La última astronave de la Tierra (13 page)

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Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

En respuesta, y siguiendo el ritmo marcado por su abogado, Haldane hizo un rápido resumen de los sucesos que siguieron al funeral de su padre.

—No fuimos allí preparados —explicó tímidamente.

—¡Bien! —la voz de Flaxon temblaba de excitación—. La respuesta es importante. Estabais abrumados por el dolor. Te volviste a la muchacha en busca de consuelo. No había un complot para subvertir las leyes genéticas del Estado.

»Según la declaración de Malcolm, tu compañero de cuarto, la chica y tú os encontrasteis en el funeral. Si ella estaba allí, sin duda apreciaría a tu padre. Los dos tratasteis de hallar consuelo mutuamente bajo el peso de vuestro dolor.

—Flaxon, lamento introducir una nota discordante en tu discurso, pero no fue así, en absoluto. Yo estaba en estado de shock por la muerte de mi padre, y Helix trató de consolarme. No hubo dolor compartido.

—La verdad de las situaciones no es inherente a las mismas más que desde el punto de vista que adopta el que las examina. Dices que su conducta obedeció más a su deseo de consolarte que a un dolor propio. Yo infiero de ello que surgió de una situación extraña a vosotros mismos. Mi punto de vista es correcto para el juicio.

»Deseamos mantener que el acto que llevó a la concepción fue un accidente —continuó Flaxon— y rechazamos la atracción entre los dos, porque el grado de esa atracción es el grado de vuestro primitivismo. Lo que se quiere es el sexo sanitizado.

»Podemos explicar las acciones siguientes basándonos en la teoría de que tú habías encontrado algo nuevo, distinto y refrescante. La chica no era una proletaria, de ahí puede deducirse que suponía una variación deliciosa de las casas del Estado… ¡Eh, espera un minuto! —la pluma de Flaxon, que escribía a toda prisa, se detuvo en seco—: ¿Cuándo murió tu padre?

—El tres de enero.

—¡Pero sólo está embarazada de un mes, y estamos en abril! ¡Qué diablos! ¿Quién estaba a cargo de los detalles de la seguridad? ¿Tú o ella?

—Ella. De ese modo parecía más… delicado.

—¡Vaya, pues sí que armó un buen lío! Si no fuera porque también ella se juega el cuello, juraría que estaba tratando de colgarte… Bien, nuestra historia se mantiene, a pesar del elemento de la estupidez que se añade al elemento del dolor. En apariencia los dos erais intelectualmente incapaces de traicionar al Estado… Tal vez ése sea un punto en vuestro favor.

Flaxon apenas parecía prestar atención a su cliente cuando se echó atrás meditando en la defensa con una honestidad que molestaba a Haldane casi tanto como las acusaciones; pero era cierto. Ni siquiera había pensado en el lapso de tiempo hasta este momento.

De pronto el cuerpo de Flaxon se puso rígido y se inclinó hacia delante. Sus ojos taladraban a Haldane.

—Ahora la pregunta más crucial de todas: ¿Por qué arrojaste el micrófono por la ventana?

—Pensé que la policía ya había oído bastante. No servía de nada comunicarles mi última voluntad y testamento, ya que no dejaba herederos.

—Eso es razonar después de un hecho —dijo Flaxon secamente—. Ahora dime la verdad. ¿Por qué arrojaste el micrófono por la ventana?

—De acuerdo. Estaba furioso. Fue algo espontáneo. Lo hice sin pensar.

—Ya nos acercamos a la verdad. Puede ser una verdad desagradable, pero hay que descubrirla si queremos aprovecharla en nuestro favor. De modo que intenta otra respuesta. ¿Por qué arrojaste el micrófono por la ventana?

—¡Lo odiaba!

—Pero era un objeto inanimado. ¿Cómo puedes odiar un objeto inanimado?

—Odiaba lo que representaba.

—Ahora estamos llegando al fondo. Lo odiabas porque representaba el poder del Estado. Por extensión, odias al Estado. Esa es una verdad desagradable.

»Tirar el micrófono por la ventana tal vez fuera el peor de toda una serie de actos; desde luego nada que te valiese una medalla del Departamento de Sociología por buena conducta.

—Tratas de ver demasiadas cosas en un impulso —dijo Haldane.

—Yo no interpreto nada. Sólo me preocupa lo que pensará el psicólogo del jurado. Los psicólogos no piensan como tú y yo. Su proceso mental es retorcido, una serie de ideas vagamente unidas por conjunciones indefinidas.

»Podrían culparte de violación e inseminación según cuarenta categorías distintas y, si tú siguieras frotándote las manos, el psicólogo dejaría de preguntarse sobre tus crímenes de procreación y sólo se fijaría en ese movimiento. ¡Y con eso nada más te levantaría el cadalso, por el amor de Dios!

»Te digo que lo del micrófono es malo, pero ya pensaremos en ello.

Flaxon dio una palmada como para poner punto final a un proceso mental turbador, se levantó y se dirigió a la ventana. Miró al exterior por un momento.

De pronto se volvió, regresó al lecho y se sentó:

—Creo que tenemos aquí un plan, algo que puede resultar atractivo, pero necesitaré mucho más —se echó atrás por un instante reflexionando; luego se dirigió de nuevo a Haldane—. Quiero darte una tarea. Escríbeme los detalles de todo lo ocurrido entre la chica y tú desde el primer encuentro. No te justifiques, no te expliques. Déjame eso a mí, pero dime la verdad aunque duela.

»Puedes decirme cualquier cosa. Yo me convertiré en tu alter ego y explicaré los hechos.

»Lo que me digas será absolutamente secreto. En cuanto lea las notas, las quemaré. Para cuando acabe aquí sabrás que nunca traicionaré tu confianza, como hizo esa rata de Malcolm, pues si yo lo hiciera y te enviaran a Plutón, tú, como prisionero, me tendrías colgando por la misma parte de mi cuerpo que te trajo a ti aquí.

»Llevo papel en la cartera. Puedes empezar en cuanto me marche. Mi propósito es saber de ti lo suficiente como para proyectar tu personalidad y carácter con compasión. Del grado de compasión que logremos despertar en los jurados, depende el grado de clemencia que conceda el juez. —Se echó atrás en la litera, apoyado en un codo.

»Entre los jurados, no debes preocuparse demasiado por el matemático. Éste será el custodio de tus conocimientos, una especie de experto en el trabajo. Dependerá de ti, ya que estará evaluando capacidades que yo no puedo juzgar. Pero el sacerdote…

Se puso en pie de un salto, dio otra palmada y volvió de nuevo a la ventana.

—Al sacerdote no le gustará que acudieras a otro ser humano en busca de consuelo. En las cuestiones referentes a la mortalidad humana, se espera que uno acuda a la Iglesia en busca de consuelo. En esencia, sustituiste a Nuestra Santa Madre por una mujer humana. A propósito, ¿eres religioso?

—No.

—¿Tuviste algunos pensamientos religiosos cuando te dijeron que tu padre había muerto?

—Me fui a la capilla, en el campus.

—Muy bien. Eso es mejor que un pensamiento. ¿Rezaste?

—Me arrodillé ante el altar, pero no pude rezar.

—¡Bien!

Flaxon dio la vuelta y empezó a recorrer nerviosamente la celda. Haldane observó que incluso esos movimientos al azar no carecían de eficiencia. Daba los cinco pasos que permitía el espacio, giraba y daba otros cinco; y seguía hablando:

—Aquí empezamos a esculpir la verdad. Cuida mucho de decirle al sacerdote que fuiste a la capilla y te arrodillaste ante el altar. El supondrá que rezaste, y no somos responsables de lo que él suponga.

»Tal vez sí rezaste. ¿Ni siquiera murmuraste un Pater Noster, o pasaste unas cuentas?

—No. Intenté simpatizar con Cristo. Finalmente decidí que no podía, porque El se había buscado el sufrimiento, y yo no.

—¡No le digas eso! Es como si trataras de equipararse con nuestro Bendito Salvador, y a la Iglesia le gusta la humildad, no sólo ante Dios, sino ante sus representantes en la tierra.

»Mantén abierta esa Biblia, tanto si la lees como si no; y no la abras por el Cantar de Salomón.

Ahora se acercó y dejó un montón de papeles que sacó de la cartera.

—Aquí tienes material de escritura. Disponemos de unos cinco días antes de tus entrevistas con los jurados, pero puedo conseguir una prórroga si la necesitamos.

»Creo que hemos tenido suerte de que ella quedara embarazada. De otra forma habrías sido psicoanalizado con seguridad, y algo me dice que el psicoanálisis habría significado para ti la marcha a Plutón. Ahora que el primitivismo es un hecho establecido, podemos ofrecer nuestra opinión en vez de dejar que los psicólogos presenten la suya. A propósito, ¿has sufrido alguna vez psicoanálisis civil?

—Una vez, cuando era niño.

—Y ¿por qué?

—Por agresión. Tiré varias macetas por la ventana y casi le di a un peatón. Mi madre se había caído de la ventana mientras regaba las plantas, y yo les echaba la culpa a ellas.

Flaxon aplaudió y sonrió ampliamente.

—¡Eso explica lo del micrófono!

—¿Cómo?

—Cuando tiraste el micrófono por la ventana estabas regresando a una conducta infantil compulsiva. Helix era la sustituta de tu madre. El micrófono que la destruía eran las macetas que destruyeron a tu madre. Te estabas aliviando de un viejo trauma.

—Esa teoría me suena muy rebuscada.

—Eso es lo mejor de ella. Escucha —Flaxon se inclinó hacia delante, reclamando con urgencia su atención—. Cuando el psicólogo venga a verte le dices como de pasada: «No es la primera vez que hablo con uno de su profesión».

»Naturalmente, él te pedirá detalles y tú se los darás. Déjale que saque sus propias conclusiones. Tú y yo no tendremos nada que ver con tales conclusiones.

Sacó un pañuelo y se secó la frente.

—¡Caray, estaba preocupado con lo del micrófono!

Haldane sabía que Flaxon había estado realmente preocupado, y le conmovió que un hombre al que había conocido hacía menos de una hora pudiera interesarse de tal modo por sus problemas. Por supuesto, se esperaba que los abogados defendieran a sus clientes, pero se sentía agradecido de que el Estado le hubiera asignado un hombre tan completamente consagrado a su causa que había llegado a llamar «rata» a Malcolm por cumplir sus deberes como ciudadano.

—Ahora bien, el sociólogo es el presidente del jurado —continuó Flaxon—. Sus deberes son administrativos, lo que significa que los demás jurados toman las decisiones y él se lleva todo el mérito. Con frecuencia te saldrá con una idea sin importancia expresada en un lenguaje grandilocuente. Sus frases serán tan largas que te olvidarás del sujeto antes de que llegue el predicado, pero préstale mucha atención. Y lo digo muy en serio. Si crees que trata de mostrarse ingenioso, sonríe. Si sabes que trata de ser ingenioso, ríe. Es un miembro del departamento decisorio, así que obtén su favor.

»En general recuerda que eres un profesional, y que serás tratado como tal hasta ser sentenciado. Muéstrate amistoso, casual, franco, pero no ofrezcas voluntariamente ninguna información, ya tienen bastantes hechos con los que trabajar sin que tú contribuyas.

Ahora se dirigió a la ventana y, mirando al exterior, dijo:

—Tenemos algunas cosas en nuestro favor. Tú eres inteligente, y con personalidad, y todo el asunto comenzó durante una crisis emocional extrema. Hemos de convencerles de que tu delincuencia no surgió del atavismo.

Se volvió y miró a Haldane casi acusadoramente:

—Francamente, por tu interés en la chica creo que tal vez sí seas atávico, pero por mí está bien —sonrió—. También yo tengo unas cuantas tendencias atávicas.

»Empieza en seguida con esas notas. Volveré por la mañana a recoger lo que hayas escrito. Recuerda, cuantos más hechos me des, más fácil será que elijamos las verdades que podemos utilizar para proyectar una imagen tuya como la de un muchacho noble y cumplidor de la ley.

Hubo un rápido apretón de manos y ya Flaxon cerraba de golpe la puerta tras él.

Haldane recogió todas las hojas de papel para ponerse a la tarea. Se sentía cada vez más sorprendido al encontrarse seres de inteligencia tan aguda en profesiones mediocres. Dentro de los límites de la ortodoxia social, Flaxon tenía una mente brillante y rápida, era capaz de una gran visión interior y le respaldaba la compasión humana.

Le gustaba aquel hombre. Durante la entrevista Flaxon había sonreído, fruncido el ceño, meditado. Ni una sola vez se había puesto la máscara.

Haldane empezó a escribir, en orden directo y cronológico, todos los incidentes que tuvieron lugar entre el encuentro en Punto Sur y su arresto. Escribía a la hora del almuerzo, y seguía escribiendo cuando le trajeron la cena. Sólo al quedarse sin papel se acostó.

Por la mañana saludó a Flaxon con un:

—Consejero, necesito más papel.

Flaxon había acudido preparado. Sacó un block de su cartera, comentó cuán legible era la letra de Haldane y se marchó con la parte ya terminada del manuscrito.

Completamente consagrado a su tarea, Haldane revivió todos los instantes de sus relaciones con Helix. Su interés principal en la composición era la claridad, pero descubrió que, al recordar y describir su pasión, en cierto modo parte de su emoción se desbordaba en las palabras. Mientras avanzaba el trabajo, comprendió que estaba escribiendo para un público de uno la última historia de amor de la Tierra.

Sin duda Flaxon se pasó más tiempo leyendo las notas de lo que a Haldane le costara escribirlas. Por la mañana llegó cansado y agotado, aunque su energía impetuosa y constante daba un mentís a su aspecto.

—Eso del poema épico de Fairweather —apuntaba—. No le digas al sacerdote que abandonaste la idea porque te figuraste que no se podría publicar. Dile que detuviste el proyecto cuando descubriste que la biografía estaba proscrita. Eso es exactamente lo que sucedió y él dará por sentado un motivo religioso.

Luego añadía, en uno de esos apartados puramente personales que hacían que Haldane le apreciara tanto:

—No entres en detalles sobre la matemática de la estética con el matemático. Por cuanto yo sé esa idea es válida, y tal vez quisieras trabajar en ella como proletario. Dale sólo una idea, y a lo mejor descubres, dentro de veinte años, que otro ha publicado un libro con tu teoría.

E insistía en la misma idea desde ángulos distintos:

—Háblale al sociólogo de tu teoría. A él le gustará ver una idea social en tus intentos por absorber una parcela de arte. Insinúaselo también al psicólogo. Éste quedará convencido de que, si trabajabas en esa clase de trato con la chica, tu relación había de ser en el plano del super-ego. Tu id se te escapó en un momento en que te distrajiste.

La mente de Flaxon siempre estaba investigando el material que recogía en el manuscrito.

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