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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (34 page)

—¿Tan? —preguntó Marta con calma.

—Tan grosera. Todos sabíamos siempre lo que estabais haciendo. Cada vez que os veíamos estabais abrazados o besándoos. Vergonzoso, mamá. Por primera vez he sentido vergüenza de que fueras mi madre.

Cuando vio que la niña cerró el pico, Marta encendiéndose un cigarrillo, se sentó frente a ella y muy segura de lo que iba a decir dijo:

—Vaya, cielo. Para no tener qué decir, creo que te has explayado bien. Pero ahora me toca a mí. Punto uno. Philip no es ningún idiota, es un hombre encantador y si le dieras la oportunidad te lo demostraría. Punto dos. No es ningún cerdo que deja a nadie tirado por estar embarazada. Simplemente el hijo que espera esa mujer no era de él y no hay más que hablar. Punto tres. Lo que yo haga en la cama o fuera de ella no es de tu incumbencia, ni de nadie. Solo mía y de él. En cuanto a que nos besábamos en cualquier lado. Sí, en eso te tengo que dar la razón pero, ¿sabes?, me ha encantado. Punto cuatro. No he sido grosera, pero tú sí. Te has comportado como una niña maleducada y consentida y yo no te críe así. Punto cinco. Me has engañado en referencia a tu tatuaje. Sabes que no me gusta lo que has hecho, pero especialmente tu engaño. Punto seis. Me da mucha pena escuchar que has sentido vergüenza de que fuera tu madre. Eso sí que no me lo esperaba de ti. Sabes que he luchado por ser una buena madre, amiga, compañera y hasta colega. Siempre he estado a tu lado para todo. Y ahora que soy yo la que conoce a alguien y está ilusionada te avergüenza. ¿Qué es lo que quieres? ¿Que me quede en casa sola y encerrada? ¿Quieres que no me vuelva a enamorar? ¿Sabes Vanesa? Yo nunca querría que tú fueras infeliz. Nunca. Philip me hace la vida fácil por primera vez en mi vida y mira cómo reaccionas. ¿Qué quieres que haga? ¿Que lo deje?

—Sí. Ese engreído solo te traerá problemas. Ya lo verás, mamá.

—De momento la única que me está trayendo problemas eres tú, cielo.

Incapaz de dar su brazo a torcer, Vanesa se levantó y dijo con voz cansada:

—Muy bien, mamá. Haz lo que quieras. Eso sí. Luego no me vengas con lloros porque no te voy a querer escuchar.

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó dejando a su madre sola y con una triste mirada.

Días después las cosas parecieron volver a su rutina. Vanesa terminó las clases en el colegio, pero como había suspendido tres asignaturas, siguió dando clases de recuperación. Marta se sumergía durante horas entre cientos de telas en la trastienda de la tienda, mientras pensaba en Philip y en lo que estaría haciendo en aquellos momentos.

Durante aquellos días él la llamó desde Bruselas y siempre... siempre cuando colgaba una extraña tristeza se apoderaba de ella. ¿Por qué había tenido que conocer a alguien tan encantador pero tan lejano a ella? Sumida en sus pensamientos estaba cuando se abrió la puerta de la trastienda. Entró Adrian, seguido por Patricia.

—No me lo puedo creer. Lo tuyo es ser loba oficial, pero ¡cómo has podido! —protestó Adrian.

—Pero, bueno. Ni que hubiera matado a alguien —se defendió Patricia.

—Desembucha. Las setas que has comido, ¿eran alucinógenas? —gritó el muchacho de nuevo.

Marta levantó la vista.

—¿Qué os pasa? —preguntó.

Adrian sacando su abanico del bolsillo del vaquero se sentó junto a ella con gesto grave.

—¿Sabes lo que acaba de hacer esta petarda? —Marta negó con la cabeza—. Resulta que hemos ido al bar de Pepe a desayunar y allí estaba su hijo Jesús, el poli. Y va la sinvergüenza esta, porque no tiene otro nombre, apunta su teléfono móvil en una servilleta y se lo da a Jesús para que se lo de al antidisturbios
calvo
para que la llame, ¿te lo puedes creer?

Patricia, con una bolsa de cheetos en la mano, les miraba con una sonrisa.

—¿Y por eso te asustas? Si eso le dijiste tú qué hiciera —dijo Marta.

—Virgen del camino seco.
Nunca me acostumbraré a las locuras de esta loba.

Patricia, que hasta el momento había estado callada, se metió un puñado de cheetos en la boca.

—Vamos a ver, Sor Adrian. Aunque a veces el mundo es un pañuelo, es muy difícil que ese
calvo
y yo nos volvamos a encontrar. No sé dónde vive, pero sí dónde trabaja. Lo que he hecho es facilitar ese encuentro, nada más.

—¿Nada más? —se escandalizó aquel.

—Sí, nada más ¡por Dios! —gritó Patricia—. A veces y en especial cuando te escandalizas por tonterías como estas, pienso que deberías haber sido monja de clausura. ¡Estrecho!

Adrian, cansado de escucharla, se volvió hacia Marta y preguntó en un tono ácido:

—Y tú, ¿qué? ¿Estás mejor hoy? ¿Cómo va la delincuente de tu hija? ¿Le van bien las clases de recuperación?

—Vaya, Adrian. Hoy estás de lo más afectuoso —dijo Marta.

—Dímelo a mí —se jactó Patricia.

Consciente de ello, el muchacho se dio un golpe en la frente para hacerlas reír.


Ains
, reinas moras, os pido disculpas pero es que estoy que trino. Ayer Timoti me llamó y suspendió su viaje a Madrid y...

Marta y Patricia se miraron. Ahora entendían su mal humor de aquella mañana. Por ello su inseparable Patricia se acercó a él.

—Tranquilo polluelo... el Timoteo está loco por ti y no creo que tarde mucho en venir. Ya lo verás —le alentó.

—Hoy me encuentro mejor. No me duele el tarro y mi estómago está muy bien. En referencia a la delincuente de mi hija se ha jorobado el verano con las tres que le han quedado, y presiento que me lo va a jorobar a mí también —dijo Marta dejando a un lado las telas.

—No se lo permitas. Que lo pague ella sólita. —Adrian suspiró más relajado.

—Esa puñetera —se quejó Patricia—. Mira que no aprobar y ahora tener que seguir estudiando en verano. ¡Qué juventud! Están
apollardaos.

—Ah... ella sólita se lo ha buscado —rió Marta—. Le dije que o aprobaba todo, o seguiría dando clases en verano. No ha aprobado... pues a estudiar de cabeza. Eso sí, aguanta el veranito serrano que me va a dar la moza.

—¿Al final dónde vais de vacaciones este año? —preguntó Adrian

—A Huelva —respondió Marta feliz—. He alquilado a través del Facebook un apartamento frente al mar. Bueno... eso pone.

—Yo aún no sé donde iré —suspiró Patricia—. Si no tengo nada interesante me dejaré caer por Huelva.

—Siempre serás bien recibida —sonrió Marta. Y mirando a Adrian preguntó—. ¿Y tú qué vas a hacer?

—No sé, reina. Todo está por ver y...

En ese momento sonó un móvil. Era el de Patricia que sacándoselo del vaquero miró la pantalla.

—Número oculto —susurró extrañada—. ¿Quién me llama desde un número así?

—Seguro que es cualquier compañía telefónica pare ofrecerte algo —se guaseó Marta—. Que
pesaítos
están con las llamaditas últimamente.

—Ah... pues no lo cojo —dijo Patricia.

—¿Quizás sea el
calvo
? —murmuró Adrian.

—¿El poli? —rió Patricia—. No creo. Si solo hace media hora que le he dado el teléfono a Jesús.

—Quizá ya se lo ha dado —apremió Marta—. ¡Cógelo!

Con rapidez, Patricia abrió el móvil.

—Dígame —dijo usando su mejor voz.

—¿Eres Patricia? —preguntó la voz de un hombre.

—Depende para quién. ¿Y tú?

—Soy Carlos.

Con una sonrisa en la boca levantó el dedo a sus amigos que se carcajearon. Era el antidisturbios.

—¿Carlos? ¿Qué Carlos?

—A ver si nos entendemos —dijo sonriendo—. Jesús, el policía de la comisaria donde pusisteis la denuncia por el robo de las ruedas de tu amigo, me ha llamado para darme tú teléfono. ¿Sabes ya quién soy?

—Ah, sí, eres el poli
calvo
.

Marta y Adrian, incrédulos, comenzaron a hacerle señas con las manos. ¿Por qué comenzaba a insultarle? Pero Patricia, sin hacerles caso, continuó.

—Sí... sí ya sé quién eres.

Al escucharla, el hombre soltó una risotada.

—Me has buscado para llamarme
calvo
. Porque si es así, debo recordar que tú eras bajita y culona, entre otras cosas.

Aquello no le hizo gracia a Patricia y sin decir ni mu, directamente cerró el móvil dejando al poli boquiabierto y a sus amigos también.

—Ay, virgencita. Ha colgado —señaló Adrian.

—Pero, ¿por qué le cuelgas? —preguntó Marta incrédula. —Me acaba de llamar bajita y culona, entre otras cosas ¡será capullo!

Adrian y Marta se volvieron a mirar. Ella le había llamado
calvo
. Definitivamente Patricia se estaba volviendo loca. Pero antes de que pudieran decir nada el móvil comenzó a sonar de nuevo, pero esta vez no lo cogió. Lo dejó encima de la mesa, cogió la bolsa de cheetos y comenzó a comerlos con tranquilidad.

—¿No vas a cogerlo? —preguntó Marta.

—No.

—Pero, Patri de mis entretelas, ¿a qué estás jugando? Mira que ese pollo es poli y te mete en el calabozo a la primera de cambio.

—Ja... que se atreva —dijo mirando el móvil que dejó de sonar.

Sin decir nada más, Adrian se levantó y cogió un muestrario de telas. Mejor no hablar. Pero en ese momento sonó de nuevo el móvil de Patricia. Había recibido un mensaje. Dejando los cheetos a un lado, lo miró y tras soltar una carcajada leyó en alto.

«Te espero esta noche a las diez en el Vip's de Plaza de España. Si a las 10:05 no has llegado me iré.»

Patricia levantando la mirada hacia sus amigos que la observaban sin entender nada, sonrió como nunca.


Ainssss
... ¡Qué mono por Diosssssssssss!

Capítulo 33

La cita entre Patricia y el antidisturbios les dio mucho de qué hablar. Desde aquella noche que se encontraron en el Vip's, Patricia estaba como hipnotizada. Solo hablaba de Carlos por aquí, Carlos por allá. No le volvió a llamar
calvo
. Algo que Marta y Adrian le recordaban para molestarla.

El jueves por la mañana Marta se levantó con el estómago otra vez al revés. Los problemas que últimamente le daba su hija estaban comenzando a agotarla. Pero sin decir nada dejó a Vanesa en la puerta del Instituto. El enfado entre ambas aún continuaba, pero esta vez a Marta no le importó. Su hija debía de madurar de una vez. A media mañana Marta recibió un mensaje al móvil.

«Te invito a un aperitivo.»

Era de Philip. Histérica de alegría y con un subidón por todo lo alto le respondió rápidamente. Y una hora después, tras escaparse de la tienda llegó con su moto hasta su casa. Había quedado allí con él. Vanesa no llegaría hasta las cuatro de la tarde. Tenía la casa para ellos durante al menos cuatro horas. Cuando llegó al portal, allí estaba esperándola, tan guapo y bien vestido como siempre con un traje gris marengo.

Nerviosita perdida se bajó de la moto y tras ponerle el candado se acercó a él que, sin vacilar, la cogió por la cintura, la alzó y la besó.


Honey
... te he echado de menos.

—Yo también a ti —susurró ella dejándose abrazar.

Philip la besó con pasión, y al separarse de ella la notó algo pálida.

—¿Te encuentras bien?

—Por supuesto, y ahora que estoy contigo, mejor.

Veinte minutos después, los dos, en la intimidad de la casa de Marta hicieron apasionadamente el amor. Como siempre ocurría, su encuentro era tórrido y pasional. Ambos exploraban sus cuerpos y disfrutaban al máximo la satisfacción que ello les ofrecía. Un par de horas después y tras haber hecho varias veces el amor, desnudos y cansados encima de la cama él dijo:

—Te he traído un regalo.

—¿A mí?

—Sí.

—¿De verdad?

—De verdad —repitió él divertido.

—¿Por qué?

—Simplemente porque me apeteció —sonrió encantado. La había añorado cada segundo del día y no había podido dejar de pensar en ella.

—Coge ese paquete que hay en la bolsa azul.

Ella se fue a levantar. Pero consciente de su desnudez le cogió su camisa, se la puso y más tranquila cogió la bolsa que él le indicaba y volvió a la cama.

—¿Por qué te tapas con mi camisa? —preguntó él divertido.

—No me gusta que mis lorzas queden a la vista.

—Eres preciosa y me gusta verte desnuda —le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Es más, me encantaría poder tenerte siempre desnuda y dispuesta para todo lo que yo quiera.

Ella sonrió y se arqueó contra él permitiendo que este le quitara la camisa. Una vez la tuvo desnuda, sonrió.

—Abre el regalo. Espero que te guste.

Con impaciencia, ella rasgó el papel y cuando la foto que había en el embalaje de la caja quedó al descubierto, él murmuró divertido:

—Quiero que sepas,
honey
, que es el regalo más raro que he hecho en mi vida a una mujer.

—¡Un grifo de bañera con termostato y alcachofa! —gritó ella lanzándose a besarle—. Me encanta. Gracias. Me encanta.

Philip estaba sorprendido por su entusiasmo.

—Oh, Dios... qué ganas tengo de probarlo. ¿Tiene diferentes chorros? —él asintió muerto de risa—. Madre mía... madre mía, Philip. Cada vez que me acuerdo de la ducha que nos dimos en la casa de tu padre, uff... me tiemblan hasta las raíces del pelo.

Como un tonto volvió a reír. Marta le hacía continuamente sonreír y eso le gustaba. Le encantaba.

—Ah, pero esto no vale. Si tú me das un regalo, yo como mínimo debo corresponder con algo.

—No hace falta, cielo, tu alegría me recompensa —se carcajeó él.

Pero Marta se levantó de la cama y trajo una libreta de colores y un bolígrafo.

—Sí... sí hace falta. Yo aceptaré tu regalo, si tú aceptas mis vales.

—¿Tus vales? —preguntó sorprendido.

Consciente de que aquello debía ser algo extraño para él, le dijo divertida:

—Te explico. Estos vales son vales canjeables por deseos. Y como hoy estoy contenta por el maravilloso regalo que me has regalado, te entregaré tres vales que corresponden a tres deseos.

Dicho esto Marta escribió en cada hoja «Vale por un deseo» firmado: Marta Rodríguez. Una vez terminó arrancó las hojas de la libreta y se las entregó. Este lo cogió y como si de un tesoro se tratara los miró y finalmente los puso encima de la mesilla.

—Recuerda —insistió ella—. Esos vales son muy valiosos. No los pierdas.

—Pero ¿valen para todo lo que yo quiera? —preguntó risueño.

Marta asintió.

—Sí. Para todo. Siempre y cuando no sea una idea descabellada.

—¿Puedo pedir ya un deseo? Coqueta y mimosa le miró. —Deseo que me beses.

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