Las nieblas de Avalón (89 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

—;No serías capaz! —Su amiga estaba pálida de horror.

—Ponme a prueba. No sé qué valor dan los cristianos a un juramento, pero te aseguro que los adoradores de la Diosa lo tomamos con toda seriedad. He esperado a que tuvieras otra hija, pero Nimue es mía en virtud de tu promesa.

—Pero ¿Qué será de ella? Es cristiana. ¿Cómo puedo enviarla lejos de su madre, a un mundo de hechicerías paganas?

—Después de todo, soy su tía —señaló Morgana delicadamente—. ¿Cuánto hace que me conoces, Elaine? ¿Me has visto hacer algo tan deshonroso o perverso para dudar en confiarme una niña? Al fin y al cabo, no la quiero para alimento de un dragón y para quemarla en el altar del sacrificio.

—¿Qué será de ella en Avalón? —pregunto Elaine—, tan asustada que Morgana se preguntó si acaso albergaba ese tipo de ideas.

—Será sacerdotisa y aprenderá toda la sabiduría de Avalón. Algún día sabrá leer las estrellas y conocerá el mundo y los cielos. —Se descubrió sonriendo—. Galahad me dijo que deseaba aprender a leer y a escribir y a tocar la lira. Allí nadie se lo prohibirá. Su vida será menos ardua que si la hicieras educar en un convento. No tendrá que hacer tanto ayuno y penitencia antes de llegar a adulta.

—Pero… ¿qué le diré a Lanzarote? —vaciló Elaine.

—Lo que quieras. Sería mejor decirle la verdad: que la enviaste bajo tutela a Avalón, para que llene allí el espacio que ha quedado vacío. Pero no me interesa si le mientes. Por lo que a mí respecta, puedes decirle que se ahogó en el lago o que se la llevó el fantasma del dragón.

—¿Y el cura? Cuando el padre Griffin sepa que la he destinado a convertirse en hechicera pagana…

—Lo que le digas a él me interesa aún menos. Si quieres decirle que diste en prenda a tu primera hija a cambio de un sortilegio para conquistar a tu esposo… Ya me parecía.

—Eres dura, Morgana —musitó lagrimeando—. ¿No me concedes unos días para prepararla y reunir todo lo que pueda necesitar?

—No necesita mucho. Una muda de ropa, si quieres; prendas de abrigo para el viaje, una capa gruesa y zapatos resistentes. Nada más. En Avalón le darán el vestido de las novicias. Créeme —añadió Morgana amablemente—: Se la tratará con amor y reverencia, por ser la nieta de la más grande de las sacerdotisas. Sólo se le impondrán austeridades cuando esté en edad de soportarlas. Creo que allí será feliz.

—¿Feliz, en ese lugar de pecado y hechicería?

Morgana dijo, con una absoluta convicción que llegó al corazón de Elaine:

—Te juro que en Avalón fui feliz. Desde que partí, todos los días he deseado regresar. ¿Alguna vez me oíste mentir? Anda, déjame ver a la niña.

—Le ordené que hilara a solas en su cuarto hasta el oscurecer. Fue descortés con el cura y ése es su castigo.

—Pero yo levanto el castigo. Ahora soy su madre tutelar y ya no hay motivos para que sea cortés con ese cura. Llévame con ella.

Partieron al amanecer del día siguiente. Nimue lloró al separarse de su madre, pero antes de una hora estaba observando con curiosidad a Morgana por debajo de su capucha. Era alta Para su edad, menos parecida a Viviana que a Morgause o Igraine; entre su cabellera dorada había suficiente cobre para suponer que más adelante sería pelirroja. Y sus ojos tenían el Color de las pequeñas violetas que crecen junto a los arroyos.

Como sólo habían tomado un poco de vino aguado antes de partir, Morgana preguntó:

—¿Tienes hambre, Nimue? Podemos detenernos a desayunar en cuanto lleguemos a un claro.

—Sí, tía.

—Muy bien. —Pronto desmontó y bajo a la pequeña de su poni.

—Tengo que… —la niña se removió, bajando los ojos.

—Si tienes que orinar, ve detrás de ese árbol con la criada. Y nunca te avergüences de mencionar lo que ha sido creado por Dios.

—El padre Griffín dice que no es pudoroso…

—Y nunca vuelvas a mencionar las cosas que el padre Griffín te ha dicho —añadió Morgana delicadamente, aunque con firmeza—. Eso ha quedado atrás, Nimue.

La niña volvió diciendo, con los ojos dilatados por la extrañeza:

—Había alguien muy pequeño espiándome detrás de un árbol. Galahad dice que os llaman Morgana de las Hadas. ¿Era un hada, tía?

—No era alguien del pueblo antiguo de las colinas; son tan reales como tú y yo. Es mejor no hablar de ellos ni prestarles atención, Nimue. Son muy tímidos y temen a la gente que vive en aldeas y granjas.

—¿Y dónde viven?

—En las colmas y los bosques. No soportan que los arados profanen a su madre la tierra ni que la obliguen a producir; por eso no viven en las aldeas.

—Y si no aran ni cosechan, tía, ¿qué comen?

—Sólo lo que la tierra les da voluntariamente: raíces, bayas y hierbas, frutas y semillas; en cuanto a la carne, la prueban solo en las grandes festividades. Como te dije, es mejor no hablar de ellos, pero puedes dejarles un poco de pan al borde del claro, tenemos de sobra.

Morgana partió una hogaza de pan para que Nimue la llevará al borde del bosque. En realidad, Elaine les había dado alimentos suficientes para diez días de viaje, aunque el trayecto a Avalón era corto.

Comió poco, pero dejó que la niña lo hiciera a voluntad y le untó el pan con miel; ya habría tiempo para adiestrarla, además estaba en la etapa de crecimiento rápido.

—No comes carne, tía —observo Nimue—. ¿Es día de ayuno?

Morgana recordó súbitamente que ella también había interrogado a Viviana.

—No, rara vez la pruebo.

—¿No te gusta? A mí sí.

—Bueno, come, si quieres. Las sacerdotisas no consumen carne con mucha frecuencia, pero no está prohibida, y mucho menos a una criatura de tu edad.

—¿Sois como las monjas, que están siempre ayunando? El padre Griffin dice…

Se interrumpió, recordando que se le había ordenado no repetir lo dicho por el cura. Morgana quedó complacida: la niña aprendía con celeridad.

—Quise decir que no tienes que tomar lo que te enseño como guía de conducta. Pero puedes repetirme lo que te dijo; Aprenderás a separar por ti misma lo razonable de lo que es una tontería o algo peor.

—Dice que hombres y mujeres tienen que ayunar por sus pecados. ¿Es por eso?

Morgana negó con la cabeza.

—En Avalón ayunamos, a veces, para enseñar al cuerpo a obedecer sin realizar exigencias que no conviene satisfacer. En algunas ocasiones es necesario prescindir de la comida, el agua o el sueño; entonces el cuerpo tiene que servir a la mente en vez de mandar sobre ella. La mente no puede concentrarse en cosas sagradas o en meditaciones si el cuerpo está gritando: «¡Dame de comer!» o «¡Tengo sed!». Por este motivo aprendemos a acallar sus reclamaciones. ¿Lo comprendes ahora?

—No…, no del todo —reconoció la niña, dudosa.

—Cuando seas mayor comprenderás. Por ahora come tu pan y prepárate para continuar viaje.

Nimue acabó de comer y se limpió las manos en una mata de hierba.

—Tampoco entendía al padre Griffin, pero entonces el se enfadaba. Le pregunté por qué teníamos que ayunar por nuestros pecados, si Cristo ya los había perdonado, y dijo que me habían enseñado el paganismo e hizo que madre me encerrara en mi cuarto. ¿Qué es el paganismo, tía?

—Es todo lo que a los sacerdotes no les agrada —respondió Morgana—. El padre Griffin es un necio. ¿Por qué perturbar a los pequeños habiéndoles de pecado, si no pueden pecar? Ya habrá tiempo para discutirlo, Nimue, cuando puedas escoger entre el bien y el mal.

La niña montó en su poni, obediente, pero al cabo de un rato dijo:

—Es que no soy muy buena, tía Morgana. Siempre has cosas malas. No me sorprende que mi madre me enviara lejos Por eso me manda a un lugar malo: porque yo soy mala.

Morgana sintió que se le anudaba la garganta con algo parecido a la angustia y corrió a estrechar a la niña en un gran abrazo. Entre beso y beso le dijo, sofocada:

—No vuelvas a decir eso, Nimue. ¡Jamás! No es verdad, te lo juro. Tu madre no quería enviarte lejos. Y si pensara que Avalón es un lugar malo no habría permitido que vinieras, pese a todas mis amenazas.

Nimue preguntó con voz débil:

—¿Y por qué me aleja, entonces?

—Porque fuiste prometida a Avalón antes de tu nacimiento, hija mía. Porque tu abuela era sacerdotisa. Y porque yo no tengo hijas para la Diosa. Vas a Avalón para aprender a ser sabia y servir a la Diosa. —Sus lágrimas caían sin restricción sobre la cabellera rubia de la niña—. ¿Quién te hizo creer que era un castigo?

—Una de las mujeres, mientras preparaba mi ropa. —Nimue vaciló—. La oí decir que madre no debería enviarme a ese lugar malo. Y como el padre Griffin dice siempre que soy una niña mala…

Morgana se dejó caer al suelo con ella en el regazo, meciéndola.

—No, no querida. Eres una niña buena. Si haces travesuras, si desobedeces o eres perezosa, eso no es pecado, es porque no tienes edad suficiente para actuar mejor. Lo harás cuando hayas aprendido a hacer lo correcto. —Luego, pensando que esa conversación había ido demasiado lejos para una criatura tan pequeña, señaló—: ¡Mira esa mariposa! Nunca había visto ninguna de ese color. Ven, Nimue, que voy a montarte en el poni.

Y escuchó con atención lo que la niña le contaba sobre las mariposas.

Si hubiera estado sola habría podido llegar a Avalón en un solo día, pero el pequeño poni de Nimue no podía cubrir tanta distancia, de modo que pasaron la noche en un claro. Era la primera vez que la niña dormía a la intemperie, y cuando apagaron la fogata, la oscuridad la asustó; Morgana le permitió cobijarse en sus brazos y le fue señalando las estrellas hasta que se durmió.

Ella permaneció despierta, con el peso de su cabeza en el brazo, ganada por el miedo. Llevaba mucho tiempo lejos de Avalón. Paso a paso, lentamente, había retrasado toda su preparación o lo que de ella podría recordar. ¿Habría olvidado algo vital?

Por fin se quedó dormida, pero antes del amanecer creyó oír una pisada en el claro. Cuervo se irguió ante ella, con su vestido oscuro y su túnica de ciervo, diciendo: «¡Morgana! ¡Morgana, queridísima!» Su voz, que había oído una sola vez en todos los años pasados en Avalón, estaba llena de sorpresa y júbilo. Despertó súbitamente, recorriendo el claro con la vista; casi esperaba ver a Cuervo allí, en carne y hueso. Pero el claro estaba desierto; sólo había un rastro de neblina que borraba las estrellas. Morgana volvió a acostarse, preguntándose si había soñado o si Cuervo, gracias a la videncia, sabía que estaba cerca. Su corazón estaba desbocado; su palpitar era casi doloroso.

«Hice mal estando fuera tanto tiempo. Tendría que haberme atrevido a volver a la muerte de Viviana, aun a riesgo de morir en el intento. ¿Me aceptarán así, vieja y gastada, ahora que voy perdiendo lentamente la videncia, sin nada que ofrecerles?»

La niña, a su lado, cambió de posición. Morgana la rodeó con un brazo, pensando: «Les traigo a la nieta de Viviana. Pero si sólo por ella me permiten volver, será más amargo que la muerte.»

Por fin volvió a dormirse y no despertó hasta plena luz del día, cuando empezaba a caer una ligera llovizna. Fue un mal comienzo para una mala jornada: hacia el mediodía el poni de Nimue perdió una herradura y tuvieron que desviarse hacia una aldea, en busca de un herrero. Habría preferido que no se rumoreara en la zona que la hermana del rey se dirigía a Avalón, pero ya no había remedio. Allí las novedades eran tan pocas que cualquier acontecimiento parecía tener alas.

La lluvia continuó durante todo el día; aunque era verano, Morgana temblaba y la niña estaba nerviosa e inquieta; por fin empezó a llorar por lo bajo, preguntando por su madre. Eso tampoco tenía remedio; una de las primeras lecciones para las novicias era soportar la soledad. Tendría que llorar hasta hallar consuelo por sí misma o aprender a vivir sin él, como todas las doncellas de la Casa.

La tarde estaba avanzada, pero el cielo seguía tan encapotado que no había rastros del sol. Aun así, en esa época del año había claridad hasta tarde y Morgana no quería pasar otra noche al raso. Resolvió continuar mientras pudieran ver el camino, y la alentó notar que, en cuanto reiniciaron la marcha, Nimue dejó de gimotear y empezó a interesarse por lo que veía.

Ya estaban muy cerca de Avalón. La niña estaba tan son lienta que se tambaleaba en la silla; por fin Morgana la desmontó del poni para sentarla con ella. Pero la pequeña despertó e cuanto llegaron a las orillas del Lago.

—¿Hemos llegado, tía? —preguntó.

—No, pero falta poco —respondió Morgana, dejándola de pie en el suelo—. Si todo marcha bien, dentro de media hora podrás cenar y acostarte. —«¿Y si no marcha bien?» Se negaba a pensar en eso. La duda era fatal para el poder y la videncia.

—No veo nada. ¿Es aquí? ¡Pero si aquí no hay nada, tía! —Y Nimue miraba temerosa la triste costa, los juncales solitarios que murmuraban bajo la lluvia.

—Nos enviarán una barca.

—Pero ¿cómo sabrán que estamos aquí? ¿Cómo harán para vernos con esta lluvia?

—Yo la llamaré —dijo Morgana—. Calla, niña.

En su interior se repetía la exclamación inquieta de la niña, pero allí, en la orilla de su patria, sentía henchirse en ella la antigua sabiduría, colmándola como a una copa desbordante. Inclinó la cabeza en la plegaria más fervorosa de su vida; luego aspiró hondo y alzó los brazos para la invocación.

Por un momento, angustiada por el fracaso, no sintió nada. Luego llegó, como un rayo de luz descendiendo lentamente por ella. A su lado, la niña ahogó una súbita exclamación de maravilla. Su cuerpo era como un puente resplandeciente entre el cielo y la tierra. No pronunció conscientemente la palabra de poder, pero la sintió palpitar en todo su cuerpo, como un trueno. Silencio. Nimue, pálida y muda a su lado. Y entonces las aguas tenebrosas del Lago se agitaron ligeramente, como un bullir de la niebla. Apareció una sombra larga, oscura, y la barca de Avalón, reluciente, salió de la bruma. Morgana dejó escapar el aire en un largo suspiro, que era casi un sollozo.

La embarcación se deslizó sin ruido hasta la costa, como una sombra, pero el ruido de la quilla al raspar contra la tierra fue muy real y sólido. Varios hombrecillos morenos desembarcaron para hacerse cargo de las monturas e hicieron una profunda reverencia a Morgana. Uno dijo:

—Os llevaré por el otro sendero, señora. —Y desapareció en la lluvia.

Otro se apartó para que Morgana pudiera abordar la barca, le entregó a la niña y ofreció una mano a los asustados criados. Siempre en silencio, la barca se adentró en el Lago.

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