La vida instrucciones de uso (31 page)

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Authors: Georges Perec

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De todo ello se deduce lo que sin duda constituye la verdad última del puzzle: a pesar de las apariencias, no se trata de un juego solitario: cada gesto que hace el jugador de puzzle ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro.

Para encontrar quien le hiciera los puzzles puso Bartlebooth un anuncio en
Le Jouet français
y en
Toy Trader
, pidiendo a los candidatos que le presentaran una muestra de catorce centímetros por nueve dividida en doscientas piezas; recibió doce respuestas; la mayor parte eran anodinas y sin atractivo, del tipo «Entrevista del campo del Paño de Oro» o «Velada en un
cottage
inglés» con todos los detalles de la ambientación: la vieja lady con su vestido de seda negra y su broche hexagonal de cuarzo, el
maître d’hôtel
trayendo el café en una bandeja, el mobiliario Regency y el retrato del antepasado, un
gentleman
de patillas cortas y casaca roja del tiempo de las últimas diligencias, con calzón blanco, botas con vueltas, sombrero de copa gris y sosteniendo una fusta en la mano, el velador cubierto con un tapete hecho de distintas piezas, la mesa junto a la pared con unos cuantos números del
Times
extendidos, la gran alfombra china de fondo azul celeste, el general retirado —reconocible por el pelo gris cortado a cepillo, el corto bigote blanco, la tez rojiza y la colección de condecoraciones— al lado de la ventana consultando el barómetro con expresión arrogante, el joven de pie ante la chimenea sumido en la lectura de
Punch
, etc. Otro modelo que representaba sencillamente un magnífico pavo real haciendo la rueda gustó lo bastante a Bartlebooth como para convocar a su autor, pero éste —un príncipe ruso emigrado que vivía más bien miserablemente en el Raincy— le pareció demasiado viejo para sus proyectos.

El puzzle de Gaspard Winckler respondió exactamente al deseo de Bartlebooth. Lo había recortado en una especie de estampa de Epinal
40
, firmada con las iniciales M. W. y titulada
La última expedición en busca de Franklin
; durante las primeras horas en que intentó resolverlo creyó Bartlebooth que consistía tan sólo en variaciones sobre el blanco; de hecho, el cuerpo principal del dibujo representaba un navío, el
Fox
, aprisionado por los bancos de hielo: de pie cerca del timón helado, cubiertos de pieles de un gris claro de las que apenas emergen sus caras terrosas, dos hombres, el capitán M’Clintoch, jefe de la expedición, y su intérprete de inupik, Carl Petersen, levantan los brazos en dirección a un grupo de esquimales que sale de una niebla espesa extendida por todo el horizonte, y viene hacia ellos en trineos tirados por perros; en los cuatro ángulos del dibujo, cuatro tarjetas mostraban respectivamente la muerte de sir John Franklin, sucumbiendo a la fatiga, el once de junio de 1847, entre los brazos de sus dos cirujanos, Peddie y Stanley; los dos navíos de la expedición, el
Erebus
, mandado por Fitz-James, y el
Terror
, mandado por Crozier; y el descubrimiento, el seis de mayo de 1859, en la tierra del rey Guillermo, por el teniente Hobson, segundo de a bordo del
Fox
, del
cairn
que contenía el último mensaje dejado por los quinientos supervivientes, el veinticinco de abril de 1848, antes de abandonar los navíos aplastados por el hielo para intentar llegar, en trineo o a pie, a la bahía de Hudson.

Gaspard Winckler acababa de llegar a París. Tenía veintidós años escasos. Del contrato que hizo con Bartlebooth no se supo nunca nada; pero a los pocos meses se instaló en la calle Simon-Crubellier con su mujer Marguerite, que era miniaturista y había pintado la aguada que había servido a Winckler para su puzzle de prueba. Durante casi dos años no tuvo Winckler nada más que hacer sino instalar su taller —hizo almohadillar la puerta y cubrir las paredes con corcho—, encargar sus herramientas, preparar su material, efectuar algunas pruebas. Luego, en los últimos días de mil novecientos treinta y cuatro, Bartlebooth y Smautf iniciaron su viaje, y al cabo de tres semanas recibió Winckler de España la primera acuarela. Desde entonces se sucedieron éstas, sin interrupción durante veinte años, generalmente a razón de dos por mes. Nunca se perdió ninguna, ni siquiera en lo más duro de la guerra, cuando iba a llevárselas personalmente a veces un segundo agregado de la embajada de Suecia.

El primer día colocaba Winckler la acuarela en un caballete cerca de la ventana y la miraba sin tocarla. El segundo, la pegaba a un soporte —chapa de madera de álamo— apenas mayor que ella. Usaba una cola especial, de un bonito color azul, que preparaba él mismo, e intercalaba entre el papel Whatman y la madera una hoja muy delgada de papel blanco, que había de facilitar la separación ulterior de la acuarela reconstruida y la chapa de madera y que formaría los bordes del futuro puzzle. Luego recubría toda su superficie con un barniz protector que aplicaba por medio de unos pinceles anchos y planos llamados de
cola de bacalao
. Entonces, durante tres o cuatro días, estudiaba con lupa la acuarela o, colocándola otra vez en el caballete, se quedaba sentado frente a ella horas enteras, levantándose a veces para ir a examinar desde más cerca un detalle o dando vueltas a su alrededor como una pantera enjaulada.

Con esta observación minuciosa e inquieta transcurría la primera semana. Después todo iba muy aprisa: Winckler ponía sobre la acuarela una hoja de papel de calcar extraordinariamente fino y, sin levantar prácticamente la mano, dibujaba el recortado del puzzle. Lo demás era ya sólo cuestión de técnica, una técnica delicada y lenta, que exigía una habilidad escrupulosa, pero en la que ya no entraba para nada la inventiva: partiendo del calco, fabricaba el artesano una especie de molde —prefiguración de la parrilla calada que usaría Morellet, veinte años después, para reconstruir la acuarela— que le permitía guiar con eficacia su sierra de vaivén. La pulimentación de cada pieza con papel de lija y después con una gamuza y algunos retoques últimos ocupaban el final de la quincena. El puzzle quedaba depositado en una de las cajas negras con cinta gris de la señora Hourcade; una etiqueta rectangular, con la indicación del lugar y la fecha en que se había pintado la acuarela

* FORT-DAUPHIN  (MADAGASCAR)  12 JUNIO 1940 *

o bien

* PORT-SAID  (EGIPTO)  31 DICIEMBRE 1953 *

se pegaba dentro, debajo de la tapa, y la caja, numerada y sellada, iba a juntarse con los puzzles preparados ya en una caja fuerte de la Société Générale; al día siguiente o algunos días más tarde traía el correo una nueva acuarela.

A Gaspard Winckler no le gustaba que le miraran mientras trabajaba. Marguerite no entraba nunca en el taller, en el que se encerraba durante días enteros, y cuando iba a verlo Valène, siempre encontraba un pretexto para dejar de trabajar y esconder lo que estaba haciendo. No decía nunca «me estorba usted» sino más bien algo así como: «¡Hombre, qué coincidencia! ¡Justamente iba a parar!» o se ponía a limpiar el taller, a abrir la ventana para ventilarlo, a quitar el polvo de su banco con un trapo de lino o a vaciar el cenicero, una concha muy grande de ostra perlífera en la que se amontonaban los corazones de manzanas y unas colillas muy largas de
Gitanes
con papel maíz que nunca volvía a encender.

Capítulo XLV
Plassaert, 1

La vivienda de Plassaert consta de tres habitaciones abuhardilladas en el último piso. Una cuarta habitación, la que ocupó Morellet hasta que lo internaron, está en obras de acondicionamiento.

El aposento en que nos hallamos es un cuarto con el suelo de parquet; hay en él un sofá que puede transformarse en cama y una mesa plegable, tipo mesa de bridge, colocados ambos muebles de tal modo que, por la exigüedad de la estancia, no se pueda abrir la cama sin cerrar antes la mesa, y viceversa. En la pared, un papel azul claro cuyo dibujo representa estrellas de cuatro puntas espaciadas con regularidad; en la mesa, un juego de dominó extendido, un cenicero de porcelana que figura una cabeza de bulldog con collar claveteado y aspecto extremadamente colérico y un ramo de dondiego de noche en un florero de forma de paralelepípedo hecho de esa substancia particular que se llama vidrio azul o piedra azul y que debe su color a un óxido de cobalto.

Echado boca abajo en el sofá, vestido con jersey marrón y pantalón corto negro y calzado con bambas, un chico de doce años, Rémi, el hijo de los Plassaert, está clasificando su colección de secantes publicitarios; la mayoría son prospectos médicos, encartados en las revistas especializadas
La Presse médicale, la Gazette médicale, La Tribune médicale, La Semaine médicale, La Semaine des Hôpitaux, la Semaine du Médecin, Le Journal du Médecin, Le Quotidien du Médecin, Les Feuillets du Praticien, Aesculape, Caeduceus
, etc., que inundan regularmente el consultorio del doctor Dinteville y que baja éste sin abrirlas a la señora Nochère, la cual se los da a unos estudiantes que recogen papel usado, no sin repartir antes los secantes entre la chiquillería de la casa: Isabelle Gratiolet y Rémi Plassaert son los grandes beneficiarios de la operación, pues Gilbert Berger hace colección de sellos y no se interesa por los secantes; Mahmoud, el hijo de la señora Orlowska, y Octave Réol son todavía muy pequeños; en cuanto a las otras chicas de la casa, son ya demasiado grandes.

Rémi Plassaert, aplicando unos criterios muy personales, ha dividido sus secantes en ocho montones encabezados respectivamente por:

- un torero cantando (dentífrico Email Diamant)

- una alfombra oriental del siglo XVII, procedente de una basílica de Transilvania (
Kalium-Sedaph
, solución de propionato de potasio)

-
La zorra y la cigueña
(sic), grabado de Jean-Baptiste Oudry (Papelería Marquaize, Multicopia, Fotocopia)

- una hoja enteramente dorada (
Sargenor
, cansancio físico, psíquico, trastornos del sueño. Laboratorios Sarget)

- un tucán (
Ramphastos vitellinus
) (Colección Gévéor
Los animales del mundo
)

- monedas de oro (rixdales de Curlandia y Thorn), ampliadas, representadas de cara (Laboratorio Gémier)

- la boca abierta, inmensa, de un hipopótamo (
Diclocil
[dicloxacilina] de los Laboratorios Bristol)

-
los cuatro mosqueteros del tenis
(Cochet, Borotra, Lacoste y Brugnon) (
Aspro
, Serie Grandes campeones del pasado).

Delante de los ocho montones se halla, solo, el más antiguo de esos secantes, el que sirvió de pretexto para formar la colección: es obsequio de Ricqlès —
la menta fuerte que convence
— y reproduce con mucha gracia un dibujo de Henry Gerbault, ilustración de la canción infantil
Papa les p’tits bateaux
: «papa» es un chiquillo de levita gris con cuello negro, chistera, anteojos, guantes, stick, pantalón azul, polainas blancas; el hijo es un bebé con un gran sombrero rojo, un gran cuello de encaje, una chaqueta con cinturón rojo y unas polainas beige; lleva en la mano izquierda un aro, en la derecha un palo, y señala un estanque pequeño de forma circular en el que flotan tres barquitos; un pájaro se posa en la orilla del estanque; otro revolotea dentro del rectángulo en donde viene escrita la letra de la canción.

Los Plassaert encontraron este secante detrás del radiador al ir a tomar posesión del cuarto.

El anterior inquilino era Troyan, el librero de viejo de la calle Lepic. En su buhardilla había efectivamente un radiador, y también una cama, una especie de camastro cubierto con una tela de algodón floreada completamente descolorida, una silla de paja y un mueble lavabo que tenía el jarro, la jofaina y el vaso desparejados y desportillados, y en el que era más fácil encontrarse con los restos de una chuleta de cerdo o una botella de vino empezada que con una toalla, una esponja o una pastilla de jabón. Pero el espacio esencial estaba ocupado por montones de libros y otras cosas que llegaban hasta el techo; el que se arriesgaba a meter allí la mano tenía a veces la suerte de hallar algo interesante: Gratiolet encontró una pieza de cartón, quizá para oculistas, en la que estaba impreso con grandes letras:

CIERRE LOS OJOS

y

CIERRE UN OJO

El señor Troquet dio con un grabado que representaba un príncipe con armadura cabalgando un caballo alado y persiguiendo con su lanza a un monstruo que tenía cabeza y melena de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente; el señor Cinoc exhumó una vieja postal, el retrato de un misionero mormón llamado William Hitch, un hombre de estatura alta, muy moreno, bigote negro, medias negras, sombrero de seda negro, chaleco negro, pantalón negro, corbata blanca y guantes de piel de perro; y la señora Albin encontró una hoja de pergamino en la que estaba impreso, con música y todo, un cántico alemán

Mensch willtu Leben seliglich

Und bei Gott bliben ewiglich

Sollt du halten die zehen Gebot

Die uns gebent unser Gott

que le dijo el señor Jérôme que era un coral de Lutero publicado en Wittenberg en 1524 en el célebre
Geystliches Gesangbuchlein
de Johann Walther.

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