lamentaba y se arrepentía de sus actos, pero Laramar se limitó a mostrar desprecio por el hermano alto y apuesto del jefe de la Novena Caverna. Por una vez en la vida, Laramar tenía la autoridad moral de su lado; él llevaba la razón, no había hecho nada malo, y no iba a renunciar a su ventaja en absoluto.

Cuando los participantes salieron del alojamiento, se oía entre el público un murmullo de conversaciones tras circular la noticia de que Ayla había visto a Madroman abandonar el campamento con ropa robada sin duda a Laramar. A eso siguieron los más diversos comentarios acerca de las diversas circunstancias del caso: los conflictos pasados de Jondalar y la Primera con Madroman, la expulsión de este de la zelandonia y el papel desempeñado por Ayla, y por qué ella fue la única que lo vio marcharse. La gente, en actitud expectante, se acomodó dispuesta a presenciar los acontecimientos. No se les presentaba a menudo la oportunidad de ser testigos de hechos tan dramáticos. Todo ese verano había sido muy emocionante, y daría pábulo a lo largo de muchos largos y lentos días de invierno a conversaciones y relatos.

—Hoy tenemos que resolver asuntos muy graves —empezó la Primera—. No son asuntos del mundo de los espíritus, sino problemas entre los hijos de Doni y Le pedimos que observe nuestras deliberaciones y nos ayude a decir la verdad, a pensar con claridad y a tomar decisiones justas.

Sacó una pequeña talla y la levantó. Era una figura de mujer, con las piernas estrechándose hasta terminar en unos pies apenas insinuados. Aunque no veían bien el objeto que sostenía en la mano, todos sabían que era una donii, un receptáculo para el espíritu de la Gran Madre Tierra, que todo lo abarcaba, o al menos para que residiera una parte esencial de Su naturaleza. En el centro de la explanada habían erigido un hito de piedras, casi un pilar, provisto de una amplia base, formada por rocas relativamente grandes, que se estrechaba hasta truncarse a cierta altura en una superficie llana de gravilla arenosa.

Con gesto decidido, la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra plantó los pies de la donii en la gravilla y la sostuvo para que todos la vieran. La principal función de la donii en ese contexto era impedir las mentiras intencionadas, y a ese respecto la Madre era un gran disuasorio. Cuando se invocaba expresamente al espíritu de la Madre para que observara algo, todos sabían que Ella detectaría cualquier mentira y la sacaría a la luz; si bien alguien podía mentir y salirse con la suya momentáneamente, al final se sabría la verdad, y en general con repercusiones mucho peores. Aunque ese día el peligro de que alguien mintiera era mínimo, la donii podía ejercer su influencia limitando toda propensión a exagerar.

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