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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (28 page)

—De hecho, comprueba la ruta, asegúrate de que vamos en la dirección correcta.

Nina abrió el mapa, que se agitó en la brisa.

—¿Dónde estamos?

—Busca el puesto 12; estábamos ahí. En la esquina inferior izquierda.

Ella estudió el mapa.

—Lo tengo.

Usó un dedo para subir por la página y encontró un pueblo con el símbolo de un avión al lado.

—¿Te refieres a Nagembe?

—¿Hay un aeródromo ahí?

—Sí.

—Entonces sí. ¿A qué distancia está?

Nina comprobó la escala del mapa.

—A unos cuarenta kilómetros.

—Estaremos allí en menos de una hora, entonces. Ningún problema.

Chase notó que la cara de Nina se desencajaba al ver algo detrás de él.

—O no…

Se giró y vio a tres lanchas rápidas corriendo por el río a través de la rejilla de la hélice.

Acercándose rápidamente.

Incluso desde la distancia, Chase llegó a distinguir a Fang en una de las lanchas, con la coleta al viento.

—¡Genial, un asesino rencoroso! —dijo, poniendo al hidrodeslizador a toda potencia.

14

—¿A qué velocidad puede ir este chisme? —gritó Nina.

Chase miró hacia atrás y avistó a los otros botes, que devoraban la distancia que los separaba.

—¡No tan rápido como ellos!

El hidrodeslizador basaba su velocidad en su poco calado, que reducía la resistencia al agua, pero su proa cuadrada era cualquier cosa menos hidrodinámica.

Volvió a mirar hacia delante. No había forma de dejar atrás a las lanchas en el río abierto. Los cogerían enseguida.

Lo que significaba que tendrían que salirse del río…

Le dio la pistola a Nina.

—Utilízala si se acercan demasiado —le dijo, dirigiendo al hidrodeslizador hacia un amplio campo de juncos altos—. ¡Dime lo que hacen!

—Nos persiguen… Todavía nos persiguen… ¡Supongo que pillas la idea!

Chase la miró, molesto, y después se concentró en pilotar la lancha. El agua que había delante de ellos se hizo más oscura… menos profunda, los bancos de lodo se elevaron sobre la superficie…

Se escuchó un disparo detrás de ellos. Chase miró hacia atrás. Uno de los hombres de las lanchas tenía un rifle en las manos. Por la forma en que su embarcación se agitaba, no tenía prácticamente ninguna posibilidad de acertarle a su blanco… pero a veces la gente tenía suerte.

Chase deseó que el colgante de Nina estuviese a la altura de lo mucho que ella creía en él.

Las lanchas se encontraban ya a menos de cien metros y el hidrodeslizador iba a toda potencia. El río aún no era lo suficientemente poco profundo para impedirle el paso a sus perseguidores, pero el borde de la franja de juncos se acercaba rápidamente…

Más disparos, esta vez de armas automáticas, MP-5, que los hombres de las dos lanchas descargaban sobre ellos. Su puntería seguía siendo mala, pero con el número de balas que estaban derrochando, tenían muchas más posibilidades de acertarles.

—¡Quédate agachada! —le gritó a Nina.

Pero él no tenía forma de resguardarse, elevado y aislado en su asiento.

Nina se aplastó contra la cubierta. Chase se encorvó todo lo que pudo mientras las balas resonaban a su alrededor. Parte de la rejilla protectora se soltó y cayó sobre la hélice, que la trituró convirtiéndola en miles de esquirlas metálicas. Se arriesgó a echar otro vistazo hacia atrás. Casi la mitad de la hélice estaba ahora expuesta y formaba una imagen borrosa y letal justo detrás de él.

Una bala repiqueteó sobre la cubierta del motor. Las lanchas se hallaban solo a cincuenta metros y se acercaban rápidamente.

Nina levantó la cabeza justo cuando el hidrodeslizador llegó al borde de los juncos, un muro verde que se elevaba hasta tres metros sobre el agua. La proa plana del bote los partió, creando un sendero. Se tapó los ojos cuando los pedazos de hojas y tallos restallaron a su alrededor. Hubo un gran alboroto a un lado; durante un momento, pensó que se trataba de una explosión y después se dio cuenta de que eran pájaros, miles de pájaros que saltaban de donde habían estado posados, en las cimas de los juncos, y se elevaban en el aire, asustados, batiendo sus alas.

Los juncos eran más altos que Chase sentado en la silla de la embarcación; solo veía líneas verticales verdes. Los tallos oscilantes lo golpeaban, pero no podía protegerse la cara… necesitaba ambas manos para pilotar. Sin apagar el motor, viró el hidrodeslizador, introduciéndolo más en ese extraño bosque. La hélice expuesta hizo trizas las plantas.

Las lanchas rápidas los siguieron y Chase oyó los rugidos de los fuerabordas y disparos intermitentes detrás de él…

Se escuchó un fuerte golpe y la nota de uno de los motores cambió bruscamente cuando su hélice se sobrerrevolucionó al elevarse sobre la superficie del lago. La lancha había pasado sobre uno de los bancos de lodo habituales en las aguas poco profundas.

Pero eso solo había reducido su marcha, no la había detenido. Superó enseguida el obstáculo.

Y las otras dos lanchas seguían recortando juncos; una a cada lado, tratando de rodearlos.

Nina buscó con la mirada la lancha más cercana. Agachada, con la cabeza a poco más de treinta centímetros de la línea de flotación, solo podía ver destellos de un casco blanco. El juncal era tan denso que todo lo que estuviese a más de diez metros era prácticamente invisible. Pero lo oía todo con demasiada claridad: el rugiente motor y los chasquidos de los tallos altos que iba destrozando a su paso.

De repente, la ventisca de hojas rotas cesó. El hidrodeslizador salió disparado del bosque de junqueras y entró en un lago pantanoso estancado, semiaislado del río mediante bancos de lodo. Pocos segundos después, la primera lancha rápida emergió de entre los juncos, a unos quince metros a estribor.

Nina reconoció inmediatamente a Fang como uno de los tres hombres que tripulaban la lancha. Él la obsequió con una desagradable sonrisa que se desvaneció cuando ella levantó la pistola y le disparó todas las balas que le quedaban. El piloto de la lancha se agachó y viró la nave para alejarse rápidamente de ella.

—¡Hijo de puta! —gruñó Nina cuando la pistola sonó vacía.

La lancha volvió a acercarse. Fang le hizo un gesto enfadado con un dedo. Ella le enseñó el suyo, lo que solo valió para enfurecerlo aún más.

Levantó una MP-5, igual que el otro ocupante del asiento de detrás, y los dos hombres apuntaron al hidrodeslizador…

—¡Mierda! —gritó Chase cuando la segunda lancha se le acercó por babor. Otro hombre, en su interior, los apuntaba también con un arma… pero no se trataba de una metralleta, sino de un lanzacohetes M72 estadounidense.

—¡RPG!

Nina no necesitaba saber lo que significaban las siglas para darse cuenta de que estaban en grave peligro… El tono de advertencia de Chase fue suficiente. Se pegó todo lo que pudo a la cubierta del hidrodeslizador y se cubrió la cabeza con los brazos.

El hombre con el lanzador tubular puso a Chase en el punto de mira, afianzó los pies para prepararse para el retroceso…

Y disparó.

Chase tiró salvajemente de las palancas de los timones e hizo que el hidrodeslizador describiese un giro de trescientos sesenta grados, mientras el proyectil salía disparado rozando las aguas, que se elevaban a su paso. No le dio por centímetros, gracias a que se apartó rápidamente de su camino. El misil dejó un rastro de humo… y golpeó en pleno pecho al guardia de seguridad situado en la popa de la otra lancha motora.

El impacto lo arrojó por encima de la borda. El motor del cohete aún ardía cuando golpeó el agua… Después explotó, causando una tromba de agua de color rojo brillante que alcanzó los cinco metros de altura y entre la que se retorcían pedazos de carne.

El piloto de la lancha rápida miró a Fang débilmente, asustado por lo cerca que había estado de alcanzarle a él. Fang le gritó un aviso, pero fue demasiado tarde.

Chase dio un volantazo e hizo chocar el costado de su embarcación contra la lancha rápida. Tanto el piloto como Fang salieron despedidos de sus asientos y la MP-5 de este último pasó dando vueltas por encima de la borda y desapareció entre las aguas revueltas y sanguinolentas.

La segunda lancha giró para seguir a Chase, que ya había acelerado para alejarse. A cierta distancia de ella, la tercera lancha había conseguido por fin abrirse paso entre el muro de juncos y se había unido a la persecución.

Nina levantó la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—¡Uno a cero a nuestro favor!

—¿Una lancha?

—Un tío.

—¿Solo eso?

Chase frunció el ceño.

—De acuerdo, nada de tanteos.

Estudió rápidamente lo que los rodeaba. Más juncos al otro lado del lago y una isla alargada y estrecha que se elevaba ligeramente sobre el agua, con unos pocos árboles retorcidos a lo largo…

Y algo más en el agua, delante de la isla.

Dirigió al hidrodeslizador hacia los objetos oscuros que se retorcían justo bajo la superficie.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Nina—. ¡Vas directo hacia la isla!

—¡Ya lo sé!

—¿No crees que deberías, quizás, rodearla?

—¡Es un atajo! —chilló Chase.

Ahora podía ver mejor las formas. Hasta la más pequeña de ellas era tan grande como el hidrodeslizador.

Nina también las vio.

—¿Qué son? —le preguntó, nerviosamente.

—¡Hipopótamos!

—¿Qué?

Ya no había duda posible: era una manada de hipopótamos que se revolcaban en las aguas tranquilas del lago, dejando al descubierto solo los ojos y las fosas nasales. Un hipopótamo adulto crecidito pesaba más de cuatro toneladas… y a pesar de su apariencia, casi cómica, poseía un temperamento feroz. Hasta la más mínima provocación podía causar en el hipopótamo una ira letal.

Y eso era exactamente lo que Chase necesitaba.

Comprobó la posición de las otras lanchas. La más cercana estaba a unos veinte metros por detrás y la última que había llegado, a más de cien. Fang y su piloto acababan de recuperarse de la colisión y su lancha había vuelto a la vida echando espuma por la popa.

—¡Ya sé que no paro de decirlo —le gritó a Nina—, pero agárrate fuerte!

Ella se abrazó con firmeza a uno de los bancos.

—¿Por qué vas hacia los hipopótamos? ¿Te has vuelto loco?

Chase no pudo reprimir una sonrisa al recordar que esa pregunta se la había hecho otra mujer hacía tan solo unos días.

—No es la primera vez que me lo preguntan.

Buscó a un hipopótamo que fuese más o menos del mismo largo que el hidrodeslizador, seleccionó a uno y dirigió la embarcación hacia él…

La espalda del enorme animal solo estaba unos centímetros por debajo del agua, menos que el calado del hidrodeslizador. Se escuchó un estruendo sordo cuando la proa montó sobre la grupa del hipopótamo y recorrió su espinazo. Rugiendo de sorpresa y furia, el hipopótamo lanzó su enorme cabeza hacia arriba… justo cuando la quilla plana del hidrodeslizador le pasaba por encima. La rauda embarcación fue lanzada por los aires.

Solo por un momento, solo unos centímetros… pero el tiempo y la altura suficientes como para poder superar el borde del banco de lodo. La embarcación se deslizó sobre su panza, cruzó la isla y pasó raspando las raíces de los árboles y las rocas antes de amerizar en el río de nuevo, del otro lado.

Nina y Chase miraron hacia atrás.

Toda la manada se había despertado y se había unido en un momento de cólera colectiva tras su paso. Las aguas tranquilas se agitaron salvajemente a medida que los hipopótamos furiosos se sacudían de su letargo y buscaban un objetivo en el que descargar su ira.

La lancha que iba en cabeza, cuyo piloto ya se había decidido a seguir a Chase y a Nina por encima de la pequeña isla, era el blanco perfecto.

Un hipopótamo macho de cinco metros emergió de las aguas justo bajo la lancha y la lanzó por los aires, como si fuese un juguete de plástico. Uno de los tres hombres del interior salió volando y cayó en el agua gritando, en medio del alboroto. Murió aplastado inmediatamente.

Sus dos compañeros no corrieron mejor suerte, porque la lancha empezó a dar vueltas sin control y se estrelló contra un árbol, partiéndose en dos. La proa quedó destrozada contra el tronco retorcido, junto con su ocupante; la parte trasera salió despedida y giró por el suelo… hasta estallar en pedacitos, formando una gran bola de fuego.

—¡Ahora sí que vamos uno a cero! —gritó Chase, alegremente, dándole un puñetazo al aire.

Las otras dos lanchas cambiaron de dirección apuradamente, abriéndose para evitar a los hipopótamos y rodeando cada uno de los extremos de la isla.

Nina miró hacia delante y Chase aceleró el motor, alejándose de la isla, con la esperanza de aprovechar la breve ventaja que tenían sobre las lanchas rápidas. Nina no veía más que el agua más profunda del río a su izquierda y otro banco espeso de juncos a la derecha.

—¿Por dónde vamos ahora?

Chase se estaba haciendo la misma pregunta. Las lanchas todavía podían alcanzarlos en agua abierta y eso no le dejaba otra alternativa que meterse entre los juncos para tratar de despistarlas.

¿Pero y después, qué? Fang seguramente ya habría descubierto que iban en dirección norte, por lo que aunque consiguiera librarse de sus perseguidores escondiéndose entre la masa vegetal, sus dos lanchas podían salir de ella, subir el río y esperar a su presa.

Y eso quería decir… que tenían que deshacerse de Fang y de sus hombres. Anular a sus perseguidores. Pasar a la ofensiva.

Algo complicado, considerando su escasez de armas.

Chase se tomó un momento para estudiar el contenido de la embarcación desde su atalaya. Había un remo amarrado a un lado del casco, un cabo, un gancho en un extremo del cabo…

Se le ocurrió una idea. Giró bruscamente a la derecha y se dirigió hacia la lancha más cercana.

—¡Lánzame esa cuerda!

—¡Vas hacia ellos! —protestó Nina.

—¡Ya lo sé! ¡La cuerda, lánzamela aquí!

Ella lo hizo y después se agachó todo lo que pudo sobre la cubierta mientras Chase cogía el cabo y sopesaba el peso del gancho con una mano. La lancha se acercaba rápidamente. Los tres hombres que llevaba a bordo apenas podían creerse su suerte al ver que su presa iba directamente hacia ellos.

Chase movió las palancas de dirección para zigzaguear con el hidrodeslizador, intentando resultar un blanco más complicado. Los hombres de la lancha se dieron cuenta de que cargaba directamente contra ellos en un acto suicida y abrieron fuego. Chase se acuclilló y las balas pasaron silbando a su lado, clavándose en la embarcación. Otro pedazo de rejilla salió volando por los aires.

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