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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Fantástico, Terror

Los caminantes (39 page)

Al mediodía, Aranda aún seguía sufriendo fiebre, aunque algo más baja. Se sentía mareado, tenía el estómago revuelto y apenas quiso probar bocado.

—¿Es buena o mala señal? —le preguntó Moses al doctor cuando fue a verle acompañado de Isabel.

—No lo sé —contestó el doctor cabizbajo.

Pero aquella noche, tras meditarlo mucho, el doctor volvió a inocularle la dosis que estaba programada.

Al tercer día, la temperatura de Aranda subía unas décimas por encima de los cuarenta grados. Esta vez, el doctor le recetó paracetamol y le obligó a beber agua y numerosos zumos envasados. La orina que dejó en el baño tenía la pestilencia del moho.

Al anochecer, con lágrimas en los ojos, el doctor Rodríguez le inoculó la cuarta dosis. Cuando terminó, dejó caer la jeringa al suelo; la mano le temblaba como el día que tuvo que sujetar un flexo para salvar su vida, en el Hospital Carlos Haya. Le parecía que había pasado toda una vida desde aquel aciago día.

Aranda tuvo sueños infames. En ellos, él estaba en una cuna y sus padres venían arrastrando los pies por un largo pasillo, susurrando palabras desconocidas que sonaban como si tuvieran la garganta llena de algas muertas. Intentaba escapar, pero los barrotes, herrumbrosos y húmedos, eran fuertes y sólidos y no se desplazaban ni un ápice. Entonces la habitación empezaba a llenarse de un agua negra y oscura como una mancha de petróleo y él intentaba encaramarse a los barrotes. Pidió socorro con su voz infantil, pero sus padres ya no estaban allí, habían desaparecido, y de la oscuridad de esa agua ponzoñosa, que se filtraba por todas y cada una de las baldosas del suelo, emergieron manos pútridas y crispadas que se abalanzaban sobre él.

Se despertó chillando, con la boca seca como una piedra en un erial, y Carmen le susurró palabras cariñosas, le dio agua y le mojó la frente con un paño húmedo.

—Mis padres... —dijo Aranda, todavía medio sumergido en el oscuro mundo onírico que se había construido.

—Ssssh. Duerme, pequeño, duerme.

Le imprimió un beso en su frente sudorosa.

La mañana trajo mejores noticias. Aranda había vuelto a una temperatura más o menos normal, aunque en ocasiones subiera unas décimas por cortos periodos de tiempo. Durmió casi todo el día.

Al amanecer del octavo día, Carmencita se despertó sobresaltada en su butaca, situada al lado de la cama de Aranda: ésta estaba vacía.

Corrió a llamar al doctor. Lo buscaron por toda la enfermería, pero sin éxito. Con lágrimas en los ojos, Carmen salió a la zona de las pistas a buscarlo, pero éstas estaban completamente vacías. Lo buscaron también en el interior del edificio, y por donde pasaban iban llamando a las puertas para dar la voz de alarma.

El doctor Rodríguez golpeó la puerta de la habitación de Moses, y éste salió a recibirle, alarmado. Al fondo, apenas visible por la luz que entraba por la ventana, estaba Isabel, desnuda entre las sábanas.

—Es Juan... no lo encontramos por ningún lado. No lo... —pero no pudo continuar.

En poco tiempo, casi todo el mundo se encontraba recorriendo las instalaciones. José, vestido únicamente con unos viejos calzoncillos y un fusil, acompañaba a Moses por los corredores del edificio. Tampoco pudieron encontrarlo en la piscina, ni en la cocina o la cafetería.

Fue finalmente José quien lo vio primero. Se sentó en el suelo, incapaz de sostenerse de pie. Por sus mejillas resbalaron dos cálidas lágrimas.

—Allí... —dijo, señalando las alambradas.

Moses miró en la dirección que éste le señalaba. Su corazón latía con fuerza. No había duda, Aranda había usado las alcantarillas, como lo hizo la primera vez que llegó a Carranque, para salir al exterior.

Estaba allí fuera, el primero de muchos, apoyado contra la reja del recinto, completamente desnudo y sonriendo con la alegre inocencia de un niño.

Los zombis se arremolinaban a su alrededor, pero ninguno parecía reparar en él.

Colofón

No hay quien escriba solo un libro, y éste no es una excepción. Quisiera agradecer a mi familia y amigos el incondicional apoyo y soporte moral que me han prestado; sin sus palabras de aliento, habría abandonado la historia en numerosas ocasiones. Puede que nada de esto hubiera empezado, en primera instancia, sin una nota que dejó mi padre en uno de mis primeros cuentos cortos y que decía, en esmerados caracteres manuscritos: “cojonudamente bueno”, en referencia a la manía que tenían todos los personajes de decir “¡cojunudo!” cada poco tiempo. Esa nota me animó secretamente a seguir escribiendo. Mis hermanas Inma, Susana, Sonia y Raquel y mi hermano Kiko apuntaron bastantes erratas y descubrieron inconsistencias surgidas de escribir la novela a trozos (incluyendo una misteriosa página en blanco). Mi mujer, Desirée, consiguió arrancarme de más de un momento de bloqueo y sugirió gran parte de la trama final, por no mencionar las incontables noches que soportó que estuviera pegado a la pantalla de mi portátil, hilando pacientemente la historia. Todo mi amor va para ella. Mi cuñado, socio y amigo Luis Pérez y su mujer Aurora me regalaron unos libros sobre cómo escribir y editar una novela cuando apenas llevaba escritas unas páginas: ese gesto (y muchos otros que han tenido) lo recordaré siempre. El doctor Kurii revisó la parte en la que el doctor Rodríguez revela sus descubrimientos a Aranda en la enfermería de Carranque, y se aseguró de que no escribía demasiadas tonterías, siempre sin perder de vista que me enfrentaba a la tarea de razonar lo irrazonable: que los muertos vuelven a la vida. Un abrazo fuerte va también para mis editores, Jorge y Vicente, a quienes debo gratitud por confiar en mí y haber puesto este libro en tus manos. Y no terminaré sin mencionar al maravilloso elenco de frikis y personajillos únicos que pululan por "http://somosleyenda.com”?somosleyenda.com? y que me han ayudado con sus palabras de ánimo y su especial forma de ser: Athman, Horas, Oink, SkasS, Dragoon, Lulú... ¡sois geniales! Para todos ellos, mi gratitud y amor.

Un abrazo especial va para el auténtico párroco de la Iglesia de la Victoria en Málaga, que nada tiene que ver con el ofuscado Padre Isidro de la novela.

La mayoría de los lugares descritos en la novela existen, y he intentado describirlos con tanta exactitud como me ha sido posible; las distancias entre esos lugares son también bastante coherentes con las representadas. Sin embargo, nunca he tenido la oportunidad de visitar las cloacas de Málaga y no sé si son practicables, aunque dudo que se pueda ir por ellas de un extremo a otro de la ciudad como hacen los protagonistas.

Málaga, 26 de Octubre del 2008

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