Los hijos de Húrin (6 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

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La Batalla de las Lágrimas Innumerables

M
uchas canciones de los Elfos cantan aún y muchas historias todavía cuentan la Nirnaeth Arnoediad, la Batalla de las Lágrimas Innumerables, en la que cayó Fingon y se marchitó la flor de los Eldar. Si se contara todo lo que sucedió, la vida de un hombre no bastaría para escucharlo.
[2]
Aquí se contarán sólo los hechos que atañen al destino de la Casa de Hador y los hijos de Húrin el Firme.

Después de haber reunido por fin todas las fuerzas que le fue posible, Maedhros señaló una fecha, la mañana del solsticio de verano. Ese día, las trompetas de los Eldar saludaron la salida del sol, y en el este se izó el estandarte de los hijos de Fëanor, y en el oeste el de Fingon, rey de los Noldor.

Entonces, Fingon miró desde los muros de Eithel Sirion, y vio que sus huestes estaban en orden de batalla en los valles y los bosques al este de Ered Wethrin, perfectamente ocultas a los ojos del Enemigo, aunque eran muy numerosas. Allí se habían reunido todos los Noldor de Hithlum, junto con muchos Elfos de las Falas y de Nargothrond; y se contaba también con una gran fuerza de Hombres. A la derecha estaban las mesnadas de Dor-lómin y todo el valor de Húrin y su hermano Huor, y a ellos se había sumado Haldir de Brethil, su pariente, con muchos Hombres de los bosques.

Entonces Fingon miró hacia el este, y sus ojos élficos vieron a lo lejos polvo y el destello del acero como estrellas entre la niebla, y supo que Maedhros había partido y se regocijó. Entonces miró hacia Thangorodrim, rodeado por una nube oscura y del que ascendía un humo negro, y supo que la ira de Morgoth había despertado y que había aceptado el reto, y una sombra de duda cayó sobre su corazón. Pero en ese momento se oyó un grito, que fue avanzando llevado por el viento desde el sur de valle en valle, y los Elfos y los Hombres alzaron sus voces con asombro y alegría. Porque, aunque nadie lo había llamado y nadie lo esperaba, Turgon había abierto el cerco de Gondolin y avanzaba con un ejército de diez mil soldados, todos con brillantes cotas de malla, largas espadas y un bosque de lanzas. En ese momento, cuando Fingon oyó desde lejos la gran trompeta de Turgon, la sombra abandonó su corazón, y, fortalecido, gritó con voz fuerte:


¡Utúlie'n aurë! ¡Aiya Eldalië ar Atanatarni, utúlie'n aurë!
¡El día ha llegado! ¡Pueblo de los Eldar y Padres de los Hombres, el día ha llegado!

Y todos los que oyeron el eco de su poderosa voz en las colinas respondieron gritando:

—¡Auta i lómë!
¡Ya la noche ha pasado!

La gran batalla no tardó en comenzar, porque Morgoth sabía mucho de lo que hacían y se proponían sus enemigos y había elaborado planes para el momento de su ataque. Una gran hueste de Angband se aproximaba a Hithlum, mientras que otra, más grande, se dirigía al encuentro de Maedhros para evitar que las fuerzas de los reyes se uniesen. Quienes se dirigían hacia Fingon iban vestidos con ropas pardas y habían tenido cuidado de no mostrar ningún acero desnudo; de este modo, habían avanzado ya mucho por las arenas de Anfauglith antes de que fueran avistados.

Al descubrirlos, los Noldor se enardecieron y sus capitanes quisieron atacar al enemigo en la llanura, pero Fingon se opuso.

—¡Cuidaos de la astucia de Morgoth, señores! —dijo—. Su fuerzas siempre mayor de lo que parece, y su propósito distinto del que deja ver. No reveléis vuestras propias fuerzas, y dejad que el enemigo se desgaste en el asalto a las colinas.

Porque el propósito de los reyes era que Maedhros marchara abiertamente sobre Anfauglith con toda su fuerza, compuesta de Elfos, Hombres y Enanos; y cuando así hubiera hecho salir, según esperaba, al grueso de los ejércitos de Morgoth, Fingon debía llegar del oeste, para de este modo, atrapar el poder de Morgoth como entre un martillo y un yunque y hacerlo pedazos; la señal para este movimiento era el fuego de una gran almenara en Dorthonion.

Pero al capitán de Morgoth en el oeste se le había ordenado que desalojase como fuese a Fingon de las colinas, por lo que continuó avanzando hasta que el frente del ejército estuvo apostado delante de la corriente del Sirion, desde los muros de Barad Eithel hasta el Marjal de Serech; y las vanguardias de Fingon podían ver los ojos de sus enemigos. Sin embargo, no hubo respuesta a ese desafío, y las provocaciones de los Orcos fueron debilitándose a medida que vieron los muros silenciosos y percibieron la amenaza oculta de las colinas.

Entonces, el capitán de Morgoth envió jinetes con símbolos de parlamento que cabalgaron hasta los mismos muros de las defensas de Barad Eithel. Con ellos llevaban a Gelmir, hijo de Guilin, un señor de Nargothrond, a quien habían capturado en la Bragollach y habían cegado; y sus heraldos lo mostraron gritando:

—Tenemos muchos más como éste en casa, pero tenéis que daros prisa si los queréis. Porque cuando regresemos haremos con ellos esto.

Y diciéndolo, rebanaron las manos y los pies de Gelmir, y allí lo abandonaron.

La mala fortuna quiso que en las murallas estuviese Gwindor, hijo de Guilin, con muchas gentes de Nargothrond, que había ido a la guerra con toda la fuerza que pudo reunir precisamente por el dolor que le había causado la captura de su hermano. Ahora su ira era como una llama, montó a caballo de un salto y muchos jinetes lo acompañaron y persiguieron a los heraldos de Angband hasta darles alcance y matarlos. Y todas las gentes de Nargothrond los siguieron, internándose profundamente en las filas de Angband. Al ver esto, la hueste de los Noldor se inflamó, y Fingon se puso el yelmo blanco y ordenó que sonaran las trompetas, y todo su ejército bajó desde las colinas en súbita embestida.

La luz de las espadas desenvainadas de los Noldor era como un fuego en un campo de juncos; y tan fiera y rápida fue la arremetida que los designios de Morgoth casi fracasaron. Antes de que pudiera verse reforzado, el ejército que había enviado al oeste fue barrido y aniquilado, y los estandartes de Fingon atravesaron Anfauglith y fueron izados ante los muros de Angband.

En la vanguardia del ataque seguían Gwindor y las gentes de Nargothrond, y ni siquiera al llegar a las murallas pudieron ser contenidos; irrumpieron a través de las puertas exteriores y mataron a los guardas en los mismos patios de Angband, y Morgoth tembló en su trono al oírlos arremeter contra sus puertas. Pero Gwindor fue atrapado, y capturado vivo, y todos los suyos pasados por las armas; porque Fingon no pudo acudir en su ayuda. Por muchas puertas secretas de Thangorodrim, Morgoth hizo salir a su ejército principal, que había mantenido a la espera, y Fingon tuvo que retroceder, con grandes pérdidas, de los muros de Angband.

Entonces, en la llanura de Anfauglith, el cuarto día de la guerra, empezó la Nirnaeth Arnoediad, cuya pena no hay historia que pueda contar. De todo cuanto ocurrió en la batalla del este: de la derrota de Glaurung el Dragón por los Enanos de Belegost; de la traición de los Orientales y la derrota de las huestes de Maedhros y la huida de los hijos de Fëanor, nada más se dirá aquí. En el oeste, las fuerzas de Fingon se retiraron por las arenas, donde cayó Haldir, hijo de Halmir, junto con la mayoría de los hombres de Brethil. Pero al anochecer del quinto día, cuando el ejército de Fingon estaba todavía lejos de Ered Wethrin, las huestes de Angband lo rodearon, y el combate duró hasta el amanecer, el cerco cada vez más estrecho. Con la mañana llegó la esperanza, porque se oyeron los cuernos de Turgon, que avanzaba con el grueso del ejército de Gondolin. Turgon se había apostado al sur, guardando los pasos del Sirion, y había evitado que la mayor parte de los suyos intervinieran en la frenética embestida, y ahora se apresuraba a ir en ayuda de su hermano. Los Noldor de Gondolin eran fuertes, y sus filas resplandecían como un río de acero al sol, porque la espada y los pertrechos del más insignificante guerrero de Turgon valían más que el rescate de cualquier rey de los Hombres.

Ahora, la falange de la guardia del rey irrumpió en las filas de los Orcos, y Turgon se abrió paso hasta llegar junto a su hermano. Y se dice que el encuentro entre Turgon y Húrin, que estaba al lado de Fingon, fue dichoso en mitad de la batalla. Entonces, durante un tiempo, las huestes de Angband fueron rechazadas, y Fingon emprendió la retirada. Pero después de haber derrotado a Maedhros en el este, Morgoth disponía de nuevo de grandes fuerzas, y antes de que Fingon y Turgon pudieran alcanzar el refugio de las colinas, fueron atacados por una marea de enemigos tres veces superior a la fuerza que les quedaba. Gothmog, capitán supremo de Angband, estaba allí, y logró abrir una oscura cuña entre las huestes élficas, rodeando al rey Fingon, y rechazando a Turgon y Húrin hacia el Marjal de Serech. Luego se volvió hacia Fingon. Fue ése un amargo combate, con Fingon solo, rodeado de los cuerpos de sus guardias. Estuvo luchando con Gothmog sin descanso hasta que un Balrog lo inmovilizó desde atrás con un cinturón de acero. Gothmog lo golpeó entonces con su hacha negra, y una llamarada blanca brotó del yelmo hendido de Fingon. Así cayó el rey de los Noldor; y luego, los Orcos lo golpearon ya caído con sus mazos, y pisotearon y arrastraron su estandarte azul y plata por el barro ensangrentado.

El campo estaba perdido; pero Húrin y Huor y el resto de la Casa de Hador todavía se mantenían firmes junto a Turgon de Gondolin; y las huestes de Morgoth aún no habían llegado a los pasos del Sirion. Entonces Húrin le habló a Turgon, diciendo:

—¡Idos ahora, señor, mientras hay tiempo! Porque sois el último de la Casa de Fingolfin, y en vos habita la última esperanza de los Eldar. Mientras Gondolin se mantenga en pie, el corazón de Morgoth seguirá conociendo el miedo.

—No por mucho tiempo puede Gondolin permanecer oculta, y cuando sea descubierta, por fuerza ha de caer —dijo Turgon.

—Pero si resiste, aunque sólo sea un breve tiempo —dijo Huor—, vuestra casa sostendrá la esperanza de los Elfos y los Hombres. Esto os digo, señor, con la muerte a la vista: aunque nos separemos aquí para siempre y yo no vuelva a ver vuestros muros blancos, de vos y de mí surgirá una nueva estrella. ¡Adiós!

Maeglin, hijo de la hermana de Turgon, que estaba allí presente, oyó estas palabras y no las olvidó.

Entonces Turgon siguió el consejo de Húrin y Huor, y dio orden de que sus huestes iniciaran la retirada hacia los pasos del Sirion; y sus capitanes Ecthelion y Glorfindel guardaban los flancos de la derecha y de la izquierda para que ningún enemigo se acercase, porque el único camino de esa región era estrecho y discurría junto a la orilla occidental de la corriente creciente del Sirion. Los hombres de Dor-lómin, sin embargo, protegían la retaguardia, como Húrin y Huor deseaban; porque en realidad no querían abandonar las Tierras de Norte; y si no podían volver a sus hogares, querían resistir allí hasta el fin. De este modo, Turgon se abrió camino hacia el sur luchando, hasta que, protegido por la guardia de Húrin y Huor cruzó el Sirion y escapó, desapareciendo en las montañas y quedando oculto a los ojos de Morgoth. Los dos hermanos reunieron al resto de los poderosos hombres de la Casa de Hador a su alrededor, y palmo a palmo se fueron retirando hasta tener detrás el Marjal de Serech, el río Rivil ante ellos. Allí resistieron y no cedieron más terreno.

Entonces, todas las huestes de Angband embistieron. Con los muertos, levantaron un puente sobre el río, y arremetieron contra los supervivientes de Hithlum cubriéndolos como la marea va sumergiendo una roca. Allí, al ponerse el sol y alargarse las sombras de las Ered Wethrin, Huor cayó con el ojo atravesado por una flecha envenenada, rodeado por los cuerpos de los valientes hombres de Hador. Al ponerse el sol, los Orcos les cortaron las cabezas y las apilaron como un montículo de oro.

Cuando ya sólo Húrin permanecía en pie, arrojó el escudo, agarró el hacha de un capitán orco y la esgrimió con ambas manos; y se canta que el hacha humeaba de la sangre negra de la guardia de trolls de Gothmog, hasta que se marchitó, y cada vez que asestaba un golpe Húrin gritaba:

-
¡Aure entuluva!
¡Llegará de nuevo el día!

Setenta veces lanzó ese grito; pero al cabo lo atraparon, vivo, por orden de Morgoth, que tenía previsto hacerle así más daño que con la muerte. Por tanto, los Orcos se lanzaron contra Húrin sin armas, intentando aferrarlo con las manos, aunque él se las cortaba; pese a ello, el caudal de enemigos se renovaba sin cesar, hasta que cayó sepultado debajo de ellos. Entonces Gothmog lo encadenó y lo arrastró a Angband, burlándose de él.

Así terminó la Nirnaeth Arnoediad, cuando el sol se ocultó en el Mar. Cayó entonces la noche sobre Hithlum, y del oeste vino una gran tormenta de viento.

Grande fue el triunfo de Morgoth, aunque todos los propósitos de su malicia no se habían cumplido aún. Un pensamiento lo perturbaba profundamente y empañaba su victoria: Turgon, de todos sus enemigos el que más deseaba atrapar o destruir, había escapado de su red. Porque Turgon, de la gran Casa de Fingolfin, era ahora por derecho rey de todos los Noldor; y Morgoth temía y odiaba a la Casa de Fingolfin, porque ésta lo había despreciado en Valinor y tenia la amistad de Ulmo, su enemigo; y por las heridas que Fingolfin le había causado en combate. Y al que más temía Morgoth de todos era a Turgon, porque hacía ya mucho, en Valinor, la mirada de Turgon se había fijado en él, y cada vez que se le acercaba, una sombra le oscurecía la mente, y tenía el presagio de que, en un tiempo todavía oculto en el destino, la ruina le vendría de Turgon.

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