La tierra de las cuevas pintadas (7 page)

Ayla observó esta acción en segundo plano, pero le despertó tal curiosidad que, aun siendo Jondalar su compañero, no sintió celos. Sin embargo, empezó a valorar los comentarios que oía sobre él desde la llegada de ambos. A un nivel profundo, sabía que Jondalar no hacía más que admirar la belleza de esa mujer; sólo deseaba mirarla. Él tenía otra faceta, una que incluso a ella le mostraba muy rara vez, y únicamente cuando estaban solos.

Las emociones de Jondalar habían sido siempre muy poderosas, sus pasiones muy intensas. Toda su vida había luchado por controlarlas, y al final lo había logrado, por lo que para él no resultaba fácil revelar la plena intensidad de sus sentimientos. Por eso nunca exteriorizaba en público la profundidad de su amor por ella, pero a veces, cuando estaban solos, era incapaz de controlarlo. De tan grande como era, en ocasiones lo desbordaba.

Cuando Ayla volvió la cabeza, descubrió que la Zelandoni Que Era la Primera la observaba, y comprendió que también ella había percibido aquella interacción tácita e intentaba juzgar la reacción de Ayla. Esta le dirigió una sonrisa de complicidad y, acto seguido, concentró la atención en su hija, que se revolvía en la manta de acarreo, porque quería mamar. Se acercó a la atractiva y joven madre que se hallaba de pie junto a Jayvena.

—Saludos, Beladora. Me alegro de verte, sobre todo con tus hijos —dijo—. Jonayla ha mojado el pañal. He traído otro de repuesto, ¿podrías indicarme dónde puedo cambiárselo?

La mujer con un bebé en cada cadera sonrió.

—Acompáñame —indicó, y las tres se encaminaron hacia el refugio.

Beladora había oído hablar del acento peculiar de Ayla, pero era la primera vez que lo oía. Estaba de parto durante la ceremonia matrimonial en que Jondalar se emparejó con esa mujer extranjera, y después no había tenido ocasión de hablar con ella. Estaba ocupada con sus propios asuntos, pero ahora que la oía, comprendía los comentarios de los demás. Pese a que Ayla hablaba muy bien el zelandonii, no conseguía reproducir correctamente algunos sonidos; aun así, para Beladora fue un placer oírla. Ella procedía de una región situada más al sur, y aunque su deje no era tan característico como el de Ayla, hablaba el zelandonii con su propio acento.

Ayla sonrió al oírla.

—Creo que no eres zelandonii de nacimiento —dijo—. Igual que yo.

—Pertenezco a los gionardonii, vecinos de una caverna de los zelandonii muy al sur de aquí, donde hace mucho más calor. —Beladora sonrió—. Conocí a Kimeran cuando viajó con su hermana en su Gira de la Donier.

Ayla se preguntó qué era una «Gira de la Donier». Obviamente tenía que ver con la función de Zelandoni, ya que «donier» era otra palabra para referirse a Aquella Que Sirve a la Gran Madre, pero Ayla decidió que ya se lo preguntaría más tarde a la Primera.

Las llamas tenues de la fogata proyectaban un reconfortante resplandor rojizo más allá de los límites del hogar alargado que la contenía, y teñían de una cálida luz vacilante las paredes de caliza del refugio. El techo rocoso del saliente reflejaba la luz sobre la escena, confiriendo a los rostros un aspecto de bienestar radiante. Habían disfrutado de una deliciosa comida comunal —a cuya preparación habían dedicado considerable tiempo y esfuerzo muchas personas—, incluidas unas enormes ancas de megaceros asadas en un robusto espetón entre dos grandes horquillas dispuestas a los lados del hoyo rectangular de aquella misma fogata. Ahora los zelandonii de la Séptima Caverna, junto con muchos parientes de la Segunda y sus visitantes de la Novena y la Tercera, se disponían a relajarse.

Se habían ofrecido bebidas: varias clases de infusiones, un vino de frutas fermentadas, y la bebida alcohólica llamada «barma», que se preparaba a base de savia de abedul y granos silvestres, miel o diversas frutas. Todos habían tomado ya un vaso de su bebida favorita, y andaban buscando un sitio donde sentarse cerca del acogedor hogar. Una profunda sensación de expectación y placer se había adueñado del grupo. Los visitantes siempre traían consigo cierta agitación, pero aquella forastera con sus animales y sus relatos exóticos prometía un estímulo mayor que el de costumbre.

Ayla y Jondalar se hallaban en el centro de un corrillo que incluía a Joharran y Proleva, Sergenor y Jayvena, y Kimeran y Beladora, los jefes de las cavernas Novena, Séptima y Segunda, y varios más, incluidas las jóvenes Levela y Janida y sus compañeros, Jondecam y Peridal. Los jefes hablaban con la gente de la Séptima Caverna acerca de cuándo convenía que los visitantes abandonasen Roca de la Cabeza de Caballo para ir al Hogar del Patriarca, intercalando comentarios jocosos, en una cordial rivalidad con la Segunda Caverna por ver dónde se quedarían más tiempo los visitantes.

—El Hogar del Patriarca es una caverna más antigua y debería por tanto atribuírsele un rango superior y más prestigio —comentó Kimeran con una mueca burlona—. Deberían quedarse allí más tiempo, pues.

—¿Quiere eso decir que como soy mayor que tú, debe concedérseme más prestigio? —contraatacó Sergenor con una sonrisa reveladora—. Lo tendré en cuenta.

Ayla había estado escuchando y sonriendo con los demás, pero hacía rato que deseaba formular una pregunta. Aprovechando una interrupción en la charla, dijo por fin:

—Ahora que mencionáis la antigüedad de las cavernas, hay una cosa que me gustaría saber.

Todos se volvieron a mirarla.

—No tienes más que preguntar —dijo Kimeran con una cordialidad y una cortesía exageradas en las que se adivinaba algo más. Había bebido unos cuantos vasos de barma y caído en la cuenta de lo atractiva que era la compañera de su altísimo amigo.

—El verano pasado Manvelar me habló por encima de los nombres de cada caverna, con sus palabras de contar, pero sigo confusa —empezó Ayla—. Cuando fuimos a la última Reunión de Verano, pasamos una noche en la Vigésimo novena Caverna. Sus miembros viven en tres refugios separados en un gran valle, cada uno con sus propios jefes y zelandonia, pero los llaman a los tres mediante la misma palabra de contar, la Vigésimo novena. La Segunda Caverna está estrechamente emparentada con la Séptima, separadas sólo por un valle, ¿por qué, pues, tenéis cavernas con distintas palabras de contar? ¿Por qué no formáis todos la Segunda Caverna?

—Esa es una pregunta para la que no tengo respuesta. Lo ignoro —contestó Kimeran, y a continuación señaló al hombre de mayor edad—. Tendrás que preguntárselo al jefe más veterano. ¿Sergenor?

Sergenor sonrió, y reflexionó por un momento.

—Para serte sincero, tampoco yo lo sé. Nunca me lo había planteado. Y no conozco ninguna Historia o Leyenda de los Ancianos que lo cuente. En algunas se habla de los habitantes originales de la región, la Primera Caverna de los zelandonii, pero estos desaparecieron hace mucho. Nadie sabe siquiera dónde estaba su refugio.

—¿Sí sabes que la Segunda Caverna de los zelandonii es el emplazamiento más antiguo de los zelandonii que existe? —preguntó Kimeran, arrastrando un poco las palabras—. Por eso se llama Hogar del Patriarca.

—Sí, eso ya lo sabía —contestó ella, preguntándose si Kimeran necesitaría la bebida de «la mañana siguiente» que ella elaboraba para Talut, el jefe mamutoi del Campamento del León.

—Te diré lo que pienso —intervino Sergenor—. Cuando las familias de las cavernas Primera y Segunda fueron demasiado numerosas para caber en sus refugios, algunos de ellos, descendientes de las dos cavernas, así como personas nuevas que habían llegado a la región, se trasladaron a otras zonas, adoptando las siguientes palabras de contar una vez establecidos en una nueva caverna. Para cuando el grupo de personas de la Segunda Caverna que fundó nuestra caverna decidió irse, la siguiente palabra de contar no utilizada aún era el siete. Casi todas eran familias jóvenes, parejas recientes, hijos de la Segunda Caverna, y como querían permanecer cerca de sus parientes, se trasladaron aquí, justo al otro lado del Valle Dulce, para fundar un nuevo hogar. Pese a que las dos cavernas estaban tan estrechamente emparentadas, siendo casi como una sola caverna, prefirieron usar un nuevo número, creo, porque así era como se hacía. De manera que pasamos a ser dos cavernas independientes: el Hogar del Patriarca, la Segunda Caverna de los zelandonii, y Roca de la Cabeza de Caballo, la Séptima Caverna. Seguimos siendo ramas distintas de la misma familia.

»La Vigésimo novena Caverna es más nueva —prosiguió Sergenor—. Cuando se trasladaron a sus nuevos refugios, querían conservar, imagino, la misma palabra de contar en el nombre, porque cuanto menor es la palabra de contar, más antiguo es el emplazamiento. Conlleva cierto prestigio tener una palabra de contar inferior, y el veintinueve era un número ya bastante alto. Supongo que ninguno de los fundadores de las nuevas cavernas quería un número mayor. Decidieron, pues, llamarse Tres Rocas, la Vigésimo novena Caverna de los zelandonii, y luego usar los nombres que ya habían dado a los lugares para explicar la diferencia.

»El emplazamiento original se llama Roca del Reflejo, porque desde ciertos sitios uno puede ver su imagen abajo en el agua. Es uno de los pocos refugios orientados hacia el norte, y por tanto cuesta más mantenerlo caliente, pero es un lugar especial y tiene otras muchas ventajas. Es la Heredad Sur de la Vigésimo novena Caverna, llamada a veces la Heredad Sur de Tres Rocas. Cara Sur se convirtió en la Heredad Norte, y Campamento de Verano en la Heredad Oeste de la Vigésimo novena Caverna. En mi opinión, su método es más complicado y confuso, pero lo han elegido ellos.

—Si la Segunda Caverna es la más antigua, el siguiente grupo más antiguo que existe debe de ser Roca de los Dos Ríos, la Tercera Caverna de los zelandonii. Ayer pasamos la noche allí —dedujo Ayla, asintiendo en un gesto de comprensión.

—Exacto —corroboró Proleva, sumándose a la conversación.

—Pero no existe una Cuarta Caverna, ¿verdad que no?

—Existió una Cuarta Caverna —contestó Proleva—, pero nadie parece saber qué les pasó. Según las leyendas, una catástrofe afectó a más de una Caverna, y puede que la Cuarta desapareciera por aquel entonces, pero nadie lo sabe. Esa también es una época oscura en las historias. Parece que hubo algún enfrentamiento con los cabezas chatas.

—La Quinta Caverna, llamada Viejo Valle, a orillas del Río aguas arriba, es la que viene después de la Tercera —intervino Jondalar—. Nos proponíamos visitarlos de camino a la Reunión de Verano el año pasado, pero ya se habían marchado. ¿Te acuerdas?

Ayla asintió con la cabeza.

—Tienen varios refugios a ambos lados del valle del Río Corto, algunos los emplean como vivienda, otros como lugar de almacenamiento, pero no les asignan palabras de contar independientes. Todo el Viejo Valle pertenece a la Quinta Caverna.

—La Sexta Caverna también ha desaparecido —prosiguió Sergenor—. Circulan distintas versiones sobre lo ocurrido allí. Muchos piensan que una enfermedad diezmó la población. Según otros, hubo discrepancias entre facciones. En cualquier caso, las historias indican que la gente que en otro tiempo formó parte de la Sexta Caverna se incorporó a otras cavernas, así que nosotros, la Séptima Caverna, somos los siguientes. Tampoco existe una Octava Caverna. Es decir, que la vuestra, la Novena, viene a continuación de la nuestra.

Se produjo un momento de silencio mientras se asimilaba la información. Después, cambiando de tema, Jondecam preguntó a Jondalar si quería examinar el lanzavenablos que había fabricado, y Levela dijo a su hermana mayor, Proleva, que estaba planteándose ir a la Novena Caverna a dar a luz, lo que le arrancó una sonrisa. La gente empezó a entablar conversaciones en privado y pronto se dispersaron para integrarse en otros grupos.

Jondecam no era el único que deseaba informarse acerca del lanzavenablos, y menos después de correr la voz sobre lo sucedido en la cacería de leones del día anterior. Jondalar había creado el arma de caza mientras vivía con Ayla en su valle al este y la había dado a conocer poco después de regresar a su hogar el verano anterior. Llevó a cabo otras demostraciones en la Reunión de Verano.

Esa misma tarde, un rato antes, mientras Ayla visitaba la cueva de la Cabeza de Caballo, varios de ellos, siguiendo las instrucciones y los consejos de Jondalar, se habían ejercitado con los lanzavenablos fabricados por ellos mismos, tomando como modelo el de Jondalar. Ahora, un grupo, compuesto básicamente por hombres, pero que incluía también a alguna mujer, se había congregado en torno a él, y planteaba sus dudas acerca de las técnicas para la confección de los lanzavenablos y las lanzas ligeras cuya gran eficacia había quedado demostrada.

Al otro lado de la fogata, cerca de la pared que contribuía a contener el calor, varias mujeres con niños recién nacidos, entre ellas Ayla, charlaban mientras amamantaban o mecían a sus hijos, o simplemente vigilaban a los que dormían.

En una zona independiente del refugio, más aislada, la Zelandoni Que Era la Primera había estado hablando con los otros zelandonia y sus acólitos, un poco molesta porque Ayla, que era acólita suya, no se hubiese unido a ellos. Sabía que ella la había presionado para que aceptara el puesto, pero Ayla era ya una curandera consumada al llegar allí, y poseía asimismo otras aptitudes dignas de mención, incluido el control sobre los animales. ¡Su lugar estaba entre los zelandonia!

El Zelandoni de la Séptima había formulado una pregunta a la Primera y esperaba respuesta con expresión paciente. Había reparado en que la Zelandoni de la Novena Caverna parecía alterada y un poco irascible. Venía observándola desde la llegada de los visitantes, y viendo que su irritación iba en aumento, adivinó la razón. Cuando los zelandonia iban de visita con sus acólitos, era una buena ocasión para enseñar a los novicios parte del conocimiento y las tradiciones que debían aprender y memorizar, y la acólita de ella no estaba allí. Pero si la Primera, pensó él, había elegido a una acólita emparejada y con un niño recién nacido, debería haber sabido que no dedicaría toda su atención a la zelandonia.

—Un momento —se disculpó la Primera, y se levantó de una esterilla extendida sobre una repisa de piedra baja para dirigirse hacia el grupo de jóvenes madres en plena charla—. Ayla —dijo con una sonrisa. Se le daba bien ocultar sus sentimientos—, perdona que te interrumpa, pero el Zelandoni de la Séptima Caverna acaba de hacerme una pregunta sobre la recolocación de huesos rotos, y he pensado que tú tendrías algo que aportar.

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