Las nieblas de Avalón (50 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

Balan se acercó.

—Lamento que lo esté tomando así, señora —dijo, cogiéndole la mano—. Pero cuando pase la impresión os estará tan agradecido como yo. Pobre madre, ha sufrido tanto. Ahora que terminó, yo también os bendigo. —Bajó la cabeza, tratando de no sollozar—. Era… como una madre para mí también.

—Lo sé, hijo mío, lo sé —murmuró Viviana, dándole palmaditas en la cabeza como si aún fuera un niño torpe—. Es justo que llores por tu madre adoptiva, de lo contrario no tendrías corazón.

Y Balan se derrumbó en sollozos, arrodillado junto a ella y con la cara escondida en su regazo. Balin se plantó ante ellos, pálido de furia.

—Sabes que mató a nuestra madre, Balan, pero acudes a que te consuele.

Su hermano levantó la cabeza, sofocando los sollozos.

—Cumplió con la voluntad de nuestra madre. ¿Tan necio eres que no comprendes? Aun con la ayuda de Dios, madre no habría vivido dos semanas más. ¿Le reprochas que haya querido ahorrarle ese último sufrimiento?

Pero Balin se limitó a gritar, desolado:

—¡Mi madre, mi madre ha muerto!

—Calla. Me crió. También era mi madre —exclamó Balan, furioso; luego ablandó la expresión—. Ah, hermano, hermano. Yo también peno. ¿Por qué tenemos que reñir? Ven, bebe un poco de vino. Ha dejado de sufrir y está con Dios. En vez de discutir, recemos por ella. Ven, hermano; come y descansa, que tú también estás fatigado.

—¡No! ¡No descansaré bajo el mismo techo que esta bruja asesina!

Gawan se acercó, pálido y furioso, para darle una bofetada en la boca.

—¡Paz! —ordenó—. La Dama de Avalón es nuestra amiga y nuestra invitada. ¡No mancilles la hospitalidad de esta casa con palabras tan blasfemas! Siéntate a comer, hijo, o pronunciarás palabras que todos hemos de lamentar.

Pero Balin miraba alrededor como una bestia salvaje.

—No comeré ni descansaré bajo el techo que alberga a… a esa mujer.

Su hermano inquirió:

—¿Te atreves a ofender a mi madre?

—¡Conque todos estáis contra mí! Bien, ¡me voy de esta casa!

Y se volvió para salir apresuradamente. Viviana se dejó caer en una silla, mientras su hijo le ofrecía el brazo y Gawan le escanciaba una taza de vino.

—Bebed, señora, y aceptad mis disculpas en nombre de mi hijo Está fuera de sí; pronto recobrará la cordura.

—¿Queréis que vaya tras él para evitar que se haga daño, padre?

Gawan negó con la cabeza.

—No, hijo, no; quédate con tu madre. Las palabras no le servirán de nada.

Viviana sorbió su vino, temblando. También estaba abrumada por la pena, recordando el tiempo en que Priscila y ella eran jóvenes y cada una tenía a su recién nacido en los brazos. Había sido tan alegre y hermosa… Ahora yacía muerta y su mano le había acercado la taza mortal. Tenía la sensación de que hasta los huesos se le sacudían con un dolor glacial. Se acercó al fuego, pero no dejaba de temblar y no podía entrar en calor. Se arrebujó en su chal. Balan la condujo al mejor asiento, le puso un almohadón tras la espalda y una taza de vino caliente en la mano.

—Ah, vos también la amabais —dijo—. No os aflijáis por Balin, señora. Ya recobrará el buen tino, y entonces comprenderá que fuisteis misericordiosa con nuestra madre… —Se interrumpió. Los carrillos se le iban enrojeciendo—. ¿Os ofende, señora, que aún vea en ella a mi madre?

—Es razonable —repuso Viviana acariciando la mano encallecida de su hijo, que en otros tiempos había sido como un capullo de rosa; ahora su mano se perdía dentro de ella—. Fue más madre para ti que yo.

—Sí, sabía que comprenderíais. Eso me dijo Morgana la última vez que nos vimos, en la corte de Arturo.

—¿Morgana? ¿Estaba en la corte de Arturo cuando vinisteis?

Balan sacudió tristemente la cabeza.

—No. Hace años que no la veo, señora. Dejadme pensar… Se marchó antes de que Arturo recibiera aquella herida. Caray, hará tres años cuando empiece el verano. La suponía en Avalón, con vos.

Viviana se apoyó contra el apoyabrazos del sillón. Luego Preguntó:

—Y tu hermano Lanzarote, ¿está en la corte o ha vuelto a la Baja Britania?

—No creo que lo haga mientras Arturo viva, aunque ya no frecuenta tanto la corte.

Y Viviana, con un fragmento de videncia, oyó las palabras que Balan callaba por no repetir rumores escandalosos: «Cuando está en la corte la gente nota que no aparta los ojos de la reina Ginebra; por dos veces Arturo le ha propuesto casarlo y él se ha negado.» Su hijo se apresuró a continuar:

—Se ha propuesto poner orden en el reino de Arturo y estar siempre recorriendo el territorio. Dicen que él solo es como toda una legión, señora. —Miró a la anciana con melancolía— Vuestro hijo menor es un gran caballero, como el legendario Alejandro. Yo no os he aportado tanta gloria, señora.

—Cada uno hace lo que los dioses le asignan, hijo mío —repuso Viviana con suavidad—. Pero me alegra que no le guardes rencor por ser mejor caballero.

Balan negó con la cabeza.

—Sería como guardar rencor a Arturo por no ser yo el rey, madre. Y Lanzarote es modesto y piadoso.

—¿Dices que se ha negado a casarse dos veces? ¿Qué espera? ¿Una dote mayor de la que ninguna doncella podría aportarle?

Una vez más, Viviana creyó oír los pensamientos de su hijo: «Desea a la que no puede tener, pues está casada con su rey.» Pero Balan sólo dijo:

—Dice que no se le antoja casarse con nadie y que prefiere a su caballo. A veces dice en broma que se casará con una guerrera sajona. Nadie lo iguala con las armas. En los juegos que Arturo organiza en Caerleon suele participar en desventaja: sin escudo o con un caballo ajeno. Cierta vez Balin le ganó una carrera, pero rehusó el premio al descubrir que a Lanzarote se le habían roto las correas de la silla.

—Conque Balin también es un caballero cortés.

—Oh, sí, madre; no juzguéis a mi hermano por lo de esta noche —aseveró Balan.

La conversación pasó a otros temas.

Cuando la instaron a ocupar la mejor cama para huéspedes, se acostó y por fin pudo dormir. Pero todo lo que había hablado con Balan parecía pasearse por sus sueños. Durante un momento, creyó ver a Morgana corriendo por un neblinoso bosque de árboles extraños, coronada con flores que no crecían en Avalón. Al despertar se dijo: «No tengo que demorarme. Tengo que buscarla con la videncia o con lo que me quede de ella.»

A la mañana siguiente, después del entierro, se acercó a Balin para decirle delicadamente:

—Quieres que intercambiemos un abrazo y un mutuo perdón, hijo? Créeme: comparto tu pena. La señora Priscila y yo éramos amigas de toda la vida. ¿Cómo, si no, le habría dado mi hijo a criar? Y, además, soy la madre de tu hermano adoptivo. Le alargó los brazos, pero Balin, duro y frío, le volvió la espalda y se alejó.

Aunque Gawan la instaba a quedarse a descansar unos días, pidió su asno, diciendo que tenía que regresar a Avalón.

—¿Permitiréis que os acompañe a Avalón, señora? —preguntó Balan—. En el camino suele haber asaltantes y malas gentes.

—No —contestó Viviana ofreciéndole la mano con una sonrisa—. No llevo oro y me acompañan hombres de las Tribus. Quédate, hijo mío; llora a tu madre y haz las paces con tu hermano de leche. No tienes que reñir con él por mí.

De pronto se estremeció, pues a la mente le llegaba una imagen: entrechocar de espadas y su hijo sangrando por una gran herida…

—¿Qué pasa, señora? —preguntó Balan en voz baja.

—Nada, hijo mío; pero prométeme que no te enemistarás con tu hermano Balin. Que Dios te bendiga, y también a tu hermano.

Mientras cabalgaba hacia Avalón se dijo que aquella visión debía de ser consecuencia del cansancio y del miedo. En todo caso, Balan era uno de los caballeros de Arturo y en la guerra contra los sajones no se podía pretender que se librara de recibir alguna herida. Pero en su mente persistió la idea de que los dos hermanos de leche reñirían por ella, hasta que borró la cara de Balan con un gesto severo.

También estaba preocupada por Lanzarote, que había dejado muy atrás la edad de casarse. Claro que algunos hombres sólo buscaban la compañía de sus camaradas de armas. Tal vez sólo profesaba esa gran devoción por la reina para que sus compañeros no se burlaran de él.

Pero apartó a sus hijos de la mente. Ninguno estaba tan cerca de su corazón como Morgana… ¿Y dónde estaba Morgana? Tras oír las noticias de Balan, temía por su vida. Decidió enviar mensajeros a Tintagel y a la corte de Lot, por si Morgana hubiera vuelto para estar junto a su hijo. Había visto una o dos veces al pequeño Gwydion en su espejo, pero mientras creciera saludable no le prestaría mucha atención. Morgause trataba bien a los niños. Ya habría tiempo para ocuparse de Gwydion, cuando estuviera en edad de educarse en Avalón.

Con su disciplina de hierro, logró borrar también a Morgana y llegó a Avalón con el estado de ánimo de quien acaba de ser la Parca para su mejor amiga: seria, por supuesto, pero sin mucho pesar, pues la muerte es sólo el principio de una vida nueva.

En verdad había llegado el momento de entregar el mando de Avalón a una mujer más joven, limitarse a ser una de las sabias, sin cargar ya con aquel temible poder. La videncia la estaba abandonando, pero no quería renunciar a su poder sino para depositarlo en las manos de la que había preparado. Creía poder esperar a que Morgana, superado el rencor, volviera a Avalón.

«Pero si algo le ha sucedido… Y aunque no sea así, ¿tengo derecho a continuar como Dama del Lago, si me ha abandonado la videncia?»

Al llegar al lago tuvo tanto frío que, por un momento, no pudo recordar el hechizo para bajar las brumas. Luego las palabras le volvieron a la mente, pero pasó gran parte de la noche desvelada por el temor.

Por la mañana estudió el cielo. La luna estaba menguando, de nada serviría consultar el espejo en aquel momento. Con disciplina de hierro, se obligó a no decir nada a las sacerdotisas que la atendían, pero más tarde, ya entre las otras mujeres sabias, les preguntó:

—¿Hay en la Casa de las doncellas alguien que aún sea virgen?

—La hija de Taliesin —dijo una de ellas.

Por un momento Viviana quedó confundida: tanto Igraine como Morgause eran ya mayores y se habían casado. Luego reconoció:

—Ignoraba que tuviera una hija en la Casa de las doncellas. —En otros tiempos no había allí nadie a quien no hubiera probado personalmente, pero en los últimos años había relegado esa tarea—. Decidme, ¿qué edad tiene? ¿Cómo se llama? ¿Cuándo vino a nosotras?

—Se llama Niniana —respondió la anciana sacerdotisa—. Es hija de Branwen, engendrada por Taliesin en los fuegos de Beltane. Debe de tener once o doce años, tal vez más. Se educo en el norte, pero vino hace cinco o seis estaciones. Es buena y obediente. ¡Ya no recibimos tantas doncellas como para permitirnos el lujo de escoger, Dama! No hay ninguna como Cuervo o vuestra Morgana. Y Morgana, ¿dónde está? Tendría que volver a nosotras.

—Tendría que volver, por cierto —confirmó Viviana.

Le avergonzó responder que no sabía siquiera si estaba viva o muerta Pero si la tal Niniana era hija de Taliesin y una sacerdotisa de Avalón, sin duda tendría el don de la videncia. Y si todavía era virgen, Viviana podría obligarla a ver.

—Enviadme a Niniana dentro de tres días, antes del amanecer.

Y aunque vio diez preguntas en los ojos de la anciana, pudo comprobar con cierta satisfacción que aún era, incuestionablemente la Dama de Avalón, pues la mujer no dijo nada.

Niniana se presentó una hora antes del amanecer, al terminar la luna nueva. Viviana había pasado gran parte de la noche sin dormir, haciéndose interminables preguntas. Se resistía a delegar su autoridad, como no fuera en las manos de Morgana. Hizo girar entre las manos la pequeña hoz que aquélla había abandonado al huir; luego la dejó a un lado para observar a la hija de Taliesin.

«La anciana sacerdotisa pierde la noción del tiempo, igual que yo; esta niña tiene más de doce años.» La vio temblar, sobrecogida, y recordó que así había temblado también Morgana al verla, por primera vez, como Dama de Avalón.

—¿Eres Niniana? —preguntó delicadamente—. ¿Quiénes son tus padres?

—Soy hija de Branwen, Dama, pero ignoro el nombre de mi padre. Mi madre sólo dijo que me concibió en Beltane.

—¿Qué edad tienes?

—Este año habré completado los catorce inviernos.

—¿Y has estado en los fuegos, hija?

La niña negó con la cabeza.

—Hasta ahora no se me ha convocado.

—¿Tienes el don de la videncia?

—Creo que sólo un poco, señora.

Viviana suspiró.

—Bueno, ya veremos. Ven conmigo, hija.

La condujo por el camino escondido hasta el pozo sagrado. La niña era más alta que ella, esbelta y rubia, de ojos violáceos; se Parecía un poco a Igraine a su edad. De pronto creyó ver a Niniana con la corona y la capa de la Dama, pero negó con la cabeza con impaciencia. Sin duda era sólo una fantasía.

Se detuvo un momento junto al estanque para observar el cielo. Luego entregó a Niniana la hoz de Morgana y le dijo en voz baja:

—Mira dentro del espejo, hija mía, y dime dónde mora la que sostuvo esto.

La niña la miró, vacilante.

—Como os dije, señora, sólo tengo un poco de videncia.

Súbitamente la anciana comprendió: la joven tenía miedo de fracasar.

—No importa. Verás con la videncia que antes fue mía No temas, hija. Mira por mí dentro del espejo.

Se hizo el silencio mientras contemplaba la cabeza inclinada de la niña. La superficie del estanque pareció erizarse por el viento, como siempre. Luego Niniana dijo, con voz extraña:

—Ah, ved… duerme en brazos del rey gris…

Y calló.

«¿Qué significa eso?», se preguntó Viviana. Habría querido gritarle, obligarla a la videncia, pero se obligó a callar, sabiendo que hasta sus pensamientos inquietos podían emborronar la imagen.

—Dime, Niniana —susurró—, ¿ves el día en que Morgana ha de volver a Avalón?

Otra vez el silencio. Una leve brisa, el viento del amanecer, cruzó nuevamente la superficie de vidrio. Por fin la doncella respondió con suavidad:

—Está en la barca…, ahora tiene el pelo gris… —y una vez más calló, suspirando como si le doliera algo.

—¿Ves algo más, Niniana? Habla, dime.

Por la cara de la niña cruzaron el sufrimiento y el miedo.

—Ah, la cruz… La luz me quema… El caldero entre sus manos… ¡Cuervo! Cuervo, ¿nos dejas ya?

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