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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (31 page)

Chase estaba confuso.

—¿Por qué no? Implica a la ONU, ellos pueden enviar inspectores a la mina…

—No es la mina, Eddie. ¡Eres tú! ¡Has sido acusado de asesinar a un ministro del gobierno, joder! Y yo estoy convencido de que eres inocente —continuó, agitando un dedo para anticiparse a las objeciones de Chase—, pero no puedo ir junto al jefe del SIS a relatarle una extraña historia sobre minas de uranio y pergaminos antiguos y pedirle que autorice una investigación… ¡cuando a la fuente de la historia se la busca por asesinar a un ministro del país! ¡Al tío le dispararon incluso con esa ridícula arma tuya!

—Es verdad que tenemos un pequeño problema de credibilidad —tuvo que admitir Nina.

Chase no se amilanó.

—Eso no importará cuando alguien vea esa mina. Bastará con un pedacito de mineral de uranio para que Yuen esté hasta arriba de mierda.

Se inclinó hacia delante y separó las manos, suplicante.

—Vamos, Mac. No te estoy pidiendo que acudas directamente al primer ministro, pero sé que por lo menos puedes impulsar las cosas en la dirección correcta. Consigue que alguien inspeccione la mina y el resto vendrá solo.

—Ummm.

A Mac parecía estar costándole tomar una decisión.

—Oh, qué demonios —dijo, por fin—. Ya estoy metido en esto hasta la cintura por haberos sacado del país. ¿Por qué no seguir hasta llegar al cuello, eh?

Chase sonrió.

—Esa es la actitud.

—Pero puede llevarme unos cuantos días. He tirado de unos cuantos favores para conseguir vuestra extracción, así que tendré que realizar una aproximación muy, muy suave. Pero sí, de una u otra manera, conseguiremos que alguien vaya a esa mina y así podremos echarle un vistazo a ese Yuen más de cerca.

—Genial —dijo Chase, reclinándose—. Y hablando de Yuen, necesito usar tu ordenador para buscar en Google. Sophia me dijo que después de Botsuana, tenía pensado ir a Suiza… Espero que se siga ciñendo al plan. En cuanto encuentre dónde está lo atraparé, antes de que se marche con Sophia.

—Espera, ¿cómo? —dijo Nina, sorprendida—. ¿Sigues pensando ir tras ella?

La voz de Chase se endureció.

—Prometí ayudarla. Yo siempre termino mis misiones.

—¡Esta ya no es tu misión, Eddie! Deja que otra gente se ocupe.

—Ese no es mi estilo.

Se puso de pie.

—El ordenador continúa en el estudio de arriba, ¿no? —le preguntó a Mac, que asintió con un destello de advertencia de lo más sutil en sus ojos.

Chase lo ignoró y fue hacia la puerta.

—¡Eddie! —le gritó Nina, levantándose—. ¡No lo hagas, no seas estúpido!

Chase se giró hacia ella, enfadado.

—Oh, ¿eso es lo que realmente piensa de mí, doctora? ¿Que soy estúpido?

—No quería decir eso —trató de arreglarlo Nina, lamentándose de las palabras que había elegido, pero Chase siguió presionando.

—¿Te crees que porque no tengo un montón de letras ante mi nombre soy idiota? Esto es justo la mierda que he estado soportando desde que permitiste que tu puesto de trabajo se te subiese a la cabeza y empezaste a pensar que eras mejor que yo. No, lo retiro… ¡tú siempre has pensado que eras mejor que yo! ¡Ahora simplemente has dejado de ocultarlo!

—¡Eso no es verdad!

—Al menos con Sophia sabía en lo que me metía —gruñó.

Se miraron en silencio durante un momento antes de que Chase se girase para irse, despectivamente.

—Eddie —dijo Nina, luchando por mantener una imagen razonable y tranquila—, ahora mismo trabajas para la AIP, no por cuenta propia. Lo que quieres hacer no tiene nada que ver con el hundimiento de la plataforma o con la recuperación del
Hermócrates
. ¡Es una venganza personal! No puedes hacer eso, no como miembro de la AIP.

Chase siguió dándole la espalda durante unos segundos antes de medio girarse por fin, pero sin mirarla.

—Entonces dimito —dijo, sin rodeos, antes de salir de la habitación.

Nina se quedó mirándolo, paralizada por el remolino de emociones que sentía. De alguna manera, sabía que Chase no solo se refería a su trabajo, que abandonaba su puesto de otra manera menos literal. Intentó hablarle, pero la garganta se le había cerrado y los labios le temblaban.

Escuchó a Mac levantarse detrás de ella y, de repente, se sintió llena de vergüenza y turbación por el hecho de que él hubiese sido testigo de su pelea.

—Lo… lo siento —consiguió susurrar.

—No hace falta que te disculpes —le dijo él, suavemente.

Al cabo de un momento, le puso una mano tranquilizadora en el brazo. Ella se giró y vio su mirada compasiva.

—Sé que a veces Eddie toma… decisiones precipitadas. Pero suele volver a entrar en razón.

—Pero no solo se trata de él —le contó Nina—. Él no… no se equivocaba sobre mí. Sí que he dejado que el trabajo se me suba a la cabeza. Yo…

El mero hecho de pensar en su confesión se le hacía doloroso y ponerlo en palabras lo era aún más.

—Dejé de ser arqueóloga y empecé a ser una burócrata. No, algo peor: empecé a ser una política. Todo se redujo a tomar parte en guerras de poder para conseguir lo que quería. Y lo peor fue que lo disfruté.

Apartó la mirada de Mac y respiró profundamente porque le quedaba por admitir algo todavía más vergonzoso.

—No, lo peor fue que… sí que pensé que era mejor que Eddie, solo por mi puesto de trabajo. Le hice daño sin ni siquiera darme cuenta. —Parpadeó para frenar sus lágrimas y volvió a mirar de nuevo a Mac a los ojos—. Oh, Dios mío, lo he estropeado todo.

—Quizás deberías decírselo —le sugirió Mac, tranquilamente.

—No puedo. No cuando está… ya sabes cómo es. No me escucharía, solo intentaría retorcerlo para tratar de cantar victoria.

—Ya… Puede que necesite tranquilizarse antes —concedió Mac.

Retiró la mano del brazo de Nina y se enderezó, a propósito.

—Tengo una sugerencia. Tienes pinta de haber pasado unos días duros.

Nina consiguió reírse, con tristeza.

—Ni que lo digas.

—En ese caso, ¿por qué no te das un baño? Un buen chapuzón, largo y calentito, te calmará y te quitará todos los dolores y achaques. ¡A mí siempre me funciona!

—No sé… —dudó Nina, pero la idea sí que sonaba atrayente.

—Confía en mí, te ayudará. Y así también Eddie y tú os daréis un tiempo extra para pensaros bien las cosas.

—De acuerdo —aceptó Nina, dejando caer las defensas—. Un baño caliente.

Chase levantó la vista del ordenador cuando Mac entró en el estudio.

—He encontrado el lugar adonde ha ido Yuen… Tiene una fábrica de microchips en los Alpes suizos. Tengo que usar tu teléfono para contactar con Mitzi. Y necesito otro favor: debo llegar allí lo más rápido posible.

—Comprendo.

Mac se sentó en una butaca de respaldo alto, cogió un libro de una mesita redonda que había cerca y lo abrió. Se recostó como si fuese a empezar a leer durante un buen rato.

Chase se quedó observándolo y agitó una mano, impaciente.

—Tierra a Mac. ¿Me has oído?

—Oh, sí que te he oído —dijo el escocés, sin prisas y sin levantar la vista del libro.

—¿Y puedes hacerlo?

—A ver, pues claro que puedo. La pregunta es, ¿debería hacerlo? —Los ojos de Mac se elevaron rápidamente para mirar a Chase con frialdad—. Sabes tan bien como yo que cuando te embarcas en una misión, necesitas tener el objetivo totalmente claro. Y, si te soy sincero, no creo que en esta ocasión lo tengas.

—No puede ser más claro —dijo Chase, enfadado—. Voy a rescatar a Sophia. Y ya está.

—Pero ¿por qué vas a rescatarla? Y más concretamente, ¿qué vas a hacer con ella después?

—¿A qué te refieres?

Mac bajó el libro.

—He estado hablando con Nina.

—Oh, genial —bufó Chase—. Déjame adivinar, te contó que me había vuelto un grano en el culo porque me siento agobiado por mi trabajo y que la avergüenzo cuando trata de codearse con sus nuevos amigos peces gordos y blablablá.

—Más bien lo contrario. ¿Sabes? Es una mujer extremadamente inteligente y perceptiva —dijo. Lo miró, mordazmente—. Creo que deberías tratar de hablar con ella de vez en cuando.

—¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?

—No es cosa mía contártelo. Pero deberías pensar en hacerlo antes de salir pitando y cruzarte Europa detrás de tu exmujer.

Chase no pudo evitar notar el ligero énfasis en la palabra «ex».

—No hay tiempo para eso —replicó él, a la defensiva—. Y, por más que insista Nina, esta no es una venganza. Yuen está extrayendo uranio, lo que significa que lo está vendiendo, lo que significa que más pequeños cabroncetes se lo están comprando. Si puedo llegar hasta Yuen… —Esbozó una sonrisita fría, mirando a Mac—. Me lo contará todo.

Su antiguo oficial al mando lo miró fija y penetrantemente, de la forma en que un interrogador experimentado en detectar mentiras lo haría.

—¿Estás totalmente seguro de que ese es tu único objetivo, Eddie?

—Sí —dijo Chase, tras un momento.

Los ojos de Mac no vacilaron durante varios segundos, pero finalmente asintió.

—Muy bien. Si insistes en seguir adelante con esta locura, estoy seguro de que puedo conseguir que haya un pasaporte esperando por ti cuando llegues al aeropuerto. Por más que lo critiques, el MI6 es bastante eficiente. En algunas cosas.

—Gracias, Mac. Te debo una.

—Me debes más de una —le recordó Mac, dejando el libro y levantándose.

Chase sonrió y volvió a centrarse en el ordenador.

—Sophia no volverá a aceptarte, lo sabes —le dijo Mac en voz baja, desde la puerta.

La sonrisa de Chase se borró de su cara.

—Yo… nunca pensé que lo haría.

—Ummm.

Ese ruidito sonó más como una acusación crítica que cualquier frase que pudiese haber dicho.

—Eddie, ¿te acuerdas de lo que te enseñé en el regimiento sobre luchar hasta el final?

—Sí, por supuesto. Insististe tanto, que empecé a usar «Luchar hasta el final» como lema, en lugar de «Quien se arriesga, gana».

Por un momento, Mac pareció divertido. Después, las facciones marcadas de su cara mostraron una expresión que Chase nunca había visto en él. Tristeza.

—Solo ha habido una batalla en toda mi vida que no vi hasta el final. En ese momento, no me pareció que el esfuerzo mereciera la pena —dijo Mac, con un suspiro—. Pero no estaría solo si hubiese luchado más para salvar mi matrimonio. No dejes que el orgullo te impida luchar por lo que tienes. Por lo que los dos tenéis.

Se dio la vuelta.

—Llama a quien necesites. Yo me ocupo de los preparativos.

Chase lo observó mientras se iba, pero realmente no lo vio marcharse, absorto como estaba. Le tomó un tiempo recomponerse y coger el teléfono.

Nina se despertó con un respingo y el agua del baño se agitó a su alrededor. Arrullada hasta alcanzar un estado de relajación profunda, a remojo en el agua vaporosa (que ahora estaba a punto de tornarse tibia) se había quedado dormida. Se sintió desorientada durante unos momentos por lo desconocido que era todo cuanto la rodeaba. Después se puso en pie, cogió una toalla del toallero y se envolvió en ella antes de salir de la bañera, una pieza impresionante, gigantesca, hecha de grueso esmalte y metal y colocada sobre cuatro soportes de hierro fundido que semejaban patas de león. No era del estilo de su apartamento de Nueva York, pero tenía que admitir que tenía su encanto.

Se secó y comprobó la hora, pasmada al descubrir que llevaba en el agua más de dos horas. Se envolvió la toalla alrededor de la cabeza y se puso la bata que Mac le había dado para que pudiese lavar la ropa sucia. Sin embargo, teniendo en cuenta su mal estado, Nina dudaba que pudiese ponérsela de nuevo, por más limpia que estuviese. El peinado de quinientos dólares ya no tenía remedio; parecía inevitable la vuelta a su tradicional coleta en un futuro próximo.

Dejó salir el agua de la bañera y caminó hasta el descansillo. El baño, el más grande de los dos que había en la casa, estaba en el piso superior. Le echó un vistazo a los tragaluces decorados más de cerca. Las nubes que se movían tapando el sol del atardecer creaban vetas en los colores de las vidrieras. Escuchó voces desde abajo y miró por encima de la barandilla del balcón.

Chase y Mac estaban en el vestíbulo, hablando. Nina se puso tensa y la consternación y la ira se mezclaron en su interior cuando vio que Chase tenía una bolsa a sus pies y que estaba listo para irse. Mac estaba entre él y la puerta principal y su postura sugería que preferiría que no se fuese, pero no tanto como para impedírselo. Aguzó el oído para escucharlos.

—¿Tengo alguna posibilidad de que me des tu código de extracción? —le preguntó Chase.

—Sabes que no puedo —le dijo Mac, con firmeza.

—Puede que necesite huir rápidamente, sobre todo si llevo a Sophia conmigo. Y tú ya no lo necesitas.

—Sigo viajando por trabajo, ¿sabes?

—Sí, me han dicho que estuviste en África el año pasado.

Chase elevó la voz con una furia solo fingida a medias.

—¡Tú y T. D.! ¿En qué estabas pensando? No, ya me imagino en lo que estabas pensando. ¿Qué estaba ella pensando?

Mac casi sonó melancólico.

—¿Qué puedo decir? Es una chica encantadora. Muy fuerte…

—No quiero saberlo —se quejó Chase—. Vamos, Mac. Lo más seguro es que no lo necesite y nadie sabrá nunca que me lo has dado. Pero si consigo pruebas de lo que Yuen está haciendo…

—De acuerdo —dijo Mac, a regañadientes—. ¿Por qué no? Solo podría hundirme más hasta el cuello en este lío yendo a Botsuana y disparándole un tiro a ese cabrón yo mismo.

Nina no pudo entender lo que le dijo, pero Chase asintió.

—Lo tengo. Gracias.

—No me lo agradezcas. Sigo pensando que es una muy mala idea.

—La gente no deja de decirme eso —dijo Chase, recogiendo la bolsa—. ¿El tío ese llevará todo lo que necesito al aeropuerto?

—Cuenta con ello.

Mac estiró el brazo.

—Buena suerte, Eddie. Lucha hasta el final.

Chase le estrechó la mano.

—Mira, hablando de eso… dile a Nina que quiero hablar con ella, que quiero arreglar las cosas. Pero que tendrá que esperar hasta que vuelva. Esto es algo que debo hacer.

—Se lo diré —dijo Mac.

—No tardaré mucho —le aseguró Chase mientras abría la puerta y salía.

La puerta se cerró tras él con un fúnebre golpe seco.

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