Los hijos de Húrin (28 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Entonces la gente murmuró, atónita por sus palabras, y algunos dijeron que estaba loco; pero Brandir gritó:

—¡Escuchadme hasta el final! Níniel también está muerta, Níniel, la bella, a la que todos amabais y a la que yo amaba más que a nadie. Se arrojó desde el borde del Salto del Ciervo,
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y las aguas del Teiglin la recibieron. Se ha ido, pues aborrecía la luz del día. Porque esto descubrió antes de huir: hijos de Húrin eran los dos, hermana y hermano. Mormegil lo llamaban, Turambar se llamó a sí mismo, ocultando el pasado: Túrin, hijo de Húrin. Níniel la llamamos nosotros, ignorantes de su historia: Niënor era, hija de Húrin. A Brethil trajeron la sombra de su oscuro destino. Aquí se cumplió su sino, y esta tierra no volverá nunca a estar libre de dolor. ¡No la llaméis Brethil, ni la tierra de los Halethrim, sino Sarch nía Hin Húrin, Tumba de los Hijos de Húrin!

Entonces, aunque no entendían aún cómo había llegado a sobrevenirles semejante mal, las gentes se echaron a llorar allí donde se encontraban, y algunos dijeron:

—Una tumba hay en el Teiglin para Níniel, la amada, una tumba habrá para Turambar, el más valiente de los hombres. No dejaremos que nuestro libertador yazga bajo el cielo. Vayamos en su busca.

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La muerte de Túrin

M
ientras Níniel huía, Túrin se agitó, y le pareció que en la profunda oscuridad la oía llamarlo desde lejos; pero cuando Glaurung murió, el negro desmayo lo abandonó, y volvió a respirar profundamente, y suspiró, y cayó en un sueño de gran agotamiento. Sin embargo, antes del amanecer, el frío se hizo intenso, y él se volvió en sueños, con lo que la empuñadura de Gurthang se le hundió en un costado despertándolo. La noche estaba terminando, y en el aire había un hálito de mañana. Se puso en pie de un salto recordando su victoria y el veneno ardiente en su mano. La levantó, y la miró, y se quedó asombrado. Porque estaba vendada con una tira de tela blanca, todavía húmeda, y no le dolía; y se preguntó: «¿Por qué alguien habría de atenderme de este modo, y sin embargo dejarme abandonado a la intemperie en medio de la devastación y el hedor del Dragón? ¿Qué extrañas cosas han sucedido?

Entonces llamó en voz alta, pero no obtuvo respuesta. Todo estaba oscuro y sombrío a su alrededor, y hedía a muerte. Se agachó y levantó la espada, y ésta estaba entera, y la luz de sus filos no había declinado.

—Inmundo era el veneno de Glaurung —dijo—, pero tú eres más fuerte que yo, Gurthang. Siempre estás dispuesta a beber sangre. Tuya es la victoria. Pero ¡vamos!, debo ir en busca de ayuda. Mi cuerpo está cansado, y siento frío en los huesos.

Entonces volvió la espalda a Glaurung, y lo dejó allí para que se pudriera; pero a medida que se alejaba del lugar cada paso le parecía más pesado, y pensó: «En Nen Girith encontraré, quizá, a alguno de los exploradores esperándome. Pero ¡quisiera llegar pronto a mi casa, y sentir las manos gentiles de Níniel, y recibir los hábiles cuidados de Brandir!» Y así al fin, avanzando cansinamente, apoyado en Gurthang, a través de la luz gris de la madrugada llegó a Nen Girith, y cuando los hombres se ponían en camino en busca de su cuerpo muerto, él se presentó ante ellos.

Todos retrocedieron aterrados, creyendo que se trataba de un espíritu intranquilo, y las mujeres gimieron y se cubrieron los ojos. Pero él dijo:

—¡No, lloréis, alegraos! ¡Mirad! ¿Acaso no estoy vivo? Y ¿no he dado muerte al Dragón que temíais?

Entonces se volvieron a Brandir, y exclamaron:

—Tú y tus falsas historias, diciendo que estaba muerto. ¿No dijimos acaso que estabas loco?

Brandir, horrorizado, miraba fijamente a Túrin con miedo en los ojos, y no pudo decir palabra.

Pero Túrin le dijo:

—¿Fuiste tú entonces quien estuvo allí, y me vendó la mano? Te lo agradezco. Pero tu habilidad está fallando si no eres capaz de distinguir el desmayo de la muerte. —A continuación se volvió hacia la gente—: No le habléis así, necios. ¿Quién de vosotros lo habría hecho mejor? ¡Al menos tuvo él coraje de acudir al lugar del combate mientras vosotros os lamentabais! «Pero ahora, hijo de Handir, ¡acércate! Hay más cosas que quiero saber. ¿Por qué estás aquí, y toda esta gente que dejé en Ephel? Si yo parto a enfrentarme a un peligro de muerte por vosotros, ¿no he de ser obedecido? Y ¿dónde está Níniel? Cuando menos espero que no la hayáis traído, y que la hayáis dejado donde yo os encomendé, es decir, en mi casa, con hombres fieles para protegerla.

Al ver que nadie respondía, gritó:

—Vamos, ¿dónde está Níniel? Porque a ella quiero ver primero; y a ella quiero contarle primero la historia de lo que ha pasado esta noche.

Pero ellos apartaron la mirada de él, y Brandir dijo al fin:

—Níniel no está aquí.

—Mejor así —respondió Túrin—. Entonces iré a mi casa. ¿Hay un caballo para que me lleve? O tal vez una litera sería más apropiada. El esfuerzo me ha agotado.

—¡No, no! —replicó Brandir con angustia en el corazón—. Tu casa está vacía. Níniel no está allí. Está muerta.

Pero una de las mujeres —la esposa de Dorlas, que poco afecto le tenía a Brandir— gritó con voz aguda:

—¡No le hagáis caso, señor! porque está loco. Vino gritando que habíais muerto, y llamó a eso una buena noticia. Sin embargo estáis vivo. ¿Por qué entonces habría de ser cierta la historia de que Níniel está muerta, y cosas peores aún?

Entonces Túrin avanzó a grandes pasos hacia Brandir:

—¿De modo que mi muerte era una buena noticia? —exclamó—. Sí, siempre me guardaste rencor por ella, ya lo sabía. Ahora está muerta, dices. ¿Y cosas peores aún? ¿Qué mentira has concebido en tu malicia, Pata de Palo? ¿Querías matarnos con tus palabras inmundas ya que no puedes blandir otra arma?

Entonces la ira ahogó la piedad en el corazón de Brandir, y gritó:

—¿Loco? ¡No, tú eres el loco, Espada Negra del negro destino! Y todas estas personas son necias. ¡Yo no miento! ¡Níniel está muerta, muerta, muerta! ¡Búscala en el Teiglin!

Túrin se quedó inmóvil y frío.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó en voz baja—. ¿De qué modo lo conseguiste?

—Lo sé porque la vi saltar —respondió Brandir—. Pero el logro fue tuyo. Huyó de ti, Túrin, hijo de Húrin, y se arrojó a Cabed-en-Aras, para no verte nunca más. ¡Níniel! ¿Níniel? No, Niënor, hija de Húrin.

Entonces Túrin lo aferró y lo sacudió, porque en esas palabras oía que los pasos de su destino lo alcanzaban, pero en su horror y su furia no quiso escucharlos, como una bestia herida de muerte que daña antes de morir a todos los que tiene cerca.

—¡Sí, soy Túrin, hijo de Húrin! —gritó—. De modo que ya lo sabías desde hacía tiempo. Sin embargo nada sabes de Niënor, mi hermana. ¡Nada! Vive en el Reino Escondido, y está a salvo. Es una mentira pergeñada por tu mente vil, para enloquecer a mi esposa, y ahora a mí. Malvado cojo… ¿Quieres acosarnos a ambos hasta la muerte?

Pero Brandir se liberó de él.

—¡No me toques y contén tus desvarios! —dijo—. La que llamas tu esposa fue a ti y te atendió, y tú no respondiste a su llamada. No obstante, alguien lo hizo por ti. Glaurung, el Dragón, que según creo os hechizó a ambos para que no escaparais a vuestro destino. Así habló, antes de morir: «Niënor, hija de Húrin, aquí tienes a tu hermano: traidor para sus enemigos, desleal con sus amigos y una maldición para su linaje, Túrin, hijo de Húrin». —Entonces una risa amarga se apoderó de pronto de Brandir—. En su lecho de muerte los hombres hablan con verdad, según dicen —prosiguió entrecortadamente—. Y también los dragones, al parecer. ¡Túrin, hijo de Húrin, una maldición para tu linaje y para todos los que te acogen!

Entonces Túrin empuñó Gurthang, y había una luz fiera en sus ojos.

—¿Y qué se dirá de ti, Pata de Palo? —preguntó lentamente—. ¿Quién le dijo en secreto y a mis espaldas mi verdadero nombre ¿Quién la llevó ante la malicia del Dragón? ¿Quién estaba a su lado y la dejó morir? ¿Quién acudió aquí a hacer público este horror lo antes posible? ¿Quién se regodea ahora a mis expensas? ¿Hablan los hombres con verdad antes de morir? Pues habla ahora, rápido.

Entonces Brandir, viendo su muerte en el rostro de Túrin, permaneció inmóvil y no flaqueó, aunque no tenía otra arma más que la muleta; y dijo:

—Todo lo que ha acaecido es historia larga que contar, y estoy cansado de ti. Pero me calumnias, hijo de Húrin. ¿Te calumnió Glaurung a ti? Si me matas, todos verán que no lo hizo. Sin embargo, no tengo miedo a morir, porque así iré al encuentro de Níniel, a quien amaba, y quizá vuelva a encontrarla más allá del Mar.

—¡Al encuentro de Níniel! —gritó Túrin—. No, a Glaurung encontrarás, y así juntos concebiréis mentiras. ¡Dormirás con el Gusano, tu hermano de alma, y os pudriréis en la misma oscuridad! —Entonces alzó Gurthang y golpeó a Brandir, y lo hirió de muerte. Pero los demás apartaron la mirada de esa acción, y cuando Túrin se volvió y se dirigió a Nen Girith huyeron de él aterrorizados.

Entonces Túrin caminó por los bosques salvajes como quien ha perdido el juicio, ora maldiciendo la Tierra Media y la vida de los Hombres, ora llamando a Níniel. Pero cuando por fin la locura del dolor lo abandonó, se sentó un rato y meditó sobre todas sus acciones, y se oyó gritar a sí mismo:

—¡Vive en el Reino Escondido, y está a salvo!

Y pensó que ahora, aunque toda su vida estaba destrozada, tenía que ir allí; porque todas las mentiras de Glaurung lo habían extraviado. Por tanto, se puso en pie y se dirigió a los Cruces del Teiglin, y al pasar junto a Haudh-en-Elleth exclamó:

—Amargamente he pagado, ¡oh, Finduilas!, haber hecho caso del Dragón. ¡Aconséjame ahora!

Pero mientras así rogaba vio a doce cazadores bien armados que vadeaban los Cruces, y eran Elfos; y cuando se acercaron reconoció a uno de ellos, pues era Mablung, jefe de los cazadores de Thingol. Mablung lo saludó, gritando:

—¡Túrin! Feliz encuentro al fin. Te estaba buscando, y me alegro de verte con vida, aunque los años han sido duros para ti.

—¡Duros! —repitió Túrin—. Sí, tan duros como los pies de Morgoth. Pero si te alegras de verme con vida, eres el último en hacerlo en la Tierra Media. ¿Por qué te alegras?

—Porque eras honrado entre nosotros —respondió Mablung—; y aunque escapaste a muchos peligros, temí por ti al final. Vi la llegada de Glaurung, y pensé que había cumplido su funesto propósito y volvía con su Amo. Pero sin embargo se encaminó a Brethil, y supe también por viajeros que la Espada Negra de Nargothrond había aparecido allí otra vez, y que los Orcos evitaban sus fronteras como a la muerte. Entonces tuve miedo, me dije: «¡Ay! Glaurung va a donde no se atreven a ir los Orcos, en busca de Túrin». Por tanto vine hacia aquí tan de prisa como me fue posible, para advertirte y ayudarte.

—De prisa, pero no lo suficiente —dijo Túrin—. Glaurung está muerto.

Entonces los Elfos lo miraron maravillados, y exclamaron:

—¡Has dado muerte al Gran Gusano! ¡Alabado por siempre será tu nombre entre los Elfos y los Hombres!

—No me importa —replicó Túrin—. Porque también está muerto mi corazón. Pero ya que venís de Doriath, dadme noticias de mis parientes. Porque me dijeron en Dor-lómin que habían huido al Reino Escondido.

Los Elfos no respondieron, pero por fin Mablung dijo:

—Así lo hicieron en verdad, el año anterior a la llegada del Dragón. Pero ahora no están allí, por desgracia.

Entonces el corazón de Túrin se detuvo, escuchando los pasos del destino que lo perseguiría hasta el fin.

—¡Sigue hablando! —gritó—. ¡Y no te demores!

—Fueron a las tierras salvajes en tu busca —contó Mablung—. Fue contra todo consejo; pero quisieron ir a Nargothrond, cuando se supo que tú eras la Espada Negra. Durante el camino, Glaurung apareció, y todos los que las custodiaban se dispersaron. A Morwen nadie la ha visto desde ese día, pero un hechizo había enmudecido a Niënor, que huyó hacia el norte por los bosques como un ciervo salvaje, y se perdió.

Entonces, para asombro de los Elfos, Túrin soltó una risa fuerte y aguda.

—¿No es acaso una broma? —gritó—. ¡Oh, la hermosa Niënor! De modo que huyó de Doriath al encuentro del Dragón, y huyendo de él fue a dar conmigo. ¡Qué dulce gracia de la fortuna! Era parda como una baya, oscuros eran sus cabellos; pequeña y esbelta como una niña Elfa, ¡nadie podría confundirla!

Entonces Mablung se sintió desconcertado, y dijo:

—Pero aquí hay un error. Tu hermana no era así. Era alta, y de ojos azules, de oro fino sus cabellos, la imagen misma de Húrin, su padre, en forma femenina. ¡No puedes haberla visto!

—¿No? ,No puedo haberla visto, Mablung? —gritó Túrin—. ¿Por qué no? Porque, verás, ¡soy ciego! ¿No lo sabías? ¡Ciego, ciego, y ando a tientas desde la infancia entre la oscura niebla de Morgoth! Por tanto ¡dejadme todos! ¡Idos, idos! ¡Volved a Doriath, y ojalá el invierno la marchite! ¡Maldita sea Menegroth! ¡Y maldito sea tu cometido! Esto es lo único que quiero. ¡Ahora llega la noche!

Entonces huyó de ellos como el viento, y todos sintieron asombro y temor. Pero Mablung dijo:

—Algo extraño y espantoso ha ocurrido que nosotros no sabemos. Sigámoslo y ayudémoslo si podemos: porque ahora está enajenado y sin juicio.

Pero Túrin les sacó mucha delantera, y llegó a Cabed-en-Aras, y allí se detuvo. Oyó el rugido del agua, y vio que todos los árboles que crecían en las cercanías y a lo lejos se habían marchitado, y las hojas secas caían tristemente, como si el invierno hubiera llegado los primeros días del verano.

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