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Authors: Mark Twain

Tags: #Narrativa, Aventuras, Clásico

Las aventuras de Huckleberry Finn (16 page)

Bajé al río pensando en todo aquello y en seguida me di cuenta de que mi negro me venía siguiendo. Cuando perdimos de vista la casa, miró atrás y todo en derredor un segundo, y después llegó corriendo y me dijo:

—Sito George, si viene usted al pantano le enseño un montón de culebras de agua.

A mí me pareció muy curioso; lo mismo había dicho ayer. Tenía que saber que a uno no le gustan tanto las culebras de agua como para ir a verlas. ¿Qué andaría buscando? Así que le dije:

—Bueno; ve tú por delante.

Lo seguí media milla; después llegó al pantano y lo vadeó con el agua hasta los tobillos otra media milla más. Llegamos a un trozo de tierra llana y seca, llena de árboles, arbustos y hiedras, y me dijo:

—Dé usted unos pasos por ahí dentro, sito George; ahí es donde están. Yo ya las he visto bastante.

Después se alejó y en seguida quedó tapado por los árboles. Anduve buscando por allí hasta llegar a un sitio abierto, del tamaño de un dormitorio, todo rodeado de hiedra, y allí vi a un hombre que estaba dormido; y ¡por todos los diablos, era mi viejo Jim!

Lo desperté y creí que él se iba a sorprender mucho al verme, pero no. Casi lloró de alegría, pero no estaba sorprendido. Dijo que había nadado por detrás de mí aquella noche que había oído todos mis gritos, pero no se había atrevido a responder, porque no quería que nadie lo recogiera y lo devolviese a la esclavitud. Y siguió diciendo:

—Me hice algo de daño y no podía nadar rápido, así que hacia el final ya estaba muy lejos de ti; cuando llegaste a tierra calculé que podía alcanzarte sin tener que gritar, pero cuando vi aquella casa empecé a ir más lento. Estaba demasiado lejos para oír lo que te decían; me daban miedo los perros, pero cuando todo volvió a quedarse tranquilo comprendí que estabas en la casa, así que me fui al bosque a esperar que amaneciese. A la mañana temprano llegaron algunos de los negros que iban a los campos y me llevaron con ellos y me trajeron aquí, donde no me pueden encontrar los perros gracias al agua, y me traen cosas de comer todas las noches y me dicen cómo te va.

—Pero, ¿por qué no le dijiste a mi Jack que me trajera antes, Jim?

—Bueno, no merecía la pena molestarte, Huck, hasta que pudiéramos hacer algo, pero ahora ya está bien. Me he dedicado a comprar cacharros y comida cuando he podido y a arreglar la balsa por las noches cuando...

—¿Qué balsa, Jim?

—Nuestra vieja balsa.

—¿Vas a decirme que nuestra vieja balsa no se quedó hecha pedazos?

—No, na de eso. Se quedó bastante destrozada por uno de los extremos, pero no pasó nada grave, sólo que perdimos casi todas las trampas. Y si no hubiéramos buceado tanto y nadado tan lejos por debajo del agua, si la noche no hubiera sido tan oscura, no hubiéramos estado tan asustados ni nos hubiéramos puesto tan nerviosos, como aquel que dice, habríamos visto la balsa. Pero más vale así, porque ahora está toda arreglada y prácticamente nueva y tenemos montones de cosas nuevas en lugar de las que perdimos.

—Pero, ¿cómo volviste a conseguir la balsa, Jim? ¿La fuiste a atrapar?

—¿Cómo voy a atraparla si estoy en el bosque? No; algunos de los negros la encontraron embarrancada entre unas rocas ahí donde la curva y la escondieron en un regato entre los sauces, y tanto discutieron para saber cuál se iba a quedar con ella que en seguida me enteré yo, así que arreglé el problema diciéndoles que no era de ninguno de ellos, sino tuya y mía; y les pregunté si iban a quedarse con la propiedad de un joven caballero blanco, sólo para llevarse unos latigazos. Entonces les di diez centavos a cada uno y se quedaron muy satisfechos pensando que ojalá llegasen más balsas para volver a hacerse ricos. Estos negros se portan muy bien conmigo, y cuando quiero que hagan algo no tengo que pedírselo dos veces, mi niño. Ese Jack es un buen negro, y listo.

—Sí, es verdad. Nunca me ha dicho que estabas aquí; me dijo que viniera y que me enseñaría un montón de culebras de agua. Si pasa algo, él no tiene nada que ver. Puede decir que nunca nos ha visto juntos, y dirá la verdad.

No quiero contar mucho del día siguiente. Creo que voy a resumirlo. Me desperté hacia el amanecer e iba a darme la vuelta para volverme a dormir cuando noté que no se oía ni un ruido; era como si nada se moviera. Aquello no era normal. Después vi que Buck se había levantado y se había ido. Bueno, entonces me levanté yo extrañado y bajé la escalera y no había nadie; todo estaba más silencioso que una tumba. E igual afuera. Pensé: «¿Qué significa esto?» Donde estaba la leña me encontré con mi Jack y le pregunté:

—¿Qué pasa?

Me contestó:

—¿No lo sabe usted, sito George?

—No. No sé nada.

—Bueno, ¡pues la sita Sophia se ha escapado! De verdad de la buena. Se ha escapado esta noche y nadie sabe a qué hora; se ha escapado para casarse con el joven ese Harney Shepherdson, ya sabe... por lo menos eso creen. La familia se enteró hace una media hora, a lo mejor algo más, y le aseguro que no han perdido tiempo; ¡en su vida ha visto manera igual de buscar escopetas y caballos! Las mujeres han ido a buscar parientes, el viejo señor Saul y los chicos se han llevado las escopetas y han salido a la carretera para tratar de cazar a ese joven y matarlo antes de que pueda cruzar el río con sita Sophia. Me paice que vienen tiempos muy malos.

—Y Buck se marchó sin decirme nada.

—¡Hombre, pues claro! No iban a mezclarlo a usted en eso. El sito Buck cargó la escopeta y dijo que volvería a casa con un Shepherdson muerto. Bueno, seguro que va a haber muchos de ellos y que se trae a uno si tiene la oportunidad.

Eché a correr por el camino del río a toda la velocidad que pude. En seguida empecé a oír disparos bastante lejos. Cuando llegué al almacén de troncos y el montón de leña donde atracan los barcos de vapor, me fui metiendo bajo los árboles y las matas hasta llegar a un buen sitio y después me subí a la cruz de un alamillo donde no alcanzaban las balas, y miré. Había madera apilada a cuatro pies de alto un poco por delante de mi árbol, y primero me iba a esconder allí detrás, pero quizá fue una suerte que no lo hiciera.

En el campo abierto delante del almacén de troncos había cuatro o cinco hombres que daban vueltas en sus caballos, maldecían y gritaban y trataban de alcanzar a un par de muchachos que estaban detrás del montón de madera junto al desembarcadero, pero no podían llegar. Cada vez que uno de ellos se asomaba del lado del río del montón de leña, le pegaban un tiro. Los dos chicos se daban la espalda detrás de las maderas, para poder disparar en todos los sentidos.

Pasó un rato y los hombres dejaron de dar vueltas y gritar. Echaron a correr hacia el almacén, y entonces uno de los muchachos apuntó fijo por encima de las maderas y apeó a uno de la silla. Todos los hombres desmontaron de sus caballos, agarraron al herido y empezaron a llevarlo hacia el almacén, y en aquel momento los dos chicos echaron a correr. Se encontraban a mitad de camino del árbol en el que estaba yo antes de que los hombres se dieran cuenta. Entonces los vieron y saltaron a sus caballos y se lanzaron tras ellos. Fueron ganando terreno a los muchachos, pero no les valió de nada porque éstos les llevaban bastante ventaja; llegaron al montón de maderos que había delante de mi árbol y se metieron detrás de él, de forma que volvían a estar protegidos contra los hombres. Uno de los muchachos era Buck y el otro era un chico delgado de unos diecinueve años. Los hombres dieron vueltas un rato y después se marcharon. En cuanto se perdieron de vista llamé a Buck para que me viese. Al principio no comprendía por qué le llegaba mi voz desde un árbol. Estaba la mar de sorprendido. Me dijo que permaneciera muy atento y que se lo dijera cuando volvieran a aparecer los hombres; dijo que estaban preparando alguna faena y que no iban a tardar. Yo prefería marcharme de aquel árbol, pero no me atrevía a bajar. Buck empezó a gritar y a maldecir, y juró que él y su primo Joe (que era el otro muchacho) iban a vengarse aquel mismo día. Dijo que habían matado a su padre y sus dos hermanos y que habían muerto dos o tres de los enemigos. Dijo que los Shepherdson los esperaban en una emboscada. Buck añadió que su padre y sus hermanos tenían que haber esperado a sus parientes, porque los Shepherdson eran demasiados para ellos. Le pregunté qué iba a pasar con el joven Harney y la señorita Sophia. Respondió que ya habían cruzado el río y estaban a salvo. Me alegré, pero Buck estaba enfadadísimo por no haber matado a Harney el día que le había disparado; en mi vida he oído a nadie decir cosas así.

De pronto, ¡bang! ¡bang! ¡bang!, sonaron tres o cuatro escopetas. ¡Los hombres habían avanzado juntos entre los árboles y venían por atrás con sus caballos! Los chicos corrieron hacia el río (heridos los dos), y mientras nadaban en el sentido de la corriente, los hombres corrían por la ribera disparando contra ellos y gritando: «¡Matadlos, matadlos!» Me sentí tan mal que casi me caí del árbol. No voy a contar todo lo que pasó porque si lo contara volvería a ponerme malo. Hubiera preferido no haber llegado nunca a la orilla aquella noche para ver después cosas así. Nunca las voy a olvidar: todavía sueño con ellas montones de veces.

Me quedé en el árbol hasta que empezó a oscurecer, porque me daba miedo bajar. A veces oía disparos a lo lejos, en el bosque, y dos veces vi grupitos de hombres que galopaban junto al almacén de troncos con escopetas, así que calculé que continuaba la pelea. Me sentía tan desanimado que decidí no volver a acercarme a aquella casa, porque pensaba que por algún motivo yo tenía la culpa. Pensaba que aquel trozo de papel significaba que la señorita Sophia tenía que reunirse con Harney en alguna parte a las dos y media para fugarse, y que tendría que haberle contado a su padre lo del papel y la forma tan rara en que actuaba, y que entonces a lo mejor él la habría encerrado y nunca habría pasado todo aquel horror.

Cuando me bajé del árbol, me deslicé un rato por la orilla, encontré los dos cadáveres al borde del agua y tiré de ellos hasta dejarlos en seco; después les tapé la cara y me marché a toda la velocidad que pude. Lloré un poco mientras tapaba a Buck, porque se había portado muy bien conmigo.

Acababa de oscurecer. No volví a acercarme a la casa, sino que fui por el bosque hasta el pantano. Jim no estaba en su isla, así que fui corriendo hacia el arroyo y me metí entre los sauces, listo para saltar a bordo y marcharme de aquel sitio tan horrible. ¡La balsa había desaparecido! ¡Dios mío, qué susto me llevé! Me quedé sin respiración casi un minuto. Después logré gritar. Una voz, a menos de veinticinco pies de mí, dice:

—¡Atiza! ¿Eres tú, mi niño? No hagas ruido.

Era la voz de Jim, y nunca había oído nada tan agradable. Corrí un poco por la ribera y subí a bordo; Jim me agarró y me abrazó de contento que estaba de verme y dice:

—Dios te bendiga, niño, estaba seguro que habías vuelto a morir. Ha estado Jack y dice que creía que te habían pegado un tiro porque no habías vuelto a casa, así que en este momento iba a bajar la balsa por el arroyo para estar listo para marcharme en cuanto volviese Jack y me dijera que seguro que habías muerto. Dios mío, cuánto me alegro de que hayas vuelto, mi niño.

Y voy yo y digo:

—Está bien; está muy bien; no me van a encontrar y creerán que he muerto y que he bajado flotando por el río... Allí arriba hay algo que les ayudará a creérselo, así que no pierdas tiempo, Jim, vamos a buscar el agua grande lo más rápido que puedas.

No me quedé tranquilo hasta que la balsa bajó dos millas por el centro del Mississippi. Después colgamos nuestro farol de señales y calculamos que ya volvíamos a estar libres y a salvo. Yo no había comido nada desde ayer, así que Jim sacó unos bollos de maíz y leche con nata, y carne de cerdo con col y berzas (no hay nada mejor en el mundo cuando está bien guisado) y mientras yo cenaba charlamos y pasamos un buen rato. Yo me alegraba mucho de alejarme de las venganzas de sangre, y Jim del pantano. Dijimos que no había casa como una balsa, después de todo. Otros sitios pueden parecer abarrotados y sofocantes, pero una balsa no. En una balsa se siente uno muy libre y tranquilo.

Capítulo 19

P
ASARON DOS
o tres días con sus noches; creo que podría decir que nadaron, de lo tranquilos, suaves y estupendos que se deslizaron. Voy a contar cómo pasábamos el rato. Por allí el río era monstruosamente grande: había sitios en que medía milla y media de ancho; navegábamos de noche, y descansábamos y nos escondíamos de día; en cuanto estaba a punto de acabar la noche dejábamos de navegar y amarrábamos, casi siempre en el agua muerta bajo un atracadero, y después cortábamos alamillos y sauces y escondíamos la balsa debajo. Luego echábamos los sedales. Más adelante nos metíamos en el río a nadar un rato, para lavarnos y refrescarnos; después nos sentábamos en la arena del fondo, donde el agua llegaba hasta las rodillas, y esperábamos a que llegara la luz del día. No se oía ni un ruido por ninguna parte, todo estaba en el más absoluto silencio, como si el mundo entero se hubiera dormido, salvo quizá a veces el canto de las ranas. Lo primero que se veía, si se miraba por encima del agua, era una especie de línea borrosa que eran los bosques del otro lado; no se distinguía nada más; después un punto pálido en el cielo y más palidez que iba apareciendo, y luego el río, como blando y lejano, que ya no era negro sino gris; se veían manchitas negras que bajaban a la deriva allá a lo lejos: chalanas y otras barcas, y rayas largas y negras que eran balsas; a veces se oía el chirrido de un remo, o voces mezcladas en medio del silencio que hacía que se oyeran los ruidos desde muy lejos; y al cabo de un rato se veía una raya en el agua, y por el color se sabía que allí había una corriente bajo la superficie que la rompía y que era lo que hacía aparecer aquella raya; y entonces se ve la niebla que va flotando al levantarse del agua y el Oriente se pone rojo, y el río, y se ve una cabaña de troncos al borde del bosque, allá en la ribera del otro lado del río, que probablemente es un aserradero, y al lado, los montones de madera con separaciones hechas por unos vagos, de forma que puede pasar un perro por el medio; después aparece una bonita brisa que le abanica a uno del otro lado, fresca y suave, que huele muy bien porque llega del bosque y de las flores; pero a veces no es así porque alguien ha dejado peces muertos tirados, lucios y todo eso, y huelen mucho, y después llega el pleno día y todo sonríe al sol, y los pájaros se echan a cantar.

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