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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Narrativa

Las correcciones (72 page)


¡Asistencia de jueces y magistrados locales selectos!


¡A perpetuidad! ¡24 horas al día, sin limitaciones! ¡Derechos de aparcamiento en el Casco Antiguo de Vilnius!


¡Cincuenta por ciento de descuento en el alquiler selectivo de tropas y armamento lituano, salvo en caso de guerra!


¡Sin pegas de ninguna clase! ¡Libre adopción de niñas lituanas!


¡Inmunidad discrecional en infracciones por torcer a la izquierda con el semáforo en rojo!


¡Inclusión de la efigie del inversor en sellos conmemorativos, monedas de edición limitada para coleccionistas, etiquetas de cerveza microprocesada, bajorrelieves en galletas lituanas cubiertas de chocolate, tarjetas comerciales de Líder Heroico, papel de regalo!


¡Doctorado Honoris Causa en Letras Humanitarias por la Universidad de Vilnius, fundada en 1578!


¡Acceso «sin preguntas» a las cintas de control telefónico y otros instrumentos de seguridad del Estado!


¡Derecho, exigible ante los tribunales, mientras el inversor permanezca en suelo lituano, al tratamiento de «Su Excelencia» y «Su Ilustrísima»! ¡Los infractores serán castigados con una tanda de latigazos en plaza pública y sesenta días de reclusión!


¡Derecho a ocupar asientos ya ocupados en trenes y aviones, acontecimientos culturales, salas de fiesta y restaurantes de cinco estrellas incluidos en nuestro plan!


¡Prioridad de cabecera en todas las listas de transplante de hígado, corazón y córnea en el reputado hospital Antakalnis de Vilnius!


¡Licencia de caza y pesca sin limitación alguna! ¡Privilegio de excepción en período de veda para todas las reservas nacionales de caza!


¡Su nombre en mayúsculas en el costado de grandes embarcaciones!


Etc., etc.

La lección que Gitanas había aprendido, y que Chip estaba aprendiendo ahora, era que cuanto más obviamente satíricas fuesen las promesas, más sana y robusta sería la afluencia de capital norteamericano. Día tras día, Chip iba largando comunicados de prensa, falsos informes financieros, muy serios tratados sobre la necesidad hegeliana de una política declaradamente comercial; iba acumulando testimonios sobre el boom económico lituano que ya se veía venir, solapadas preguntas en las chaterías sobre temas financieros, combinadas con contestaciones en espacios disponibles en línea con manejo desde el propio ordenador. Si le echaban la bronca por sus mentiras o su ignorancia, se limitaba a salir de esa chatería y meterse en otra. Escribió los textos para los certificados de inversión y para los correspondientes folletos («¡Enhorabuena! ¡Acaba usted de convertirse en un@ Patriota del Mercado Libre de Lituania!») y los hizo imprimir en material muy rico en algodón. Era como si, de pronto, en el ámbito de la pura invención, hubiera descubierto su verdadero oficio. En exacto cumplimiento de lo que Melissa Paquette le había prometido hacía ya mucho tiempo, se pasa bomba creando una compañía, se pasa bomba viendo entrar el dinero.

Un periodista del
USA Today
le preguntó por correo electrónico: «¿Es verdad todo esto?»

Chip le contestó: «Es verdad. El estado nacional orientado al lucro, con una ciudadanía dispersa integrada por accionistas, es el próximo paso en la evolución de la economía política. El “neotecnofeudalismo ilustrado” florece en Lituania. Venga usted a verlo con sus propios ojos. Le garantizo un mínimo de noventa minutos con G. Misevicius».

No hubo respuesta del
USA Today.
Chip se quedó preocupado, pensando que quizá se hubiera pasado un poco; pero los ingresos brutos habían alcanzado ya los cuarenta mil dólares semanales. El dinero llegaba en forma de transferencias bancarias, números de tarjeta de crédito, claves de encriptación de dinero electrónico, giros telegráficos al Crédit Suisse y billetes de cien dólares en sobre de correo aéreo. Gitanas reinvertía gran parte del dinero en sus empresas ancilares, pero, según lo pactado, le dobló el sueldo a Chip cuando fueron aumentando los ingresos.

Chip vivía, sin pagar alquiler, en un palacete estucado donde el jefe de la guarnición militar soviética había en otros tiempos comido faisanes y bebido Gewürztraminer y charlado con Moscú utilizando líneas telefónicas de alta seguridad. El palacete había sido apedreado y saqueado y cubierto de triunfadores grafitis en otoño de 1990, y así había permanecido, casi en ruinas, hasta después de las elecciones que apartaron al VIPPPAKJRIINPB17 del poder e hicieron regresar a Gitanas de su puesto en la sede de las Naciones Unidas. Lo que más atrajo a Gitanas del quebrantado palacete fue, en principio, el precio (imbatible: era gratis), las excelentes instalaciones de seguridad (había una torre fortificada y una valla de calidad tipo embajada norteamericana) y la oportunidad que le brindaba de ocupar el dormitorio donde había dormido el jefe militar que lo estuvo torturando durante seis meses en el cuartel soviético, ahí al lado, como quien dice. Gitanas y otros miembros del partido invirtieron muchos fines de semana en restaurar el palacete, con paletas y rascadores, pero el propio partido quedó desmantelado antes de que concluyeran su tarea. Ahora, la mitad de las habitaciones estaban vacías, con el suelo salpicado de cristales rotos. Como era normal en el Casco Antiguo, la calefacción y el agua caliente procedían de un Servicio Central de Calderas y su vigor se disipaba, en gran parte, por el largo trayecto que había de recorrer, por cañerías subterráneas y tubos ascendentes con escapes, hasta las duchas y los radiadores del palacete. Gitanas montó las oficinas del Partido del Mercado Libre y Compañía en lo que antes había sido salón de baile, se quedó él con el dormitorio principal, instaló a Chip en el tercer piso, en la suite del antiguo ayuda de campo, y dejó que los papawebes se buscaran acomodo por su cuenta.

Chip seguía pagando el apartamento de Nueva York y las cuotas mínimas mensuales de su Visa; pero en Vilnius se sentía muy agradablemente rico. Pedía lo más caro de la carta, compartía su alcohol y su tabaco con los menos afortunados y nunca miraba los precios en la tienda de productos naturales, no lejos de la Universidad, donde compraba la verdura.

Tal como Gitanas le había anunciado, en los bares y las pizzerías había un considerable despliegue de menores ultramaquilladas y disponibles, pero con su abandono de Nueva York y su escapatoria de
La academia púrpura,
Chip parecía haber perdido su necesidad de andarse enamorando de adolescentes desconocidas. Gitanas y él visitaban dos veces por semana el Club Metropol, donde, entre el masaje y la sauna, daban satisfacción a sus necesidades naturales en los colchones de espuma del Club, indiferentemente asépticos. Casi todas las sanitarias del Metropol eran mujeres de treinta y tantos años cuyas existencias diurnas giraban en torno al cuidado de los hijos o de los padres, o el programa de Periodismo Internacional de la Universidad, o la confección de arte en variantes políticas sin clientela posible. A Chip le sorprendía lo gustosamente que estas mujeres, mientras se vestían y se arreglaban el pelo, hablaban con él como seres humanos. Lo dejaba atónito el gran placer que parecía derivárseles de su existencia diurna, y lo bah y lo carente de todo significado que les resultaba, por contraste, aquel trabajo nocherniego; y, dado que él también estaba empezando a tomarle gusto a su trabajo diurno, se fue haciendo, con cada (trans)acción terapéutica sobre la colchoneta de masaje, un poco más adepto a poner a su cuerpo en su sitio, a poner el sexo en su sitio, a comprender qué era y qué no era amor. Con cada eyaculación pagada de antemano, Chip venía a liberarse de una onza más de vergüenza hereditaria —la misma vergüenza que fue capaz de sobrevivir a quince años previos de sostenidas agresiones teóricas—. Le quedaba un agradecimiento que tendía a manifestar en propinas del doscientos por cien. A las dos o las tres de la madrugada, cuando la ciudad yacía bajo la opresión de una oscuridad que parecía haberse instalado semanas antes, Gitanas y él regresaban al palacete, por entre humaredas de alto contenido sulfúrico y con nieve o con niebla o con llovizna.

Gitanas era el verdadero amor de Chip en Vilnius. Lo que más le gustaba a Chip de Gitanas era cuánto le gustaba Chip a Gitanas. Fueran a donde fueran, la gente les preguntaba si eran hermanos, pero la verdad era que Chip se sentía menos hermano de Gitanas que novia suya. En muchos aspectos, se identificaba con Julia: constantemente agasajado, espléndidamente tratado y dependiendo casi por completo de Gitanas en lo tocante a los favores y la orientación y las necesidades básicas. Hacía lo mismo que Julia: cantaba para pagarse la cena. Era un empleado valioso, un encantador y vulnerable norteamericano, un objeto de diversión y de indulgencia e incluso de misterio; y qué placentero le resultaba, por una vez, ser él el perseguido: poseer cualidades y atributos que otra persona deseaba.

En conjunto, Vilnius se le antojaba un mundo encantador, hecho de carne a la brasa y repollo y pastel de patatas, de cerveza y vodka y tabaco, de camaradería, de acción empresarial subversiva y de conos. Le encantaba el modo en que el clima y la latitud sabían prescindir, en lo esencial, de la luz del día. Podía quedarse durmiendo hasta las tantísimas sin por ello dejar de levantarse con el sol y luego, recién desayunado, pasar a un reconstituyente vespertino a base de café y tabaco. Vivía una vida mitad de estudiante (y cuánto le había gustado siempre la vida de estudiante) y mitad de start ups lanzadas a toda velocidad, con el punto com a rastras. A seis mil quinientos kilómetros de distancia, todo lo que se había dejado atrás en los Estados Unidos le parecía tolerablemente pequeño: sus padres, sus deudas, sus fracasos, su pérdida de Julia. Todo le iba tan bien en el frente laboral y en el frente sexual y en el frente de la amistad, que por un momento llegó a olvidar el sabor del infortunio. Tomó la resolución de quedarse en Vilnius hasta haber juntado dinero suficiente para saldar su deuda con Denise y con los emisores de sus tarjetas de crédito. Estaba convencido de que seis meses le bastarían a tal propósito.

Fue característico de su mala suerte que —sin haber llegado siquiera a disfrutar de dos meses enteros en Vilnius— a su padre y a Lituania les diera por venirse abajo.

Denise, en sus mensajes de correo electrónico, había insistido mucho en la mala condición física de Alfred, para intimidarlo y, así, obligarlo a hacer el viaje hasta St. Jude en Navidades; pero la idea no le resultaba a Chip nada atractiva. Tenía miedo de abandonar el palacete, aunque sólo fuera una semana, y no poder regresar por algún motivo estúpido; miedo de que se rompiera el hechizo, de que la magia se desvaneciese. Pero Denise, que era la persona más insistente que había conocido nunca, acabó enviándole un mensaje verdaderamente desesperado. Chip leyó por encima el texto antes de caer en la cuenta de que no habría debido ni mirarlo, porque en él se mencionaba la cantidad de dinero que le debía a Denise. El infortunio cuyo sabor creía haber olvidado, los problemas que en la distancia se le habían antojado pequeños, volvieron a llenarle la cabeza.

Borró el mensaje e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho. Recordaba, como en sueños, la frase
me han despedido por acostarme con la mujer del jefe.
Pero era una frase tan improbable, viniendo de Denise, y su vista la había registrado tan de prisa, que no podía dar crédito a su memoria. Si su hermana acababa de emprender una carrera de lesbiana (lo cual, bien pensado, habría explicado ciertos aspectos de Denise que siempre lo habían desconcertado un poco), por supuesto que podría contar con el apoyo de su foucaltiano hermano mayor, pero Chip aún no estaba listo para volver a casa y, por consiguiente, dio por sentado que la memoria lo engañaba y que aquella frase se refería a cualquier otra cosa.

Fumó tres cigarrillos, disolviendo su ansiedad en racionalizaciones y contrarréplicas acusatorias y una airosa decisión de quedarse en Lituania hasta que pudiera pagarle a su hermana los 20.500$ que le debía. Si Alfred vivía en casa de Denise hasta junio, ello significaba que Chip podía permanecer seis meses más en Lituania sin romper su promesa de reunión familiar en Filadelfia.

Lituania, por desgracia, iba camino de la anarquía.

De octubre a noviembre, a pesar de la crisis financiera mundial, una apariencia de normalidad se adhirió a Vilnius. Los campesinos seguían aportando aves y reses al mercado central y cobrándolas en litai, que luego se gastaban en gasolina rusa, en cerveza y vodka nacionales, en vaqueros lavados a la piedra y sudaderas de las Spice Girls, en episodios pirateados de Expediente-X importados de economías aún más enfermas que la lituana. Los camioneros que distribuían la gasolina y los trabajadores que destilaban el vodka y las mujeres con pañoleta que vendían las sudaderas de las Spice Girls en carros de madera… todos ellos compraban las aves y reses de los campesinos. La tierra producía, los litai circulaban y los
pubs
y los clubes seguían abiertos, al menos en Vilnius.

Pero, claro, la economía no terminaba en el ámbito local. Se podía pagar en litai al exportador ruso de petróleo que proveía al país de gasolina, pero éste se hallaba en su derecho cuando preguntaba en qué bienes o servicios lituanos pensaba el pagador que podía él gastarse los litai. Era fácil comprar litai a la cotización oficial de cuatro por dólar. Pero no era tan fácil, en cambio, comprar un dólar por cuatro litai. En cumplimiento de una conocida paradoja de la depresión, los bienes escaseaban
porque
no había compradores. Cuanto más difícil resultaba encontrar papel de aluminio o carne picada o aceite para motor, más fuerte era la tentación de secuestrar camiones de tales mercancías o entrometerse en su reparto. Entretanto, los funcionarios públicos (y muy en especial los miembros de la policía) seguían cobrando sus sueldos, fijos, en insignificantes litai. La economía subterránea pronto aprendió a calcular el precio de un comisario de policía, con menos margen de error que en la compra de una caja de bombillas.

Sorprendió mucho a Chip la similitud que percibía, en términos generales, entre el mercado negro de Lituania y el mercado libre de los Estados Unidos. En ambos países, la riqueza se concentraba en manos de unos pocos; se había desvanecido toda distinción significativa entre el sector público y el privado; los capitanes de industria vivían en un estado de permanente ansiedad que los empujaba a la despiadada expansión de sus imperios; los ciudadanos de a pie vivían en la permanente inquietud de perder sus trabajos y en la permanente confusión en cuanto a qué poderosos intereses privados eran dueños, en un momento dado, de qué antiguas instituciones públicas; y el principal carburante de la economía era la insaciable demanda de lujo por parte de las élites. (En Vilnius, hacia noviembre de aquel pésimo otoño, cinco delincuentes de la oligarquía, ellos solos, daban empleo a miles de carpinteros, albañiles, artesanos, cocineros, prostitutas, encargados de bar, mecánicos y guardaespaldas). La principal diferencia entre Lituania y los Estados Unidos, en lo que a Chip se le alcanzaba, era que en Norteamérica los pocos ricos sojuzgaban a los muchos no ricos por medio de diversiones y cachivaches y productos farmacéuticos capaces de embotar la mente y matar el alma, mientras que en Lituania los pocos ricos sojuzgaban a los muchos pobres mediante amenazas de violencia.

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