Las corrientes del espacio (26 page)

Ambos estaban luchando a través del pesado brazo del sillón en que estuvo sentado, podía verlo claramente, con su color y su solidez. Rodeaba sus piernas pero no lo sentía. Avanzó una mano temblorosa y sus dedos se hundieron una pulgada en la tapicería pero no la sentía tampoco. Sus dedos permanecían invisibles.

Tuvo un estremecimiento y cayó, su última sensación fue la de que los brazos del Edil se tendían automáticamente hacia ella y que su cuerpo caía a través de su círculo como si fuesen trozos de aire coloreados de carne.

De nuevo se encontró en su silla. Rik le sostenía una mano e inclinaba su arrugado rostro sobre ella.

—No te asustes —iba diciendo—. No es más que una imagen. Una fotografía, ¿comprendes?

Valona miró a su alrededor. El Edil estaba sentado allí, pero no la miraba.

—¿No está aquí? —preguntó señalando con un dedo.

—Es una personalización tridimensional, Valona —dijo Rik precipitadamente—. Está en otro sitio, pero podemos verle desde aquí.

Valona movió la cabeza. Si Rik lo decía, era verdad. Pero bajó la vista. No se atrevía a mirar a aquella gente que estaba allí pero no estaba allí.

—¿Conque sabe usted lo que es la personificación tridimensional, muchacho? —le preguntó Abel a Rik.

—Sí, señor.

Había sido un día tremendo para Rik también, pero mientras Valona se encontraba crecientemente aturdida, él encontraba las cosas crecientemente familiares y comprensibles.

—¿Dónde lo ha aprendido?

—No lo sé. Lo sabía ya... antes de que olvidase. Durante el arranque de Valona al encuentro de Edil, Fife se había levantado de su mesa.

—Siento haber tenido que interrumpir esta reunión trayendo una indígena histérica —dijo con acidez—. El llamado analista del espacio requería su presencia.

—Perfectamente —dijo Abel—. Pero observo que su floriniano subnormal está familiarizado con la personificación tridimensional.

—Deben haberle instruido bien, imagino.

—¿Ha sido interrogado desde su llegada a Sark?

—Ciertamente.

—¿Con qué resultado?

—Ninguna novedad.

—¿Cómo se llama? —preguntó Abel volviéndose hacia Rik—Rik— es el único nombre que recuerdo —dijo éste con calma.

—¿Conoce usted a alguien aquí?

Rik miró un rostro después de otro, sin el menor temor.

—Sólo al Edil y a Lona, desde luego —dijo.

—Esté dijo Abel señalando a Fife es el más grande Señor que jamás ha vivido. Posee el mundo entero. ¿Qué piensa de él?

—Soy de Tierra —dijo Rik osadamente—. No me posee a mí.

Abel se volvió confidencialmente hacia Fife.

—No creo que a un indígena floriniano adulto pueda inducírsele a tal desafío.

—¿Ni aun con una psicoprueba? —respondió Rik con desprecio.

—¿Conoce usted a este caballero? —preguntó Abel dirigiéndose a Rik.

—No, señor.

—Es el doctor Selim Junz, Es un importante funcionario del Centro Analítico del Espacio Interestelar.

Rik lo miró largo rato intensamente.

—Entonces tiene que haber sido uno de mis jefes. Pero... no le conozco —añadió con desaliento—. O quizá sólo no lo recuerdo.

—No le he visto en mi vida, Abel –dijo Junz moviendo la cabeza tristemente.

—Ahora escuche, Rik —dijo Abel—. Voy a contarle una historia. Quiero que la escuche usted con toda atención y piense. ¡Piense y piense! ¿Me comprende?

Rik asintió; Abel hablaba lentamente. Su voz fue el único sonido que se oyó en la habitación durante largos minutos.

Mientras proseguía, Rik cerraba los párpados con todas sus fuerzas apretándolos. Se mordió los labios, se llevó los puños cerrados al pecho y su cabeza cayó adelante. Tenía el aspecto de un hombre que sufre intensamente.

Abel seguía hablando, reconstruyendo uno tras otro todos los acontecimientos tal como los había presentado antes el Señor de Fife. Habló del mensaje original del desastre, de su intercepción, del encuentro entre Rik y X, de la psicoprueba, de cómo habían encontrado a Rik y le habían llevado a Florina, del doctor que le hizo el diagnóstico y murió inmediatamente después, de la memoria que iba recobrando.

—Ésta es toda la historia, Rik —dijo—. Se la he contado toda. ¿Hay algo que le resulte familiar?

Lentamente, dolorosamente, Rik contestó:

—Recuerdo la última parte. Los últimos pocos días, ¿comprende? Recuerdo algo anterior también. Quizá fuese el doctor... cuando empecé a hablar. Pero todo es muy nebuloso... Eso es todo.

—Pero recuerda usted algo anterior... Recuerda el peligro para Florina —dijo Abel.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Eso fue lo primero que recordé!

—Entonces, ¿no puede recordar nada después de eso?

—No puedo... No puedo recordar —gimió Rik.

—¡Pruebe! ¡Pruebe!

Rik levantó la vista. Su rostro estaba mojado de sudor.

—Recuerdo un mundo...

—¿Qué mundo, Rik?

—No tiene ningún sentido.

—¡Dígalo de todos modos!

—Va unido a una mesa. Hace mucho, mucho tiempo. Muy vago. Yo estaba sentado. Alguien más, quizá, me parece, estaba sentado, y él estaba de pie, mirándome fijamente, y hay una palabra...

—¿Qué palabra? —preguntó Abel pacientemente.

—¡Fife!

Todos menos Fife se pusieron de pie.

17
El acusador

Con una energía que hizo cuanto pudo por dominar, Fife dijo:

—Vamos a terminar con esta farsa. Había esperado antes de hablar, con los ojos duros y el rostro sin expresión, hasta que finalmente el resto de los presentes se vio obligado a recuperar sus asientos. Rik había inclinado la cabeza, con los ojos dolorosamente cerrados, tratando de calmar su dolorida mente. Valona le atrajo hacia sí, tratando en vano de apoyarle la cabeza en su hombro, acariciando suavemente sus mejillas.

—¿Por qué dice usted que esto es una farsa? —dijo Abel con voz agitada.

—¿No lo es acaso? —respondió Fife—. Acepté asistir a esta conferencia sólo por una amenaza que dirigieron ustedes contra mí. Incluso en este caso me hubiera negado si hubiese sabido que la conferencia estaba destinada a ser mi proceso, con renegados y asesinos actuando de acusadores y jurado.

Abel frunció el ceño y su voz adquirió un tono de helado formalismo:

—Esto no es un proceso, señor. El doctor Junz está aquí con el fin de recuperar a un miembro del CAEI, como es su derecho y su deber. Yo estoy aquí para proteger los intereses de Trantor durante una época de agitación. En mi cerebro no cabe la menor duda de que este hombre, Rik, es el desaparecido analista del espacio. Podemos dar por terminada esta conferencia inmediatamente si están ustedes de acuerdo en entregar este hombre al doctor Junz para ulterior examen, incluyendo la aprobación de las características físicas. Necesitaremos, desde luego, su ulterior ayuda para encontrar al culpable de la psicoprueba y establecer una salvaguardia contra una posible repetición de tales actos contra lo que es, después de todo, una agencia interestelar que se ha mantenido con firmeza al margen de la política regional.

—¡Vaya discurso! —dijo Fife—. Pero lo obvio sigue siendo obvio y sus planes siguen siendo transparentes. ¿Qué ocurrirá si entrego este hombre? Estoy convencido de que el CAEI se las arreglará para descubrir lo que quiere descubrir. Pretende ser una agencia interestelar sin ligámenes regionales. Pero es un hecho, ¿no es verdad?, que Trantor contribuye con dos terceras partes a su presupuesto anual. Dudo que ningún observador razonable admita hoy considerarlo neutral en la Galaxia. Sus descubrimientos referentes a este hombre convendrán con toda seguridad a los intereses imperiales de Trantor.

»¿Y cuáles serán estos descubrimientos? Es obvio también. La memoria de este hombre volverá lentamente. El CAEI publicará boletines cotidianos. Poco a poco irá recordando más y más detalles necesarios. Primero mi nombre. Después mi aspecto. Después mis palabras exactas. Seré solemnemente declarado culpable. Se exigirán reparaciones y Trantor se verá obligado a ocupar Sark temporalmente, ocupación que en cierto modo se convertirá en permanente.

»Hay límites más allá de los cuales todo chantaje fracasa. El suyo, señor embajador, termina aquí. Si quiere usted a este hombre, diga a Trantor que mande una flota a buscarlo.

—No es cuestión de fuerza —dijo Abel— Sin embargo, observo que ha evitado usted, cuidadosamente evitado, negar las derivaciones de las últimas palabras del analista del espacio.

—No hay ninguna derivación que me obligue a dignificarme desmintiéndola. Recuerda a un hombre, o dice que lo recuerda. ¿Qué significa eso?

—¿No significa acaso nada que lo recuerde?

—Nada absolutamente. El nombre de Fife es muy conocido en Sark. Aun admitiendo en principio que el presunto analista del espacio sea sincero, ha tenido durante un año la oportunidad de oírlo pronunciar en Florina. Ha llegado a Sark en una nave que traía a mi hija, una oportunidad todavía mejor de oír pronunciar el nombre de Fife. ¿Qué tiene de particular que ese nombre se haya mezclado a sus nebulosos recuerdos? Desde luego, puede no ser sincero. Los paulatinos recuerdos de este hombre pueden muy bien haber sido ensayados.

A Abel no se le ocurrió nada que decir. Miró a los demás. Junz fruncía intensamente el ceño, acariciándose lentamente la barbilla con los dedos de la mano derecha. Steen se agitaba nervioso y murmuraba algo en voz baja. El Edil de Florina contemplaba sus rodillas sin expresión.

Fue Rik quien rompió el silencio, escapando a la presa de Valona y poniéndose en pie.

—Escuchen... —dijo. Su pálido rostro estaba contorsionado. Sus ojos reflejaban el dolor.

—Otra revelación, supongo... —dijo Fife.

—¡Escuchen! —dijo Rik—. Estábamos sentados a una mesa. El té estaba drogado. Habíamos disputado, no recuerdo por qué, Entonces no pude moverme. Sólo podía permanecer sentado. No podía hablar. No podía pensar... ¡Había sido drogado! Quería gritar, gritar, correr, pero no podía. Entonces llegó el otro, Fife. Me había estado gritando. Pero ahora no gritaba. No tenía necesidad. Dio la vuelta a la mesa. Se detuvo a mi lado, dominándome. Yo no podía decir nada. No podía hacer nada. Sólo podía tratar de volver los ojos hacia él.

Permaneció de pie, en silencio.

—¿Este otro hombre era Fife? —preguntó Selim Junz.

—Recuerdo que su nombre era Fife.

—Bien. ¿Era este hombre?

Rik no se volvió para mirar.

—No puedo recordar cómo era —dijo.

—¿Está seguro?

—He estado intentándolo... —estalló—. ¡No saben ustedes cuán duro es! ¡Duele! ¡Es como una aguja al rojo blanco! ¡Profundamente! ¡Aquí dentro! —Se llevaba las manos a la cabeza.

—Sé que es duro. Pero debe usted intentarlo —dijo Junz suavemente—. Debe usted seguir intentándolo. ¡Mire a este hombre! ¡Vuélvase y mírelo!

Se volvió hacia el Señor de Fife. Estuvo contemplándolo fijamente un momento, después apartó la mirada.

—¿Puede recordarlo ahora? —preguntó Junz.

—¡No! ¡No!

—¿Es que su hombre ha olvidado el texto o la historia parecerá más digna de crédito si recuerda mi rostro la próxima vez? —preguntó Fife con sarcasmo.

—No había visto jamás a este hombre ni había hablado nunca con él —dijo Junz con calor—. Jamás hemos conspirado contra usted y estoy cansado de sus acusaciones en este sentido. Sólo estoy buscando la verdad.

—Entonces, ¿puedo hacerle algunas preguntas?

—Diga.

—Muchas gracias por su amabilidad. Dígame, Rik, o como se llame usted...

Empleaba el tono de un Noble dirigiéndose a un floriniano.

—Recuerda usted a un hombre que se acercó a usted procedente del otro lado de la mesa mientras estaba usted sentado drogado e impotente...

—Sí, señor.

—¿Lo último que recuerda es al hombre mirándole fijamente a usted?

—Sí, señor.

—¿Usted le devolvió la mirada o lo intentó?

—Sí, señor.

—Siéntese.

Rik obedeció.

Durante un momento Fife no hizo nada. Su boca sin labios quizá se apretó un poco más y la sombra negroazulada de sus pómulos se oscureció un poco más por la presión de las mandíbulas. Después se deslizó de su silla. ¡Resbaló hacia abajo! Era como si hubiese caído de delante de su mesa. Pero salió de detrás de ella y se hizo plenamente visible.

Las piernas deformadas de Fife se movían bajo su cuerpo con esfuerzo, haciendo avanzar la informe masa del cuerpo y la cabeza hacia adelante. Su rostro estaba congestionado pero conservaba intacto su aire de arrogancia. Steen se echó a reír estrepitosamente, pero se interrumpió en el acto cuando aquellos ojos se fijaron en él. El resto de los concurrentes permanecían en un silencio fascinado.

Rik, con los ojos muy abiertos, lo vio aproximarse.

—¿Fui yo el hombre que se acercó a ti dando la vuelta a la mesa? —le preguntó.

—No puedo recordar su rostro, señor.

—No te pido que recuerdes el rostro. ¿Puedes haber olvidado mi aspecto, mi manera de caminar?

Aquel hombre, tan formidable físicamente sentado, se había convertido en un lamentable pelele.

—Parece que no, señor —dijo Rik penosamente—, pero no lo sé.

—Pero tú estabas sentado, él estaba de pie, y lo mirabas hacia arriba...

—Sí, señor.

—El te miraba hacia abajo, «dominándote», por decirlo así.

—Sí, señor.

—¿Recuerdas esto, por lo menos? ¿Estás seguro de ello?

—Sí, señor.

Los dos hombres estaban ahora cara a cara.

—¿Te miré yo desde arriba?

—No; señor —respondió Rik.

—¿Me miras tú desde abajo?

—No, señor.

Rik sentado y Fife de pie se miraban frente a frente en el mismo nivel.

—¿Puedo ser yo aquel hombre?

—No, señor.

—¿Estás seguro?

—Sí, señor.

—¿Sigues afirmando que el nombre que recuerdas es Fife?

—Recuerdo ese nombre —insistió Rik obstinadamente.

—Quienquiera que fuese, entonces, ¿usó mi nombre como disfraz?

—Es..., es posible.

Fife dio media vuelta y con lenta dignidad regresó a su mesa y se encaramó a su silla.

—Jamás había permitido que nadie me viese de pie hasta este día —dijo—. ¿Hay algún motivo para que esta conferencia continúe?

Abel estaba a la vez embarazado y perplejo. Hasta ahora la conferencia se había desarrollado lamentablemente.

Fife había conseguido quedar bien cada vez y hacer quedar mal a todos los demás. Había conseguido presentarse triunfalmente como un mártir. Se había visto obligado a asistir a aquella conferencia por el chantaje de Trantor y había aniquilado el tema de la falsa acusación en el acto.

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