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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (17 page)

—Es probable —confirmó Julian—. Regresemos ya. Creo que no debemos seguir vagabundeando solos por estos túneles. Son interminables. Tienen varios kilómetros, según dice
Hollín
. Se entrecruzan, suben, bajan, dan vueltas y vueltas y acaban en el pantano. Nunca sabríamos regresar si llegamos a perdernos.

Volvieron sobre sus pasos. Subieron los escalones y alcanzaron, por fin, el fondo del boquete que se abría en el asiento de la ventana. Era relativamente fácil subir, agarrándose a los huecos excavados en la pared.

Pronto estuvieron todos de nuevo en la habitación, contentos de ver otra vez los rayos del sol que penetraban por la ventana. Miraron afuera. El pantano comenzaba a envolverse en la niebla, una vez más, aunque a la altura que se encontraban ésta se veía dorada por el sol.

—Voy a poner de nuevo los tornillos en el asiento de la ventana —dijo Julián recogiendo el destornillador y recubriendo la abertura con la tapa de madera—. Así, si viene Block por aquí, no se dará cuenta de que hemos descubierto este nuevo pasadizo secreto. Estoy seguro de que fue él quien quitó los tornillos del asiento para que el señor Barling pudiese entrar en la habitación y que luego volvió a atornillarlos, para que nadie pudiera adivinar lo que había ocurrido.

Volvió a colocar los tornillos rápidamente y luego miró el reloj.

—Es casi la hora de comer y tengo apetito. Desearía que
Hollín
y tío Quintín hubiesen regresado. Espero que estén bien… y también
Tim
—dijo Julian—. Quisiera saber si Block sigue en cama o si está rondando por los túneles. Voy a echar otro vistazo.

Pronto regresó muy confuso.

—Sí, sigue en su cuarto tranquilamente. Es muy raro.

Block no compareció a la hora de la comida. Sara explicó que había rogado que no lo molestaran si él no comparecía por su cuenta.

—A veces le dan unos dolores de cabeza terribles —explicó—. Quizá por la tarde ya se encuentre bien.

Deseaba comentar con ellos todas aquellas cosas. Pero los niños habían decidido no contarle nada. Era una mujer amable y los niños le tenían afecto, pero, de todas formas, no confiaban en nadie en el «Cerro del Contrabandista». Así es que Sara no pudo sacarles nada a ninguno de ellos y se retiró bastante ofendida.

Julián bajó a hablar con el señor Lenoir. Le pareció que, aunque el inspector no estuviera en el puesto de policía, alguien más debía ser informado de lo que ocurría. Estaba preocupado por su tío y por
Hollín
. No podía menos de pensar que quizás el señor Lenoir, para ganar tiempo, había dicho que el inspector no estaba.

El señor Lenoir parecía enfadado cuando Julián llamó a la puerta de su estudio.

—¡Ah, eres tú! —dijo a Julian—. Esperaba a Block. Lo he estado llamando repetidamente. Se oye sonar el timbre en su habitación y no puedo comprender por qué no viene. Quiero que me acompañe al puesto de policía.

«¡Está bien!», pensó Julián. Luego dijo en voz alta:

—Iré y le diré de su parte que se dé prisa, señor Lenoir. Se cuál es su habitación.

Julián subió velozmente hasta llegar al rellano de donde partían los escalones que conducían a los dormitorios de la servidumbre. Los salvó de un par de saltos y, con un fuerte empujón, abrió de par en par la puerta de la habitación de Block.

¡Block parecía aún dormir en su cama! Julián lo llamó en voz alta. Luego recordó que era sordo. Por tanto, se dirigió a la cama y puso su mano con brusquedad donde se dibujaba su hombro, bajo las sábanas.

No encontró ninguna resistencia. Julián retiró su mano y miró con mayor atención. Entonces se llevó un gran susto.

¡Block no estaba en su cama! Allí no había más que una gran bola, pintada de negro, para que pareciera una cabeza medio hundida entre las sábanas… y, cuando Julián apartó éstas, en lugar del cuerpo de Block, encontró un viejo y sucio almohadón, sabiamente moldeado para que semejase un cuerpo encogido.

«¡Conque ésta es la jugarreta que se gasta Block cuando quiere largarse a alguna parte y, sin embargo, desea que crean que está aquí! —pensó Julian—. Así es que era Block el que hemos visto en el túnel esta mañana, y también tuvo que ser Block el que
Jorge
vio ayer hablando con el señor Barling cuando ella miraba por la ventana. Y ni siquiera es sordo. Es un pícaro, eso es, muy listo, muy taimado y con dos caras.»

CAPÍTULO XIX

Habla el señor Barling

Entre tanto, ¿qué les pasaba al tío Quintín y a
Hollín
? ¡Muchas cosas! Tío Quintín había sido amordazado y narcotizado cuando el señor Barling entró en su habitación en forma tan inesperada, de manera que no pudo luchar ni gritar. Era fácil descolgarlo por el boquete del asiento de la ventana. Cayó al fondo y chocó con fuerza contra el suelo, lo que lo dejó completamente magullado.

Luego, también el pobre
Hollín
pasó por el agujero y, detrás de ellos, bajó el señor Barling, que descendía a oscuras, ayudado por los agujeros de la pared. Alguien más estaba abajo para auxiliarle. No era Block, que se había quedado arriba para atornillar la tapa del asiento de la ventana, con el fin de que nadie supiera por dónde habían sacado a los secuestrados, sino un criado del señor Barling.

—He tenido que traerme también a este chiquillo. Es el hijo de Lenoir —le explicó el señor Barling—. Estaba espiando en la habitación. Lenoir se lo merece, ya que trabajaba en contra mía.

Los dos prisioneros fueron arrastrados escaleras abajo y conducidos hacia los túneles. El señor Barling se paró y sacó un ovillo de cordel de su bolsillo. Lo tendió a su criado.

—Ate usted el extremo del cordel a ese clavo y deje que el ovillo se vaya desenrollando mientras avanzamos. Yo sé bien el camino, pero Block no lo conoce y tiene que venir mañana para traer comida a nuestros dos presos. ¡Así no se perderá! Volveremos a anudar el cordel antes de llegar al sitio donde vamos a dejarlos, de manera que ellos no puedan encontrarlo. ¡No vaya a ser que lo usen para huir!

El criado sujetó el extremo del cordel al clavo que el señor Barling le señalaba y luego, a medida que caminaban, lo fue soltando. El cordel serviría así de guía a todo aquel que no supiera el camino. De otro modo, sería peligroso pasearse por los túneles subterráneos, puesto que algunos de ellos eran larguísimos.

Al cabo de unos ocho minutos, la pequeña comitiva llegó a una especie de covacha circular, que se encontraba junto a un túnel grande, pero de techo muy bajo. Allí se había colocado un banco, unas mantas, una caja para que hiciera las veces de mesa y un jarro de agua. Nada más.

Hollín
empezaba a recobrarse de su porrazo en la cabeza. El otro preso, sin embargo, yacía aún inconsciente, respirando pesadamente.

—No nos servirá de nada intentar hablarle hoy —dijo el señor Barling—. No estará bien hasta mañana. Entonces le hablaremos. Traeré a Block.

Hollín
estaba extendido en el suelo. De repente, se incorporó y se llevó la mano a su dolorida cabeza. No podía comprender dónde se encontraba.

Levantó la cabeza y vio al señor Barling, y, de golpe, lo recordó todo. Pero, ¿cómo había podido llegar hasta aquel oscuro antro?

—¡Señor Barling! —exclamó—. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué me pegó usted? ¿Por qué me ha traído aquí?

—¡Ése es el castigo para los niños que meten las narices en cosas que no les importan! —respondió el señor Barling con voz horrible y sarcástica—. Le harás compañía a nuestro amigo que está en el banco. Dormirá hasta mañana, según creo. Puedes contárselo todo entonces y decirle que yo volveré para tener con él una conversación muy íntima. Y, escucha, Pedro, tú sabes bien que es una locura andar por estos túneles, ¿verdad? Os he traído a uno que es muy poco conocido y, si deseáis extraviaros y que nunca más se oiga hablar de vosotros, no tenéis más que intentar salir de paseo. ¡Eso es todo…!

Hollín
estaba pálido. Conocía bien el peligro de andar al azar por aquellos viejos túneles. Estaba seguro de desconocer en absoluto aquel en que ahora se encontraban. Se disponía a hacer algunas preguntas cuando el señor Barling giró sobre sus talones y se fue con su criado. Se llevaron la linterna y dejaron al niño en la más absoluta oscuridad.
Hollín
empezó a gritar.

—¡Animales! ¡Déjenme por lo menos una luz!

Pero no recibió respuesta alguna.
Hollín
oyó cómo los pasos se alejaban y luego sólo quedó silencio y oscuridad.

El niño palpó su bolsillo en busca de su linterna; pero no estaba allí. La había dejado en su habitación. A tientas, llegó hasta el banco y palpó el cuerpo del padre de Jorgina. Era terrible estar así en la oscuridad. Además, hacía frío.

Hollín
se cubrió con las mantas y se encogió junto al cuerpo del hombre inconsciente. Deseaba con todo su corazón que se despertara.

En alguna parte se oía el clin, clin, clin, de las gotas de agua que caían del techo. Al cabo de un rato,
Hollín
se sentía ya incapaz de soportarlo. Sabía perfectamente que no eran más que gotas que se desprendían del techo del túnel, porque el lugar era húmedo, pero se le hacía intolerable. Clin, clin, clin…, clin, clin, clin… ¡Si al menos cesara aquello!

«¡Tendré que despertar al padre de
Jorge
! —pensaba el niño con desesperación—. ¡Tengo que hablar con alguien!»

Empezó a sacudir al dormido sin saber cómo llamarle, puesto que ignoraba su nombre de pila. No podía llamarle «padre de
Jorge
». Entonces recordó que los demás le llamaban tío Quintín, y empezó a gritar este nombre en el oído del que estaba narcotizado.

—¡Despierte, tío Quintín! ¡Tío Quintín! ¡Despiértese, por favor! Pero, ¿es que no va usted a despertarse nunca?

Por fin, el tío Quintín se estremeció. Abrió sus ojos en la oscuridad y escuchó las urgentes voces junto a su oído. Estaba confuso.

—¡Tío Quintín! ¡Despiértese y hábleme! ¡Tengo miedo! —decía la voz—. ¡TÍO QUINTÍN!

El hombre pensó vagamente que debía de ser Julián o Dick. Rodeó con su brazo a
Hollín
e hizo que el muchacho se le acercara.

—Está bien, vete a dormir —murmuró—. Pero, ¿qué ocurre, Julián? ¿O eres Dick? Vete a dormir.

Cayó de nuevo en un profundo sopor, porque estaba aún medio narcotizado. Pero ya
Hollín
se sentía reconfortado. Cerró sus ojos, pensando que no podría conciliar el sueño. Pero se durmió en seguida y profundamente durante toda la noche. Le despertó por fin el tío Quintín, que se movía sobre el banco.

El hombre, aún medio dormido, estaba muy asombrado al encontrar su cama tan dura. Todavía quedó más extrañado al darse cuenta de que había alguien más a su lado. No recordaba nada. Alargó la mano para encender la lamparilla que había al lado de su cama la noche anterior.

¡Pero no encontró nada! ¡Qué extraño! Siguió palpando y tocó la cara de
Hollín
. ¿Quién estaba junto a él? Empezó a sentirse muy confuso. Se encontraba mal. ¿Qué podía haber ocurrido?

—¿Está usted despierto? —dijo la voz de
Hollín
—. ¡Oh, tío Quintín, qué contento estoy de que al fin se haya despertado! Espero que no le importe que le llame así, porque no sé su apellido. Sólo sé que es usted el padre de
Jorge
y el tío de Julián.

—Pero, ¿quién es usted? —preguntó tío Quintín, maravillado.

Hollín
se lo fue contando todo. Tío Quintín lo escuchaba mientras su asombro crecía por momentos.

—Pero, ¿por qué hemos sido raptados así? —preguntó entre extrañado y enfadado—. ¡Jamás en mi vida he oído semejante cosa!

—No sé por qué el señor Barling lo habrá secuestrado a usted, pero a mí me ha traído porque vi lo que él hacía —explicó
Hollín
—. De todas formas, ha dicho que volvería esta mañana con Block y que tendrían con usted una charla muy íntima. Me temo que tendremos que esperarlo aquí. No podremos encontrar el camino en la oscuridad a través de este lío de túneles.

De modo que esperaron y, a su debido tiempo, el señor Barling compareció, acompañado de Block. Block traía alimentos, que fueron muy bien recibidos por los presos.

—¡Es usted una bestia, Block! —exclamó
Hollín
en seguida, al ver al criado a la luz de la linterna—. ¿Cómo se atreve a tomar parte en este asunto? ¡Espere a que mi padrastro se entere de todo esto! ¡A menos que también él esté metido en este jaleo!

—¡Cierre la boca! —ordenó Block.

Hollín
lo miró con fijeza.

—¡Así que no es usted sordo! —dijo—. Todo el tiempo ha estado fingiendo que no oía. ¡Es usted una persona repugnante! Se habrá enterado de muchos secretos haciéndose el sordo y escuchando cosas que no le importaban… ¡Es usted asqueroso, Block, y aún es algo peor que eso!

—Péguele usted si lo desea, Block —dijo el señor Barling sentándose en la caja—. Yo no tengo tiempo para dedicarme a hacerlo.

—Lo haré —dijo Block con placer, y desató un trozo de cuerda que le rodeaba la cintura—. Hace tiempo que lo deseo. ¡Es un verdadero gusano!

Hollín
se alarmó. Se subió al banco y preparó sus puños.

—Bueno, será mejor que me deje primero hablar con el prisionero —dijo el señor Barling—. Luego, puede administrar a Pedro la azotaina que merece. Le resultará agradable tener que esperar para recibirla.

Mientras, tío Quintín escuchaba en silencio. Por último, miró a Barling y habló con sequedad.

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