Las lunas de Júpiter (6 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Anhelaba ordenar a Summers que hiciera regresar a los dos hombres, poniendo fin a la pelea, pero no se atrevía a incurrir en la ira de Lucky.

Conocía a Lucky lo bastante bien como para saber que no le gustaría terminar la pelea por abandono de su parte.

Una figura pasó con un zumbido por la línea de visión, y después otra. Se oyó el ruido de un cuerpo chocando contra la pared, por tres veces consecutivas. Después, silencio.

Una de las figuras volvió a pasar en dirección contraria, llevando a la otra firmemente agarrada por un tobillo.

La persona que dominaba la situación entró ágilmente en el corredor; la otra le siguió y se derrumbó como un saco de arena.

Bigman dejó escapar un grito. El hombre que permanecía en pie era Lucky. Tenía una contusión en la mejilla y cojeaba, pero era Armand el que estaba inconsciente.

Les costó un poco hacer recobrar el conocimiento a Armand. Tenía un bulto en la cabeza que parecía un pomelo de reducido tamaño, y un ojo cerrado por la hinchazón. Aunque le sangraba el labio inferior, consiguió esbozar una sonrisa y dijo: —Por Júpiter, este muchacho es un gato montés.

Se puso en pie y rodeó a Lucky con sus brazos como si de un oso se tratara. —Ha sido como pelear con diez hombres en cuanto se ha orientado. Es un gran tipo.

Sorprendentemente, los hombres aplaudían con todas sus fuerzas. La V-rana empezó transmitiendo alivio, que pronto se convirtió en excitación. La sonrisa de Armand se hizo más amplia, y se secó la sangre con la palma de la mano.

—Este consejero vale más de lo que pesa. El que aún tenga algo contra él habrá de enfrentarse conmigo. ¿Dónde está Red?

Pero Red Summers se había ido. Y el instrumento que dejara caer a instancias de Bigman había desaparecido.

Armand dijo:

—Escuche, señor Starr, tengo que contárselo. No fue idea mía, pero Red dijo que debíamos librarnos de usted para que no nos creara problemas. Lucky alzó una mano.

—Esto es un error. Escúchenme bien todos. Ningún terrícola leal tendrá problemas; yo lo garantizo. Esta pelea es extraoficial. Ha sido una pequeña distracción, pero podemos olvidarla. La próxima vez que nos encontremos, será como si fuera la primera. No ha sucedido nada. ¿De acuerdo? Todos aplaudieron acaloradamente y se oyeron gritos de «Tiene razón» y «Viva el Consejo». Lucky se disponía a marcharse cuando Armand le dijo:

—Oiga, espere. —Respiró profundamente y alzó uno de sus gruesos dedos— ¿Qué es esto? —Estaba señalando a la V-rana.

—Un animal venusiano —repuso Lucky . Nuestra mascota.

—Es muy mono. —El gigante le sonrió tontamente. Los demás se acercaron para contemplarla y hacer comentarios apreciativos, estrechar la mano a Lucky y asegurarle que siempre habían estado de su parte. Bigman, harto de empujones, acabó por exclamar:

—Vámonos a nuestras habitaciones, Lucky, o juro que mataré a unos cuantos de esos tipos.

Se hizo un silencio instantáneo y los hombres se apartaron con el fin de hacer un camino para Lucky y Bigman.

Lucky reprimió una exclamación de dolor cuando Bigman aplicó agua fría a su mejilla contusionada en la intimidad de su habitación.

Dijo:

—Algunos de los hombres han dicho no sé qué sobre pistolas de aguja, pero había tanto jaleo que no les he entendido bien. ¿Qué te parece si me lo explicas, Bigman? De mala gana, Bigman explicó lo sucedido. Lucky repuso pausadamente:

—Ya me había dado cuenta de que mis mandos no funcionaban, pero supuse que ello se debía a un fallo mecánico, particularmente cuando vi que volvían a funcionar después de mi segunda caída. No sabía que tú y Red Summers estabais enzarzados en una pelea más emocionante que la mía. Bigman sonrió entre dientes.

—Despacio, Lucky, no creerás que iba a dejar que te jugara esa mala pasada. —Debía haber otros medios que no incluyeran la pistola de aguja.

—Ninguna otra cosa les habría inmovilizado de aquel modo —dijo Bigman, ofendido—. ¿Querías que les amenazara con un dedo y les dijera: «Traviesos, traviesos»? Además, tenía que asustarles. —¿Por qué? —inquirió vivamente Lucky.

—Arenas de Marte, Lucky, ya te habías caído dos veces mientras la pelea estaba arreglada, y no sabía si podrías resistir. Iba a hacer que Summers la interrumpiera.

—Habría sido una equivocación, Bigman. No habríamos ganado nada. Siempre habría habido hombres convencidos de que anular la pelea era poco deportivo. —Sabía que pensabas así, pero estaba nervioso.

—No había necesidad. En cuanto los mandos empezaron a funcionar debidamente, todo fue muy bien.

Armand estaba seguro de haberme vencido, y cuando vio que yo aún tenía fuerzas, pareció abandonar. Es algo que suele ocurrir a las personas que nunca han tenido que perder. Cuando no ganan a la primera, se desconciertan, y no ganan de ninguna manera.

—Sí, Lucky —dijo Bigman, sonriendo.

Lucky guardó silencio durante un minuto o dos y después dijo:

—No me gusta ese «Sí, Lucky». ¿Qué hiciste tú?

—Bueno... —Bigman aplicó el último toque de tinte para ocultar la magulladura y dio un paso atrás para considerar críticamente su obra—. No podía hacer otra cosa más que esperar que ganaras, ¿verdad? —No, supongo que no.

—Les dije a todos que si Armand ganaba, dispararía contra todos los que pudiera. —No hablarías en serio.

—Quizá sí. De todos modos, ellos creyeron que así era; estuvieron seguros de ello al verme arrancar cuatro botones de la camisa de ese tipo con cuatro magníficos disparos. Así que allí había cincuenta hombres, entre los que está incluido Summers, que sudaron sangre esperando que tú ganaras y Armand perdiera. Lucky dijo: , —Así que era eso.

—Bueno, yo no podía evitar que la V-rana te transmitiera todos esos pensamientos, ¿verdad? —Así que Armand abandonó porque tenía la mente obstruida de deseos de que perdiera. Lucky parecía apenado.

—Recuerda, Lucky. Dos caídas sucias. No fue una pelea justa. —Sí, lo sé. Bueno, es posible que necesitara esa ayuda. La señal de la puerta se encendió en aquel momento, y Lucky alzó las cejas. —¿Quién puede ser?'

Apretó el botón que contraía la puerta en su ranura.

Un hombre rechoncho, de cabello ralo y ojos muy azules que les miraban sin parpadear, se hallaba en el umbral.

En una mano llevaba una reluciente pieza metálica de extraña forma, que sus flexibles dedos no dejaban de dar vueltas. Ocasionalmente la pieza se metía entre los dedos, yendo del pulgar al meñique y viceversa, como si tuviera vida propia. Bigman se sorprendió observándola, fascinado. El hombre dijo:

—Mi nombre es Harry Norrich. Soy su vecino de habitación. —Buenos días —dijo Lucky.

—Ustedes son Lucky Starr y Bigman Jones, ¿verdad? ¿Por qué no vienen un momento a mi cuarto? Podemos charlar y tomar una copa.

—Es muy amable por su parte —repuso Lucky—. Estaremos encantados de aceptar su invitación. Norrich dio media vuelta con algo de afectación y abrió la marcha por el pasillo hasta la siguiente puerta. Ocasionalmente tocaba la pared del pasillo con una mano. Lucky y Bigman le siguieron, el último llevando a la V-rana.

—¿Quieren entrar, caballeros? —Se apartó para dejarles pasar—. Hagan el favor de sentarse. Ya he oído hablar mucho de ustedes. —¿Sobre qué? —preguntó Bigman.

—Sobre la pelea de Lucky con el gran Armand y la buena puntería de Bigman con una pistola de aguja. Todo el mundo lo sabe. Dudo que mañana por la mañana haya alguien en Júpiter Nueve que no esté enterado. Ésta es una de las razones por las que les he pedido que vinieran. Quería hablar de ello con ustedes.

Sirvió cuidadosamente un licor rojizo en dos pequeñas copas y se las ofreció. Por un momento Lucky puso la mano a unos centímetros de la copa, esperó sin resultado, y acabó por cogerla de manos de Norrich. Lucky dejó la bebida a un lado.

—¿Qué es eso que hay encima de su mesa? —preguntó Bigman.

La habitación de Norrich, además de los muebles habituales, tenía algo parecido a una mesa de trabajo a lo largo de una de las paredes y un banco frente a ella. Encima de la mesa había una serie de dispositivos metálicos, y en el centro se veía una extraña estructura, de quince centímetros de altura y muy desigual en cuanto a dibujo.

—¿Esto? —La mano de Norrich se deslizó suavemente por la mesa y acabó posándose sobre la estructura—. Es un tridi. —¿Un qué?

—Un rompecabezas tridimensional. Los japoneses los conocen desde hace miles de años, pero casi nadie los ha visto aparte de ellos. Constan de un número determinado de piezas que encajan para formar una estructura. Ésta, por ejemplo, será el modelo de un generador Agrav cuando esté terminada. Yo mismo he diseñado este rompecabezas.

Alzó la pieza de metal que tenía en la mano y la metió cuidadosamente en una pequeña ranura de la estructura. La pieza se introdujo en ella con toda suavidad.

—Ahora escogemos otra pieza. —Deslizó la mano izquierda por encima de la estructura, mientras paseaba la derecha por entre las piezas sueltas, escogía una aparentemente al azar, y la metía en su lugar. Bigman, fascinado, se acercó un poco más, retrocediendo de un salto al oír el aullido de un animal debajo de la mesa.

Un perro salió con dificultad de debajo de la mesa y apoyó las patas delanteras en el banco. Era un gran perro pastor alemán que se puso a mirar dulcemente a Bigman.

Bigman dijo con voz nerviosa:

—Bueno, verá usted, lo he pisado sin darme cuenta.

—Es Mutt —dijo Norrich—. Es incapaz de hacer daño a nadie por un simple pisotón. Es mi perro. Me presta sus ojos.

—¿Sus ojos?

Lucky dijo suavemente:

—El señor Norrich es ciego, Bigman.

6 LA MUERTE ENTRA EN JUEGO

Bigman tuvo un sobresalto. —Lo siento.

—No tiene que sentirlo —dijo alegremente Norrich—. Estoy acostumbrado y me desenvuelvo bien. Soy director técnico y me encargo de construir plantillas experimentales. No necesito que nadie me ayude, igual que en los rompecabezas.

—Me imagino que las estructuras tridimensionales son un buen ejercicio para usted —comentó Lucky. Bigman dijo:

—¿Está insinuando que puede unir todas esas piezas sin verlas siquiera? ¡Arenas de Marte!

—No es tan difícil como parece. Hace muchos años que practico y las hago yo mismo, de modo que sé muy bien cómo son. Mire, Bigman, aquí hay una muy fácil. Tiene forma de huevo. ¿Quiere deshacerla?

Bigman recibió el ovoide de liviana aleación y empezó a darle vueltas en la mano, observando las piezas que encajaban suave y limpiamente.

—En realidad —prosiguió Norrich—, para lo único que necesito a Mutt es para guiarme por los corredores. — Se inclinó para rascar al perro detrás de una oreja, y el perro se dejó hacer, abriendo la boca en un soñoliento bostezo y mostrando sus afilados colmillos blancos y su lengua rosada. Lucky percibió el gran afecto de Norrich por el perro a través de la V-rana.

—No puedo utilizar los pasillos Agrav —dijo Norrich—, ya que no sabría cuándo aminorar la velocidad, así que debo ir por los corredores ordinarios y Mutt me guía. Se da un gran rodeo, pero es un buen ejercicio, y con todo lo que hemos andado Mutt y yo conocemos Júpiter Nueve mejor que nadie, ¿verdad, Mutt? ... ¿Aún no lo tiene, Bigman?

—No —dijo Bigman—. Es todo de una pieza. —Desde luego que no. A ver, démelo.

Bigman se lo entregó, y los hábiles dedos de Norrich volaron por encima de la superficie. —¿Ve esta pieza cuadrada? Se empuja y entra un poco. Se coge la parte que sale por el otro lado, se le da media vuelta en el sentido de las manecillas del reloj, y se desbarata completamente. Mire. Ahora el resto sale con facilidad. Ésta, después ésta, después ésta, y así sucesivamente. Se alinean las piezas a medida que salen; sólo hay ocho; después vuelven a montarse en orden inverso. La pieza clave se pone al final, para que mantenga todas las demás en su lugar.

Bigman observó dubitativamente las piezas sueltas y se inclinó sobre ellas. Lucky dijo:

—Creo que deseaba usted hablar del comité de recepción que encontré al llegar, señor Norrich. Ha dicho que quería charlar de mi pelea con Armand.

—Sí, consejero. Quería explicárselo para que lo entienda todo. Estoy en Júpiter Nueve desde que comenzó el proyecto Agrav y conozco a los hombres. Algunos se marchan cuando finaliza su contrato, otros se quedan, y llegan nuevos contingentes; pero en cierto sentido todos son iguales. Se sienten muy inseguros. —¿Por qué?

—Por varias razones. En primer lugar, el proyecto implica una cierta dosis de peligro. Hemos tenido docenas de accidentes y perdido a cientos de hombres. Yo perdí la vista hace cinco años y en cierto modo tuve suerte. Habría podido morir. En segundo lugar, los hombres están separados de su familia y amigos mientras se hallan aquí. Se encuentran muy aislados. Lucky dijo:

—Me imagino que a algunas personas les gusta esta soledad.

Sonrió tristemente al decirlo. No era un secreto que algunos hombres que por una u otra razón tenían problemas con la ley se las arreglaban para encontrar trabajo en uno de los mundos en vías de colonización. Siempre se necesitaba gente para trabajar bajo tierra en atmósferas artificiales con campos de seudogravedad, y aquellos que se presentaban voluntarios no tenían que contestar a demasiadas preguntas. No es que eso fuera un error. Tales voluntarios ayudaban a la Tierra y a sus habitantes bajo difíciles condiciones, y eso, en cierto modo, era un medio de pagar sus delitos. Norrich asintió al oír las palabras de Lucky.

—Veo que está usted al corriente de la situación y me alegro. Dejando aparte a los oficiales e ingenieros de profesión, me imagino que más de la mitad de los hombres que hay aquí tienen antecedentes criminales en la Tierra, y la mayor parte del resto los tendrían si la policía pudiera saberlo todo. Dudo que más de uno de cada cinco dé su verdadero nombre. Sea como fuere, ya ve hasta dónde llega la tensión cuando viene un investigador tras otro. Todos buscan espías sirianos; lo sabemos; pero cada uno de los hombres piensa que su secreto particular saldrá a la luz y será llevado a la Tierra para ingresar en prisión. Todos quieren regresar a la Tierra, pero desean hacerlo de forma anónima, no con un par de esposas en las muñecas. Ésa es la razón de que Red Summers haya podido soliviantarlos de ese modo.

—¿Acaso Summers es algo especial para convertirse en líder? ¿Tiene antecedentes particularmente graves en la Tierra?

Bigman alzó un momento la vista de su rompecabezas tridimensional para preguntar amargamente: —¿Asesinato, quizá?

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