Las correcciones (56 page)

Read Las correcciones Online

Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Narrativa

Recordaba el hombre las noches del piso de arriba, con uno o dos de sus chicos, o con la chica en el hueco del hombro, con sus cabezas húmedas, recién bañadas, pesándole contra las costillas, mientras les leía
Belleza negra
o
Las crónicas de Narnia.
Recordaba el modo en que lograba adormecerlos, sólo con la palpable resonancia de su voz. Fueron noches, aquéllas —y las hubo a cientos, quizá incluso a miles—, en que nada lo suficientemente traumático como para dejar cicatriz acaecía en la unidad nuclear. Noches de sencilla unión en su butaca de cuero negro; dulces noches de duda entre las noches de desolada certidumbre. Le venían ahora, aquellos contraejemplos olvidados, porque, al final, cuando estás cayéndote al agua, nada hay más sólido a que agarrarse que los hijos.

El generador

Robin Passafaro era de Filadelfia y pertenecía a una familia de gente alborotadora y muy arraigada en sus creencias. El abuelo de Robin y sus tíos Jimmy y Johnny eran todos ellos miembros irreconciliables del sindicato de camioneros. El abuelo, Fazio, trabajó a las órdenes del jefe del sindicato, Frank Fitzsimmons, en calidad de vicepresidente nacional, y llevó la rama más importante de Filadelfia, malbaratando las cuotas de 3.200 afiliados, durante veinte años. Fazio sobrevivió a dos sumarios por asociación para delinquir, una coronaria, una laringotomía y nueve meses de quimioterapia antes de retirarse a Sea Isle City, en la costa de Jersey, donde ocupó su tiempo libre yendo cada mañana al embarcadero a cebar con trozos de pollo crudo sus trampas cangrejeras.

El tío Johnny, primogénito de Fazio, salió muy bien adelante con dos tipos de incapacidad («dolor lumbar crónico y agudo», decían los impresos correspondientes), su actividad comercial de temporada (pintando casas, pago en efectivo) y su suerte o talento en el ejercicio de la actividad de «day trader» en línea, especulando con la cotización de ciertas acciones. Johnny vivía cerca del Veterans Stadium, con su mujer y con su hija pequeña, en un chalé adosado con revestimiento de PVC, que ellos fueron expandiendo hasta ocupar por completo la diminuta parcela, desde el comienzo de la acera hasta la línea divisoria trasera de la propiedad; en el techo tenían un jardincillo con césped artificial.

El tío Jimmy («Baby Jimmy»), soltero, era jefe del Almacén de Documentos de la IBT, un bloque de hormigón que la International Brotherhood of Teamsters (hermandad internacional de camioneros) levantó, para utilizarlo como mausoleo, en el margen industrial del Delaware, en épocas más optimistas, y que más tarde, ante el hecho de que sólo tres leales miembros del sindicato (3) hubieran solicitado el entierro en una de sus mil cámaras a prueba de incendios, la hermandad convirtió en depósito de larga duración para papeles legales y de empresa. Baby Jimmy era famoso en los círculos locales de Drogadictos Anónimos por haberse enganchado a la metadona sin pasar por la heroína.

El padre de Robin, Nick, era el segundo hijo de Fazio y el único Passafaro de su generación que nunca estuvo adscrito al programa del sindicato de camioneros. Nick, además de ser el cerebro de la familia, era socialista convencido; los del sindicato, con sus lealtades a Nixon y a Sinatra, eran anatema para él. Nick casó con una irlandesa y, muy significativamente, se mudó a Mount Airy, comunidad donde prevalecía la integración racial; y en lo sucesivo se dedicó a enseñar ciencias sociales en el instituto de la ciudad, desafiando a los directores a que lo despidiesen por su trotskismo exaltado.

A Nick y a su mujer, Colleen, les habían dicho que no podían tener hijos. Adoptaron, pues, a un niño de un año, Billy, unos meses antes de que Colleen se quedara embarazada de Robin —primera de sus tres hijas—. Robin andaba ya en la adolescencia cuando se enteró de que Billy era adoptado, pero entre sus más tempranos recuerdos emotivos de la niñez estaba, según le contó a Denise, la sensación de sentirse irremisiblemente
privilegiada.

Había probablemente un certero diagnóstico médico aplicable a Billy, el correspondiente a un electroencefalograma de trazado anormal, o una alteración de los nodulos rojos, o a lagunas negras en su Tomografía Axial Computerizada o CAT, y también a causas hipotéticas como la desatención aguda o algún trauma cerebral por su niñez preadoptiva; pero sus hermanas, y, más que ninguna otra, Robin, lo tenían catalogado como un puro y simple espanto. Billy en seguida se percató de que, por muy cruel que fuera con Robin, ésta siempre se echaría la culpa. Si le prestaba cinco dólares, se burlaba de ella por creerse que iba a devolvérselos. (Si Robin iba con el cuento a su padre, Nick se limitaba a compensarle la pérdida dándole otros cinco dólares). Billy la perseguía con saltamontes cuyas patas había previamente desprovisto del último tramo, con sapos bañados en Clorox, diciéndole —de broma, según él—: «Les hago daño por culpa tuya». Llenaba de cagadas de barro las braguitas de las muñecas de Robin. La llamaba Vaca Noseentera y Robin Sintetas. Le clavó un lápiz en el antebrazo y le dejó la punta hincada a bastante profundidad. Al día siguiente de que la bicicleta de Robin desapareciera del garaje, él se presentó en casa con un buen par de patines de ruedas y dijo que se los había encontrado en Germantown Avenue y se pasó dando vueltas por el vecindario, con ellos puestos, los meses que hubo de esperar Robin para que le compraran otra bicicleta.

El padre, Nick, tenía ojos para todas las injusticias que pudieran cometerse en el Primer Mundo y en el Tercero, pero no cuando Billy era el culpable. Para cuando empezó en el instituto, las actividades delictivas de Billy ya habían obligado a Robin a poner un cerrojo en su armario, a tapar con
Kleenex
el ojo de la cerradura de su cuarto y a dormir con el monedero debajo de la almohada. Pero el caso es que todas esas medidas más bien las tomaba con tristeza que con cólera. Tenía poco de que quejarse, y lo sabía. Sus hermanas y ella fueron pobres y felices en aquella casa de Phil-Elena Street, aunque se estuviera viniendo abajo, y Robin asistió a un buen instituto cuáquero y luego a un excelente
college
cuáquero, a ambos con beca completa, y se casó con su novio del
college
y tuvo dos hijas, mientras Billy se echaba a perder irremisiblemente.

Nick inculcó a Billy su pasión por la política, y Billy le pagó colgándole el epíteto de
burgués liberal, burgués liberal.
Cuando vio que con ello no irritaba suficientemente a Nick, Billy pasó a hacerse amigo de los demás Passafaro, siempre encantados de acoger con los brazos abiertos a cualquier familiar del traidor de la familia. Cuando Billy fue detenido por segunda vez por infracción de las leyes penales, y Colleen lo echó de casa, sus conocidos del Sindicato lo acogieron como a un héroe. Tuvo que pasar un tiempo antes de que perdiera todo su crédito.

Vivió durante un año con su tío Jimmy, quien, ya muy entrado en los cincuenta, se sentía feliz en compañía de adolescentes de su misma mentalidad con quienes compartir su nutrida colección de armas y cuchillos, vídeos de Chasey Lan y parafernalia del Warlord III y el Dungeonmaster. Pero Jimmy también veneraba a Elvis Presley, dentro de su hornacina, en un rincón del dormitorio, y Billy, a quien jamás acabó de entrarle en la cabeza que lo de Jimmy con Elvis no era ninguna broma, acabó profanando el altar de algún modo tan extremado y tan irreversible, que Jimmy lo plantó de patitas en la calle y no quiso volver a hablar del asunto nunca más.

De ahí derivó Billy hacia el movimiento
underground
más radical de Filadelfia: una Media Luna Roja de fabricantes de bombas y fotocopiadores y magaziniestros y punks y bakuninianos y profetas vegetarianos de menor cuantía y fabricantes de mantas orgónicas y mujeres llamadas Afrika y biógrafos aficionados de Engels y emigrados de las Brigadas Rojas que se extendía de Fishtown y Kensington, en el norte, hasta el decaído Point Breeze, en el sur, pasando por Germantown y la Zona Oeste de Filadelfia (donde el alcalde Goode incendió el bunker de las buenas gentes de la secta MOVE). Era un extraño filadelfacto que una proporción nada despreciable de los delitos ciudadanos se cometiese con conciencia política. Tras la primera alcaldía de Frank Rizzo, nadie podía pretender que la policía de la ciudad fuese limpia e imparcial; y puesto que, a juicio de la Media Luna Roja, todos los policías eran asesinos o, en el mejor de los supuestos, cómplices necesarios de los asesinatos (véase el caso de MOVE), cualquier violencia o cualquier medida de redistribución de la riqueza a que la policía pudiera poner objeciones quedaban justificadas como acciones legítimas dentro de una guerra sucia a largo plazo. No obstante, este planteamiento lógico, en general, solía escapárseles a los jueces de la localidad. El joven anarquista Billy Passafaro, con el paso de los años, fue siendo objeto de condenas cada vez más graves por sus delitos: libertad condicional, servicios comunitarios, campamento experimental de reclusos y, por último, la trena de Graterford. Robin y su padre tenían frecuentes discusiones sobre lo justo o injusto de tales condenas: Nick, acariciándose la barbita de Lenin, afirmaba que él no era un hombre violento, pero que no se oponía a la violencia cuando ésta se practicaba al servicio de un ideal político, a lo cual Robin replicaba pidiéndole que especificase a qué ideal político, exactamente, había contribuido Billy aporreando con un taco de billar roto a un estudiante de la universidad.

El año antes de que Denise conociera a Robin, Billy quedó en libertad condicional y asistió a la ceremonia de inauguración de un Centro Informático Comunitario del barrio, casi al norte y muy pobre, de Nicetown. Uno de los muchos golpes de efecto del alcalde que durante dos períodos consecutivos sucedió a Goode al frente del ayuntamiento consistía en explotar comercialmente los colegios públicos de la ciudad. Previamente, el alcalde había subrayado astutamente el deplorable descuido en que se tenía a los colegios en cuanto oportunidad de hacer negocio. («Actúe de prisa, Participe en nuestro mensaje de esperanza», decían sus cartas), y la N—— Corporation había respondido a este llamamiento asumiendo la gestión de los varios programas deportivos colegiales de la ciudad, hasta entonces muy gravemente desprovistos de fondos. Ahora, el alcalde había pergeñado un acuerdo similar con la W—— Corporation, que donaba a la ciudad de Filadelfia las suficientes unidades de su famosos Global Desktops como para «impulsar» todas las aulas de la ciudad, y también cinco Centros Informáticos Comunitarios en los barrios deprimidos del norte y del oeste. El acuerdo concedía a la W—— Corporation la utilización exclusiva para fines promocionales y publicitarios de todas las actividades escolares del distrito de Filadelfia, incluidas pero no limitadas a las aplicaciones del Global Desktop. Los adversarios del alcalde unas veces criticaban la «venta por derribo» y otras se quejaban de que la W—— había donado a los colegios la versión 4.0 de su Desktop, lenta y muy dada al cuelgue, y a los Centros Informáticos Comunitarios la versión 3.2, prácticamente inutilizable. Pero el ambiente estaba muy animado, aquella tarde de septiembre, en Nicetown. El alcalde y el vicepresidente de la W—— para Imagen de Empresa, Rick Flamburg, que tenía veintiocho años, unieron sus manos en las grandes tijeras con que cortaron la cinta. Los políticos locales de color dijeron
niños
y
mañana.
Dijeron
digital
y
democracia
e
historia.

Frente al tinglado blanco instalado para la ocasión, los integrantes del consabido grupo de anarquistas, vigilados con desgana por un destacamento policial que luego se tildó de demasiado pequeño, no sólo exhibían sus pancartas, sino también, en lo privado de sus bolsillos, llevaban imanes de elevada potencia de los que pensaban servirse, entre el reparto de la tarta, los brindis con ponche y la confusión general, para borrar la mayor cantidad de datos posible de los nuevos Global Desktops del Centro. Las pancartas decían rechacemos esto y los ordenadores son lo contrario de la revolución y no quiero este cielo — me da dolor de cabeza. Billy Passafaro, recién afeitado y con una camisa de manga corta y botones en las puntas del cuello, llevaba un tablón de un metro veinte de largo en el que había escrito “¡¡¡Bienvenidos a Filadelfia!!!” Cuando concluyó la ceremonia oficial y el ambiente se hizo más placenteramente anárquico, Billy se movió por los bordes de la multitud, muy sonriente, llevando en alto su mensaje de buena voluntad, hasta que se halló lo suficientemente cerca de los dignatarios como para manejar el tablón igual que un bate de baseball y partirle el cráneo a Rick Flamburg. Los golpes sucesivos le demolieron la nariz y le echaron abajo casi todos los dientes y le partieron el cuello, y así hasta que el servicio de vigilancia del alcalde logró dominar a Billy, sobre quien luego se amontonaron unos doce agentes de policía.

Suerte tuvo de que hubiera demasiada gente como para que los policías le descerrajaran un tiro. Y suerte también, dada la obvia premeditación de su delito y la escasez, políticamente molesta, de inquilinos en el pasillo de los condenados a la pena capital, que Rick Flamburg no muriera. (No está tan claro que Flamburg, licenciado por Dartmouth y soltero, a quien el ataque dejó paralítico, desfigurado, con dificultades de dicción, tuerto y con propensión a unos dolores de cabeza que lo incapacitaban todavía más, se considerara también afortunado). Billy fue juzgado por intento de asesinato, lesiones graves y agresión con arma capaz de causar la muerte. Rechazó categóricamente cualquier acuerdo y optó por ser él mismo quien se defendiera ante el tribunal, rechazando por «acomodaticio» tanto al abogado de oficio como al viejo abogado del Sindicato de Camioneros a quien su familia ofreció pagar la minuta de cincuenta dólares por hora.

Para sorpresa de casi todo el mundo, menos Robin, que nunca había puesto en duda la inteligencia de su hermano, Billy llevó a cabo su defensa de un modo bastante inteligible. Alegó que la «venta» que el alcalde había hecho de los niños de Filadelfia a la «tecnoesclavitud» de la W—— Corporation representaba un «claro y acuciante peligro público», ante el cual debía considerarse justificada su reacción violenta. Denunció la «no santa alianza» entre comercio y gobierno en los Estados Unidos. Trazó un paralelo entre su persona y los Minuteros de Lexington y Concord. Cuando, mucho más tarde, Robin le mostró a Denise las transcripciones de la vista, Denise imaginó una cena con Billy y con Chip, y ella escuchando mientras ambos comparaban sus criterios sobre la «burocracia», pero la cosa tendría que esperar hasta que Billy cumpliera el setenta por ciento de su condena de doce a dieciocho años en la penitenciaría de Graterford.

Other books

The Origin of Humankind by Richard Leakey
Anything For You by Sarah Mayberry
Among the Mad by Jacqueline Winspear
Still Water by Stuart Harrison