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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (27 page)

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir —dijo Chase, subiendo el tono—, que Sophia vive la vida de verdad, en lugar de quedarse sentada detrás de un escritorio leyendo lo que algún tipo muerto escribió sobre la vida hace miles de años.

—¡Yo vivo la vida!

—¿Ah, sí? ¿Cuándo fue la última vez que dejaste la oficina y saliste a hacer trabajo de campo? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo espontáneo, o romántico, o sexi?

—Oh, oh, oh —dijo Nina, riéndose acusadoramente—, ¡ahora sí que estamos llegando al quid de la cuestión! Todo se reduce al sexo, ¿no? Tienes mucha frustración acumulada al verte ahora atrapado en una oficina, en lugar de recorriendo el mundo disparándole a la gente… Y, por supuesto, la culpa es mía porque tengo un trabajo con responsabilidades ¡y no atiendo tus caprichos sexuales! —Se dio una palmada en el pecho, teatralmente—. ¡Oh, cómo oso!

—Al menos Sophia sí que sabía pasarlo bien en la cama —replicó Chase—. Y sí, puede que yo no fuese el primero, ni el último, pero ¿sabes qué? ¡La experiencia es un grado! ¡Ella no necesitó una copia de
La guía sexual para principiantes
!

—¡Y yo tampoco! —chilló Nina, indignada.

—Oh, créeme que sí. ¡Existen más de tres posturas! ¡Y Sophia conocía algunas que no están ni siquiera en el jodido Kama Sutra! ¿Crees que al ser pija se comportaba de forma remilgada y recatada en la cama? Oh, no. Ella era un jodido animal.

—Si es tan maravillosa —dijo Nina, hirviéndole la sangre— ¿por qué no te casas con ella, sin más? Oh, espera… ¡si ya lo hiciste! Y fue igualito que en una novela romántica, ¿verdad? La doncella y el soldado, ¡el nuevo heredero de su mansión!

—A mí eso nunca me importó —objetó Chase.

Nina levantó las cejas.

—¿Oh, en serio? ¿Sabes? Para ser alguien que cree vivir su vida según la letra de
Free Bird
, que sepas que eres una persona completamente diferente cuando ella anda cerca.

—¡Gilipolleces!

—Oh, sí. ¡Completamente! Andas más recto, dices menos tacos, ¡incluso te cambia el acento! ¡Cuando ella está cerca, suenas como si trataras de imitar a Hugh Grant! No querrás admitirlo, pero deseas desesperada, desesperadamente que te acepte como su igual porque en tu interior, en lo más profundo, ¡crees que ella es mejor que tú!

Chase enseñó los dientes.

—Bueno, joder, pues ahora estoy soltando putos tacos, ¿no? ¿Qué coño crees que significa eso, joder?

—Sé lo que significa —dijo Nina, fríamente—. Siempre lo he sabido. Es un mecanismo de defensa. Es algo que Hugo me contó sobre ti, que te vuelves grosero y ofensivo cuando no puedes soportar tratar con gente a nivel emocional y quieres apartarlos de ti. Supongo que es lo único que Sophia te dejó en el divorcio.

—Y una mierda —escupió Chase—. Eso es una jodida estupidez.

—¿Entonces por qué has soltado tantísimos tacos últimamente? Eddie… —dijo mirándolo, deseando que él le devolviese la mirada, ablandando la voz ligeramente—. Has luchado en guerras, te has enfrentado a terroristas, has tenido a tanta gente tratando de matarte que seguramente hayas perdido la cuenta… ¿y lo que más te asusta es hablar conmigo?

Él se calló un momento.

—No me asusta nada. Que le jodan a todo eso. Y que te jodan a ti también.

Antes de que Nina pudiese expresar su sorpresa por esa reacción, él continuó hablando con una crueldad deliberada en la voz que nunca le había escuchado antes.

—¿Y sabes una cosa? Después de que salgamos de aquí, voy a ir a rescatar a Sophia y, si tengo suerte, quizás se vuelva a enamorar de mí. Pero, aunque no sea así, al menos sabré que ella no va a andar perdiendo el tiempo después de que la salve, corriendo detrás de alguna maldita obsesión estúpida y sin sentido.

—¿Cómo te atreves…?

Chase se paró e hizo que Nina hiciese lo propio. Se giró para mirarla a la cara.

—¡Ni siquiera es una obsesión real! ¡Por todos los cojones, Nina! La única razón por la que te importa una mierda esa puta y estúpida tumba de Hércules, en primer lugar, ¡es porque te quedó un vacío en tu vida después de encontrar la Atlántida! ¡Esto solo es para rellenarlo! Tenías un trabajo nuevo, me tenías a mí… pero eso no era suficiente para ti porque ya no tenías ninguna gran búsqueda mitológica que hacer. Durante toda tu vida has intentado emular a tus padres porque ellos también estaban obsesionados… y mira dónde acabaron por culpa de eso: ¡muertos en una jodida cueva!

Nina le pegó. No fue una bofetada, sino un puñetazo en la cara de los de verdad. Aunque le dolió, Chase se sintió más sorprendido que otra cosa.

—¡Que te den por culo, Eddie! —gruñó Nina, con lágrimas formándosele en los ojos—. ¡Que te jodan! ¿Quieres a Sophia? Pues toda tuya, me da igual, vete y finge ser algo que no eres con alguien que te mira por encima del hombro. A mí ya no me importa.

Se giró y bajó renqueando la cuesta, sintiendo dolor a cada paso, pero negándose a mostrárselo a Chase.

—¡Nina! —gritó Chase detrás de ella—. ¡Nina! Mierda.

La alcanzó rápidamente.

—Déjame en paz, Eddie —le dijo, apartándolo cuando trató de ayudarla.

—Ahora mismo no puedo, ¿no crees? Estamos digamos que en medio de una situación complicada. ¿Te acuerdas, tíos armados…? Mira, salgamos de aquí primero y después podemos…

Se dio cuenta de que no sabía cuáles eran sus sentimientos de verdad, con toda la ira y la confusión que bullían en su interior.

—Podemos hacer… lo que sea. —Señaló la cabaña—. Vamos, ya no está lejos.

Nina fijó la vista en el edificio, negándose a mirarlo. Ella tampoco tenía fuerzas para aclarar lo que sentía. La mezcla de traición y humillación no conseguía cubrir su sincero arrepentimiento.

—De acuerdo —dijo, finalmente. A regañadientes, dejó que volviese a ayudarla para aligerar la carga sobre la pierna—. Vamos.

La cabaña resultó ser de un guardaparques. Era el lugar de trabajo con residencia integrada de uno de los guardas del Okavango. La lancha amarrada en el embarcadero era un hidrodeslizador con un casco plano de metal en cuya popa tenía montada una hélice, protegida por una rejilla metálica, que se controlaba desde un precario asiento elevado, situado delante de ella. Chase ya había conducido embarcaciones similares anteriormente; eran ruidosas y complicadas de controlar, pero esta versión de calado extremadamente poco profundo le permitía navegar por marismas por las que un bote convencional habría tenido dificultades.

El hecho de que estuviese allí sugería que la cabaña estaba ocupada, lo que verificó en cuanto Chase llamó a la puerta. Un botsuano mayor, barrigudo, vestido con un uniforme caqui de camisa de manga corta y pantalones cortos les abrió y se sorprendió al tener visitantes. Y más aún cuando vio su aspecto ensangrentado.

—¿Hola? —dijo, con precaución.

—Hola —dijo Nina mientras Chase la ayudaba a entrar renqueando en la habitación.

Había una radio de la que salía música.

—¡Estamos tan contentos de que esté aquí! Tuvimos un accidente y nos hemos quedado un poco tirados. ¿Podría ayudarnos a salir de aquí?

—¿Están heridos? —inquirió el guarda.

Al momento puso los ojos en blanco, como si se preguntara si la respuesta pudiese ser más obvia.

—Dejen que vaya a por el botiquín de primeros auxilios.

—Estamos bien; parece peor de lo que es —dijo Chase, intentando tranquilizarlo, pero en vano.

El hombre abrió un armario y sacó un botiquín médico, haciéndoles gestos de que se sentaran.

—¿Qué les ha pasado? —les preguntó.

—Nuestro camión volcó —le contestó Nina, sentándose y diciendo técnicamente la verdad—. Bueno, ¿puede sacarnos de aquí?

El guarda abrió el botiquín y sacó una botella de antiséptico y varias vendas.

—El lugar más cercano donde pueden recibir ayuda en condiciones es la mina de diamantes, a unos diez kilómetros al sur de aquí.

—De hecho, nos gustaría ir en dirección contraria. Alejarnos de la mina lo máximo posible.

El guarda la miró, extrañado.

—Porque, eh, nos oponemos éticamente a la extracción de diamantes. Ya sabe, cárteles, regulación de precios, diamantes de sangre, todo eso. Los diamantes son, ummm, ¡para nunca! Eso.

—Te recordaré lo que acabas de decir —comentó Chase, en voz baja.

—Oh, cállate. Ay.

Nina hizo una mueca de dolor cuando el guarda le aplicó el antiséptico en el corte que tenía en la frente.

—En Botsuana no tenemos diamantes de sangre —dijo el guarda, ofendido.

Chase puso una sonrisita de suficiencia.

—¿Ves, Nina? —dijo, con voz paternalista—. Ya te dije que estábamos en el país incorrecto para protestar por los diamantes de sangre, ¿pero me escuchaste? Mujeres…

Se dirigió al guarda con un suspiro, encogiéndose de hombros. El guarda asintió, comprensivamente.

—¡Eh! —dijo Nina, bruscamente.

El guarda acabó con el antiséptico y colocó con cuidado una venda sobre el corte. Estaba a punto de ocuparse de la herida de la mejilla de Chase cuando la música de la radio se paró y habló un locutor.

—Interrumpimos este programa para emitir una noticia de última hora.

Nina y Chase intercambiaron miradas.

Sonó una dramática melodía introductoria a la que siguió la voz de un presentador de informativos.

—El presidente Molowe ha sufrido un intento de asesinato. En el ataque ha muerto el ministro de Comercio e Industria, Michael Kamletese. El presidente asistía a una ceremonia en la mina de diamantes de la provincia de Northwest cuando el atentado tuvo lugar. Los asesinos son ambos blancos, un hombre y una mujer en la treintena. Han logrado huir del escenario del crimen, pero las fuerzas de seguridad han dado sus nombres: Edward Chase y Nina Wilde…

La boca del guarda se abrió de golpe al descubrir la identidad de sus visitantes, pero Chase ya había sacado la pistola que le había cogido al guardia muerto en la planta procesadora y lo apuntaba con ella.

—Vale, tranquilo, amigo.

—¿Qué? —resopló Nina—. ¿Qué? ¡Nosotros no hemos asesinado al ministro de Comercio, no hemos asesinado a nadie! ¿Qué demonios está pasando?

—Nos están tendiendo una trampa —le contestó él, levantándose.

El guarda miró la pistola con los ojos muy abiertos.

—A ver, ah, no va a hacer nada irracional, ¿verdad?

—No, si tú tampoco lo haces. ¿Dónde están las llaves del hidrodeslizador?

—Y yo solo tengo veintinueve —añadió Nina, indignada.

—La precisión de la prensa no es nuestra mayor preocupación ahora mismo —le dijo Chase mientras el guarda le alcanzaba unas llaves—. ¿Tiene un radiotransmisor receptor?

El guarda señaló un aparato de radio, en la parte de atrás de la habitación. Sin dejar de apuntarlo, Chase se acercó y arrancó el cable que lo conectaba eléctricamente a la pared. Después lo tiró al suelo, lo pisó y soltó el otro extremo del cable.

—Vale, siéntate, colega. Nina, átalo a la silla —le dijo, alargándole el cable.

—Hoy las cosas mejoran a cada paso —rezongó Nina mientras ataba las manos del guarda a la espalda y después usaba el otro extremo para pasárselo por los tobillos, tirando de los pies hacia atrás, bajo la silla.

—Primero nos acusan de asesinato y ahora atacamos a un guarda y cometemos hurto mayor… de un barco.

Cuando acabó, Chase comprobó los nudos, apretándolos. El guarda hizo una mueca de dolor.

—Esto no lo retendrá mucho tiempo —le dijo Chase a Nina mientras la hacía salir de la cabaña—, pero no necesitamos tanto para alejarnos de aquí. Los hidrodeslizadores son rápidos.

—Sí, pero ¿adónde vamos? —le preguntó ella.

Chase se lo pensó un momento y después volvió a entrar en la cabaña y regresó con un mapa turístico del delta del Okavango.

—Eh, es mejor que nada —le dijo, saltando al embarcadero para soltar las amarras de la nave.

Nina subió a bordo con cuidado y el casco plano osciló bajo ella. Como tanto la hélice como el asiento del piloto estaban elevados muy por encima de la cubierta metálica, el barco parecía poco estable.

—¿Esto es seguro?

—Tan seguro como cualquier otro vehículo en el que nos hayamos montado.

Ella enterró la cara entre las manos.

—Oh, Dios…

Chase tiró el cabo al interior del barco y subió a bordo, examinando el motor. Introdujo la llave y la giró.

—¡Vale, prepárate para el ruido!

La hélice emitió un rugido distorsionado tras la rejilla metálica protectora. Chase se encaramó al asiento del piloto y se arrellanó en él, colocando los pies en los pedales y agarrando las dos palancas largas que controlaban los timones de detrás de la hélice, antes de acelerar. El hidrodeslizador se separó del embarcadero y después se alejó, cogiendo velocidad.

Nina y Chase apenas intercambiaron diez palabras en otros tantos minutos mientras el hidrodeslizador avanzaba velozmente hacia el norte, y no fue porque el ruido de la hélice dificultase el mantener una conversación. Ella apenas lo miró. Se dedicó a admirar los exuberantes pantanos que se deslizaban a su paso. A su vez, los habitantes del Okavango miraban cómo ellos se dirigían al sinuoso río. Los búfalos y los ñus observaban con recelo su paso desde las orillas lodosas y los bancos de peces brillantes salían disparados en el agua clara, alejándose del camino del hidrodeslizador.

También había otras criaturas menos tímidas en el río. Los cocodrilos salían a la superficie ocasionalmente para investigar qué era ese ruido y Chase trataba de esquivar a los animales más grandes, como elefantes e hipopótamos. Un pequeño grupo de leopardos siguieron con la mirada fija el paso del bote desde la orilla, sin pestañear.

Nina echó un vistazo hacia atrás, a los silenciosos depredadores, aunque el sobrecogimiento que podría haber sentido por el marco que la rodeaba se veía atenuado por las secuelas de la pelea que había tenido con Chase. Sus sentimientos, hechos un completo lío, le pesaban en el estómago como piedras. Por fin, volvió a mirarlo.

—¿Adónde vamos?

Él aminoró la marcha y el ruido áspero de la hélice disminuyó.

—Había un pueblo en el mapa, hacia el norte, con un aeródromo. Alguien tendrá un teléfono… Podemos llamar a T. D. para que nos recoja.

Chase miró a su alrededor para orientarse y vio que el aparato que había visto antes en el aire estaba más cerca y describía círculos lentamente hacia el nordeste. Le alargó el mapa doblado.

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