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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (32 page)

—¿Desde cuándo dura esta historia?

—Desde que ella quiso. Y permíteme ser descortés, pero el resto, no te interesa.

Philip, por primera vez, sonrió. Eso relajó la tensión de Marc.

—En serio, Phil. Estoy completamente hechizado por esa bruja. Y si hemos llevado esto con discreción ha sido porque ella me lo ha pedido. Si por mí hubiera sido, te lo habría contado mucho antes. Pero ella me lo prohibió.

—¿Cuando pensáis dejar ver que estáis juntos? —dijo este mirando a su hermana.

—Cuando ella quiera. Está buscando el mejor momento. Teme lo que Diana pueda decir. Pero, si por mí fuera, lo haría ahora mismo.

Al nombrar a su sobrina, Philip la miró. Desde la separación de sus padres, Diana se había vuelto una chica difícil. Problemática. Era normal que su hermana fuera con cuidado. Estaba junto a Vanesa. Hablaban por el móvil y parecían divertirse con la conversación. Ambas eran dos adolescentes algo problemáticas y presentarían batalla hasta que maduraran.

—Sinceramente amigo, creo que mi sobrinita no os lo va a poner fácil.

—Ya lo sé. Pero tarde o temprano tendrá que acostumbrarse a que su madre ha rehecho su vida. Y no es por meter cizaña, pero creo que a ti tampoco te lo van a poner fácil —ambos miraron a las niñas—. Aunque no hemos vuelto a hablar del tema, veo como miras a la madre de Vanesa. Y uf... amigo. Si la hija es una pequeña bruja, la madre ten por seguro que te va a volver loco. Me recuerda en cierto modo a tu hermana.

Ese comentario le hizo mirar a Marta. Si algo tenían en común su hermana y aquella loca que bailaba junto a ella, era la fuerte personalidad y la cabezonería. Pero sin querer pensar en sus propios sentimientos, acercó su vaso de whisky al de su amigo, y con un gesto guasón murmuró:

—Por vosotros. Cucuruchito.

Al escuchar aquello, Marc se carcajeó, y se dieron un fuerte apretón de manos.

—Gracias, capullo —le contestó.

En ese momento se acercó Antonio, el orgulloso novio, y brindó con ellos.

—¿Qué hacéis aquí como dos pasmarotes mirando? Id y divertíos. Hay unas chicas guapísimas en esta fiesta.

—Papá, ya nos divertimos. Sabes que lo mío no es bailar —respondió Philip.

—Marc —dijo Antonio de pronto—, Karen me ha dicho que estáis juntos, ¿es verdad?

Al escuchar aquello Marc se atragantó. Rápidamente Philip le golpeó en la espalda. Cuando se repuso, aún rojo por el esfuerzo, respondió:

—Sí, Antonio. Espero que te parezca bien.

—Sí, hijo sí. A mí todo lo que les vaya bien a mis hijos, me gusta.

Philip miró a su padre y al ver que este sonreía aclaró:

—Ya le he dicho, que Dios le coja confesado porque Karen es insoportable.

Aquello hizo sonreír a Marc y a su padre, quien tras darle a este un par de golpecitos en el hombro, dio por aceptada aquella relación. Luego se dirigió a su hijo.

—¿Qué hay entre tú y Marta?

Ahora quien se atragantó fue Philip. Y fue Marc quien tuvo que golpearle en la espalda.

—Papá, entre Marta y yo solo hay amistad. Es una amiga más.

—Ah... vale. Entonces me alegro.

Marc y Philip se miraron extrañados. Aquel comentario ¿a qué se debía?

—¿Te alegras? ¿Por qué te alegras papá?

Con curiosidad Antonio miró a su mujer que le guiñó el ojo, y volviéndose hacia su hijo cuchicheó.

—Un amigo de Lola ha llamado para felicitarla por la boda. Y como está en Londres Lola le ha invitado a venir. Ahora habla con Marta por teléfono y creo que están haciendo planes.

Sin entender a qué se refería, Philip miró a su padre.

—Me parece bien, papá. Pero eso qué tiene que ver conmigo y con ella.

—Por lo visto es un tal Paolo Lamborgiorgi. Un guaperas italiano —aquel nombre tensó a Philip. Sabía quién era—. Según me ha contado Lola, siempre anda tras esa jovencita. Y no me extraña, es una preciosidad.

Philip rápidamente buscó con la mirada a Marta y la vio hablando por teléfono mientras sonreía. ¿Qué le estaría diciendo aquel imbécil para hacerla sonreír así? Pensó en ir hasta ella y arrancarle el teléfono de las manos. Pero no. No podía hacer aquello. Philip era un hombre que controlaba sus impulsos, y más, ante la gente. Por ello y apoyándose en la barra pidió un nuevo whisky y dijo con una encantadora sonrisa:

—Papá, creo que en esta fiesta hay muchas mujeres guapas. Porque una haga planes con otro, el mundo no se parará.

Aquello sorprendió a Marc, pero no dijo nada. Le conocía. Philip era un tipo que volvía loco a las féminas. Nunca las perseguía. Era más bien al revés. Pero algo en él le hizo intuir que aquella joven española le gustaba. Cuando Antonio se marchó y quedaron de nuevo solos le preguntó:

—¿No te molesta que Marta haga planes con otro?

—No.

—Venga, Philip, que a mí no me engañas —cuchicheó al ver como su amigo miraba hacia el grupo donde las mujeres se contoneaban.

—No pretendo engañarte —sonrió tras dar un sorbo de su whisky.

—¿En serio crees que hay muchas mujeres guapas en esta fiesta?

Philip, apoyado en la barra, le miró y abrió su móvil.

—Por supuesto. Y más que van a llegar —dijo.

Aquel comentario hizo carcajearse a Marc.

La noche cayó sobre el precioso jardín iluminado. Los farolillos de colores se encendieron y el flamenquito continuaba sonando y divirtiendo. Llegó Paolo. El italiano. Y en seguida se posicionó cerca de Marta y se limitó a aplaudirla y jalearla junto al resto del grupo mientras ella se marcaba unas sevillanas con Lola, la novia. Un par de horas después llegaron unos músicos vestidos con esmoquin blanco. Ellos sustituyeron a los flamencos. La música swing tomó el jardín, y muchos aprovecharon para descansar. Entre ellos Marta y sus amigos.

—Ay, virgencita —suspiró Adrian—. Creo que llevaba siglos sin divertirme de esta manera. Qué bueno el grupo que contrató Antonio. ¡Qué marcha tenían!

—Y qué bueno estaba el que tocaba la caja ¿Visteis su melena? —suspiró Patricia haciéndoles reír.

—Uf... estoy derrengada —asintió Marta tocándose los tobillos.

Llevaba sin parar de bailar horas, pero lo necesitaba. Su cuerpo tenía tanta adrenalina acumulada que aquello le vino de maravilla. Durante aquellas horas se había percatado de cómo Philip la miraba. Pero solo eso, la miraba. No se acercaba a ella. No le hablaba. Simplemente se dedicaba a observarla y eso la martirizaba. Mirarle le secaba la boca y sentir sus ojos clavados en ella le provocaba oleadas de calor que solo conseguía enfriar bailando y divirtiéndose.

—Mira qué es mono el Paolo ese —suspiró Patricia al verle reír con Lola—. La pena es que solo te mira a ti y no a mí. Por cierto, ¿tu rana y tú habéis discutido?

—No —respondió Marta.

—Anoche les pillé en plena bacanal sobre la encimera de la cocina —intervino Adrian ganándose una horrorizada mirada de Marta—. Ay, Patri. Tenías que haber visto al
principito desnatao
en plan luchador de Taekwondo. Ya sabes pantalón negro y torso desnudo. Oh, Dios...
empapito
me dejó cuando vi como te agarraba y... y... ese pechazo... esos musculazos. Ese ardor. ¡Ese bulto entre las piernas!

—¡Adrian! —protestó Marta.


Uis
nena, ¡qué bulto... qué bulto! No he podido dormir en toda la noche imaginándome todo lo que podría yo hacer con semejante adonis.

—¿En la encimera? ¿Les pillaste en la encimera de la cocina? —se interesó Patricia divertida.

Marta puso los ojos en blanco.


Uis
, sí... qué morbo, y con la tarta de chocolate al ladito. —¿Quieres cerrar el pico o te lo cierro yo? —bufó Marta al escucharle.

Marta no quería pensar en aquello. No había casi dormido pensando en lo que podía haber ocurrido si Adrian no hubiera llegado.

—Te digo yo que estos iban a repetir la escena de nueve semanas y media. Ya sabes... yo te doy chocolate. Tú lo chupas y...

—Pero bueno, ¡basta ya! —rió finalmente Marta al ver como sus amigos se mofaban de ella.

En ese momento llegaron hasta ellos Karen, junto a su hija Diana, Vanesa y Timoti.

—¿Cómo lo estáis pasando? —preguntó Karen.

—¡De vicio
corrupio
! —respondió Adrian encantado.

Karen, sentándose junto a una acalorada Marta le dijo:

—Yo venía a pedirte un favor.

—Tú dirás.

—¿Dejarías a tu hija irse con la mía a dormir a casa? Dicen que se aburren. Que esta es una fiesta para viejos y un sinfín de cosas más.

—Está castigada —respondió Marta y Vanesa gimió.

—Lo sé —susurró Karen desviando la mirada hacia Marc—. ¿En serio que no puedes levantarle el castigo por esta noche? Se han portado muy bien hoy durante todo el día. Venga mujer, no seas así.

Marta miró a su hija. Y en su mirada vio el arrepentimiento. Finalmente, Marta accedió. La quería demasiado como para hacérselo pasar mal. Diez minutos después Alfred, el chofer de Antonio, se llevó a las chicas a casa junto al pequeño Nico.

Mientras regresaban del aparcamiento Marta y Karen sonrieron.

—Le has dado a tu hija la sorpresa del siglo. Ella estaba convencida de que no la dejarías.

—Soy una blanda. No debería haberla dejado. Últimamente no se porta nada bien.

Karen la miró y asintió. Su hija era exactamente igual.

—Están en la edad. Tener diecisiete años no es fácil.

—Por supuesto que no —asintió Marta—. Pero aún con diecisiete años uno sabe lo que está bien y lo que no. Y te puedo asegurar que mi hija de tonta no tiene un pelo.

—Tienes razón. Somos unas blandas —asintió Karen que sonrió al mirar a Marc.

Marta al recordar lo que sabía de ellos con gesto cómplice se acercó a ella

—Sin tus hijos esta noche, tienes vía libre para pasarlo bien con tu cucuruchito —le dijo en un susurro, sorprendiéndola.

Al escuchar aquello Karen se paró en seco. Se llevó la mano a la boca y comenzó a reír.

—Vaya... veo que mi padre ya se ha ido de la lengua.

—No... no... tu padre no me ha dicho nada —pero sin querer contarle señaló—: Ayer estaba fumándome un cigarrillo en el jardín cuando os vi besaros y escuché que le llamabas cucuruchito. Por cierto. Menuda horterada de nombre.

—Lo sé —sonrió con picardía—. Pero es que me encanta. Es tan dulce.

Marta, al escucharla, se atragantó. No quería ahondar en el tema ni saber lo dulce que era.

—¿Has dicho que tu padre lo sabe?

—Sí. Se lo dije esta mañana, antes de la boda.

—¿Y...?

—Le parece bien. Marc le gusta y si yo soy feliz, él también lo es.

Marta observando que Marc hablaba con Philip y otros hombres apoyados en la barra no pudo evitar preguntar:

—¿Qué crees que pensará tu hermano cuando lo sepa?

Karen sonrió.

—Pensará que estoy loca por enrollarme con un guaperas como Marc. Pero lo que él no sabe es que ese guaperas siempre me ha ayudado en los malos y buenos momentos, y le adoro tanto como él me adora a mí. Mira, Marta, yo no sé si Marc será el hombre con el que pasaré el resto de mi vida, pero lo que sí sé, es que es el hombre con el que hoy por hoy me apetece estar porque le quiero. Me trata bien. Se preocupa por mí, por los niños, me adora... y eso para mí es importante.

—¿Y por qué no estás disfrutando de esta velada con él? —Porque es la noche de Lola y mi padre, y no quiero que nada desvíe su atención. Eso sí. A partir de mañana, todo el mundo sabrá que salgo con Marc.

Divertida, Karen volvió a reír, arrastrando con su risa a Marta. En ese momento Paolo, el italiano, llegó hasta ellas y con galantería invitó a Marta a bailar.

Una vez en la pista, el italiano la asió por la cintura. Era un bailarín divertido que enseguida la hizo sonreír. Aquella sonrisa llegó hasta los oídos de Philip. Volviéndose hacia la pista recorrió las parejas con la vista como un depredador hasta que la localizó. Deseó ir hasta ella y arrancarla de los brazos de aquel idiota pero se contuvo. Ella así lo quería.

En la pista, Marta sonreía ante las cosas que aquel adulador italiano le decía. Pero, sin poder remediarlo, su vista se cruzó con la de Philip y, al ver su seriedad, algo en su interior se encogió y excitó. Todavía resonaba en su cabeza lo que la noche anterior le dijo. Él quería algo más serio, pero tenía miedo. No era tan lanzada como Karen ¿Cómo comenzar algo que estaba segura que sería un desastre?

Ver a Philip tan guapo e irresistible a pocos metros de ella, le hacía desearle cada segundo que pasaba más y más. Pero no. Ella lo había rechazado y debía acatar lo dicho. Él con su comportamiento se lo estaba demostrando. Por ello, volvió su mirada hacia el italiano y decidió centrarse en él.

—Si yo te invitara a Milán un fin de semana, ¿aceptarías? —preguntó este sorprendiéndola.

—Paolo. Tengo una hija. No puedo desaparecer sin más los fines de semana.

—Lo entiendo —asintió animado al escucharla—. Y si yo fuera a Madrid un fin de semana, ¿lo pasarías conmigo?

«Ay,
joer
... que no quiero nada contigo» pensó martirizada, pero intentando desviar el tema respondió.

—Somos amigos, Paolo. Yo estaré encantada de enseñarte Madrid.

Este se tomó su respuesta como un sí.

—Bella, estaré encantado de que me enseñes lo que quieras. Llevo dispuesto a disfrutar de ti hace ya algún tiempo. Solo espero que tú quieras y digas que sí.

. Y la apretó más contra su cuerpo. Sentir su aliento tan cercano le puso a Marta la carne de gallina.

—Paolo. Creo que tú y yo tenemos que hablar.

Así que lo llevó a un lado de la fiesta y mientras continuaban bailando fue sincera con él. El italiano, aquel chuleras irremediable, no se molestó. Al revés, la felicitó por su bravura y su claridad.

Philip, con la boca seca, observaba cómo el italiano apretaba a Marta contra él. Sin quitarles el ojo de encima vio como Paolo con su dedo pulgar hacía circulitos íntimos en la espalda desnuda de ella. Eso le tensó e hizo que se bebiera de un trago el whisky que tenía en su vaso. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué aquella mujer conseguía hacerle sentir así? Volviéndose hacia la barra, pidió al camarero un nuevo whisky. Lo necesitaba. Ver a Marta con aquel tipo no le estaba resultando fácil.

—Relájate, amigo. Llegan los refuerzos —se mofó Marc al ver entrar en la fiesta a una preciosa pelirroja con un vestido de seda celeste de lo más sugerente.

Philip, martirizado, miró hacia donde su amigo indicaba, y sonrió al ver a Genoveva, la pelirroja, quien saludó primero a los recién casados, dándoles la enhorabuena por la boda. Antonio y Lola al ver allí a Genoveva se miraron. Philip divertido por como aquellos cuchicheaban les pidió calma con la mirada. Eso hizo sonreír a su padre, a Lola no. Genoveva, como una vampiresa, caminó hacia Philip y cuando llego hasta él, le besó.

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