Los hijos de Húrin (16 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

8
La tierra del arco y el yelmo

E
n los días que siguieron, Beleg trabajó mucho por el bien de la compañía. A los que estaban heridos o enfermos los cuidaba y sanaban con rapidez, porque en aquel entonces, los Elfos Grises eran todavía un pueblo noble, que poseía un gran poder y conocían las manifestaciones de la vida y de todas las criaturas vivientes; y aunque eran inferiores en habilidades y conocimientos a los Exiliados de Valinor, tenían muchas artes que estaban más allá del alcance de los Hombres. Por otra parte, Beleg Arcofirme era grande entre el pueblo de Doriath; era fuerte, y resistente, y de mente y vista penetrantes, y, en caso de necesidad, era valiente en combate, porque no sólo contaba con las rápidas flechas de su gran arco, sino también con la espada Anglachel. Pero el odio por él crecía cada vez más en el corazón de Mîm, que, como se ha dicho, odiaba a todos los Elfos, y contemplaba con celos el amor que Túrin sentía por Beleg.

Cuando pasó el invierno y llegó el despertar y la primavera, los proscritos pronto tuvieron un trabajo más serio al que dedicarse. El poder de Morgoth se movía; y como los largos dedos de una mano que tantea, las avanzadillas de sus ejércitos exploraban los caminos a Beleriand.

¿Quién conoce los designios de Morgoth? ¿Quién puede medir el alcance del pensamiento de aquel que había sido Melkor, poderoso entre los Ainur de la Gran Canción, y era ahora el señor oscuro en un trono oscuro del norte, que desmenuzaba con su malicia todas las nuevas que recibía, ya fuera por espía o traidor, y veía con los ojos de su mente y de su conocimiento las acciones y los propósitos de sus enemigos mucho más allá de lo que temían los más sabios de entre ellos, excepto Melian, la reina? Hacia ella se dirigía con frecuencia el pensamiento de Morgoth, pero nunca la alcanzaba.

Ese año volvió su malicia hacia la tierra al oeste del Sirion, donde todavía había un poder capaz de ponerle resistencia. Gondolin seguía en pie, pero estaba escondida. Sabía dónde estaba Doriath. pero aún no podía penetrar en ella. Más allá estaba Nargothrond, cuyo camino no había encontrado todavía ninguno de sus siervos, que temían su nombre; en ella moraba el pueblo de Finrod, en una fortaleza oculta. Y de lejos, en el sur, más allá de los bosques blancos de abedules de Nimbrethil, desde la costa de Arvernien y la desembocadura del Sirion, llegaban rumores de los Puertos de los Navíos, que no podía alcanzar mientras todo lo demás no hubiera caído.

Así pues los Orcos bajaban del norte aún en mayor número. Llegaron por Anach y Dimbar fue tomada, y todas las fronteras septentrionales de Doriath estaban infestadas. Recorrieron el antiguo camino que atravesaba el largo desfiladero del Sirion, más allá de la isla donde se había levantado Minas Tirith, de Finrod, y por la tierra que se extiende entre el Malduin y el Sirion y las orillas de Brethil hasta los Cruces del Teiglin. Desde allí, el camino conducía a la Planicie Guardada, y luego, siguiendo la parte baja de las elevaciones dominadas por el Amon Rûdh, bajaba al valle del Narog y llegaba al fin a Nargothrond. Pero los Orcos aún no se aventuraban tanto por ese camino; porque ahora vivía allí un terror escondido, y sobre la colina roja había ojos vigilantes de los que nada se les había dicho.

Esa primavera, Túrin se puso otra vez el Yelmo de Hador, y Beleg se alegró. Empezaron con una compañía de menos de cincuenta hombres, pero las artes de Beleg en los bosques y el valor de Túrin hacían que a sus enemigos les parecieran un ejército. Los exploradores de los Orcos eran perseguidos, sus campamentos espiados, y, cuando se reunían varias huestes para avanzar en cualquier lugar estrecho entre peñascos o a la sombra de los árboles, aparecía el Yelmo-Dragón y sus Hombres, altos y fieros. Pronto, ante el mero sonido de su cuerno en las colinas, los capitanes temblaban y los Orcos huían antes incluso de que silbaran las flechas y se desenvainaran las espadas.

Se ha contado cómo, cuando Mîm entregó su morada escondida de Amon Rûdh a Túrin y su compañía, pidió que quien había disparado la flecha que mató a su hijo rompiera su arco y sus flechas y los pusiera a los pies de Khím; y ese hombre era Andróg. Entonces, con gran renuencia, Andróg hizo lo que Mîm pedía. Luego, Mîm le dijo a Andróg que no debía llevar nunca más arco ni flechas, y le echó una maldición según la cual, si alguna vez lo hacía, encontraría la muerte por ese medio.

Sin embargo, en la primavera de ese año, Andróg desafió la maldición de Mîm y tomó de nuevo un arco en una incursión desde Bar-en-Danwedh; en esa escaramuza fue abatido por una flecha de Orco envenenada, y lo llevaron de vuelta moribundo. Pero Beleg le curó la herida, con lo que el odio que Mîm sentía por Beleg se acrecentó todavía más, porque de este modo había anulado su maldición; pero «volverá a actuar», dijo.

Ese año, a todo lo largo y ancho de Beleriand, entre los bosques y sobre las corrientes, y a través de los pasos de las colinas, se difundió el rumor de que el Arco y el Yelmo que según se creía habían caído en Nimbar se habían alzado de nuevo más allá de toda esperanza. Entonces, muchos, tanto Elfos como Hombres, que habían quedado sin guía, desposeídos pero no acobardados, supervivientes de batallas y derrotas y tierras arrasadas, cobraron nuevo ánimo y fueron en busca de los Dos Capitanes, aunque nadie sabía aún dónde tenían su fortaleza. Túrin recibió de buen grado a todos los que acudieron a él, pero por consejo de Beleg no admitió a ningún recién llegado en su refugio de Amon Rûdh (que ahora se llamaba Echad i Sedryn, Campamento de los Fieles); y el camino para llegar allí sólo los de la Vieja Compañía lo conocían. Pero otros fuertes y campamentos protegidos se establecieron en derredor: en el bosque del este y en las tierras altas, o en los marjales del sur, desde Methed-en-glad (el Final del Bosque), al sur de los Cruces del Teiglin, hasta Bar Erib, a algunas leguas al sur de Amon Rûdh, en la tierra antaño fértil que se extendía entre el Narog y las Lagunas del Sirion. Desde todos estos lugares, los combatientes podían divisar la cima de Amon Rûdh, y mediante señales desde allí, recibían noticias y órdenes.

De este modo, antes de terminar el verano, los seguidores de Túrin se habían convertido en una gran fuerza, y el poder de Angband fue rechazado. Esto llegó a saberse incluso en Nargothrond, y muchos allí se impacientaron, y dijeron que si un proscrito podía infligir tantos daños al Enemigo, qué no podría hacer el Señor del Narog. Pero Orodreth, rey de Nargothrond, no estaba dispuesto a alterar sus planes. En todo seguía a Thingol, con quien intercambiaba mensajeros por vías secretas. Orodreth era un señor sabio, con la sabiduría de quienes se preocupan en primer lugar por su propio pueblo, y por alargar el tiempo en que éste pueda preservar su vida y sus propiedades contra la codicia del norte. Por tanto, no permitió que ninguno de los suyos fuera a unirse a los de Túrin, y envió mensajeros a decirle que, en todas sus acciones y planes de guerra no debía pisar las tierras de Nargothrond, ni empujar hacia allí a los Orcos. Pero ofrecía a los Dos Capitanes cualquier otra ayuda que necesitaran, excepto armas (y en esto, se cree, seguía la sugerencia de Thingol y Melian).

Entonces Morgoth retiró la mano; sin embargo, hacía frecuentes amagos de ataque, para que las victorias fáciles hicieran crecer desmesuradamente la confianza de los rebeldes. Tal como en efecto sucedió. Porque Túrin dio ahora el nombre de Dor Cúarthol a toda la tierra situada entre el Teiglin y la frontera occidental de Doriath; y reclamando el señorío de ese territorio, tomó un nuevo nombre, Gorthol, el Yelmo Terrible; y tenía el ánimo enaltecido. Sin embargo, a Beleg le pareció que el Yelmo había tenido en Túrin un efecto distinto del que él esperaba; y al pensar en los días venideros su mente se inquietaba.

Un día de finales de verano, él y Túrin estaban sentados en el Echad, descansando después de una larga pelea y una marcha prolongada. Entonces Túrin preguntó a Beleg:

—¿Por qué estás triste y pensativo? ¿No va todo bien desde que volviste conmigo? ¿No ha resultado buena mi decisión?

—Todo va bien por ahora —dijo Beleg—. Nuestros enemigos están aún sorprendidos y atemorizados. Y todavía nos esperan días felices durante un tiempo.

—¿Y después? —quiso saber Túrin.

—El invierno —respondió Beleg—. Y después otro año, para quienes vivan para verlo.

—¿Y después? —insistió Túrin.

—La ira de Angband. Sólo hemos quemado la yema de los dedos de la Mano Negra. No se retirará.

—Pero ¿no es la ira de Angband nuestro propósito y deleite? —dijo Túrin—. ¿Qué más querrías que yo hiciera?

—Lo sabes perfectamente —contestó Beleg—. Pero de eso me has prohibido hablar. Sin embargo, escucha lo que te diré ahora: el rey o el señor de un gran ejército tiene múltiples necesidades. Ha de contar con un refugio seguro, y debe tener riquezas y mucha gente a su servicio cuyo trabajo no sea la guerra. Con el número, crece la necesidad de alimento más allá de lo que las tierras salvajes puedan procurar a los cazadores. Y así se difunde el secreto. Amon Rûdh es un buen sitio para unos pocos: tiene ojos y oídos. Pero se yergue en un lugar solitario, y se divisa desde lejos; no sería necesaria una gran fuerza para rodearlo, a menos que lo defendieran, unas huestes mucho más grandes de lo que ahora son las nuestras y probablemente lo sean nunca.

—No obstante, seré el capitán de mi propio ejército —afirmó Túrin—; y si caigo, caigo. Yo me interpongo en el camino de Morgoth, y mientras esté aquí, él no puede usar el camino del sur.

Los rumores de la presencia del Yelmo-Dragón en las tierras al oeste del Sirion llegaron rápidamente a oídos de Morgoth, y éste rió, porque así se le reveló de nuevo Túrin, que había permanecido durante mucho tiempo perdido para él en las sombras y bajo los velos de Melian. Sin embargo, empezó a temer que Túrin creciera hasta adquirir tal poder, que la maldición que había arrojado sobre él se volviera hueca, y escapara del destino dispuesto para él, o se retirara a Doriath y lo perdiera de nuevo de vista. Por tanto, pensó que debía capturar a Túrin y provocarle tanto sufrimiento como a su padre, torturarlo y esclavizarlo.

Beleg había acertado al decirle a Túrin que sólo habían chamuscado los dedos de la Mano Negra, y que ésta no se retiraría. Sin embargo, Morgoth ocultó sus designios, y por ese entonces se contentó con enviar a sus exploradores más hábiles; y antes de que transcurriera mucho tiempo, Amon Rûdh estaba rodeada de espías que merodeaban por las tierras salvajes sin ser observados y sin actuar contra las partidas de combatientes que entraban y salían.

Pero Mîm era consciente de la presencia de Orcos en las tierras que rodeaban Amon Rûdh. y el odio que sentía por Beleg llevó a su corazón oscurecido a tomar una malvada decisión. Un día, hacia el final del año. dijo a los hombres de Bar-en-Danwedh que se iba con su hijo Ibun a buscar raíces para las reservas del invierno, pero su verdadero propósito era buscar a los siervos de Morgoth y conducirlos al escondite de Túrin.
[21]

Mîm intentó imponer ciertas condiciones a los Orcos, que se rieron de él, pero Mîm les dijo que estaban muy equivocados si creían que podían obtener algo de un Enano Mezquino mediante la tortura. Entonces le preguntaron cuáles eran las condiciones, y Mîm expuso sus exigencias: que le pagaran el peso en hierro de cada hombre que capturaran o mataran, y el peso en oro de Túrin y Beleg; que su casa, una vez libre de Túrin y su grupo, volviera a ser para él, y que no lo molestaran; que dejaran atrás a Beleg, atado, para que Mîm se encargara de él, y que se permitiera a Túrin partir en libertad.

Los emisarios de Morgoth accedieron rápidamente a estas condiciones, sin intenciones de cumplir ninguna de ellas. El capitán de los Orcos pensaba que el destino de Beleg quizá podía quedar en manos de Mîm, pero en cuanto a dejar en libertad a Túrin, sus órdenes eran llevarlo «vivo a Angband». Por otra parte, aunque aceptaron las condiciones, insistieron en mantener a Ibun como rehén, y entonces Mîm tuvo miedo e intentó echarse atrás o escapar. Pero los Orcos tenían a su hijo, y Mîm se vio obligado a guiarlos hasta Bar-en-Danwedh. Así fue traicionada la Casa del Rescate.

Como se ha dicho, la masa rocosa que constituía la corona o gorra de Amon Rûdh aunque abrupta, era accesible a los hombres, que podían trepar a ella subiendo por una escalera tallada en la roca, que partía de la plataforma o terraza ante la entrada de la casa de Mîm. Allí había dispuestos unos vigilantes, que dieron la alarma al ver llegar a los enemigos. Pero éstos, guiados por Mîm, alcanzaron la plataforma llana ante las puertas, y Túrin y Beleg tuvieron que retroceder hasta la entrada de Bar-en-Danwedh. Algunos de los hombres que intentaron subir los escalones tallados en la roca fueron derribados por las flechas de los Orcos.

Túrin y Beleg retrocedieron al interior de la cueva, y bloquearon el pasaje con una gran roca. En ese momento, Andróg les reveló la escalera escondida que llevaba a la cima plana de Amon Rûdh. y que había encontrado cuando se perdió en las cavernas. Entonces, Túrin y Beleg, con muchos de sus hombres, subieron por esa escalera y salieron a la cima, sorprendiendo a los pocos Orcos que habían llegado ya allí por el sendero exterior, y los empujaron haciéndolos caer por el borde. Durante un breve espacio de tiempo, pudieron ir rechazando a los Orcos que subían a la roca, pero en la cima desnuda no contaban con refugio alguno, y muchos fueron abatidos desde abajo. El más valiente de ellos fue Andróg, que cayó mortalmente herido por una flecha en los primeros peldaños de la escalera exterior.

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