Read Las ranas también se enamoran Online

Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (33 page)

—Gracias por venir —murmuró encantado.

Ella se retiró el flequillo con coquetería.

—Para ti, siempre estoy lista, cielo.

Dispuesto a pasarlo bien, Philip sonrió y volviéndose hacia el camarero, le pidió dos whiskys con hielo.

Marta tras sincerarse con Paolo y dejarle las cosas claras continuó bailando con él. El guaperas italiano aceptó sin rechistar su negativa y eso la sorprendió y agradó. Pero al mirar hacia donde ella sabía que estaba Philip se le puso la carne de gallina. ¡La pelirroja! A partir de aquel momento todo cambió. Pisó en varias ocasiones a Paolo y fue incapaz de concentrarse. Incrédula miró cómo Philip, aquel que la noche anterior le decía cosas bonitas, sonreía como un imbécil a aquella pelirroja. Sin poder aguantar un segundo más, se disculpó con el italiano y regresó junto a sus amigos. Se sentó de muy mala leche.

—¿Qué te pasa? —preguntó Patricia al verla con aquel gesto.

—Nada. Estoy cansada.

Pero Adrian, que era terriblemente observador miró hacia la barra y vio a Philip muy cerca de aquella mujer.


Uis
nena... lo que tú tienes es un ataque de cuernos de no te menees —concluyó.

—¿Cuernos? —preguntó Patricia y siguiendo la dirección que marcaba el dedo de Adrian, lo entendió—. Ay Marta... Esto se está liando más que el final de Falcon Crest.

—No me toquéis más las narices por hoy —resopló.

Diez minutos después Marta seguía tan enfadada que apenas podía contestar. Fingió no escucharles. No quiso contestarles. Pero de pronto todas las dudas se disiparon. Ver a Philip con aquella y cómo le ponía las manos en las caderas, le martirizaba. Ella también quería conocerle. Quería saber si le gustaba la lasaña y descubrir cuál era su color favorito.

En ese momento se acercó Karen hasta ellos.

—¿Qué pasa? —preguntó al verles tan callados.

—Creo que esto va a terminar peor que la matanza de Texas —se guaseó Adrian haciéndola reír.

Karen miró hacía donde se encontraba su hermano y vio como se dirigía a la pista con Genoveva y se ponían a bailar una melódica canción. Sonrió. Pero no dijo nada.

—¿Qué vas a hacer, hermosa? ¿Vas a dejar que esa lagarta con cuerpo de guitarra te arrebate a ese pedazo de tío o vas a reaccionar? —preguntó Adrian.

—Mira, Marta, si lo tienes claro, no lo dudes, ¡a por tu rana! Mañana ya veremos por dónde sale el sol — la animó Patricia.

Marta apenas respiraba. Les observaba bailar y sintió unos deseos irresistibles de arrancar a esa mujer de Philip. ¿Se había vuelto loca? Pero no. No era locura. Le gustaba y no quería que aquellos labios que ella adoraba besaran otros que no fueran los suyos. Cogió su copa, dio un trago y tras hacer una mueca se levantó y comenzó a andar hacia la pista.

—Ay, Virgencita del Rocío. ¿Dónde va esa loca? —preguntó Lola acercándose hasta ellos.

—A sufrir de nuevo. Esta chica no tiene remedio —suspiró Patricia.


Uis
, nena calla. No seas cenizo —regañó Adrian.

—Philip la tratará muy bien. Es una buena persona, y por cómo la mira sé que le gusta. Y mucho —dijo Karen al escucharles.

—Sí, claro —protestó Patricia—. Y por eso estaba hasta hace dos segundos comiéndole la oreja a la pelirroja. Karen y Lola se miraron y sonrieron.

—Genoveva es la mejor amiga de Philip, y te puedo asegurar que a ella le gustas más tú que él —cuchicheó Karen mirando a Patricia, que al entenderlo sonrió.

Marta sin ser consciente que era el centro de atención de tanta gente, continuó su camino. Cada vez estaba más cerca de ellos y su determinación era total.

—Ay, Virgencita del Perpetuo Socorro —susurró Adrian al ver sus intenciones—. ¡Qué momentazo!

Philip, atento a sus movimientos por el rabillo del ojo, la vio acercarse, y con una sonrisa tentadora, se acercó al cuello de la pelirroja, le dijo algo y ambos rieron. Incapaz de detenerse, Marta anduvo hacia él. La sensual melodía le calentaba el cuerpo y la imagen de aquel abrazando a aquella le calentaba la sangre.

Con el pulso disparado se acercó hasta ellos y parándose ante Philip, con una mirada decidida dijo al ver que él la miraba:

—Philip, quiero hablar contigo, ahora.

Philip le dio un beso en el hombro a la pelirroja y le pidió que los dejara. Esta acuchilló a Marta con la mirada. Pero a Marta le dio igual. Philip, al ser consciente de que ella había dado un paso hacia él sin dudarlo la rodeó con sus brazos. En silencio, comenzaron a moverse al compás de la música, mientras sus respiraciones agitadas se acompasaban.

—Creía que lo pasabas bien con tu italiano —espetó él con voz ronca.

—Lo pasaba hasta que te vi a ti pasarlo bien con tu pelirroja.

Con furia en los ojos, la miró. Pero, al mismo tiempo, sintió un extraño regocijo. Celos. Ella había sentido celos. Eso le agradó, aun así no quiso ponérselo fácil. Él había soportado durante horas la agonía que ella solo había aguantado unos minutos. Por ello, y aun sabiendo que ella no le quitaba el ojo de encima, se tomó la licencia de mirar a la pelirroja y sonreír.


Ozú
... ¡Qué canalla! —susurró Lola divertida al ver todo aquello.

—Es mi hijo, ¿qué esperabas? —cuchicheó Antonio acercándose a su mujer.


Uis
, Antonio, no es por joder su orgullo de padre —murmuró Adrian mirándole—. Pero eso que acaba de hacer su hijo, puede acabar en un doloroso dolor de huevos. Marta es mucha Marta.

Aquello hizo reír a todos excepto a Antonio que miró a su hijo con preocupación. ¿Correría peligro su entrepierna? Segundos después Philip volvió a mirar a Marta.

—¿De qué quieres hablar conmigo? —le preguntó.

Consciente del cruce de miradas, Marta se arrepintió de su arrebato y gruñó.

—De nada —y parándose dijo—: Vuelve con tu amiguita.

Pero Philip no se lo permitió. No la soltó. La apretó más contra él y Marta no se pudo mover.

—Dime, ¿qué es lo que querías decirme? —exigió él.

Tras levantar la mirada y ver aquellos depredadores ojos claros mirándola, Marta tragó saliva y apenas en un hilo de voz consiguió balbucear.

—Prefiero la lasaña a los canelones, en especial con tomate natural. Quiero cenar contigo, me apetece mucho. Muchísimo. Me gusta todo tipo de música, aunque siento una especial predilección por grupos como La Musicalite, La oreja de Van Gogh, Texas, Coldplay y Evanescence. Pero sobre todo me encanta la música española. ¡La adoro!

—Solo conozco Texas —susurró Philip al escucharla.

—No importa. Yo te los haré conocer si quieres, porque... me siento terriblemente atraída por ti. Sé que no pegamos ni con cola. Sé que vamos a discutir muchas veces, pero también sé que si hubieras seguido bailando con esa... esa pelirroja un minuto más, hubiera explotado como una loca porque creo que... creo que me he enamorado de ti como una imbécil y... yo... yo no sé ni lo que estoy diciendo.

Al escucharle decir aquello a Philip le tembló todo. Deseó estar en un sitio a solas donde poder demostrarle todo lo que sentía por ella, pero en lugar de ello le preguntó:

—¿Celosa?

Pensó en mentir, pero para qué.

—Sí... si me dan motivos.

Él curvó un lado de su boca a modo de sonrisa. Aquello enloqueció a Marta.

—Tú has bailado con el italiano gran parte de la noche, y no has pensado cómo yo me podía sentir. Y antes de que me lo preguntes, sí, soy celoso si me dan motivos. Y hoy,
honey
, he estado muy celoso —recriminó él.

—Lo siento —suspiró dispuesta a aceptar su derrota.

Ambos guardaron silencio unos segundos.

—¿Qué pasa con tu famoso trato? Ya sabes... ese de...

—Odio el trato. Yo no valgo para eso. Intenté llevarlo a cabo porque creía que tú también lo querías.

—¡¿Yo?!

—Te escuché decir hace tiempo que comenzarías a jugar al juego de la oca y... y... yo pensé jugar al juego de la rana.

—¿Me escuchaste? —preguntó curioso

—Sí... hace tiempo. Creo que la primera o la segunda vez que te vi. Tú hablabas con Marc de jugar a la oca y...

—Y yo soy tu rana inglesa. Recuérdalo. Soy ese con el que te puedes acostar sin pensar en nada más. Uno al que llamar cuando quieras pasar un buen momento en la cama. Uno más como lo es tu ex, el italiano y un sinfín más.

—Eso es mentira. Desde que dejé mi relación con el Musaraña, no he estado con nadie más. Yo... yo no soy así. Para que yo esté con alguien debo sentir algo. Y aunque al principio me dabas morbo, reconozco que hoy por hoy cuando te veo siento mariposas y elefantes pateándome el estómago porque me gustas y mucho.

«Madre mía... madre mía... todo lo que estoy soltando por mi boquita» pensó horrorizada Marta sin poder dejar de hablar.

Contento con lo que oía, pero como siempre dispuesto a controlarlo todo, Philip preguntó:

—¿Con el italiano qué ha pasado?

—Oh... con él solo tuve un par de besos y poco más.

—¿Poco más? —preguntó curioso y encelado.

—Somos adultos, ¿debo explicarte que es el poco más? — respondió molesta.

Aquello excitó más a Philip. Ver su reto en la mirada le incitaba a dominarla, a ser más fuerte que ella.

—Ahora no. Pero ya me lo explicarás.

Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos.

—¿Sabes, Marta?

—¿Qué?

—A veces, las ranas también se enamoran aunque no digamos cosas tan maravillosas como las que dice en las películas tu maravilloso Dermot Mulroney, ¿habías pensado en ello?

Escuchar aquello le puso la carne de gallina. ¿Qué estaba insinuando? Pero al ver su sonrisa en la boca lo supo y sonrió.

—Yo tampoco soy Debra...

—No,
honey
... tú eres infinitamente mejor —y sin poder evitarlo acercó sus labios a los de ella y sin importarle quién hubiera alrededor, la besó.

Capítulo 32

Tras dos días en los que no se separaron ni un segundo e C/ hicieron el amor apasionadamente en todos los lugares que pudieron, llegó el momento de la despedida. Marta debía regresar a Madrid.

Una vez llegaron al aeropuerto Timoti y Adrian se despidieron. Entre ellos había surgido algo muy especial que tendrían que madurar. Vanesa con gesto adusto miró hacia su madre y al que la abrazaba. Aún no entendía qué veía en él.

—Vanesa, te lo digo por última vez —advirtió Patricia—. Como se te ocurra decir alguna de las tuyas te juro que te doy un pescozón y me importa un pimiento si me vuelves a hablar o no, ¿entendido jovencita?

—No me rayes —respondió esta.

—Ay,
miarma
—susurró Lola—. Sé buena niña y pórtate bien con tu madre, ¿no ves lo feliz que está?

Pero Vanesa no tenía ganas de sonreír. Tenía el ceño continuamente fruncido y por su gesto se sabía que tarde o temprano estallaría.

—Se acabó la tontería —regañó Adrian y con un movimiento de cabeza dijo a todos—. Vayamos al kiosko. Compraremos algo de prensa rosa para el viaje. Lo necesitaremos.

Con un ojo en cada lado Marta vio que su hija se alejaba con el grupo. Sabía que Vanesa estaba enfadada. Solo había que ver cómo la miraba. Pero decidió hablar con ella una vez llegaran a casa.

—¿Por qué no has querido ir en mi avión privado,
honey
?

—Pues porque ya tenemos los billetes pagados y no voy a desperdiciar el dinero, ricachón —se mofó ésta aún en sus brazos.

—Llámame en cuanto llegues a Madrid. No me quedaré tranquilo hasta saber que has llegado bien a tu casa.

—Valeeeeeeeee, papi —sonrió conmovida.

Era la primera vez en su vida que sentía que un hombre vivía para ella. Su manera de mirarla, de protegerla, de buscarla, de poseerla, la hacía sentir especial.

—Si sigues sonriéndome así no te voy a dejar marchar. Tu sonrisa me hace tener pensamientos salvajes, calientes y morbosos.

Al escucharle, Marta sonrió.

—¿Estás excitado? —preguntó.

—Contigo siempre —y acercando su boca a la de ella, enterró sus dedos en el pelo que le enmarcaba el rostro—. Eres tan dulce y sabrosa que me haces estar todo el día excitado. Me encantaría desnudarte, abrirte las piernas, y....

—No... no continúes por Dios, o seré yo quien te lleve de vuelta a tu casa y te haga salvajemente el amor en tu preciosa y gran cama —rió Marta haciéndole reír.

Mirándola a los ojos Philip se deleitó en ella. Esa mujer temperamental le había robado el corazón. Pero en su mirada intuyó su inquietud y poniéndole la carne de gallina, le susurró:

—Mañana salgo de viaje para Bruselas. Estaré unos días allí. Cuando regrese prometo ir a visitarte.

Marta sonrió. Había sido incapaz de preguntarle cuándo se verían.

—Vale... vale.


Honey
, recuerda —dijo tomándole la cara con las manos—. Cualquier cosa, sea la hora que sea, me llamas. Si no me localizas, llamas a mi padre, ¿entendido?

Aquello se lo había repetido mil veces.

—Sí, pesado... claro que sí.

Por los altavoces dieron el último aviso para los pasajeros con destino Madrid. En ese momento el grupo llegó hasta ellos y tuvieron que separarse. Una vez todos se despidieron, Philip se acercó a Vanesa.

—Sé buena con tu madre. Se lo merece —le dijo.

La niña volviéndose hacia él, le dio un desplante que molestó a todos menos a Philip que sonrió. Con una triste sonrisa Marta se acercó de nuevo a él y le besó en los labios. Luego desapareció tras la puerta de embarque.

Varias horas después tras un viaje algo movidito por las turbulencias llegaron a Madrid. Marta solo podía pensar en Philip. En sus dulces besos y en las ganas que tenía de volver a verle. Una hora después Marta y Vanesa estaban en su casa acariciando con cariño a su perro
Feo
.

—Bueno, Vanesa. Ahora que estamos solas, di todo lo que tengas que decir.

La muchacha miró a su madre y con gesto hosco espetó:

—Te equivocas. No tengo nada que decir.

—Soy tu madre. Te he parido y sé cuando esa cabecita tuya guarda quejas. Venga, ¡suéltalas! Te conozco y explotarás de un momento a otro.

Con una furia incontrolable la niña se volvió hacia su madre.

—¿Cómo has podido enrollarte con ese idiota? Sabes que no me gusta. Sabes que es un cerdo que deja a mujeres embarazadas tiradas en la cuneta y vas tú y ¡zas!, te lanzas a su cuello. ¿Tan desesperada estás? ¿Tan bien se lo hace en la cama ese
guiri
como para que hayas pasado estos días desaparecida? Oh, mamá, nunca pensé que tú pudieras comportarte de una manera tan... tan... tan....

Other books

Spitting Image by Patrick LeClerc
Jillian Hart by Maclain's Wife
Admission of Love by Niobia Bryant
Devils with Wings by Harvey Black
Screening Room by Alan Lightman
White Lace and Promises by Natasha Blackthorne