Los hijos de Húrin (24 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Finalmente, Mablung regresó a Doriath abrumado por el dolor y la vergüenza.

—Escoged a otro jefe para vuestros cazadores, señor —le dijo al rey—. Porque yo estoy deshonrado.

Pero Melian objetó:

—No es así, Mablung. Hiciste cuanto pudiste, y ningún otro de entre los servidores del rey habría hecho tanto. Pero por mala suerte tuviste que enfrentarte a un poder demasiado grande para ti, demasiado grande en verdad para todos los que ahora habitan en la Tierra Media.

—Te envié en busca de noticias, y las has traído —lo tranquilizó Thingol—. No es tu culpa que aquellos a quienes las noticias atañen más de cerca no estén ahora aquí para escucharlas. Doloroso es en verdad este fin de todo el linaje de Húrin, pero nadie podría hacerte a ti responsable.

Porque no sólo Niënor había huido enloquecida a las tierras salvajes, sino que Morwen también se había perdido. Ni entonces ni después, ni a Doriath ni a Dor-lómin, llegaron noticias ciertas de su destino. No obstante, Mablung no se dio descanso, y con una pequeña compañía, se encaminó a las tierras salvajes, que recorrió durante tres años, desde Ered Wethrin hasta las Bocas del Sirion, en busca de huellas o noticias de las desaparecidas.

15
Niënor en Brethil

A
medida que Niënor se internaba corriendo en el bosque, oyendo a sus espaldas los gritos de la persecución, la ropa se le iba desgarrando, y ella iba dejando atrás sus vestiduras, una por una, a medida que huía, hasta que se quedó desnuda. Todo ese día siguió corriendo, como una bestia perseguida a punto de desfallecer que no se atreve a detenerse o recobrar el aliento. Pero al atardecer, de repente se le pasó la locura. Se quedó inmóvil un momento, como asombrada, y entonces, al desmayarse de completo agotamiento, cayó sobre un profundo matorral de helechos como derribada por un golpe. Allí, en medio del viejo helechal y las frescas frondas de la primavera, yació y durmió, olvidada de todo

Por la mañana despertó, y se regocijó con la luz como si lo viese todo por vez primera, y todas las cosas que miraba le parecían nuevas y extrañas, y no tenía nombre con que designarlas. Porque en su interior sólo había un oscuro vacío, sin ningún recuerdo de lo que había sabido alguna vez, ni el eco de ninguna palabra. Sólo recordaba una sombra de miedo, y por eso era precavida y buscaba siempre dónde esconderse; subía a los árboles o se deslizaba entre la maleza, rápida como una ardilla o un zorro, si algún sonido o una sombra la asustaban. Desde allí espiaba largo rato entre las hojas, con ojos tímidos, antes de partir de nuevo.

Así, siguiendo el camino por el que antes había corrido, llegó al río Teiglin, y allí calmó su sed; pero no encontró alimento, ni sabia cómo buscarlo, y tenía hambre y frío. Como los árboles del otro lado del río le parecieron más densos y oscuros (y lo eran en realidad, pues se trataba de los primeros árboles del Bosque de Brethil) cruzó las aguas y llegó a un montículo verde, donde se dejó caer porque estaba agotada, y le parecía que la negrura que había dejado atrás estaba envolviéndola de nuevo, y que el sol se oscurecía.

Pero en realidad se trataba de una negra tormenta que venía del sur, cargada de relámpagos y de fuertes lluvias. Allí yació acurrucada, aterrorizada por los truenos, mientras la oscura lluvia hería su desnudez, y ella la observaba sin palabras, como una criatura salvaje en un cepo.

Quiso la casualidad que algunos de los Hombres de los bosques de Brethil volvían a esa hora de una incursión contra los Orcos, apresurándose por los Cruces del Teiglin hacia un refugio que había en las cercanías. De repente estalló un gran relámpago, de modo que Haudh-en-Elleth quedó iluminado como por una llama blanca. Entonces Turambar, que conducía a los hombres, se sobresaltó y se cubrió los ojos, y se echó a temblar, porque le pareció que veía el espectro de una doncella muerta sobre la tumba de Finduilas.

Pero uno de los hombres corrió hacia el montículo, y lo llamó:

—¡Venid, señor! ¡Hay una joven aquí tendida, y está viva!

Y Turambar acudió y la alzó, y el agua caía de los cabellos empapados de Niënor, pero ella cerró los ojos y se estremeció y no intentó resistirse. Entonces, asombrado de que estuviera allí desnuda. Turambar la envolvió en su capa y la llevó al refugio de los cazadores, en el bosque. Allí encendieron un fuego y la cubrieron con mantas, y ella abrió los ojos y los miró; y cuando su mirada se posó en Turambar una luz le iluminó la cara y tendió una mano hacia él, porque le pareció que por fin había encontrado algo que antes buscaba en la oscuridad, y se sintió confortada. Turambar le tomó la mano, sonrió y dijo:

—Ahora, señora, ¿nos diréis vuestro nombre y linaje, y qué mal os ha acaecido?

Pero ella sacudió la cabeza y no dijo nada, sin embargo, se echó a llorar; y ellos no la molestaron más, hasta que hubo comido con avidez los alimentos que pudieron procurarle. Después de comer suspiró, y puso su mano otra vez en la de Turambar, y él dijo:

—Con nosotros no corréis peligro. Podéis descansar aquí esta noche, por la mañana os conduciremos a nuestras casas, en el corazón del bosque. Pero querríamos conocer vuestro nombre y linaje, para así poder encontrar a los vuestros, quizá, y llevarles noticias vuestras. ¿No queréis decírnoslo?

Pero ella tampoco respondió esta vez, y de nuevo lloró.

—¡Tranquilizaos! —la consoló Turambar—. Quizá la historia es demasiado triste para contarla todavía. Os daré un nombre; os llamaré Níniel, la Doncella de las Lágrimas.

Al oírlo ella alzó los ojos y sacudió la cabeza, pero dijo:

—Níniel. Y ésa fue la primera palabra que pronunció después de la oscuridad, y desde entonces ése fue su nombre entre los Hombres de los bosques.

Por la mañana, llevaron a Níniel a Ephel Brandir, y el camino ascendía empinado hasta el lugar por donde debían cruzar la fuerte corriente del Celebros. Allí se había construido un puente de madera y, debajo, el torrente avanzaba sobre un suelo de piedras gastadas, y, mediante muchos escalones espumosos descendía hasta un cuenco rocoso, mucho más abajo; todo el aire estaba lleno de un todo que era como lluvia. En la parte superior de las cascadas había un amplio prado, y a su alrededor crecían unos abedules, pero desde el puente se abarcaba una amplia vista hacia los barrancos del Teiglin, unos tres kilómetros al oeste. El aire siempre era allí fresco y, en verano, los viajeros descansaban y bebían agua fría. Dimrost, la Escalera Lluviosa, se llamaban esas cascadas, pero desde ese día las llamaron Nen Girith, el Agua Estremecida, porque Turambar y sus hombres se detuvieron allí, pero tan pronto como Níniel llegó a ese lugar tuvo frío y tembló, y no pudieron darle calor ni consuelo.
[26]
Reemprendieron por tanto la marcha rápidamente, pero antes de llegar a Ephel Brandir, Níniel deliraba con mucha fiebre.

Mucho tiempo yació enferma, y Brandir tuvo que recurrir a toda su habilidad para curarla, y las mujeres de los Hombres de los bosques la vigilaban de noche y de día. Pero sólo cuando Turambar estaba cerca de ella yacía en paz, o dormía sin quejarse. Durante todo el tiempo que le duró la fiebre, aunque a menudo estaba muy perturbada, nunca murmuró una palabra en ninguna lengua de Elfos u Hombres. Y cuando lentamente fue recobrando la salud, y despertó, y empezó a comer de nuevo, las mujeres de Brethil tuvieron que enseñarle a hablar como a un niño, palabra a palabra. Sin embargo, era rápida en el aprendizaje y la deleitaba, como quien vuelve a encontrar tesoros, grandes y pequeños, que estaban perdidos. Cuando hubo aprendido lo bastante como para hablar con sus amigos decía:

—¿Cuál es el nombre de esta cosa? Porque lo he perdido en la oscuridad.

Y cuando fue capaz de andar otra vez, buscaba la casa de Brandir, porque estaba impaciente por aprender los nombres de todas las criaturas vivientes, y él sabía mucho de esos asuntos; solían caminar juntos por los jardines y los claros.

Entonces Brandir empezó a amarla, y cuando ella recuperó la fuerza, le ofrecía el brazo para ayudarlo a caminar, pues era cojo, y lo llamaba hermano. Sin embargo había entregado su corazón a Turambar, y sólo sonreía cuando él llegaba, y sólo reía cuando él estaba contento.

Un atardecer de aquel otoño dorado estaban sentados juntos, y el sol fulguraba en la ladera de la colina y las casas de Ephel Brandir, y había una profunda quietud. Entonces Níniel le dijo:

—De todas las cosas he preguntado el nombre, salvo el tuyo. ¿Cómo te llamas?

—Turambar —respondió él.

Entonces ella hizo una pausa, como si escuchara algún eco, y preguntó:

—¿Y qué significa? ¿O es sólo tu nombre?

—Significa —contestó él— Amo de la Sombra Oscura. Porque yo también, Níniel, sufrí la oscuridad, en la que perdí cosas que amaba; pero ahora creo que la he vencido.

—¿Y también huiste de ella corriendo hasta llegar a estos hermosos bosques? —quiso saber ella—. ¿Y cuándo escapaste, Turambar?

—Sí —respondió él—. Huí durante muchos años. Y sólo escapé cuando tú llegaste. Porque antes de eso estaba oscuro, Níniel, pero desde entonces ha habido luz. Y me parece que lo que he buscado en vano durante tanto tiempo, ha venido a mí.

Y cuando regresaba a casa en el crepúsculo, se dijo: «¡Haudh-en-Elleth! Vino del montículo verde. ¿Es eso una señal? Y ¿cómo he de intepretarla?».

La estación dorada se desvaneció y dio paso a un invierno suave, y luego siguió otro año brillante. Había paz en Brethil, y los Hombres de los bosques se mantenían tranquilos y no se alejaban, y no tenían noticias de las tierras de alrededor. Porque en ese tiempo los Orcos avanzaban hacia el sur, hasta el oscuro reino de Glaurung, o eran enviados a espiar las fronteras de Doriath, evitaban los Cruces del Teiglin, e iban hacia el oeste, mucho más allá del río.

Ahora Níniel estaba del todo recuperada, y se volvió hermosa y fuerte, y Turambar no se contuvo más y la pidió en matrimonio. Entonces Níniel sintió alegría; pero cuando Brandir lo supo, se le sobrecogió el corazón, y le dijo:

—¡No te apresures! Y no pienses que es falta de bondad por mi parte si te aconsejo esperar.

—Nada de lo que haces carece de bondad —respondió ella—. Pero ¿por qué entonces me das este consejo, sabio hermano?

—¿Sabio hermano? —preguntó él—. Hermano cojo más bien, ni amado ni digno de amor. Y apenas sé por qué. No obstante, hay una sombra en ese hombre, y tengo miedo.

—Hubo una sombra —dijo Níniel—, él así me lo dijo. Pero ha escapado de ella, igual que yo. Y ¿acaso no merece amor? Aunque ahora sea un hombre de paz, ¿no fue uno de los más grandes capitanes, de quien huían todos nuestros enemigos, cuando lo veían?

—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Brandir.

—Dorlas —contestó ella—. ¿No dice la verdad?

—Desde luego —afirmó Brandir, pero estaba disgustado, porque Dorlas encabezaba el grupo de los que deseaban hacer la guerra a los Orcos. No obstante, Brandir buscaba todavía razones para convencer a Níniel, y añadió, por tanto—: La verdad, pero no toda la verdad, porque fue el Capitán de Nargothrond, y antes llegó del Norte, y era (se dice) hijo de Húrin de Dor-lómin, de la guerrera Casa de Hador. —Brandir, al ver la sombra que pasó por el rostro de Níniel al oír ese nombre, la interpretó mal, y continuó—: Níniel, alguien semejante bien puedes creer que no tardará en volver a la guerra, lejos de esta tierra, quizá. Y si es así, ¿cuánto tiempo lo soportarás? Ten cuidado, porque preveo que si Turambar va de nuevo a la batalla, no él, sino la Sombra, será la vencedora.

—Lo soportaría mal —respondió ella—; pero soltera no mejor que casada. Y una esposa sería tal vez más capaz de retenerlo y mantener alejada la Sombra.

No obstante, las palabras de Brandir la perturbaron, y pidió a Turambar que aguardaran todavía un tiempo. Él se quedó asombrado y abatido, pero cuando supo por Níniel que Brandir le había aconsejado esperar, se sintió disgustado.

Cuando llegó la primavera siguiente, le dijo a Níniel:

—El tiempo pasa. Hemos esperado, pero ahora no seguiré haciéndolo. Obra como el corazón te dicte, mi muy querida Níniel, pero ten en cuenta que ésta es la elección que se me presenta: volveré ahora a luchar en las tierras salvajes, o me casaré contigo y nunca volveré a la guerra, salvo para defenderte, si algún mal irrumpe en nuestra casa.

Entonces grande fue en verdad la alegría de Níniel, y se comprometió con él, y a mediados de verano se casaron; y los Hombres de los bosques celebraron una gran fiesta, y les regalaron una hermosa casa que habían construido para ellos en Amon Obel. Allí vivían felices, pero Brandir se sentía perturbado, y la sombra de su corazón se hizo más densa.

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