Los días de gloria (51 page)

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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Al contrario. Mi experiencia reside en que si cuentas la verdad, si el mercado te percibe como un sujeto creíble capaz de relatar lo que sucede sin miedo a posibles problemas de imagen, al final te valora mucho mejor.

Nuestra posición hubiera sido distinta si, al lado de las indudables ventajas y activos de Banesto, hubiéramos situado, urbi et orbe, con luz y taquígrafos, sus inconvenientes, sus carencias y los costes que implicaba su puesta al día. Pero no lo hice. Y fue un error.

Por tanto, necesitábamos algún expediente que nos permitiera solventar el problema que nos situaba sobre nuestra mesa Mariano Rubio, el del Banco de España. Y el expediente más directo residía, precisamente, en la fusión con otro gran banco. Con ello calmaríamos las pretensiones del poder, organizaríamos adecuadamente nuestras carencias y, además, podríamos incluso controlar una entidad mayor, aunque ya he dicho que mayor y mejor no es necesariamente lo mismo.

El mapa de posibilidades se circunscribía a tres bancos: el Hispano de Boada, el Popular de Luis Valls y el Central de Alfonso Escámez. Empecé por su orden.

Con Boada me reuní en un hotel madrileño. Nos rodeamos de secreto, que es algo que viste mucho en reuniones financieras de altura. Luego todo se acaba contando en los salones y en las cacerías, pero de momento el secreto es de lo más elegante que se despacha. Las condiciones de Boada para fusionarnos eran dos.

—Quiero que el número dos, el consejero delegado del banco fusionado, sea Amusátegui. Te llevas fenomenal con él y es un tipo muy bueno.

Asentí con un gesto de cabeza en evitación de pronunciamientos más rotundos, porque no me parecía difícil aceptar esa condición, aunque Pepe no gustara demasiado en determinados ámbitos del Consejo.

—Bueno, y ¿qué más?

—Pues que la ecuación de canje tiene que ser una acción de Hispano por una de Banesto.

—No me jodas, Claudio...

Seguramente no hubiera tenido excesivo inconveniente en aceptar la primera de sus exigencias, pero la segunda me parecía sencillamente un imposible para los accionistas de Banesto. Nuestro banco valía más que el Hispano. Si me hubiera guiado por presidencias personales, por tamaños, por agradar al poder, me habría resultado indiferente eso de los accionistas, porque excusas siempre encuentras. Pero me negué, así que con mi negativa finalizaron las conversaciones.

No obstante medité: está claro que Claudio Boada es un hombre que mantiene excelentes relaciones con Rubio, con Solchaga y demás de la misma coreografía. Es diáfano que no daría un paso sin la aprobación de quienes mandan, entre otras razones porque a ellos debía su puesto. Entonces la cosa era clara: ¿cómo es posible que Mariano Rubio consintiera una fusión de ese porte que, sin duda, me concedería más poder del que ya tenía con Banesto? ¿Qué se escondía detrás de ese proyecto? Lo vi claro: el Consejo de Banesto, en aquellos momentos, formaba un bloque sólido, no existían, todavía, discrepancias ni luchas por un poder que se consolidó de manera pétrea. Al fusionarnos tendríamos que consentir un Consejo compuesto por los nuestros y los del Hispano. De esa manera mi posición se debilitaría porque muchos de los consejeros del banco de Boada pertenecían al clan y obedecerían las consignas de Mariano. En el fondo era una trampa clara. Ciertamente la fusión, como ocurrió con el Bilbao Vizcaya, sería paritaria, pero no necesitarían más que a uno, dos o tres consejeros nuestros que fueran aleccionados —y mecanismos eficaces existen— a pasarse de bando para que en una votación perdiera la presidencia y el control del banco.

—¿Qué te parece, Juan? ¿No crees que es una trampa?

Juan Abelló ni siquiera entró en semejantes consideraciones. Mantuvo una posición mucho más fundamentalista, sin resquicios de otro orden.

—No se hace esa fusión. Por mis niños que no. No me voy a sentar en una mesa en la que tenga que convivir con nuestros peores enemigos.

—Muy fuerte eso, Juan. ¿Estás seguro de que son nuestros peores enemigos? Yo de momento no les he hecho nada...

—Cuando no te enteras, no te enteras. Son ellos los que mandan. Hemos conseguido un trozo de poder; un gran trozo, pero la tarta es suya. El poder no admite competidores. Un competidor es siempre un enemigo.

—Bueno, bueno, no te sulfures. Seguro que tienes razón.

Curiosamente, poco después de esta conversación muchos de aquellos teóricos peores enemigos pasaron a formar parte de un bando en el que se situó Juan Abelló.

Mi negativa a Boada no dio por cerrado el tema de las fusiones porque, como explicaba antes, la fiebre crecía en España, mis problemas financieros también, y era necesario darle algún tipo de respuesta, en todo caso menos estrambótica que la que proporcionaba Luis Valls, el presidente del Banco Popular. Era un hombre más bien alto, bien parecido, de tez clara y ojos brillantes, sonrisa enigmática, como todo su lenguaje corporal, miembro destacado del Opus Dei, obsesionado con la prensa y su imagen.

—Juan, ¿tienes información fiable de Luis Valls?

—No. Es del Opus Dei, dicen que tiene mucha influencia en el Banco de España, que es muy aficionado a las conspiraciones, pero personalmente no puedo decirte nada concreto, ¿por qué?

—Pues porque quiero empezar a hablar con él de fusionarnos.

—Mira, si quieres vete, pero eso no lo vas a conseguir. Es perder el tiempo.

—¿Por qué?

—Pues porque las vinculaciones del Popular siempre se han dicho que son raras. Mira lo que pasó con Ruiz-Mateos. No, no creo que se fusione con nadie, pero bueno, si quieres intentarlo por mí no hay inconveniente. Sería una operación cojonuda.

Goldman Sachs, el banco americano que había colaborado con nosotros en la defensa frente a la OPA del Bilbao, preparó por encargo mío un estudio sobre la fusión Banesto-Popular y con esas carpetas negras de anillas en las que habitualmente los americanos escriben sus conclusiones, llenas de gráficos y colorines, me fui a ver a Luis al Banco Popular.

Me recibió en una discoteca, decorada en color verde, construida en los bajos de su banco. No salía de mi asombro, porque ciertamente el que una entidad financiera disponga de una discoteca en toda regla es un hecho más que curioso. Luis, sin conceder la menor importancia a nuestro lugar de encuentro, sin proporcionarme la menor explicación sobre el decorado de nuestra conversación, se movió despacio hacia la zona en la que se encontraba el equipo de música. Con gestos ceremoniosos sacó un disco de vinilo de su funda, lo situó sobre el plato, conectó el amplificador, movió el brazo de la aguja y lo depositó cuidadosamente sobre el disco. Graduó el volumen no excesivamente alto, de forma que pudiéramos conversar. Comprobado todo ello, con la misma lentitud se acercó al lugar en el que me encontraba dispuesto a escuchar, con una cara de indudable cachondeo, mis profundos razonamientos sobre la fusión Banesto-Popular. Me di cuenta al instante y como mi intención no era ponerme a bailar con Luis, nada me retenía en aquel entorno, así que me despedí de mi anfitrión con la mayor delicadeza que pude y volví a mi despacho de Banesto. Nunca más volvimos a tocar el asunto. Poco después de anunciar públicamente la fusión con el Central, Luis pidió verme y le recibí en mi despacho de Castellana. Todo el mundo creía que aquella gran operación era ya un éxito y por eso me llamaron la atención las palabras del presidente del Popular.

—Esto saldrá mal. Lo tuyo y lo de Alfonso saldrá mal.

—¿Por qué lo dices, Luis?

—Porque saldrá mal.

¿Quién es o quién era Luis Valls? Reconozco que mis ideas son algo confusas.

Creo que no se ocupaba de la gestión diaria del banco. Durante muchos años las directrices del banco consistieron en almacenar en sus cuentas beneficios no repartidos, de manera que disponían de un gigantesco colchón de recursos propios que nunca fueron distribuidos a los accionistas. Eso les dotaba de una capacidad de producir resultados muy superior a la de otros. Además, el Popular seguía una estrategia muy conservadora en lo que a tamaño se refiere. Quería seguir concentrándose en el sector de la banca doméstica y la expansión internacional les provocaba una alergia insuperable.

Pero, al margen de estrategias bancarias, ¿quién era Luis Valls? Ciertamente era hombre inteligente pero a fuerza de ser enigmático seguro que escondía trozos de brillantez. Siempre me llamó la atención su obsesión por la prensa, sus constantes deseos de dejar entrever, no aparentar ni explicitar, solo entrever, como si de una puerta entornada se tratara, que su vida disponía de un trasfondo de otro orden, de diferente calidad, como si perteneciera, en algún grado, a un cierto poder real. Más bien oculto, en cuyas manos se encontrara la obligación de cuidar por el mejor destino de la Humanidad.

No sé muy bien el verdadero papel de Luis. No soy capaz de definirle como un hombre capital en el Opus Dei. Sus relaciones con el Banco de España eran magníficas. Ciertamente personajes claves como Aristóbulo de Juan, director de la Inspección del Banco de España, y Rafael Termes, presidente de la patronal bancaria, pertenecían al Opus y al entorno de Luis, pero de eso a deducir que era la punta de lanza de un poder oculto de proporciones considerables quedaba un trecho largo por recorrer.

Insisto en que no soy capaz de definirle con perfiles nítidos. Aun hoy, muchos años después, sigo en mi nebulosa. Algunos, entre ellos el eterno intermediario, el amigo de Garzón, Antonio Navalón, apuntaban a Luis como uno de los puntales clave del edificio del sistema político-financiero español. Es posible, aunque a pesar de mi experiencia no me encuentro en posición de certificarlo.

Curiosamente, su sobrino, el hijo de su hermano Javier, copresidente del Popular, se convirtió en una especie de discípulo mío desde su pubertad. Mantuvimos una larga correspondencia durante años y posteriormente, ya entrado en la veintena larga, se cimentó entre nosotros una profunda amistad, en la que yo ejercía como una especie de segundo padre. Luis Valls tenía una gran admiración por su tío. Profunda admiración, diría yo, aunque también he tenido la sensación de que ante la relativa ambigüedad de mis respuestas cuando me preguntaba mi opinión sobre su tío, llegó a pensar que algo ocurría, que alguna información de la que disponía no deseaba compartirla con él, con el propósito de que siguiera manteniendo esa admiración por el que fue un hombre a todas luces importante en el sistema financiero español.

¿Era el Popular un reducto de financiación del Opus Dei? Ni lo sé ni previsiblemente lo sabremos nunca. En algún momento sospeché que la renuencia decidida, el rechazo educado pero frontal a cualquier fusión podría fundamentarse en el deseo de que nadie entrara a analizar las cuentas, de que no se formularan preguntas sobre algunas partidas del balance cuya explicación podría resultar algo engorrosa y quizá comprometida para esa institución religiosa.

¿Por qué la amistad entre Luis Valls y Antonio Navalón? ¿Qué papel real jugaron Luis Valls y el Opus en el derrocamiento de Ruiz Mateos? ¿Es cierto, como me comentó Navalón, que en las sucursales del Popular por orden de Luis Valls se suministraban pequeños fondos de maniobra para socialistas que comenzaban sus vidas como Solchaga? No lo sé, y como digo, es más que posible que nunca dispongamos de certezas.

¿Qué papel real jugaron Luis Valls y el Opus Dei en la intervención de Banesto? Muy difícil precisarlo. Durante estos años me han tratado de intoxicar con la versión de que apoyaron sin fisuras mi descabezamiento debido a que mi pretensión de buscar los puntos de encuentro entre las tres religiones, explicitada en el Congreso del Vaticano de 1992, les llenó de alarma. No sé si el Opus mantiene, al igual que los jesuitas, una actitud de beligerancia mortal con la masonería, pero no creo que sea ese el motivo, aunque la irracionalidad es capaz de desperfectos mayores sin causa objetivable. Posiblemente es que algunos encuentran su forma de vida en la separación de los tres monoteísmos. No sé si solo su forma de vida. Es posible que también sus negocios puros y duros, porque desgraciadamente Dios es para algunos un mero motivo de ganancias.

Cuando murió Luis Valls tuve ocasión de intervenir tratando de ayudar al padre de Luis, al copresidente Javier Valls, a soportar los malos modos y las peores maneras que sobre él ejercieron para forzar su salida de la presidencia. En ese momento pude comprobar que el banco se controló directamente por personas numerarios de la Orden. No accionistas. Solo numerarios. Personas que convivían con Luis Valls, quien pertenecía a ese nivel dentro de la estructura del Opus. Y Javier Valls no recorría esos senderos, ni de lejos. Así que la decisión fue apartarlo. Y liquidar en gran medida la presencia familiar. No hubo funeral para Luis Valls Taberner después de su muerte, dicen que por expresa voluntad del difunto. O si lo hubo fue de estricta intimidad y para personas de la misma obediencia. Tampoco hicieron sitio para su familia en el banco. Quizá también tuviera el mismo origen que la ausencia de oficio religioso.

Así que unos por una razón y otros por otra, lo cierto es que teníamos como única alternativa al Banco Central de Escámez y aquello era harina de un costal enorme, en tamaño, en complicación, en dificultades humanas... Pero al tiempo se presentó como una oportunidad. Y me fui de cabeza a por ella.

—¿Qué crees que estará pensando estos días el tío Bartolillo?

Ese era el apodo con el que en determinados círculos se conocía a Alfonso Escámez, el presidente del Central.

—Cualquiera sabe —contestó Juan.

Alfonso Escámez, presidente del Central, era un hombre algo raro. Bajito, gordito, de nariz aguileña, ojos que escudriñan como halcón, gestos estudiados, listo, zorro viejo, llegó a la presidencia del banco desde su posición de botones. Algo así resultaba ciertamente extraño, casi sin precedentes y tal vez por ello en torno a Escámez y a su presidencia del Central se confeccionaron algunas maledicencias referidas a Villalonga y su descendencia. ¿Ciertas? Ni me interesaron entonces ni me ocupan ahora.

Cualquiera que fuera su origen, el poder que ejercía en el banco era total, a la vieja usanza, casi como el de Garnica, aunque las «familias» de su banco no admitían comparación con el modelo de Banesto. Cuando sufrimos el intento de OPA de Asiaín, uno de los pocos personajes de la vida española que se mostró contrario fue, precisamente, el viejo Escámez, tal vez porque presintiera que algo similar podría ocurrirle y pronto. Durante años y años su voluntad fue la ley del Central, pero en aquellos momentos, en los primeros meses de 1988, su posición aparecía dotada de una singular debilidad.

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