Los cuclillos de Midwich (14 page)

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Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

Una investigación, aunque enfocada desde un punto de vista más general, era alentada también por el doctor Willers en su tercer informe, que adoptó la forma de una protesta, y que terminaba:

»En primer lugar, no veo la razón del interés que se toma el Servicio de Inteligencia del Ejército. En segundo lugar, es inadmisible que este asunto le sea reservado. Es un grave error. Alguien debería realizar un profundo estudio sobre estos niños. Yo tomo notas al respecto, por supuesto, pero no se trata más que de las observaciones de un médico de medicina general. Haría falta que un equipo de expertos se ocupara de ellos. Yo callé antes de los nacimientos porque creía, y creo aún, que el interés general y el de las madres lo exigía, pero en las circunstancias actuales creo que esto ha quedado completamente superado.

»Uno está ya acostumbrado a la idea de las ingerencias completamente inútiles de los militares en algunos campos de la ciencia. ¡Pero esto supera ya todos los límites! Que un tal fenómeno continúe siendo mantenido así y no sea objeto de ninguna observación es, para hablar claro, simplemente escandaloso.

»Incluso si no se tratara más que de una simple obstrucción, seguiría siendo un escándalo. Debe ser posible hacer algo respetando las disposiciones de la Ley de Secretos Oficiales, si eso se creyera necesario. Tenemos ante nosotros una magnífica ocasión de estudio comparativo del desarrollo... y simplemente es ignorada.

»Piensen un poco en todo el trabajo que se toma para estudiar vulgares bichos y animales, y consideren en comparación los magníficos sujetos de observación que tenemos ahí. Sesenta y un individuo semejantes entre sí, tan semejantes que la mayor parte de las presuntas madres no pueden distinguirlos (ellas lo negarán, pero el hecho es este). Reflexionen en el trabajo que se podría emprender sobre los efectos comparativos del ambiente, de la educación, de la asociación, de la alimentación y de todo lo demás.

»Está ocurriendo lo mismo que si se quemaran los libros antes incluso de haber sido escritos. Hay que hacer algo antes de que se pierda esta ocasión única.

Todas estas advertencias trajeron como consecuencia una inmediata visita de Rernard, y una tarde transcurrida en enérgicas discusiones. Discusiones que terminaron en una relativa calma, cuando Bernard prometió actuar cerca del Ministerio de Sanidad Pública a fin de que este tomara rápidamente medidas prácticas.

Una vez se hubieron ido todos, dijo:

—Ahora que el interés suscitado oficialmente por Midwich está destinado a ampliarse, quizá fuera muy útil, es más, me atrevería a decir que evitaría más tarde muchas complicaciones, solicitar la colaboración de Zellaby. ¿Crees poder concertar una entrevista con él?

Telefoneé a Zellaby, que aceptó inmediatamente. Así pues, después de cenar conduje a Bernard a Kyle Manor, donde lo dejé conversando con su anfitrión.

Regresó a nuestra casa unas horas más tarde, con aire preocupado.

—¿Y bien? —preguntó Janet—. ¿Qué opina del sabio de Midwich?

Bernard agitó la cabeza y me miró.

—Me deja perplejo —dijo—. Casi todos tus informes son excelentes, Richard, pero me pregunto si has comprendido bien a ese hombre. ¡Oh!, ya sé que su verborrea es a veces excesiva, pero tú me has hablado mucho de la forma, sin haber hablado lo suficiente del fondo.

—Lamento haberte inducido al error —concedí—. Desgraciadamente, los argumentos de Zellaby son frecuentemente alusivos y a menudo evasivos. Lo que dice puede ser considerado difícilmente como un hecho tiene una marcada inclinación a mencionar las cosas de pasada, y cuando uno piensa de nuevo en ellas, nunca sabe si las ha examinado a la luz de deducciones lógicas o se divertía formulando hipótesis, y por lo tanto nunca puede estar seguro de hasta qué punto lo que ha oído era realmente lo que él quería dar a entender. Esto hace las cosas difíciles.

Bernard asintió con la cabeza.

—Acabo precisamente de darme cuenta de ello. Hacia el final, ha empleado sus buenos diez minutos para decirme que últimamente ha preguntado con alguna frecuencia si realmente la civilización no estaría desde un punto de vista biológico, en decadencia. Ha partido de esta idea para preguntarse si el abismo existente entre el Homo Sapiens y todo lo demás no es demasiado ancho, y ha sugerido que quizá hubiera sido mejor para nuestro desarrollo compartir nuestro habitat con otra especie sapiente o al menos semisapiente. Estoy seguro de que no se trataba de ninguna impertinencia, pero que me cuelguen si veo lo que hay de pertinente en esta tesis. Sin embargo, hay algo muy claro: por mucho que parezca que vaga su mente, hay pocas cosas que se le escapen... A propósito, es completamente de la misma opinión que el doctor en lo que concierne a realizar una investigación comandada por expertos, en particular en lo relativo a este "poder de coacción", pero según su opinión por razones opuestas: no cree que se trate de histeria, y quiere saber de que se trata. Por cierto, ¿sabías que su hija intentó el otro día ir a dar una vuelta en coche con su bebé?

—No —dije—. ¿Qué quieres decir con "intentó"?

—Quiero decir tan sólo que, tras unos diez kilometros, tuvo que pararse y regresar. Dice que esto no le gusta. Como dice: "Que un niño esté siempre pegado a las faldas de su madre es ya malo, pero que una madre esté siempre pegada a los pañales de un bebe es algo muy grave". Estima que ya es tiempo de ponerle remedio a esto.

C
APÍTULO XIV
L
AS COSAS SE COMPLICAN

Por varias razones, pasaron tres semanas antes de que Alan Hughes obtuviera un permiso que le permitiera venir, por lo que las intenciones de Zellaby de "ponerle remedio a esto" tuvieron que ser retrasadas.

En aquel momento, la aversión que manifestaban los Niños (que comenzaban a ser nombrados con una N mayúscula para distinguirlos de los otros niños) cuando se los quería alejar de las inmediaciones se había convertido en un fenómeno reconocido general mente por todo el pueblo. Era una servidumbre, ya que había que vigilar al bebé cada vez que una madre iba a Trayne o a algún otro lado, pero aquello no era considerado como algo grave sino más bien como un capricho, como un inconveniente más aparte los que se presentan inevitablemente cuando uno tiene niños.

Zellaby consideraba el asunto con algo más de preocupación, pero esperó hasta el domingo por la tarde para exponerle el asunto a su yerno. Condujo a Alan hacia las tumbonas colocadas en el prado, bajo el cedro, un lugar donde no podrían ser oídos por nadie. Una vez sentados, y contrariamente a sus costumbres, entró de inmediato en materia.

Lo que quiero decir, hijo mío, es que me sentiría mucho más contento si pudieras llevarte a Ferrelyn lejos de aquí. Y creo que cuando antes mejor.

Alan lo miró con una expresión de sorpresa y frunció el ceño.

—Es evidente que nunca he deseado tanto su presencia a mi lado.

—Por supuesto, querido. Siempre nos hemos dado cuenta de ello. Pero por el momento estoy preocupado por algo mucho más importante que el mezclarme en vuestros asuntos privados. Pienso menos en lo que vosotros querríais o desearíais que en lo que es imperativo hacer, en interés de Ferrelyn más que en el vuestro.

—Pero es que ella quiere irse —recordó Alan—. Incluso lo intentó una vez.

—Lo sé, pero ella intentó llevarse al niño consigo; lo volvió a traer de nuevo, exactamente como había hecho ya una vez, y como al parecer hará siempre que lo intente de nuevo. Es por eso por lo que tienes que llevártela sin el bebé: Si consigues persuadirla, piensa que nosotros podemos arreglárnoslas para cuidar del niño. Tengo todas las razones para creer que si el niño no está con ella no ejercerá, probablemente no podrá ejercer, ninguna influencia más fuerte que la del afecto.

—Pero si creemos a Willers...

—Willers habla mucho para que no se aprecie el miedo que lo domina. Rehúsa ver lo que no quiere ver. No creo que sea necesario saber a qué casuística ha recurrido para calmarse. Lo importante es que no seamos ingenuos con nosotros mismos al respecto.

—¿Quiere decir que la histeria de la que habla él no es la razón que empuja a Ferrelyn y a las demás a regresar aquí?

—Bueno, ¿qué es la histeria? Un desorden funcional del sistema nervioso. Naturalmente, existe una considerable tensión en los sistemas nerviosos de muchas de ellas, pero lo malo con Willers es que se detiene antes incluso de haber comenzado. En vez de mirar las cosas cara y cara, y preguntarse honestamente por qué la reacción toma esta forma particular, se oculta tras una pantalla de generalidades amparándose en el largo período de angustia continuada que han sufrido, etc. No le critico por ello. Ha pasado lo suyo, ahora está agotado, y merece un poco de descanso. Pero esto no quiere decir que debamos dejarle enmascarar los hechos, y esto es lo que intenta hacer. Por ejemplo, pese a sus propias observaciones rehúsa admitir que esas crisis "de histeria" no se han producido más que cuando el niño estaba presente.

—¿Ah, sí? —preguntó Alan, sorprendido.

—Sin ninguna excepción. Este sentimiento de constricción no se presenta más que en las proximidades de uno de los bebés. Separaremos al bebé de su madre, o mejor digamos: alejemos a todas las madres de todos los bebés, y muy pronto la compulsión comienza a disminuir y tiende a desaparecer. En algunas necesitará más tiempo que en otras, pero eso es lo que termina por ocurrir fatalmente.

—Pero no acabo de ver... es decir, ¿cómo se produce esto?

—No tengo la menor idea. Quizá podríamos suponer un elemento cercano al hipnotismo, pero sea cual sea el mecanismo tengo bastante con la afirmación de que esta compulsión es ejercida por el niño voluntariamente y con propósitos deliberados. Tomemos por ejemplo el caso de la señorita Lamb: cuando se hizo evidente que le era físicamente imposible someterla, la compulsión pasó rápidamente a la señorita Latterly, que antes de ello no había sentido nada, y el resultado fue que el bebé consiguió lo que quería, es decir venir aquí, con todo lo que siguió después.

—Y tras su retorno, ¿nadie ha conseguido alejarlos más de diez kilómetros de Midwich?

—Histeria, pretende Willers. Una mujer inicia el proceso, las demás lo aceptan inconscientemente y empiezan a mostrar así los mismos síntomas. Pero si el bebé es dejado aquí, en casa de una vecina por ejemplo, la madre puede ir perfectamente a Trayne o no importa a cuál otro lugar sin el menor impedimento. Y esto, según Willers, es debido tan sólo al hecho de que su inconsciente no es llevado a temer que pueda pasarle algo mientras está ausente. Y no ocurre nada.

»Pero mi punto de vista es otro: Ferrelyn no puede llevarse al niño, pero si decide irse y dejarle aquí, no hay nada que pueda impedírselo. Tu deber es pues ayudarla a decidirse.

Alan reflexionó.

—En pocas palabras, es un ultimátum: elegir entre el bebé o yo. Es un poco brusco y... esto... categórico, ¿no? —insinuó.

—El bebé planteó ya su ultimátum, querido yerno. Lo que tú tienes que hacer es aclarar la situación. El único compromiso posible sería que capitulaseis ante el bebé y que vinierais a vivir aquí.

—Lo que me resulta del todo punto imposible.

—¿Entonces? Hace ya varias semanas que Ferrelyn deja pasar el tiempo sin tomar su decisión, pero más tarde o más temprano tendrá que tomarla. Primero tienes que mostrarle el obstáculo, y luego ayudarla a franquearlo.

—Todo esto me parece muy duro —dijo Alan suavemente.

—¿Acaso lo contrario no es tan duro para un hombre, cuando no se trata de su hijo?

—Hum —murmuró Alan.

Zellalby prosiguió:

—Y tampoco es exactamente el hijo de ella, de otro modo yo no hablaría como lo estoy haciendo. Ferrelyn y las demás son víctimas de una situación impuesta, han sido engañadas y colocadas en una situación enteramente falseada. Una especie de maquinación extraña y complicada las ha transformado en lo que los veterinarios llaman madres-huésped, lo que constituye un lazo más íntimo que el de las madres nodrizas, pero un lazo de este tipo pese a todo. Este bebé no tiene nada de común con nosotros dos, salvo el que, por un proceso aún inexplicable, Ferrelyn se ha visto en una situación que la ha obligado a alimentarlo. Este niño está tan lejos de perteneceros, que no corresponde a ninguna especificación racial conocida. El propio Willers lo confiesa.

»Pero, si bien el tipo es desconocido, el fenómeno no lo es, nuestros antepasados, que no tenían la fe ciega de Willers en los postulados científicos, tenían un término para ello: llamaban a esos seres niños sustituidos. Nada en todo este asunto les hubiera parecido tan extraordinario como nos lo parece a nosotros, porque no tenían que sufrir más que un dogmatismo religioso, que no es tan dogmático como el dogmatismo científico.

»La noción del niño sustituido se halla, pues, lejos de ser nueva, es a la vez tan antigua y tan ampliamente difundida que es improbable que haya nacido o que haya persistido sin razones y sin apoyos ocasionales. Es cierto que aún no se ha afrontado el hecho de que esto pueda ocurrir a una tal escala, pero en este caso la cantidad no cambia en absoluto la naturaleza del hecho. Todos los sesenta y un niños de ojos dorados que tenemos aquí son intrusos, niños sustituidos: son niños
cuclillo
.

"Observa, con respecto al cuclillo, que el modo en que el huevo es colocado en un nido es indiferente, al igual que lo es la razón por la que ha sido elegido ese nido precisamente; el problema empieza realmente una vez ha eclosionado el huevo. En efecto, ¿cuál será la próxima tentativa de ese pequeño cuclillo? Sea cual sea, estará motivada por su instinto de conservación, ¡un instinto caracterizado principalmente por una implacable crueldad!

Alan reflexionó unos instantes.

—¿Cree realmente que esta comparación es la adecuada? —preguntó, incómodo.

—Estoy seguro de ello —afirmó Zellaby.

Permanecieron ambos silenciosos por unos momentos, Zellaby recostado en su silla, las manos cruzadas tras la cabeza, Alan dejando que su mirada vagara por el jardín. Finalmente dijo:

—Está bien. Supongo que la mayor parte de nosotros esperábamos que, una vez nacidos los Niños, las cosas se arreglarían. Hay que reconocer que por el momento no ha sido así. Pero, ¿qué cree usted que va a ocurrir a continuación?

—Me conformo con esperar —dijo Zellaby—. No veo nada definido, salvo que no creo que lo que ocurra, sea lo que sea, resulte agradable. El cuclillo sobrevive porque es duro y sus intenciones son muy precisas. Es por eso por lo que espero que te lleves a Ferrelyn y la mantengas a tu lado.

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