Sin embargo, la ilusión de la riqueza producida por el oro impulsó a España a comprometerse en guerras interminables en el continente europeo, guerras que no podía sostener y que la llevaron a la bancarrota de la que nunca se recobró, mientras otras naciones que tenían una economía en desarrollo, y no oro, se enriquecían.
Durante la Edad Media fracasó el ávido empeño de convertir en oro otros minerales menos valiosos, pero hubiese sido una tragedia el que dicho intento hubiera tenido éxito. El oro habría perdido rápidamente su valor y la economía europea se hubiera visto en serias dificultades, de las que le habría costado mucho tiempo salir.
No obstante, otros metales que poseen un valor intrínseco, por su utilidad en la fabricación de herramientas y estructuras, son, a diferencia del oro, mucho más útiles en proporción al aumento de su campo de aprovechamiento. Cuanto menor es su coste, y, por tanto, mayor el provecho que puede obtenerse de esa materia, tanto mayor es también la cantidad que puede utilizarse, mayor la economía y más elevado el nivel de vida.
Sin embargo, para que los metales se popularizaran era necesario que los seres humanos tuvieran algo más que las pepitas halladas por casualidad aquí y allá. Había que descubrir algún método para extraer los metales de sus depósitos; o separar los átomos metálicos en combinación con átomos metálicos de otros elementos. Este desarrollo de la «metalurgia» ya debió de tener lugar en el año 4000 a. de JC en Oriente Medio, siendo el cobre el primer elemento extraído de su mena.
El año 3000 a. de JC aproximadamente, se descubrió que algunas menas que contenían cobre y arsénico, presentaban una aleación mucho más dura y resistente que el cobre solo. Éste fue el primer metal que consiguió ser utilizado para algo más que adorno: el primero que pudo ser aprovechado para herramientas y armaduras siendo un avance sobre la piedra.
Trabajar con menas que contienen arsénico no es una ocupación muy segura y probablemente el envenenamiento por arsénico fue la primera «enfermedad industrial» que castigó a la Humanidad. Sin embargo con el tiempo se descubrió que si la mena de estaño se mezclaba con la de cobre, se obtenía una aleación de cobre-estaño, o «bronce», que era tan buena como la aleación de cobre-arsénico de preparación mucho más segura.
Hacia el año 2000 a. de JC, la variedad cobre-estaño era de uso corriente y en el Oriente Medio comenzó la «Edad del Bronce». Las reliquias más notables que tenemos de ese tiempo son las epopeyas de Homero, La Ilíada y La Odisea, en las que los guerreros pelean con armaduras de bronce y lanzas con punta de bronce.
La mena de cobre no es corriente y las civilizaciones que utilizaron abundantemente el bronce agotaron los suministros nativos al cabo de poco tiempo y se vieron obligados a importar ese mineral del extranjero. La situación con la mena de estaño resultó peor todavía. El cobre no es precisamente un componente común de la corteza terrestre, pero el estaño escasea más todavía. De hecho, la cantidad de estaño presente es de 1/15 parte la de cobre. Esto significa que aproximadamente el año 2500 a. de JC cuando el cobre podía hallarse todavía en algunos lugares de Oriente Medio, el suministro local de estaño ya se había agotado por completo.
Ésta fue la primera vez en la historia que los seres humanos tuvieron que enfrentarse al agotamiento de un recurso natural; no un agotamiento temporal, como la comida en tiempo de sequía, sino un agotamiento permanente. Las minas de estaño estaban agotadas y nunca podrían llenarse de nuevo.
A menos que los seres humanos se conformasen a salir del paso únicamente con el bronce del que disponían, había que encontrar nuevos suministros de estaño en algún otro lugar. La búsqueda continuó en zonas cada vez más amplias, y hacia el año 1000 a. de JC los navegantes fenicios habían abierto rutas por todo el mar Mediterráneo y descubierto las «Islas del Estaño». Algunos creen que se trata de las islas Scilly, frente a la punta sudoeste de Cornualles.
Entretanto, hacia el 1300 a. de JC se había desarrollado en el Asia Menor una técnica para obtener hierro de sus menas. El hierro se mantenía unido más firmemente junto a los otros átomos que el cobre o el estaño y era más difícil extraerlo de la mena. Requería temperaturas más elevadas y la técnica de utilizar carbón de leña para su extracción tardó mucho tiempo en desarrollarse.
El hierro meteórico era mucho más duro y resistente que el bronce, pero el hierro de las menas era quebradizo y de poca utilidad. La razón estribaba en que el hierro meteórico tenía añadida una mezcla de níquel y cobalto. Sin embargo, el hierro de menas en ocasiones resultaba satisfactorio en cuanto a dureza y resistencia. Esto no sucedía a menudo, pero sí con la frecuencia suficiente para que los metalúrgicos se dedicaran a extraer hierro fundido. Con el tiempo se descubrió que añadiendo carbón de leña al hierro, siguiendo cierto procedimiento, aquél se endurecía. Producía lo que hoy llamaríamos una superficie acerada.
Hacia el 900 a. de JC, los fundidores de hierro aprendieron el procedimiento y comenzó la Edad de Hierro. Inmediatamente dejó de ser importante la escasez de cobre y la penuria todavía mayor de estaño.
Éste es un ejemplo de cómo los seres humanos han manejado el agotamiento de los recursos a través de la Historia. En primer lugar, han ampliado la búsqueda para nuevos suministros
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, y en segundo lugar, han encontrado sustitutivos.
A través de la Historia, y desde el descubrimiento de la metalurgia, el empleo de los metales ha ido en aumento, y en proporción continuamente acelerada. En el siglo XIX se descubrieron nuevos métodos para la fabricación de acero, y se utilizaron algunos metales desconocidos para los antiguos, como el cobalto, el níquel, el vanadio, el niobio y el tungsteno para ser mezclados con el acero y formar nuevas aleaciones de metal de inigualable dureza o sorprendentes propiedades. Se desarrollaron métodos para obtener aluminio, magnesio y titanio, metales que también han sido utilizados en gran escala para la construcción.
Actualmente, los seres humanos se enfrentan con el agotamiento de muchos metales a escala mundial, lo que significa también la desaparición de diversas facetas de nuestra civilización tecnológica. Hasta los antiguos metales se han destinado a nuevos usos que no podríamos abandonar fácilmente. Ni el cobre ni la plata se necesitan para adornar, ni para fabricar moneda, pero hasta ahora el cobre ha sido esencial en nuestras grandes instalaciones eléctricas, puesto que no hay sustancia tan útil como el cobre para la conducción de la electricidad, mientras que los compuestos de plata son esenciales en fotografía. (Sin embargo, el oro, hasta hoy, ha seguido sin poseer una utilidad a gran escala.)
¿Qué podemos hacer entonces a medida que las minas se agotan, no solamente en una u otra zona, sino en todo el Globo terráqueo? Al parecer, no habiendo metal disponible, a la Humanidad no le queda otra alternativa sino abandonar una parte tan importante de su tecnología que la civilización sufriría un colapso total, aunque el mundo estuviera en paz y bajo un gobierno planetario humano.
Algunos de nuestros metales importantes están a punto de agotarse, según algunas estimaciones, dentro de un cuarto de siglo. Entre ellos se halla el platino, la plata, el oro, el estaño, el cinc, el plomo, el cobre y el tungsteno. ¿Significa esto que el colapso de la civilización está a punto de llegar?
Quizá no. Siempre se encuentran caminos para salir al paso de ese agotamiento.
En primer lugar, está la conservación. Muchas veces, cuando el material está presente en abundancia, se utiliza con fines no esenciales, superficialmente, para dar una apariencia, para la moda. Un objeto fabricado con ese material, cuando se rompe, es sustituido antes que remendarlo o repararlo. De hecho, puede ser remplazado, aunque esté en perfectas condiciones para su cometido, simplemente porque algo nuevo concede mayor status y prestigio que una cosa vieja. Muchas veces se introducen a propósito cambios triviales y calculados para inducir a la sustitución en una proporción superior a lo que sería necesario teniendo en cuenta tan sólo su uso, o meramente para seguir los dictados de la moda.
El economista americano, Thorstein Veblen (1857-1929), inventó la frase «consunción manifiesta», el año 1899, para describir este método de utilizar los desperdicios como una señal de éxito social. Esta consunción manifiesta ha formado parte de las costumbres de la sociedad humana desde tiempos prehistóricos. Sin embargo, hasta épocas recientes únicamente era prerrogativa de unos pocos miembros de la alta sociedad aristocrática y los artículos que éstos despreciaban eran aprovechados por sus subordinados.
No obstante, en los últimos tiempos, a medida que se introducía la técnica de la producción en masa, se ha hecho posible que la consunción manifiesta fuese también prerrogativa de la población en general. En realidad, en todas las épocas se ha considerado que el desperdicio era un medio necesario para estimular la producción y conservar una economía saneada.
A pesar de este criterio, a medida que los suministros de algunos artículos disminuyen, aumentará el estímulo de conservación de uno u otro modo. Los precios se acrecentarán inevitablemente en marcada desproporción con las ganancias. De esta manera, las personas que no dispongan de grandes ingresos se verán obligadas a conservar, y el desperdicio será de nuevo prerrogativa únicamente de los ricos.
Si los numerosos pobres se rebelan y alzan su voz contra ese desperdicio en el que ellos no pueden participar, quizá se establezca un nuevo sistema social de racionamiento. También esto puede conducir a algunos abusos, pero, de cualquier manera, la disminución de los suministros durarán algo más de lo que lo harían probablemente a juzgar tan sólo por los hábitos sociales de prosperidad.
Segunda alternativa, sustitución: un metal muy corriente puede ser sustituido por otro que lo es menos. Así, las monedas de plata han sido remplazadas por las de níquel o de aluminio. Los metales, en general, pueden ser sustituidos por materias no metálicas, como plástico o cristal.
Como ejemplo, se pueden utilizar rayos de luz, en vez de corrientes eléctricas para transmitir mensajes; y además, hacerlo con mucha mayor eficacia. Estos rayos de luz podrían transmitirse a través de hebras de cristal tan finas como un cabello. Esos filamentos podrían sustituir las innumerables toneladas de cobre que ahora se utilizan para las comunicaciones eléctricas, y siendo la arena el origen del cristal, es un recurso de difícil agotamiento.
Tercera, nuevos recursos: aunque pareciera que todas las minas se habían agotado, la realidad es que se habrían agotado todas las minas terrestres que nosotros conocemos. Podrían hallarse nuevas minas, aunque esto cada vez se hace más improbable a medida que una mayor parte de la superficie terrestre se examina cuidadosamente para descubrir nuevas minas.
Además, ¿qué es lo que en realidad queremos decir con el término «agotado»? Cuando nos referimos a una mina, estamos hablando de una porción de la corteza en la que un metal determinado está presente en concentraciones que permiten una extracción rentable. Sin embargo, con una tecnología más avanzada se han descubierto métodos por los que ciertos metales pueden ser extraídos provechosamente, incluso en aquellos casos en que las concentraciones son tan pequeñas que en el pasado no hubiera existido ningún método práctico de explotación. En otros términos, ahora existen minas que antiguamente no se hubieran considerado como tales.
Este proceso puede continuar. Aun cuando un determinado metal pueda estar agotado considerando las minas que ahora conocemos, queda la posibilidad de que se descubran nuevas minas, siempre que seamos capaces de explotarlas, aunque el metal esté presente en bajas concentraciones.
Queda también la alternativa de recurrir al mar. Existen zonas en el fondo del mar con un grueso recubrimiento de nódulos metálicos. Se estima que hay unas 11.000 toneladas métricas de tales nódulos por kilómetros cuadrados en el suelo del océano Pacífico. De estos nódulos pueden extraerse, con relativa facilidad, diversos metales, incluyendo algunos muy útiles, cuya escasez va en aumento, como el cobre, el cobalto y el níquel, una vez dragado el fondo del mar. En la actualidad se están planeando operaciones de dragado sobre una base experimental.
Y si hablamos del fondo del mar, ¿por qué no del propio mar? El agua de mar tiene todos los elementos, normalmente en concentraciones muy bajas, ya que la lluvia que cae de la tierra extrae un poco de cada materia en su camino de regreso al mar. Por el momento, del agua de mar se puede obtener con facilidad magnesio y bromo, de manera que no es fácil que en un futuro previsible se agoten los suministros de estos dos elementos.
Como consecuencia de la inmensidad del océano, la cantidad total de cualquier metal en solución en el agua marina será sorprendentemente elevado, aunque la solución sea muy diluida. El mar tiene un 3,5 % de materia disuelta, de manera que cada kilómetro cuadrado de agua de mar contiene 36 toneladas métricas de sólidos disueltos, dicho de otro modo, cada tonelada métrica de agua de mar contiene 35 kilogramos (77 libras) de sólidos disueltos.
De los sólidos disueltos en el agua de mar, un 3,69 % es magnesio y un 0,19 % bromo. Una tonelada métrica de agua de mar contendría, por tanto, 1,29 kilogramos (2,84 libras) de magnesio y 66,5 gramos (2,33 onzas) de bromo
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. Considerando que en la Tierra hay 1.400.000.000.000.000 toneladas métricas de agua, podemos hacernos una idea de la cantidad total de magnesio y bromo disponibles (sobre todo teniendo en cuenta que todo lo que se extrae probablemente será arrastrado de nuevo al mar).
También un tercer elemento, el yodo, se obtiene también del agua del mar. El yodo es un elemento relativamente raro. Una tonelada métrica de agua del mar contiene solamente unos 50 miligramos (1/600 onza), cantidad demasiado pequeña para ser extraída por los métodos químicos corrientes. Sin embargo, existen algunos tipos de algas marinas que absorben el yodo del agua de mar incorporándolo a su tejido. El yodo puede obtenerse de las cenizas de las algas.
¿No sería posible extraer otros elementos valiosos del agua del mar si se desarrollasen técnicas capaces de concentrar su contenido a menudo muy escaso? El océano contiene, en conjunto, unos ciento cincuenta mil millones de toneladas métricas de aluminio, cuatro mil quinientos millones de toneladas métricas de cobre y cuatro mil quinientos millones de toneladas métricas de uranio. También contiene trescientos veinte millones de toneladas métricas de plata, 6,3 millones de toneladas métricas de oro, y hasta 45 toneladas métricas de radio.