Las nieblas de Avalón (84 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

—Sí, ella se ayudaba con la videncia. Y cuando ésta le falló, con las doncellas que la tenían. ¿No tenéis el don, Niniana?

—Sí… un poco —respondió ella, vacilando—. Pero me falla de vez en cuando. —Por un momento guardó silencio, con la vista clavada en las piedras del suelo. Por fin dijo—: Creo que Avalón… se está alejando cada vez más de las tierras de los hombres, señor Merlín. ¿Qué estación es en el mundo exterior?

—Han pasado diez días desde el equinoccio, señora.

Niniana lanzó un largo suspiro.

—Y yo celebré esa fiesta hace apenas siete días. Es corno yo pensaba: las tierras se alejan más y más. Por ahora, sólo unos días cada luna, pero temo que pronto sea como en el reino de las hadas. Cada vez resulta más difícil convocar las brumas y salir de aquí.

—Lo sé —dijo Kevin—. ¿Por qué creéis que vine con la marea baja? —Esbozó su sonrisa torcida—. Tendríais que regocijaros: no envejeceréis como las mujeres del mundo exterior, Dama. Os mantendréis más joven.

—Eso no me consuela —repuso Niniana, estremeciéndose—. Pero no hay en el mundo exterior nadie cuyo destino me interese, salvo…

—Gwydion —completó Kevin—. Pero hay otra persona cuyo destino tendría que preocuparos.

—¿Arturo? Ha renunciado a nosotros. Avalón ya no le presta ayuda.

—No me refería a Arturo. Tampoco él pide ayuda a Avalón, por ahora. Pero… —vaciló—. El pueblo de las colinas dice que en Gales vuelve a haber rey…, y una reina.

—¿Uriens? —Niniana soltó una risa desdeñosa—. ¡Es más viejo que esas colinas, Kevin! ¿Qué puede hacer por esas gentes?

—Tampoco me refería a él. ¿Habéis olvidado que Morgana está allí? El pueblo antiguo la ha aceptado como reina. Los protegerá mientras viva, aun contra Uriens. ¿No recordáis que el segundo de sus hijos se educó aquí y tiene las serpientes en las muñecas?

La sacerdotisa guardó un momento de silencio. Por fin dijo:

—Lo había olvidado. Como no es el primogénito, supuse que jamás reinaría.

—El primogénito es un necio, aunque los curas lo consideran buen sucesor para su padre, porque es devoto y simple y no perjudicará a su Iglesia. En cambio no confían en Accolon. Porque luce las serpientes. Desde que Morgana está allí, la sirve corno a su reina. Y lo mismo sucede con el pueblo de las colinas. Para ellos, rey es el que muere anualmente entre los ciervos, pero la reina es eterna. Y tal vez, a fin de cuentas, Morgana haga lo que Viviana dejó inconcluso.

Niniana percibió, con objetiva sorpresa, la amargura de su voz.

—Ni un solo día desde que Viviana murió y me instalaron aquí, se me ha permitido olvidar que, comparada con ella, no soy nada. Hasta Cuervo me sigue con grandes ojos silenciosos que dicen siempre: «No eres Viviana, no puedes hacer aquello a lo que dedicó la vida.» Lo sé bien. Sólo fui elegida porque soy la última descendiente de Taliesin y porque no había otra, pero no pertenezco a la estirpe real de Avalón. No soy Viviana, no, ni tampoco Morgana, pero he servido fielmente en este puesto que nunca pedí.

Kevin dijo delicadamente:

—Viviana, señora, fue una de esas sacerdotisas que sólo vienen al mundo una vez cada varios siglos, aun en Avalón. Y su reinado fue largo: treinta y nueve años. Cualquier sacerdotisa que siguiera sus pasos había de sentirse inferior. Pero no tenéis nada que reprocharos. Habéis sido leal a vuestros votos.

—Como no lo fue Morgana —señaló Niniana.

—Cierto. Pero lleva la sangre real de Avalón y dio un heredero al Macho rey. No nos corresponde juzgarla.

—La defendéis porque fuisteis su amante —le espetó ella.

Kevin alzó la cabeza; en la cara oscura y contraída, sus ojos eran azules como el centro mismo de la llama. En voz baja, dijo:

—¿Buscáis discutir conmigo, Dama? Eso terminó hace años. La última vez que la vi me acusó de traidor y de cosas peores, expulsándome de su presencia con palabras que nadie podría perdonar. Pero no me corresponde juzgarla, ni tampoco a vos. Sois la Dama del Lago. Morgana es mi reina y la reina de Avalón. Cumple su misión en el mundo, como vos cumplís la vuestra aquí… y yo, donde los dioses me llevan. Y esta primavera me llevaron al país de los pantanos, donde vi a Gwydion, en la corte de un sajón que se dice rey obediente a Arturo.

A Niniana se le había enseñado a mantener la cara impasible, pero comprendió que los ojos penetrantes de Kevin podían leer en su interior. Aunque deseaba pedirle noticias del joven, se limitó a decir:

—Morgause me contó que entiende algo de estrategia y que no es cobarde en el combate. Sé que fue al sur porque uno de los reyes sajones quería para su corte un druida que supiera leer, escribir y algo de cifras y mapas. ¿Cómo se encuentra entre esos bárbaros?

—Le llaman Mordret, que en su lengua significa «consejero de la maldad», pero es un cumplido; significa que es malvado con quienes querrían hacerles daño. Dan un apodo a todos los huéspedes.

—Entre los sajones cualquier druida, por joven que sea, ha de parecer muy sabio. ¡Y Gwydion es sagaz! De niño ya tenía respuesta para todo.

—Es sagaz, sí —confirmó Kevin, lentamente—. Y sabe hacerse amar, según he visto. Me recibió como si fuera su tío favorito.

—Sin duda se sentía solo y fuisteis como un aliento del hogar —comentó Niniana.

Pero Kevin, ceñudo, bebió un poco de vino. Luego inquirió:

—¿Hasta dónde llegó Gwydion en el aprendizaje de la magia?

—Lleva las serpientes —respondió Niniana.

—Eso puede significar mucho o poco. Tendríais que saberlo.

Aunque las palabras parecían inocentes, la Dama sintió el aguijonazo: una sacerdotisa con la media luna en la frente podía ser como Viviana…, o sólo como ella.

—En el solsticio de verano —aclaró—, tiene que regresar para ser consagrado rey de Avalón, el cargo que Arturo traicionó. Y ahora que se ha hecho hombre…

—No está preparado para ser rey —advirtió Kevin.

—¿Dudáis de su valor? ¿O de su lealtad?

—Oh, el valor… —el Merlín hizo un gesto despectivo—. Es valiente y astuto, pero no confío en su corazón. Y no es como Arturo.

—Mejor para Avalón, que no lo sea —estalló Niniana—. No queremos más apóstatas. Los curas pueden poner en el trono a un hipócrita devoto, dispuesto a servir al Dios que más convenga en cada momento…

Kevin levantó la mano contrahecha en un gesto tan autoritario que ella guardó silencio.

—¡Avalón no es el mundo! No tenemos ni ejércitos ni armas. Y Arturo es muy amado en estas islas a las que ha traído la paz. Por ahora, cualquier voz que se alce contra él será acallada en pocos meses, sino en días. Y aunque así no fuera, lo que hagamos en Avalón tiene poco peso en el mundo exterior. Como Cabéis dicho, nos estamos alejando entre las brumas.

—Razón de más para actuar deprisa para derribar a Arturo y poner en el trono a un rey que nos devuelva al mundo.

—A veces me pregunto si eso es posible —musitó Kevin—, si no nos habremos pasado la vida dentro de un sueño carente de realidad.

—¿Eso decís vos, Merlín de Britania?

—He vivido en la corte de Arturo, no protegido en una isla que cada vez se aleja más. Aquí tengo mi hogar, pero mi gran matrimonio fue con Britania, Niniana, no sólo con Avalón.

—Si Avalón muere, Britania se quedará sin corazón y morirá también, pues la Diosa retirará su alma de la tierra.

—¿Eso creéis, Niniana? —Kevin volvió a suspirar—. He recorrido este país en todas las estaciones del año: Merlín de Britania, halcón de la videncia, mensajero del Gran Cuervo… Y ahora veo otro corazón en la tierra, que refulge en Camelot.

Calló. Después de mucho rato ella dijo:

—¿Fue por decir palabras como éstas que Morgana os tildó de traidor?

—No; fue por otra cosa. Quizá no conozcamos tanto como creemos la voluntad de los dioses. Os aseguro que, si actuamos ahora contra Arturo, el país caerá en un caos peor que el de la muerte de Ambrosio. ¿Creéis que Gwydion puede combatir? Los caballeros de Arturo se unirían contra quien se alzara contra su héroe; para ellos es un Dios que no puede equivocarse.

—Nunca planeamos que Gwydion pelee con su padre por la corona —dijo Niniana—. Sólo que un día Arturo, al verse sin herederos, se vuelque hacia el hijo que deba lealtad a Avalón. Dicen que ha nombrado heredero al hijo de Lanzarote, pero es apenas un niño, mientras que Gwydion ya es hombre, guerrero y druida. ¿No creéis que, si algo le sucediera a Arturo, lo preferirían a una criatura?

—Los caballeros de Arturo no seguirían a un desconocido. Antes bien, nombrarían regente a Gawaine hasta que el hijo de Lanzarote tuviera edad de gobernar. Además, son cristianos y rechazarían a Gwydion por su nacimiento; entre ellos el incesto es un grave pecado.

—No saben nada de cosas sagradas.

—Cierto. Necesitan tiempo para habituarse a la idea. Pero si aún no ha llegado el momento, se tendría que informar de que la hermana de Arturo tiene un hijo, que está más cercano al trono que el de Lanzarote. Y este verano habrá guerra otra vez.

—Creía que todo estaba en paz.

—En Britania sí, pero en la baja Britania hay quien se considera emperador de todo el país.

—¿Ban? —exclamó Niniana, atónita—. ¡Pero si celebró el gran matrimonio antes de que naciera Lanzarote!

—Ban está anciano y débil —dijo Kevin—. En su lugar gobierna su hijo Lionel: Bors, su hermano, es caballero de Arturo y adora a Lanzarote. Ninguno de ellos molestará al trono. Pero existe alguien que se hace llamar Lucio y se ha proclamado emperador. Es quien desafiará a Arturo.

A Niniana se le erizó la piel.

—¿Eso es videncia?

Kevin sonrió.

—No hace falta videncia para saber que el hombre ambicioso actuará para satisfacer su ambición. Algunos piensan que Arturo está envejeciendo porque ya no enarbola el dragón. Pero no lo subestiméis, Niniana. Lo conozco; ¡no es necio!

—Creo que lo amáis mucho, considerando que habéis jurado destruirlo.

—Soy uno de sus consejeros. Es fácil amarlo, pero he jurado lealtad a la Diosa. —Otra vez esa risa breve—. Creo que de eso depende mi cordura: de saber que cuanto beneficie a Avalón tiene que beneficiar, a largo plazo, también a Britania. Para vos, Arturo es el enemigo, Niniana. Para mí es el Macho rey, que protege su rebaño y sus tierras.

La sacerdotisa dijo, en un susurro trémulo:

—¿Y qué pasará con el Macho rey cuando el macho joven haya crecido?

Kevin apoyó la cabeza en las manos. Parecía anciano, enfermo y cansado.

—Aún no ha llegado ese día. No tratéis de impulsar a Gwydion tan velozmente que resulte destruido, sólo porque es vuestro amante.

Y salió cojeando de la habitación, sin mirar atrás. Niniana quedó mohína y enfadada.

«¿Cómo pudo saberlo, ese miserable?.»

Durante los primeros años había conquistado su corazón: un niño solitario y perdido, sin nadie que lo amara ni se interesara por él. Lo habían separado de Morgause. la única madre que conocía. ¿Cómo había podido Morgana abandonar a un hijo así, inteligente, bello y sabio, sin molestarse en preguntar jamás por él? Niniana nunca había tenido hijos, aunque le habría gustado dar una niña a la Diosa, pero no se rebelaba contra su suerte. En aquellos primeros años dejó que Gwydion se ganara su corazón.

Cuando ya fue demasiado mayor para las enseñanzas de las sacerdotisas, se fue para estudiar entre los druidas y aprender las artes de la guerra. Volvió años después, en Beltane, y se alejó con ella de las hogueras rituales.

Pero al terminar las festividades no se separaron. A partir de entonces, cuando algo lo llevaba a Avalón, ella dejaba en claro que lo deseaba y él nunca decía que no. «Soy quien más cerca está de su corazón —pensó—. Lo conozco muy bien. ¿Qué sabe Kevin de él? Y ahora ha llegado el momento de que vuelva a Avalón y se someta a la prueba como Macho rey…»

Concentró sus pensamientos en aquello: ¿dónde hallaría una doncella? «En la Casa de las doncellas hay muy pocas mujeres que sean dignas, siquiera a medias, de este gran oficio», pensó. De pronto sintió dolor y miedo. «Kevin tiene razón. Avalón se aleja a la deriva, muere; son pocos los que vienen a aprender las enseñanzas antiguas y no hay quien celebre los ritos. Algún día no quedará absolutamente nadie.»

Y una vez más sintió en el cuerpo ese escozor casi doloroso que se le presentaba, de vez en cuando, en sustitución de la videncia.

Gwydion llegó a Avalón pocos días antes de Beltane. Niniana lo recibió formalmente en la barca y él le hizo una reverencia ante el pueblo reunido. Pero cuando estuvieron a solas la estrechó entre sus brazos, besándola y riendo, hasta que ambos quedaron sin aliento.

Se le habían ensanchado los hombros y tenía una cicatriz roja en la cara. Era obvio que había combatido; ya no tenía el aspecto calmado de los sacerdotes y los eruditos.

«Mi hijo y mi amante. ¿Por eso la Gran Diosa no tiene esposo a la manera romana, sino sólo hijos? Y yo, que ocupo su sitio, tengo que sentir a mi amante como si también fuera mi hijo.»

—Se comenta en todo el país que, en la isla del Dragón, el pueblo antiguo escogerá nuevamente a su rey —dijo Gwydion—. Para eso me hiciste venir, ¿verdad?

A veces podía ser tan irritante como un niño arrogante.

—No lo sé, Gwydion. Tal vez no haya llegado el momento y las mareas no sean propicias. Tampoco puedo hallar dentro de esta casa a nadie apropiado para ser la Doncella de la Primavera.

—Pero será en este Beltane, pues lo he visto —observó él en voz baja.

Niniana curvó un poco los labios.

—¿Y has visto a la sacerdotisa que te admitirá en el rito cuando hayas usado la cornamenta, suponiendo que la videncia no te confunda para llevarte a la muerte?

Lo veía más hermoso, frío y duro el rostro, ensombrecido por pasiones ocultas.

—La he visto, Niniana. ¿No sabes que eres tú?

De pronto se notó calada hasta los huesos.

—No soy doncella. ¿Por que te burlas de mí, Gwydion?

—Es que te he visto y tú lo sabes bien. En Ella se encuentran y funden la Doncella, la Madre y la Anciana. Será joven o vieja según le plazca, Virgen, Bestia y Madre, y el rostro de la Muerte, para volver luego a su virginidad.

Niniana inclinó la cabeza.

—No, Gwydion, no puede ser.

—Soy su consorte —replicó implacable—. Y allí triunfaré. No es momento para una virgen. Invoco en ella a la Madre que ha de darme la vida y lo que me corresponde.

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