La vida instrucciones de uso (45 page)

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Authors: Georges Perec

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Una cocina. En el suelo un linóleo, mosaico de romboides, jade, azul y bermellón. En las paredes una pintura antaño brillante. En la del fondo, junto al fregadero, más arriba de un escurreplatos de alambre plastificado, puestos uno debajo de otro entre la pared y las cañerías, cuatro calendarios del cartero con fotos en cuatricromía:

1972:
Los amiguitos
: una orquesta de jazz compuesta de niños de seis años con instrumentos de juguete; el pianista, con sus gafas y su aire muy serio, recuerda un poco a Schroeder, el joven prodigio beethoveniano de los
Peanuts
de Schultz;

1973:
Estampas veraniegas
: unas abejas liban ásters;

1974:
Noche en la Pampa
: tres gauchos tocan la guitarra alrededor de una hoguera;

1975:
Pompon y Fifi
: una pareja de monos juega al dominó. El macho lleva sombrero hongo y una camiseta de acróbata con el número «32» escrito en la espalda con lentejuelas de plata; la mona fuma un puro que sostiene entre el pulgar y el índice del pie derecho, lleva sombrero de plumas, guantes de ganchillo y un bolso.

Más arriba, en una hoja de formato aproximadamente igual, tres claveles en un jarro de vidrio de cuerpo esférico y cuello corto, con esta simple leyenda: «PINTADO CON LA BOCA Y LOS PIES» y, entre paréntesis, «acuarela auténtica».

Cinoc está en su cocina. Es un anciano flaco y enjuto vestido con un chaleco de franela de un verde descolorido. Está sentado en un taburete de formica en el extremo de una mesa cubierta con tapete de hule, bajo una lámpara blanca de metal esmaltado provista de un sistema de poleas equilibradas por medio de un contrapeso en forma de pera. Está comiendo directamente de una lata mal abierta unos pilchards en escabeche. Delante de él, encima de la mesa, tres cajas de zapatos están llenas de fichas de cartulina escritas con una letra minuciosa.

Cinoc vino a vivir a la calle Simon-Crubellier en 1947, unos meses después de la muerte de Hélène Brodin-Gratiolet, cuyo piso alquiló. De buenas a primeras les planteó a los vecinos de la casa, y sobre todo a la señora Claveau, un problema difícil: ¿cómo había que pronunciar su apellido? Naturalmente la portera no se atrevía a llamarlo «Sinoque»
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. Se lo consultó a Valène, que propuso «Cinoche», a Winckler, que era partidario de «Tchinotch», a Morellet, que se inclinaba por «Cinots», a la señorita Crespi, que sugirió «Chinosse», a François Gratiolet, que preconizó «Tsinoc», y por último al señor Echard que, siendo bibliotecario versado en grafías foráneas y en las consiguientes maneras de emitirlas, demostró que, dejando a un lado la eventual transformación de la «n» central en «gn» o «nj» y dando por sentado teóricamente que la «i» se pronunciaba «i» y la «o» «o», había cuatro maneras de pronunciar la primera «c»: «s», «ts», «ch» y «tch», y cinco la última: «s», «k», «tch», «ch» y «ts» y, por lo tanto, teniendo en cuenta la presencia o la ausencia de tal o cual acento o signo diacrítico así como las particularidades fonéticas de tal o cual lengua o dialecto, cabía escoger entre las veinte pronunciaciones siguientes:

SINOSSE
SINOK
SINOTCH
SINOCH
SINOTS
TSINOSSE
TSINOK
TSINOTCH
TSINOCH
TSINOTS
CHINOSSE
CHINOK
CHINOTCH
CHINOCH
CHINOTS
TCHINOSSE
TCHINOK
TCHINOTCH
TCHINOCH
TCHINOTS

Tras lo cual, fue una delegación a formularle la pregunta al principal interesado, que respondió que ni él mismo sabía cuál era la manera más correcta de pronunciar su apellido. El patronímico original de su familia, el que había comprado oficialmente su bisabuelo, un talabartero de Szczyrk, en las Oficinas de Estado Civil del Palatinado de Cracovia era Kleinhof; pero de una generación a otra, de una renovación de pasaporte a otra, ya fuera porque no les habían untado bastante la mano a los jefes de servicio alemanes o austriacos, ya fuera porque se habían dirigido a empleados húngaros, poldavos, moravos o polacos, que leían «v» y transcribían «ff» o apuntaban «c» cuando oían «tz», o porque habían topado con gente a la que no costaba nada caer en un analfabetismo relativo y era un poco dura de oído cuando se trataba de suministrar documentación a un judío, al apellido no le había quedado nada de su pronunciación ni de su ortografía; Cinoc recordaba que su padre le contaba cómo le hablaba el suyo de ciertos primos que tenía, que se llamaban Klajnhof, Keinhof, Klinov, Szinowcz, Linhaus, etc. ¿De qué manera se había transformado Kleinhof en Cinoc? Cinoc no lo sabía a ciencia cierta; lo único seguro era que la «f» final se había sustituido un día por ese signo particular (ß) con que los alemanes representan la «s» doble; después había desaparecido seguramente la «l» o se había cambiado por una «h»: así se habría llegado a Khinoss o Khleinose, y de ahí, tal vez, a Kinoch, Chinoc, Tsinoc, Cinoc, etc. De todas formas era realmente secundario que se pronunciara de un modo o de otro.

Cinoc, que tenía a la sazón unos cincuenta años, ejercía una profesión curiosa: como decía él mismo, era «matapalabras»: trabajaba en la actualización de los diccionarios Larousse. Pero, mientras otros redactores se dedicaban a la búsqueda de voces y significaciones nuevas, él, para dejarles sitio, debía eliminar todas las palabras y acepciones que habían caído en desuso.

Cuando se jubiló, en mil novecientos sesenta y cinco, después de cincuenta y tres años de una labor escrupulosa, había hecho desaparecer cientos y miles de herramientas, técnicas, costumbres, creencias, dichos, manjares, juegos, apodos, pesos y medidas; había borrado del mapa decenas de islas, centenares de poblaciones y ríos, millares de cabezas de partido; había relegado a su anonimato taxonómico centenares de tipos de vaca, especies de pájaros, insectos y serpientes, peces un poco especiales, variedades de moluscos, de plantas no del todo idénticas, tipos particulares de frutas y verduras; había hecho desvanecerse en la noche de los tiempos a cohortes de geógrafos, misioneros, entomólogos, Padres de la Iglesia, literatos, generales, Dioses & Demonios.

¿Quién iba a saber en lo sucesivo qué había sido el
vigígrafo
, «especie de telégrafo de vigías que se comunican unos con otros»? ¿Quién podría imaginar que había existido, quizá durante generaciones, «una maza de madera colocada en la extremidad de un palo para machacar los berros en las fosas inundadas» y que aquella maza se llamaba
schuéle (chu-èle
)? ¿Quién se acordaría del
velocímano
?

V E L O C Í M A N O (n.m.)

(del lat.
velox, ocis
, veloz, y
manus
, mano). Aparato de locomoción, especial para niños, en forma de caballo, montado sobre tres o cuatro ruedas; se llama también
caballo mecánico
.

¿Dónde estaban aquellos
abunas
, metropolitanos de la Iglesia de Etiopía, aquellas
palatines
, pieles que llevaban las mujeres al cuello en invierno, llamadas así por la princesa Palatina, que introdujo su uso en Francia durante la minoría de Luis XIV, y aquellos
chandernagors
, aquellos suboficiales cubiertos de oro que precedían los desfiles durante el segundo imperio? ¿Qué había sido de Léopold-Rudolph von Schwanzenbad-Hodenthaler, cuya brillante intervención en Eisenhür había permitido a Zimmerwald alcanzar la victoria de Kisàszony? ¿Y de Uz (Jean-Pierre), 1720-1796, poeta alemán, autor de
Poesías líricas
, de
El Arte de estar siempre alegre
, poema didáctico, y de
Odas y Canciones
, etc.? ¿Y de Albert de Routisie (Basilea, 1834-Mar Blanco, 1867)? Poeta y novelista francés. Gran admirador de Lomonossov, decidió ir en peregrinación a
Arkhangelsk
, su ciudad natal, pero el buque naufragó cuando iba a tomar puerto. Después de su muerte, su hija única, Irène, publicó su novela incompleta,
Los cien días
, una selección de poemas,
Los ojos de Melusina
, y, con el título de
Lecciones
, una admirable colección de aforismos que sigue siendo su obra más acabada. ¿Quién sabría en lo sucesivo que François Albergati Capacelli era un dramaturgo italiano nacido en Bolonia en 1728 y que la puerta de bronce del obitorio de Carennac se debía al fundidor Rondeau (1493-1543)?

Cinoc empezó a vagar por las orillas del Sena, revolviendo los puestos de libros, hojeando novelas a diez céntimos, ensayos pasados de moda, guías de viajes caducadas, viejos tratados de fisiología, mecánica o moral, atlas anticuados en los que aún aparecía Italia como un mosaico de pequeños reinos. Más tarde acudió a la biblioteca municipal del distrito XVII, en la calle Jacques Binjen, donde se hacía bajar del desván infolios polvorientos, manuales Roret, libros de la Biblioteca de las Maravillas y viejos diccionarios: el Lachâtre, el Vicarius, el Bescherelle primitivo, el Larrive y Fleury, la Enciclopedia de la Conversación redactada por una Sociedad de Hombres de Letras, el Graves y d’Esbigné, el Bouillet, el Dezobry y Bachelet. Por último, cuando hubo agotado los recursos de la biblioteca del barrio, se atrevió a inscribirse en la Biblioteca Sainte-Geneviève y comenzó a leer a aquellos autores cuyos nombres veía grabados en la fachada, al entrar.

Leyó a Aristóteles, Plinio, Aldrovandi, sir Thomas Browne, Gesner, Ray, Linné, Brisson, Cuvier, Bonneterre, Owen, Scoresby, Bennett, Aronnax, Olmstead, Pierre Joseph Macquart, Eugénie Guérin, Gastriphérès, Phutatorius, Somnolentius, Triptolemo, Argalastès, Kysarchius, Egnatius, Sigonius, Bossius, Ticinenses, Baysius, Budoeus, Salmasius, Lipsius, Lazius, Isaac Casaubon, José Escalígero y hasta el
De re vestiaria
de Rubenius (1665, in-4.°) en el que aprendió con todo detalle qué era la toga o ropaje suelto, la clámide, el éfodo, la túnica o manto corto, la síntesis, la poenula, la lacema con su caperuza, el paludamentum, la pretexta, el sagum o chaqueta de soldado y la trabaea, de la que, según dice Suetonio, existían tres clases.

Leía lentamente, apuntaba las palabras raras y poco a poco tomó cuerpo su proyecto y decidió redactar un gran diccionario de voces olvidadas, no para perpetuar el recuerdo de los Akkas, pueblo enano negro del África central, o de Jean Gigoux, pintor de cuadros históricos, o Henri Romagnesi, compositor de romanzas, 1781-1851, ni para eternizar el escolecóbroto, coleóptero tetrámero de la familia de los longicornios, tribu de los cerambicinios, sino para salvar palabras sencillas que a él le seguían hablando.

En diez años reunió más de ocho mil, a través de las cuales quedó descrita una historia hoy apenas transmisible:

RIVELETTE (s. f.)

Nombre con que se designa también el miriófilo o hinojo de agua.

AREA (s. f.)

Medic. ant
. Alopecia, peladera, enfermedad que provoca la caída del vello y los cabellos.

LOQUIS (s. m.)

Especie de abalorio que se usa para comerciar con los negros en las costas de África. Son unos cilindritos de cristal.

RONDELIN (s. m. raíz
rond
)

Voz burlesca usada por Chapelle para designar un hombre muy gordo:

Para ver al buen rondelin

no es menester catalejo
.

CADETTE (s. f.)

Piedra labrada usada para el adoquinado.

LOSSE (s. f.)

Técn
. Herramienta de hierro acerado y cortante, de forma de media caña, abierta de arriba abajo según su eje y cóncava por dentro. Tiene mango como de barrena y sirve para practicar los canilleros de los toneles.

BEAUCEANT (s. m.)

Estandarte de los Templarios.

BEAU-PARTIR (s. m.)

Equitación. Buen arranque del caballo. Su velocidad en línea recta hasta que se para.

LOUISETTE (s. f.)

Nombre dado por algún tiempo a la guillotina, cuyo invento se atribuía al Doctor Louis.

«Louisette era el nombre amistoso que daba Marat a la guillotina» (Victor Hugo).

FRANCATU (s. m.)

Hortic
. Especie de manzana que se conserva mucho tiempo.

RUISSON (s. m.)

Canal para vaciar las salinas.

SPADILLE (s. f.)

(Españ.
espada
) El as de picas en el juego del
hombre
.

URSULINE (s. f.)

Escalera de mano pequeña terminada en una plataforma a la que hacían subir sus cabras sabias los titiriteros.

TIERÇON (s. m.)

Cost. ant
. Medida de líquidos que equivalía a la tercera parte de la medida entera. El
terçon
tiene una capacidad de: en París 89,41 litros, en Burdeos 150,80 litros, en Champaña 53,27 litros, en Londres 158,08 litros y en Varsovia 151,71 litros.

LOVELY (s. m.)

(Ingl.
lovely
, lindo) pájaro indio parecido al pinzón de Europa.

GIBRALTAR (s. m.)

Dulce de pastelería.

PISTEUR (s. m.)

Empleado de hotel encargado de reclutar viajeros.

MITELLE (s. f.)

(lat.
mitella
, dim. de
mitra
, mitra).
Antig. rom
. mitra pequeña, especie de cofia que llevaban particularmente las mujeres y estaba adornada algunas veces con mucho lujo. Los hombres la usaban en el campo.
Bot
. Género de plantas de la familia de las saxifragáceas llamadas así por la forma de sus frutos y originarias de las regiones frías de Asia y América.
Ciruj
. Faja para sostener el brazo.
Mol
. Crustáceo de la familia de los policípedos.

TERGAL, E (adj.)

(lat.
tergum
, espalda). Referido a la espalda de los insectos.

VIRGOULEUSE (s. f.)

Pera de agua de invierno.

HACHARD (s. m.)

Cizalla para cortar hierro.

FEURRE (s. m.)

Paja de cualquier clase de trigo. Paja larga para reparar sillas.

VEAU-LAQ (s. m.)

Cuero muy flexible usado en marroquinería.

EPULIE (s. f.)

(del gr. Επι, sobre, y σνλον, encía).
Ciruj
. Excrecencia de carne que se forma en o alrededor de las encías.

TASSIOT (s. m.)

Técn
. Cruz formada por dos listones con la que empieza el cestero algunos trabajos.

DOUVERBOUILLE (s. m.)

(Jerga
milit
. deformación del americ.
doug-boy
, soldado raso, sorche). Soldado americano en la primera guerra mundial (1917-1918).

VIGNON (s. m.)

Retama espinosa, aulaga.

ROQUELAURE (s. f.)

(Del nombre de su inventor, el duque de Roquelaure.) Especie de gabán abrochado por delante de arriba abajo con botones.

LOUPIAT (s. m.)

Pop
. Borracho. «Buena la había hecho, con su
loupiat
de marido». (E. Zola.)

DODENAGE (s. m.)

Técn
. Procedimiento para pulimentar las tachuelas de tapicería consistente en colocarlas dentro de una bolsa de lona o de piel con esmeril u otra materia abrasiva.

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