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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista (18 page)

—Me debe usted una explicación por su extraño comportamiento. Exijo que se me vuelva, a conducir al «Cerro del Contrabandista». Responderá de esto ante la policía.

—¡Oh!, no, no lo haré —respondió el señor Barling con voz melosa—. Tengo una proposición generosa que hacerle. Sé para qué ha venido usted al «Cerro del Contrabandista». Y también sé por qué usted y el señor Lenoir están tan interesados en sus experimentos.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó tío Quintín—. Supongo que ha sido espiándonos.

—Sí… ¡Block ha estado espiando y leyendo sus cartas! —gritó
Hollín
con indignación.

El señor Barling no hizo caso de la interrupción.

—Mi querido señor —dijo a tío Quintín—, le voy a explicar con brevedad lo que le propongo. Sé que está usted enterado de que soy un contrabandista. En efecto, lo soy. Gano mucho dinero con este negocio. Es fácil introducir contrabando por aquí, puesto que ninguna patrulla puede controlar los pantanos, ni detener a los hombres que usan el paso secreto, que solamente yo y muy pocos más conocemos. En noches propicias, envío señales…, mejor dicho, es Block quien lo hace, usando el torreón del «Cerro del Contrabandista», que está en un lugar muy apropiado…

—¡Oh, así que era Block! —gritó
Hollín
.

—Entonces llegan los cargamentos y, cuando otra vez el momento es oportuno, yo dispongo de ellos. Pongo mucho cuidado en todo lo que hago, de manera que nadie pueda acusarme, porque nunca pueden obtener una prueba real.

—¿Y por qué me cuenta usted todo eso? —preguntó tío Quintín con sorna—. No me importa en absoluto. Sólo me preocupa el plan para drenar los pantanos, pero no estoy interesado en el transporte de contrabando por ellos.

—¡Exactamente, mi querido amigo! —contestó el señor Barling con amabilidad—. Ya lo sé. He visto sus planos y he leído lo que hay acerca de sus experimentos y los del señor Lenoir. Pero el drenaje de los pantanos significaría el fin de mis negocios. Cuando el pantano esté desecado, cuando en él se hayan construido casas y se hayan trazado calles, cuando haya desaparecido la niebla, mi negocio desaparecerá también. Quizá se construya un puerto aquí, al borde del pantano. En ese caso mis barcos ya no podrían atracar sin ser vistos trayendo valiosas cargas. No solamente perdería mi dinero, sino también toda la emoción que ello representa, lo cual para mí significa más que la vida misma.

—¡Usted está loco! —exclamó tío Quintín, asqueado.

En efecto, el señor Barling estaba algo loco. Siempre había sentido una gran satisfacción en ser un contrabandista al estilo antiguo, en estos tiempos en que el contrabando ha decrecido. Le gustaba la excitación que le producía el saber que sus barquitos estaban anclados en la niebla, frente al traidor pantano. Se sentía feliz al saber que unos hombres caminaban a través de un estrecho camino, por entre el brumoso pantano, para entregar los bienes de contrabando en un determinado punto de reunión.

—¡Usted debería haber vivido cien años antes! —exclamó
Hollín
, que también se daba cuenta de que el señor Barling estaba un poco loco—. No pertenece al tiempo presente.

El señor Barling dirigió a,
Hollín
su mirada. Sus ojos relucían peligrosamente a la luz de su linterna.

—Si dices una palabra más, te tiro al pantano —amenazó.

Hollín
sintió que un escalofrío recorría su espalda. Se dio cuenta de que el señor Barling era capaz de cumplir su amenaza. Era un hombre peligroso. También tío Quintín lo comprendió así. Miró al señor Barling cautamente.

—¿Cómo intervengo yo en este asunto? —preguntó—. ¿Por qué me han secuestrado?

—Porque sé que el señor Lenoir piensa comprar los planos de usted —respondió el señor Barling—. Sé que pretende desecar el pantano valiéndose de sus ideas. Las conozco muy bien. Sé también que el señor Lenoir espera ganar mucho dinero al vender los terrenos desecados. Todo este brumoso pantano es de su propiedad. Actualmente, el pantano no es útil para nadie más que para mí. ¡Pero no será desecado! Yo compraré sus planos, no Lenoir.

—Pero, bueno, ¿usted desea o no drenar el pantano? —dijo el tío Quintín, sorprendido.

El señor Barling se rió con sorna.

—¡No! Quemaré sus planos y los resultados de sus experimentos. Serán míos, pero yo no deseo usarlos. Quiero que el pantano continúe como está, misterioso, cubierto de niebla, traidor para todo el mundo excepto para mí y para mis hombres. Así es que, señor mío, haga usted el favor de proponerme su precio a mí, en vez de decírselo al señor Lenoir. Y firme usted estos documentos, que ya he preparado de antemano y que me entregan todos sus planos.

Desplegó un gran pedazo de papel delante de tío Quintín.
Hollín
observaba conteniendo la respiración.

Tío Quintín cogió el papel. Lo rompió en mil pequeños pedazos, que lanzó a la cara del señor Barling y dijo con desprecio:

—¡Yo no trato con locos ni con pícaros, señor Barling!

CAPÍTULO XX

Tim
los rescata

El señor Barling se puso pálido.
Hollín
lanzó un chillido de gozo:

—¡Hurra! ¡Bravo, tío Quintín!

Block profirió una exclamación y se lanzó sobre el muchacho.

—Está bien —dijo el señor Barling con voz sibilante—. Zúrrele primero a él y luego empréndala con este… con este… ¡obstinado idiota! Pronto les haremos recobrar el sentido. Una buena zurra ahora y, después, unos cuantos días en la oscuridad, sin comida. ¡Ah!, esto los volverá más propensos a aceptar.

Hollín
gritó con todas su fuerzas. Tío Quintín saltó junto a él. La cuerda bajó y
Hollín
gritó de nuevo.

Entonces se oyeron unos pasos rápidos y algo se lanzó sobre Block. Block dio un grito de dolor y cayó al suelo. Topó con la linterna en su caída y la luz se apagó.

Se oía un fiero gruñir. Block luchaba, intentando apartar lo que se había caído sobre él.

—¡Barling! ¡Ayúdeme usted! —gritaba.

El señor Barling acudió en su socorro, pero también fue atacado. Tío Quintín y
Hollín
escuchaban con espanto y temor. ¿Quién había llegado así de improviso? ¿Pensaba atacarlos a ellos después? ¿Era acaso una rata gigante o algún feo animal que merodeaba por aquellos túneles?

De repente, el fiero animal ladró.
Hollín
dio un grito de alegría.

—¡
TIM
! ¡Ah, eres tú,
Tim
! ¡Oh, buen perro, buen perro! ¡Atácales! ¡Muerde a ese hombre,
Tim
, muérdele fuerte!

Los dos hombres, asustados, no podían hacer nada en contra del furioso animal. Pronto comenzaron a correr por el túnel abajo, tan rápido como les era posible, buscando el cordel a tientas, porque temían perderse.
Tim
los persiguió durante un rato con gran gozo y luego regresó junto a
Hollín
y el padre de Jorgina. Estaba satisfecho de sí mismo.

Fue muy bien recibido. El padre de Jorgina lo acogió con gran júbilo y
Hollín
rodeó el ancho cuello del perro con sus brazos.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Has encontrado el camino para salir del pasadizo secreto en que te encontrabas? Debes estar medio muerto de hambre. Mira, aquí hay algo de comida.

Tim
comió con ansia. Había devorado unos cuantos ratones, pero no había dispuesto de ninguna otra clase de alimento. Había lamido algunas gotas de agua que aquí y allá resbalaban del techo, y por ello no estaba muy sediento. Pero se había sentido confuso y preocupado. Hasta entonces, nunca había permanecido tanto tiempo lejos de su amada dueña.

—Tío Quintín, quizá
Tim
podría conducirnos hasta el «Cerro del Contrabandista», ¿no le parece? —preguntó de pronto,
Hollín
. Y luego se dirigió a
Tim
—: ¿Puedes llevarnos hasta casa, viejo? ¿A casa, adonde está
Jorge
?

Tim
escuchaba con las orejas muy tiesas. Corrió por el pasadizo abajo un corto trecho, pero pronto regresó. No le agradaba la idea de descender por allí. Sentía que los enemigos estaban al acecho. El señor Barling y Block no eran de los que abandonaban tan pronto la partida.

Pero
Tim
conocía otros caminos por los túneles que minaban la colina, por ejemplo, el que llevaba al pantano. Así es que se puso en marcha en la oscuridad, con tío Quintín agarrado a su collar y
Hollín
, que les seguía de cerca, cogido al abrigo de tío Quintín.

No resultaba fácil ni agradable. Tío Quintín dudaba a veces de que
Tim
supiese realmente adonde iba. Descendieron y descendieron, tropezando en los lugares desiguales y golpeando a veces con la cabeza en los sitios en que el techo del túnel era muy bajo.

Al cabo de mucho tiempo llegaron al borde del pantano, al pie de la colina. Era un lugar desolado, envuelto en la niebla de tal forma que ni
Hollín
ni tío Quintín sabían hacia dónde dirigirse.

—No importa —dijo
Hollín
—, podemos dejar que
Tim
nos guíe. Él sabe el camino y nos conducirá hasta la ciudad. Una vez allí, sabremos encontrar el camino hasta casa.

Pero, de improviso, con gran sorpresa y susto, vieron que
Tim
se paraba en seco, enderezaba las orejas, gruñía y no quería seguir adelante. Parecía muy triste e infeliz. ¿Qué ocurría?

Entonces, con un gran ladrido, el perrazo los abandonó y, al galope, retrocedió hacia el túnel que acababan de abandonar. ¡Y desapareció por completo!

—¡
Tim
! —gritó
Hollín
—. ¡
Tim!
¡Vuelve aquí! ¡No nos abandones! ¡
TIM
!

Pero
Tim
se había ido. Ni
Hollín
ni tío Quintín sabían el porqué. Se miraron el uno al otro desconcertados.

—Supongo que no nos queda más remedio que intentar seguir nuestro camino por este sitio pantanoso —dijo tío Quintín dudando y moviendo un pie con cuidado para tantear si el terreno era duro. ¡No lo era! Retiró su pie en seguida.

La niebla era tan espesa que no se podía ver nada. Detrás de ellos estaba la abertura del túnel. Un alto espadañal se levantaba sobre ésta. Por allí no se divisaba ningún camino. No les quedaba más remedio que buscarse uno en torno al pie de la colina, hacia la carretera principal que conducía a la ciudad; pero aquella carretera se extendía por encima del terreno pantanoso.

—Sentémonos y aguardemos un rato para ver si
Tim
vuelve —propuso
Hollín
.

Así, pues, se acomodaron sobre una roca a la entrada del túnel y esperaron.

Hollín
recordó a sus compañeros. Imaginaba lo que habrían pensado cuando descubrieron que tío Quintín y él habían desaparecido. ¡Qué extrañados se quedarían!

—¿Qué estarán haciendo ahora los demás? —expresó su pensamiento en voz alta—. Me gustaría saberlo.

Como ya sabemos, los demás habían estado haciendo muchas cosas. Habían encontrado el boquete en el asiento de la ventana, por donde el señor Barling se había llevado a sus cautivos, y habían descendido por él. También vieron al señor Barling y a Block cuando se dirigían a hablar con tío Quintín y con
Hollín
.

Habían descubierto también que Block no estaba en su cama y que había dejado un muñeco en su lugar. Ahora, todos hablaban a la vez y, al fin, el señor Lenoir se convenció de que Block era un espía colocado en su casa por el señor Barling y que no era ni con mucho el buen criado que había aparentado ser.

Cuando Julián se dio cuenta de que el señor Lenoir se había convencido de esto, le habló con más franqueza y le contó lo de la trampa que había en el asiento de la ventana y cómo, pasando por él, habían visto al señor Barling y a Block aquel mismo día, en los subterráneos.

—¡Cielo santo! —exclamó el señor Lenoir, que ahora parecía terriblemente alarmado—. ¡Barling no debe de estar en sus cabales! Siempre pensé que era un poco raro, pero ha de estar completamente loco para raptar así a la gente… y también Block tiene que estarlo. ¡Esto es un complot! Habrán oído lo que yo estaba planeando con vuestro tío y por eso se decidieron a interferir, porque esto estropeaba su contrabando. ¡Dios sabe qué es lo que van a hacer ahora! ¡Esto es algo muy serio!

—¡Si por lo menos tuviéramos a
Tim
! —dijo de pronto Jorgina.

El señor Lenoir pareció extrañado.

—¿Quién es
Tim
?

—Bien, mejor será que lo sepa usted todo de una vez —decidió Julián, y contó al señor Lenoir lo de
Tim
y cómo lo habían escondido.

—Ha sido una tontería por parte vuestra —dijo el señor Lenoir con sequedad. Parecía disgustado—. Si me lo hubieseis dicho hubiese buscado a alguien en la ciudad para que lo cuidara. No puedo evitar que no me gusten los perros. Los detesto y nunca tendré uno en mi casa. Pero gustosamente lo hubiese arreglado para que alguien cuidase de él si me llego a enterar de que lo habíais traído.

Los niños se sentían desazonados y avergonzados al mismo tiempo. El señor Lenoir era un hombre muy raro, que se enfadaba fácilmente, pero ahora no les parecía tan terrible como en un principio creyeron.

—Me gustaría ir a ver si encuentro a
Tim
—dijo Jorgina—. ¿Hará usted venir a la policía ahora? Quizá podríamos ir en busca de
Tim
. Conocemos el camino por el pasillo secreto que parte de su estudio.

—¡Ah, por eso estabas escondido allí ayer por la tarde! —exclamó el señor Lenoir—. Pensé que eras un chico muy malo. Intentaremos encontrarlo, si os parece, pero no dejéis que se acerque a mí. No puedo soportar perros en mi casa.

Fue de nuevo a llamar al puesto de policía. La señora Lenoir, con los ojos enrojecidos por el llanto, permanecía de pie junto a él. Jorgina se marchó quedamente hacia el estudio, seguida por Dick, Julián y Ana. Maribel se quedó junto a su madre.

—¡Venid…!, entremos en el pasadizo secreto e intentaremos hallar a
Tim
—dijo Jorgina—. Si vamos todos y silbamos y gritamos y le llamamos, es seguro que nos oirá.

Consiguieron penetrar en el pasadizo haciendo lo que
Hollín
les había enseñado. El panel se deslizó y, luego, como en otra ocasión, apareció una amplia abertura. La atravesaron y se encontraron en el estrecho pasadizo que se extendía desde el estudio al dormitorio de
Hollín
.

¡
Tim
no estaba allí! Los niños se quedaron al pronto muy sorprendidos, pero Jorgina adivinó el porqué.

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