Los hijos de Húrin (12 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

—Entonces contó todo lo acaecido, reprochando a los que cometían tales acciones; y mientras todavía estaba hablando, volvió Andróg cargando las armas de Forweg.

—¡Mira, Neithan! —exclamó—. No ha cundido la alarma. Quizá ella tiene esperanzas de volver a encontrarte.

—Si me haces bromas —dijo Túrin—, lamentaré haberle escatimado tu cabeza. Cuenta ahora tu historia, y sé breve.

Entonces Andróg contó sin faltar demasiado a la verdad todo cuanto había sucedido.

—Me pregunto qué tendría que hacer Neithan allí —dijo—. No lo que nosotros, parece. Porque cuando yo aparecí ya había matado a Forweg. A la mujer eso la alegró, y le ofreció ir con él pidiéndole nuestras cabezas como precio nupcial. Pero él no la quiso y la despidió; de modo que no sé adivinar qué tendría en contra del capitán. Me dejó la cabeza sobre los hombros, lo cual le agradezco, aunque me intriga.

—Niego entonces tu pretensión de pertenecer al Pueblo de Hador —dijo Túrin—. A Uldor el Maldito perteneces más bien, y tendrías que prestar servicios en Angband. Pero ¡escuchadme ahora! —exclamó dirigiéndose a todos—. Os doy dos opciones. Me escogeréis como capitán en lugar de Forweg, o de lo contrario tendréis que dejarme partir. Yo gobernaré ahora esta comunidad, o la abandonaré. Pero si deseáis matarme, ¡intentadlo! Lucharé con todos vosotros hasta que esté muerto… o estéis muertos vosotros.

Entonces muchos hombres cogieron sus armas, pero Andróg gritó:

—¡No! La cabeza que él no rebanó no carece de juicio. Si luchamos, más de uno morirá innecesariamente antes de que matemos al mejor hombre que hay entre nosotros. —Entonces se echó a reír. —Como sucedió cuando se nos unió, sucede ahora otra vez; y puede conducirnos a una mejor fortuna que el mero merodear por estercoleros ajenos.

Y el viejo Algund dijo:

—El mejor de entre nosotros. Tiempo hubo que habríamos hecho lo mismo si nos hubiéramos atrevido; pero hemos olvidado mucho. Quizá al final nos conduzca a casa.

Se le ocurrió entonces a Túrin que a partir de esa pequeña banda, podría conquistar un libre señorío propio. Pero miró a Algund y Andróg y dijo:

—¿A casa, dices? Altas y frías se interponen las Montañas de la Sombra. Detrás de ellas está el pueblo de Uldor, y en derredor las legiones de Angband. Si tales cosas no os amilanan, siete veces siete hombres, puede que entonces os conduzca a casa. Pero, ¿hasta dónde, antes de morir?

Todos guardaron silencio. Entonces Túrin habló otra vez.

—¿Me escogéis como vuestro capitán? Entonces os conduciré primero a las tierras salvajes, lejos de las casas de los Hombres. Quizá allí encontremos mejor fortuna, quizá no; pero al menos no nos ganaremos el odio de los de nuestra propia especie.

Entonces todos los que pertenecían al Pueblo de Hador lo rodearon y lo escogieron como capitán; y los demás, no de tan buen grado, los imitaron. E inmediatamente se los llevó lejos de ese país.
[10]

Muchos mensajeros había enviado Thingol en busca de Túrin dentro de Doriath y en las tierras cercanas a las fronteras; pero en el año que siguió a su huida lo buscaron en vano, porque nadie sabía ni podía adivinar que estuviera con los proscritos y los enemigos de los Hombres. Cuando llegó el invierno, volvieron ante el rey, todos excepto Beleg. Pues cuando todos los demás hubieron partido, continuó buscando, solo.

Pero en Dimbar, y a lo largo de las fronteras septentrionales de Doriath, nada marchaba bien. El Yelmo del Dragón ya no se veía en la batalla, y también se echaba en falta a Arco Firme; y los sirvientes de Morgoth se envalentonaron, y crecían de continuo en número y atrevimiento. El invierno llegó y pasó, y con la primavera se renovaron los ataques: Dimbar fue invadida y los Hombres de Brethil tenían miedo, porque el mal rondaba ahora en todas las fronteras, salvo en la del sur.

Había transcurrido ya casi un año desde la huida de Túrin, y todavía Beleg lo buscaba, con esperanzas cada vez más escasas. Fue hacia el norte en el curso de sus viajes, a los Cruces del Teiglin, y allí, al oír malas nuevas de una nueva incursión de Orcos venidos de Taur-nu-Fuin, se volvió y llegó por casualidad a las casas de los Hombres de los Bosques poco después que Túrin abandonara esa región. Allí escuchó una extraña historia que circulaba entre ellos. Un hombre alto y de noble porte, o un guerrero Elfo según algunos, había aparecido en los bosques y había matado a uno de los Gaurwaith y rescatado a la hija de Larnach, a quien perseguían.

—Era un hombre orgulloso —dijo la hija de Larnach a Beleg—, con ojos muy brillantes que apenas se dignaron mirarme. No obstante llamaba a los Hombres Lobo sus compañeros, y no dio muerte a otro que allí se encontraba, y éste lo conocía por su nombre. Leithan, lo llamó.

—¿Puedes descifrar este acertijo? —preguntó Larnach al Elfo.

—Sí, puedo, desdichadamente —dijo Beleg—. El Hombre de quien me habláis es uno que yo busco. Nada más les dijo de Túrin, pero les advirtió del mal que crecía en el Norte. —Pronto los Orcos asolarán esta región con fuerzas demasiado grandes como para que podáis resistiros —dijo—. Ha llegado el año en que tendréis que sacrificar vuestra libertad o vuestras vidas. ¡Id a Brethil mientras todavía hay tiempo!

Entonces Beleg siguió de prisa su camino, y buscó la guarida de los proscritos y los signos que pudieran indicarle a dónde iban. No tardó en encontrar estos signos; pero Túrin llevaba varios días de ventaja y marchaba muy rápido temiendo la persecución de los Hombres de los Bosques, y utilizaba todas las artes de que disponía para derrotar o desorientar a cualquiera que intentase seguirlos.

Condujo a sus hombres hacia el oeste, lejos de los Hombres de los Bosques y de las fronteras de Doriath, hasta que llegaron al extremo septentrional de las grandes tierras altas que se alzaban entre los valles del Sirion y el Narog. Allí la tierra era más seca, y el bosque terminaba abruptamente a los pies de una cordillera. Abajo podía verse el antiguo Camino del Sur, que subía desde los Cruces del Teiglin para pasar junto al extremo occidental de las llanuras pantanosas, en dirección a Nargothrond. Allí los proscritos vivieron con cautela durante un tiempo, permaneciendo rara vez dos noches en el mismo campamento, y dejando pocas huellas de su paso o estancia.

Así fue que aun Beleg los buscó en vano. Guiado por signos que podía leer, o por lo que le decían las criaturas silvestres con las que podía hablar, se acercaba a menudo a ellos, pero cuando llegaba la guarida estaba siempre desierta; porque mantenían una guardia alrededor, de día y de noche, y al menor rumor de que alguien se aproximaba levantaban campamento de prisa y se iban.

—¡Ay! —exclamó— ¡Demasiado bien enseñé a este hijo de Hombres las artes de los bosques y los campos! Casi podría pensarse que es ésta una banda de Elfos.

Pero ellos sabían que un infatigable perseguidor al que no podían ver les seguía la pista, y no podían esquivarlo, y se inquietaron.
[11]

No mucho después, como Beleg había temido, los Orcos atravesaron el Brithiach, y resistidos con todas las fuerzas de que pudo disponer Handir de Brethil, se encaminaron hacia el sur por los Cruces del Teiglin en busca de botín. Muchos de los Hombres de los Bosques habían seguido el consejo de Beleg y habían enviado a sus mujeres y a sus hijos a pedir refugio en Brethil. Éstos y sus escoltas escaparon atravesando a tiempo los Cruces; pero los hombres armados que iban detrás fueron alcanzados por los Orcos y cayeron derrotados. Unos pocos se abrieron camino luchando, y llegaron a Brethil, pero muchos fueron muertos o hechos prisioneros; y los Orcos asaltaron las casas y las saquearon y las incendiaron. Después se volvieron hacia el oeste en busca del Camino, porque deseaban ahora regresar al Norte tan pronto como pudieran junto con los cautivos y el botín.

Pero los exploradores de los proscritos no tardaron en enterarse de la presencia de Beleg; y aunque poco se cuidaban de los cautivos, codiciaban el botín tomado a los Hombres de los Bosques. A Túrin le parecía peligroso manifestarse a los Orcos en tanto no supiesen cuántos eran; pero los proscritos no le hicieron caso, porque tenían necesidad de muchas cosas en tierras desiertas, y algunos empezaban a lamentar que estuviera al mando. Por tanto, escogiendo a un tal Orleg como único compañero, Túrin fue a espiar a los Orcos; y dejando el mando de la banda a Andróg, le encomendó que se mantuviera cerca y bien escondido.

Los Orcos eran mucho más numerosos que la banda de los proscritos, pero se encontraban en tierras en las que muy pocas veces se habían atrevido a entrar, y sabían también que más allá del Camino estaba la Talath Dirnen, la Planicie Guardada, en la que vigilaban los rastreadores y espías de Nargothrond; por tanto, temiendo el peligro, eran cautelosos, y sus exploradores se deslizaban entre los árboles a ambos lados de las líneas antes de que éstas avanzaran. Así Ríe como Túrin y Orleg fueron descubiertos, porque tres exploradores tropezaron con ellos mientras yacían escondidos; y aunque lograron matar a dos, el tercero escapó gritando: «¡Golug! ¡Golug!, que era un nombre con el que designaban a los Noldor. Inmediatamente, el bosque se llenó de Orcos, que avanzaban en silencio y rastreando hasta el último rincón. Entonces Túrin, viendo qué había pocas esperanzas de escapar, pensó que, como mínimo los engañarían alejándolos del escondite de sus hombres, y, dándose cuenta por el grito de «¡Golug!» de que tenían miedo de los espías de Nargothrond, huyó con Orleg hacia el oeste. No tardaron en perseguirlos, y por más que giraron y esquivaron al final tuvieron que salir del bosque quedando al descubierto. Cuando trataban de cruzar el Camino, Orleg fue alcanzado por muchas flechas, pero a Túrin lo salvó la malla élfica, y escapó solo a las tierras salvajes de más allá. Por su rapidez y su habilidad esquivó a sus enemigos, internándose en tierras desconocidas para él. Entonces, los Orcos, temiendo que los Elfos de Nargothrond fuesen advertidos, dieron muerte a los cautivos que llevaban consigo y se dirigieron rápidamente al norte.

Ahora bien, cuando tres días hubieron transcurrido, y Túrin y Orleg no regresaban, algunos de los proscritos quisieron abandonar la caverna en la que se escondían; pero Andróg se opuso. Y mientras estaban en medio de este debate, de pronto una figura gris se irguió ante ellos. Beleg los había encontrado por fin. Avanzó sin arma alguna en las manos y mostrando las palmas; pero ellos dieron un salto de miedo, y Andróg, acercándosele por detrás, le echó un lazo corredizo y tiró de él amarrándole fuertemente los brazos.

—Si no queréis huéspedes, tendríais que mantener una mejor vigilancia —dijo Beleg—. ¿Por qué me dais esta bienvenida? Vengo como amigo y sólo busco a un amigo. Sé que lo llamáis Neithan.

—No se encuentra aquí —dijo Ulrad—, pero a menos que nos espíes desde hace tiempo, ¿cómo sabes su nombre?

—Nos espía desde hace tiempo —dijo Andróg—. Esta es la sombra que nos viene siguiendo los pasos. Ahora quizá descubramos su verdadero propósito.

Y ordenó que ataran a Beleg a un árbol junto a la caverna; y cuando estuvo bien amarrado de manos y de pies, lo interrogaron. Pero a todas sus preguntas Beleg daba sólo una respuesta:

—He sido amigo de este Neithan desde que por primera vez lo encontré en los bosques, y no era entonces más que un niño. Sólo lo busco por cariño y para darle buenas nuevas.

—Matémosle y Librémonos del espía —dijo Andróg, colérico, y miró con codicia el arco de Beleg, porque él mismo era un arquero.

Pero otros menos duros de corazón hablaron contra él, y Algund le dijo:

—El capitán todavía puede volver, y te arrepentirás si se entera de que le has robado un amigo junto con buenas nuevas.

—No doy crédito a las palabras de este Elfo —dijo Andróg—. Es un espía del Rey de Doriath. Pero si tiene en verdad nuevas, que nos las diga; y juzgaremos si ellas justifican que lo dejemos vivir.

—Esperaré a vuestro capitán —dijo Beleg.

—Te quedarás ahí hasta que hables —le dijo Andróg.

Entonces, a instancias de Andróg, dejaron a Beleg atado al árbol sin alimentos ni agua; y se sentaron cerca comiendo y bebiendo; pero él ya no les habló más. Cuando dos días y dos noches hubieron pasado de este modo, sintieron enfado y temor, y estaban ansiosos por partir; y la mayoría estaba ahora dispuesta a dar muerte al Elfo. Así que avanzó la noche, se reunieron a su alrededor, y Ulrad trajo un tizón del pequeño fuego que ardía junto a la boca de la caverna. Pero en ese mismo momento regresó Túrin. Llegando en silencio, como era su costumbre, se detuvo en las sombras más allá del anillo de hombres, y vio la cara macilenta de Beleg a la luz del tizón.

Entonces se sintió como herido por una flecha, y como el súbito descongelamiento de la escarcha, lágrimas por mucho tiempo retenidas le llenaron los ojos. Dio un salto y se acercó corriendo al árbol.

—¡Beleg, Beleg! —gritó—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Y por qué te encuentras de ese modo?

Sin demora cortó las ligaduras de su amigo y Beleg cayó hacia adelante en sus brazos.

Cuando Túrin hubo escuchado todo lo que los hombres estuvieron dispuestos a decir, sintió enfado y pena; pero en un principio sólo prestó atención a Beleg. Mientras lo atendía con toda la habilidad de que era capaz, pensó en la vida que llevaba en el bosque, y su enfado se volvió contra él mismo. Porque muchos forasteros habían muerto cuando se los sorprendía cerca de la guarida de los proscritos, o habían sido asaltados por ellos, y él no lo había impedido; y a menudo él mismo había hablado mal del Rey Thingol y de los Elfos Grises, de modo que tenía que compartir la culpa si se los trataba como a enemigos. Entonces con amargura se volvió a los hombres.

—Fuisteis crueles —dijo—, y lo fuisteis sin necesidad. Nunca hasta ahora hemos dado tormento a un prisionero; pero a tal obra de Orco nos ha llevado la vida que arrastramos. Sin ley y sin fruto han sido todos nuestros hechos; sólo a nosotros nos han servido y han puesto odio en nuestros corazones.

Pero Andróg dijo:

—¿A quién hemos de servir sino a nosotros mismos? ¿A quién hemos de amar cuando todos nos odian?

—Cuando menos mis manos no se levantarán otra vez contra Elfos u Hombres —dijo Túrin—. Angband ya tiene bastantes sirvientes. Si otros no hacen este voto conmigo, partiré solo.

Entonces Beleg abrió los ojos y levantó la cabeza.

—Solo no —dijo—. Ahora por fin puedo comunicarte las nuevas que te traigo. No eres un proscrito, y Neithan no es nombre que te cuadre. La falta que se vio en ti está perdonada. Un año has sido buscado para devolverte el honor y al servicio del rey. Durante demasiado tiempo se ha echado de menos el Yelmo del Dragón.

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